El Gran Hermano europeo y la inmigración

Martín Santiváñez
correoperu.com.pe
26/06/08

Lo que no lograron en vida Bolívar y San Martín –unir el continente americano– lo ha conseguido la directiva de retorno de inmigrantes ilegales aprobada por el Parlamento Europeo. Latinoamérica, a una sola voz, se ha opuesto categóricamente a la norma europea alegando, no sin razón, las viejas relaciones de reciprocidad que permitieron asentarse a millones de europeos en la terra ignota de los mares del Sur.

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De los 27 países que aprobaron la directiva cainita, España pagará los platos rotos. ¿Qué le importa a Polonia, Grecia o Luxemburgo enemistarse con el lejano Occidente? España, por el contrario, es uno de los socios comerciales más relevantes de la región. Las miradas adversas y las revanchas gratuitas colisionarán directamente con sus intereses. La imagen de España, bastante deteriorada desde que el talante y la Alianza de Civilizaciones decidieran apoyar de manera fluctuante al chavismo y al totalitarismo castrista, se verá afectada, legitimándose, de paso, las incursiones estatistas contra el capital ibérico. Ojo por ojo, claman los antiguos aliados de Zapatero. Y no tardarán en pasar la factura.

En efecto, Chávez, para variar, no ha tardado en arremeter contra la nueva directiva, blandiendo el arma del petróleo y amenazando con represalias sin fin. En el mismo sentido se han pronunciado otras espadas de la revolución latinoamericana –Correa, Morales, Ortega– empleando la demagogia más prosaica, encantados de encontrar en Europa un enemigo común que distrae a las masas de la crisis que su desgobierno genera. El cargamontón contra el Viejo Continente no ha hecho sino empezar. Al margen del apoyo que la directiva pueda generar en Europa, no es preciso ser Nostradamus para adivinar que esta estrategia de contención generará odio, boicots y rencores insondables, justificando los arrebatos del populismo tropical que pretende acorralar al capital extranjero. ¿Habrá represalias? Por supuesto. Y no, precisamente, contra Bruselas. Uno apunta al que está más cerca. Y el capital español está allí, donde las papas queman.

Europa, con normas totalitarias como esta, da un paso más en su desconcertante deriva endogámica hacia la autarquía más ramplona. Se trata, en suma, de otro error más de la derecha cortoplacista europea –los delincuentes de hoy, son los votantes del mañana– incapaz de reaccionar de manera positiva ante un fenómeno que no por más leyes y restricciones desaparecerá. La inmigración tiene vida propia. Liquidarla con la bayoneta de la norma no es sensatez, es apresuramiento desbocado. La imagen que el Viejo Continente le ha dado a 500 millones de latinoamericanos no es la de una sociedad tolerante, posmoderna, abierta y liberal. Europa ha encarnado, en una hora infame, al Gran Hermano temido del absolutismo y la mezquindad.

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