Una vida secreta de locura

John M. Glionna, Los Angeles Times (10-09-2007) / Traducción: mQh (18-09-2007)

Una respetada académica y profesora de derecho de la Universidad de California del Sur revela su periplo por los horrores y demonios de la enfermedad mental. Tenía esquizofrenia.

San Francisco, California, Estados Unidos. Vestida con un traje ejecutivo azul, Elyn Saks habló aquí ante una audiencia de psicólogos con la tranquilidad de una intelectual segura de su currículum académico: estudiante destacada, académica de Oxford, estudiante de derecho en Yale, profesora de la Universidad de California del Sur USC.

Pero sus palabras no eran serenas. Evocaban espantosas pesadillas.
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Durante treinta años, mientras forjaba su carrera, luchó con burdas visiones, violentas órdenes e impulsos suicidas, explicó Saks a sus oyentes. En sus peores momentos, la televisión de burlaba de ella, los ceniceros se ponían a bailar y las paredes se derrumbaban a su lado. Convencida de que era una bruja, para castigarse a sí misma se quemaba con cigarrillos, encendedores y estufas eléctricas. Creía que era responsable de la muerte de miles de personas. Sus colegas más cercanos estaban poseídos por alienígenas.

Pero temía el rechazo y no contaba a nadie sus tormento íntimos, excepto a sus médicos y amigos más cercanos. Fue hospitalizada, obligada a ingerir fármacos antipsicóticos y amarrada a una parihuela de metal. Se convirtió en un objeto de exposición, recordó, en un espécimen, "un bicho clavado con un alfiler e incapaz de huir".

Con voz cascajosa, Saks contó a sus psicólogos, en detalle, cómo se convenció de que su antiguo psicoterapeuta era un monstruo y debía protegerse de él. En una ocasión, antes de una sesión de terapia, Saks entró a una ferretería con la idea de comprar un hacha.

Sin embargo, también temía que su terapeuta la abandonara, dijo Saks a la audiencia, revelando sus pensamientos que, entonces, le sugerían otra estratagema: La secuestraré y la encerraré en mi armario. La cuidaré bien. La alimentaré y le daré ropa. Estará siempre ahí cuando yo la necesite para que me psicoanalice.

Pudo mantener en privado la mayoría de estos episodios psicóticos. "No podía controlar lo que pensaba", dijo. "Pero sí podía controlar lo que decía".

Saks tiene esquizofrenia, un severo trastorno mental que se caracteriza a menudo por el ostracismo social, conversación incoherente, delirios y alucinaciones. Ha puesto en duda la predicción de un médico que le dijo una vez que nunca podría llevar una vida independiente. Pero Saks incluso ha mejorado, gracias a un estricto régimen de medicación y psicoterapia.

Ahora quiere arremeter contra los mitos que rodean a esta enfermedad que afecta a tres millones de estadounidenses: Emocionalmente, los esquizofrénicos no pierden totalmente el contacto con la realidad, gritando y persiguiendo a duendes, encerrados en hospitales. Como ella, algunos llevan vidas productivas, con buenos amigos, esposos cariñosos y preciosos triunfos emocionales.

A los 51, dice Saks, es hora de revelar su secreto. La charla de San Francisco es su primera gran incursión en público.

Como la historia de su amigo esquizofrénico John Forbes Nash, el economista y matemático que fue Premio Nobel y cuya vida fue relatada en el libro y película ‘Una mente maravillosa' [A Beautiful Mind], la vida de Saks ilustra no solamente las tensiones que imponen las enfermedades mentales sobre las relaciones personales y profesionales, sino también cómo pueden ser superadas.

La enfermedad surgió cuando Saks era una niña en Miami en los años sesenta. Hasta entonces tenía pequeñas rarezas: No salía de su dormitorio mientras no se alinearan sus zapatos. No podía dormir si antes no ordenaba sus libros.

Sufría terrores nocturnos, segura de que un asesino acechaba al otro lado de la ventana. Leyó la novela ‘La campana de cristal' [The Bell Jar], de Sylvia Plath, y se identificó con la protagonista cuando esta desciende en el abismo de la locura.

Un día, a los 16, Saks abandonó aterrada la escuela. En la caminata de ocho kilómetros hasta su casa, las casas empezaron a enviarle mensajes: Mira con más cuidado. Eres especial. Eres especialmente mala. Mira atentamente y te darás cuenta.

Sus delirios la acompañaron a la Universidad Vanderbilt, donde asustó a sus compañeras de cuarto graznando como pato y tragándose un frasco de aspirinas. "La esquizofrenia", diría más tarde, "rueda como una neblina, y se hace imperceptiblemente más densa a medida que pasa el tiempo".

