Productos transgénicos, genocidio planetario
Fermín Gongeta
Gara
26/06/08
Si junto a tu casa dispones de un jardín o de un pequeño espacio verde que procuras mantener limpio, o dispones de un trozo de huerta donde cultivas tus hortalizas; si en tu que hacer diario te molestan las «malas hierbas», seguro que alguna vez has comprado y utilizado un herbicida para destruirlas, y ha sido Roundup, que es capaz de destruir todo tipo de planta y algo más, y también de contaminar nuestro organismo.
El herbicida Roundup de la empresa americana Monsanto es presentado por su fabricante como un producto biodegradable y ecológico; lo llaman producto fitosanitario para extremar la confusión. Pero el herbicida no es biodegradable ni ecológico, sino peligroso para la salud pública, para quien lo manipula y, a través de la cadena alimenticia, para nosotros los consumidores. Su principio activo, el glifosato, ataca a las hormonas del crecimiento de todo tipo de vegetación hasta su destrucción total.
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Se han evidenciado residuos de este producto tanto en aguas subterráneas como en las superficiales -95% de los ríos bretones- e incluso en el organismo humano. Estudios de los residuos tóxicos en los agricultores que habían empleado el herbicida manifestaron su presencia en la orina de un sesenta por ciento de ellos y, lo que es más grave aún, en una parte de sus familiares, esposas e hijos. La Sociedad Americana del Cáncer manifestaba que las personas expuestas al glifosato tenían mayor riesgo de desarrollar un cáncer linfático. Ahora bien, el Roundup es más que el glifosato, su materia activa, y más peligroso para la cadena alimenticia, pues va unido a otras sustancias como el POEA, un detergente que favorece la propagación de las diminutas gotas pulverizadas sobre las hojas de las plantas. El profesor Bellé, en Bretaña, señala que el Roundup induce las primeras etapas conducentes al cáncer. La toxicidad aguda del conjunto Roundup es concluyente para todos los investigadores. Un laboratorio de la Universidad Tech de Texas ha establecido que la exposición al Roundop de las células Leydig, alojadas en los testículos, que juegan una función capital en el funcionamiento del aparato genital masculino, reducía un 94% la producción de las hormonas sexuales. La extensión mundial de su utilización hace que este producto incremente su potencial agresivo. El herbicida Roundup se ha convertido en el producto estrella de la agricultura, de la jardinería y de los gestores de jardines y espacios públicos. «En el área de herbicidas -afirma Monsanto en su página 3W- la compañía prevé que su negocio de glifosato, que se comercializa bajo la marca Roundup, podría generar entre 1.300 y 1.400 millones de dólares de beneficio bruto en el año fiscal 2.008».
Ha sido utilizado para la destrucción de plantaciones enteras por parte de USA en Colombia. La empresa Monsanto utilizó el Roundup Ultra, multiplicando por cuatro su propia eficacia, para pulverizaciones aéreas de la frontera colombiano-ecuatoriana. Destruyó así más de 1.500 hectáreas de cultivos alimenticios, manioca, maíz, plátanos, tomates, caña de azúcar, árboles frutales y provocó la muerte de animales. Entre los años 2000 y 2006 se estima que más de 300.000 hectáreas sufrieron pulverizaciones aéreas y más de 300.000 personas fueron intoxicadas. No se trata de bagatelas. El libro titulado El mundo según Monsanto, escrito por Marie Monique Robín (Ed. La Découverte, 2008)* y subtitulado De la dioxina a los OGM, una multinacional que os quiere bien, impacta y sobrecoge más allá de los límites imaginables de la realidad. Sin pretenderlo, recuerda el film «Erin Brockovich» del director Steven Soderbergh, donde investiga un caso de contaminación de agua por parte de una poderosa organización que comporta graves y mortales enfermedades a los habitantes de la zona. Es difícil no terminar asustado con la lista de escándalos que arrastra la firma americana Monsanto a lo largo y ancho del planeta.