Como un mecanismo para hacer frente a su enfermedad, Saks se sumergió en su trabajo escolar. "Alta, matea y socialmente torpe", como se describe a sí misma en ese entonces, perdió peso, y se mantenía en pie a base de café, cigarrillos, bocadillos de queso y cuencos de sopa de tomate.

En clases no decía mucho. Pero los inteligentes trabajos académicos de Saks a menudo dejaban perplejos a sus profesores. Aunque era todavía estudiante, su mente atormentada pero elegante ya funcionaba con la agudeza de una experimentada investigadora.

Años después, cuando era una becaria Marshall y estudiaba filosofía en la Universidad de Oxford, la enfermedad de Saks empeoró. A menudo recorría las calles gesticulando y farfullar. Pero no hablaba con los demás.

Hablar era malo. Hablar significa que tienes algo que decir. Yo no tengo nada que decir. Yo soy una don nadie, no valgo nada.

Ingresada en un hospital psiquiátrico local, insistía en que no estaba enferma y se negó a tomar medicamentos. Entonces un día Saks tuvo una revelación: Se miró en el espejo. Y se asustó.

"Fue como si alguien me hubiese dado un golpe en el estómago", escribió más tarde. "Dios mío, pensé. ¿Quién es esa? Estaba demacrada y encorvada, como alguien tres o cuatro veces mayor que yo. Tenía la cara flaca; mis ojos estaban al mismo tiempo vacíos y llenos de terror... Era la cara de una persona loca en el patio trasero de un manicomio olvidado".

Sabía que la persona en el espejo necesitaba ayuda. Así que accedió a tomar antidepresivos. Pero todavía estaba a años de darse cuenta de la verdadera naturaleza de sus problemas.

Saks reanudó sus estudios en Oxford, pero medicada. También empezó a ver a un especialista en análisis kleinianos, un tratamiento que permite que los pacientes liberen sus fantasías durante las sesiones.

Uno de los delirios de Saks, conocido como el síndrome de Capgras, hace que el paciente crea que sus familiares o amigos cercanos han sido reemplazados por impostores de idéntica apariencia. "Sé que dices que eres mi terapeuta", le dijo a su psicoterapeuta. "Pero también conozco la verdad. Tú eres un monstruo maligno, quizás el demonio mismo. No te dejaré matarme. Eres el diablo, eres una bruja. Me defenderé".

Se graduó en Oxford en 1981, con su vida secreta todavía intacta. Se estaba medicando, pero como otros muchos que sufren de una enfermedad mental, no era sistemática a la hora de ingerir sus pastillas y dejaba de hacerlo cuando cesaban sus tormentas mentales.

Años más tarde, cuando estudiaba leyes en Yale, Saks aterrizó en otro pabellón psiquiátrico después de quejarse de que alguien había infiltrado su investigación. También alarmó a sus compañeros de estudio cuando escaló una ventana y se trepó a bailar en el tejado de la biblioteca de la escuela de derecho.

El personal del hospital New Haven era estricto: A diferencia de los hospitales en Gran Bretaña, los enfermeros la obligaban a ingerir sus medicamentos y la amarraban rudamente a las camillas. Durante su charla ante los psicólogos detalló sus desordenadas ideas de entonces.

¿Sabías que yo era Dios? Pero ya no más. No puedo deciros lo que soy ahora. ¿Habéis matado a alguien? En mi mente, he matado a cientos de miles. No es mi culpa. Alguien actúa a través de mi cerebro. Yo doy vida, y yo la quito.

Aumentaron sus medicaciones, y empezó a estabilizarse y a prepararse para volver a la facultad de leyes, leyendo sus libros de texto jurídicos en la sala de estar del pabellón psiquiátrico.

Soy una estudiente de derecho, no una paciente mental. Quiero que me devuelvan mi vida, maldición. Y si tengo que morderme la lengua hasta que sangre para que me la devolváis, lo haré.

Un día Saks hizo algo que nunca había hecho antes: Comiendo unas porciones de pizza con su compañero de curso de primer año, Steve Benhke, finalmente habló sobre sus debilitadores delirios y cómo se sentía uno cuando te amarraban contra tu voluntad.
"Elyn llevaba ese enorme peso", dijo Behnke. "Su mente había sido muy buena con ella, y muy mala".

Apoyada en Behnke y en su terapia, Saks se ocupó del tema de la enfermedad mental como lo haría un detective, e investigó los demonios que había en ella y otros. Investigó los complejos temas civiles en las leyes sobre salud mental, tales como la hospitalización involuntaria y la inimputabilidad por transtorno mental. Como parte de su entrenamiento en la facultad de derecho, representó a pacientes psiquiátricos acusados de delitos en tribunales locales.

Mientras investigaba para un artículo sobre el uso de restricciones mecánicas en hospitales psiquiátricos, Saks mencionó a un profesor cómo esos artilugios podían ser a la vez terroríficos y humillantes para los pacientes.