Desgraciadamente no es todo. Al herbicida le han sucedido los OGM, los organismos genéticamente modificados.
En 1972 uno de los investigadores de Monsanto afirmó: «En lugar de investigar sobre nuevos herbicidas, ¿por qué no crear plantas selectivas -manipulando su patrimonio genético- capaces de sobrevivir a las pulverizaciones de nuestro Roundup?».
Una treintena de investigadores trabajaron en el proyecto creyéndose verdaderos revolucionarios «verdes». Tras 700.000 horas de trabajo y una inversión de 80 millones de dólares, descubrieron la bacteria insensible a su desherbante Roundup, era el conocido como 35S, el virus del mosaico de la coliflor, junto a trozos del ADN de la petunia. Era lo que debían introducir en las semillas utilizando un «cañón de genes» -común en la ingeniería genética- sin saber el punto exacto donde introducían el elemento patógeno dentro del organismo a manipular, ni sus consecuencias en la alimentación. Nació la soja Roundup Ready, la soja resistente al herbicida Roundup, que según su fabricante poseía la misma sustancia que la soja convencional. Nada más falso, pues contiene entre 12 y 14% menos de fitoestrógenos y mantiene en su interior cantidades importantes de glifosato, el principio activo del desherbante, 20mg/kg, que naturalmente fue permitido por los poderes públicos. Es así como los fabricantes de productos transgénicos han convertido el producto activo del desherbante en alimento.
Una investigación de la universidad de Pavia sobre la alimentación de soja transgénica en animales señala que «el hígado había tenido una actividad fisiológica mucho más elevada, encontrándose modificaciones similares en las células del páncreas y de los testículos». Indicando como posible origen los residuos del desherbante en la soja transgénica.
Añadamos los problemas ligados a la producción. La soja resistente al Roundup tiene un rendimiento inferior a la soja tradicional; el que sea resistente al desherbante, hace de la soja transgénica una mala hierba que precisa la utilización de desherbantes cada vez más frecuentes y potentes; la soja transgénica debilita los suelos agrícolas y hacen al agricultor completamente dependiente de la empresa Monsanto.
La patata, el tomate, el maíz, la soja, el arroz, el trigo... ¿todos ellos transgénicos? Parece cierto si no lo detenemos. El doctor Darío Gianfelici, médico en Cerrito, a 50 kilómetros de Paraná, en Argentina, decía: «Las autoridades sanitarias de este país son completamente irresponsables... Preparamos un verdadero desastre sanitario y desgraciadamente los poderes públicos no se han dado cuenta de lo que nos jugamos».
Las multinacionales Novartis, Sandoz, Syngenta y, más agresivamente si cabe, Monsanto, pretenden incrementos de producción agrícola a base de la contaminación genética de productos, suelos, animales y personas. Infectan el mundo sin solucionar el hambre, y cuando les hacen descubrir sus aberraciones, proponen transformar sus productos transgénicos en combustible, en una imparable marcha hacia adelante, infectando el mundo con la aquiescencia de gobernantes. El jueves 5 de junio terminó la Cumbre de Alto Nivel sobre Seguridad Alimentaria de la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU) que se celebró en Roma. No se mencionó la invasión de maíz transgénico que sufre México, ni se habló de la conquista de la soja resistente al desherbante en Argentina, en Brasil y Paraguay, ni de la desertización del planeta provocada por las multinacionales de la des-alimentación. Al contrario, como escribe Win Dierckysens, «la especulación creada en torno a los alimentos básicos se transforma en carburante y empuja los precios de los cereales y del azúcar hacia unos nuevos máximos inalcanzables para una inmensa masa de la población que principalmente se encuentra en Asia, África y América Latina». Como señaló un judío de Nazaret, «al que tiene se le dará más, y al que no tiene hasta lo poco que tenga se le quitará». Es el liberalismo.
* El libro será publicado en castellano en noviembre por la editorial Península.
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