El profesor rechazó sus ideas. "Realmente no entiendes", le dijo. "Esa gente no es como tú o yo. A ellos no les afecta del mismo modo que nos afectaría a nosotros".
Incluso hoy, Saks tiembla con esas palabras. "Él veía a la gente como yo como gente de menos valor, como gente defectuosa", dijo. "Me hería la idea de que los pacientes psiquiátricos no son sensibles al dolor. Me habría gustado entonces tener el valor para decir algo".

A veces, sus mundos exterior e interior coludían. En una seminario sobre la representación jurídica de pacientes psiquiátricos, un profesor puso una cinta con una entrevista con un hombre que había asesinado a sus padres.

Saks lo reconoció: Era uno de los pacientes del hospital New Haven. Salió del aula, sintiendo que si se quedaba a escuchar estaría violando la intimidad de ese paciente.
"Cuando tienes cáncer, la gente te envía flores. Pero no cuando pierdes la razón".
Lo que le dijo Benhke le sirvió mucho. Para entonces, en 1999 había estado enseñando en la escuela de derecho de la USC durante una década. Repentinamente le diagnosticaron cáncer de mama. Los amigos le enviaron ramos de flores cuando ella empezó la terapia de radiación.

La estrés del cáncer la envió en otra espiral de alucinaciones. Empezó a hablar sobre la pequeña gente verde.

La radiación tuvo éxito, pero el episodio finalmente la condujo a otra epifanía: Ya no podía atribuir esos episodios a ataques de depresión. Se dio cuenta de que era esquizofrénica, lo que quería decir que necesitaría no sólo su psicoterapia sino también medicamentos antipsicóticos por el resto de su vida.

Esa confesión abrió una puerta.

Durante esos años, empezó a entender mejor las implicaciones sociales para los que sufren de esquizofrenia.

Fue nombrada profesora adjunta de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de California en San Diego, dedicándose también a la investigación. Escribió libros que giran sobre el rechazo de la sociedad a los enfermos mentales.
Saks fue también decano de investigación en la Facultad de Derecho de la Universidad de California del Sur. En 2001 se casó con un perspicaz ex bibliotecario de derecho llamado Will Vinet que introdujo el humor en su vida. La hacía mirar caricaturas para hacerla reír y la ayudó a ser cautelosa con las conductas detonadoras de estados de estrés o de episodios psicóticos: una melancólica tranquilidad o el deseo de estar sola en un cuarto oscuro.

Para Saks había llegado la hora de una aproximación más franca: escribir sobre la enfermedad mental como paciente, no como profesora. Después de todo, ¿quién podía saber más sobre la soledad y la confusión que se sienten en un hospital psiquiátrico?
Decidió escribir un libro y empezó a reexaminar su vida. Pidió sus informes médicos en Gran Bretaña y New Haven y siguió clases para escribir un libro de memorias.
Pero Saks sabía que tendría que pagar un precio por su franqueza. ¿Se derrumbaría su carrera construida con tanto esfuerzo si la gente se enteraba de cómo operaba realmente su mente?

Un colega le sugirió que escribiese con un seudónimo. Pero eso sería enviar el mensaje erróneo, explicó Saks.

"Elyn", razonó su colega, "¿quieres ser conocida como la esquizofrénica con trabajo?"
Saks tenía sus dudas. Aunque está siendo medicada propiamente, todavía lucha con varias ideas irracionales al día, aunque logra desechar esas obsesiones. ¿Llamarían los padres de sus antiguos alumnos para preguntar en la universidad qué hacía una profesora esquizofrénica en el personal? ¿Le enviarían cartas odiosas?
Antes de que el libro fuera publicado, llamó al decano de la facultad de leyes. "¿Me va a apoyar la universidad cuando se publique finalmente el libro?", preguntó. La universidad le dio todo su apoyo.

El 14 de agosto se publicó el libro de memorias de Saks, ‘The Center Cannot Hold: My Journey Through Madness'. Había dejado de ser un secreto.

Mientras se preparaba para hablar en la convención de la Asociación Americana de Psicología, Saks se inquietó.

"Estoy nerviosa", dijo.

Su libro recibió reseñas positivas. Pero había insinuaciones negativas: Una empleada de la UCS le dijo a Saks que nunca habría salido a cenar con ella si hubiese sabido que tenía esquizofrenia, temerosa de que Saks sufriera algún episodio de demencia en cualquier momento.

Era la primera vez que Saks hablaba ante un público tan grande desde que se publicaran sus memorias. Nunca se sintió cómoda hablando en público, y sus manos temblaban visiblemente cuando subió al escenario introducida por su viejo amigo Steve Behnke. Cuando terminó, una mujer se puso de pie, y fue imitada por otros más en la audiencia. Pronto, todo el mundo estaba de pie. El aplauso fue prolongado y emotivo y la gente formó una cola para hablar con ella.

Saks sabe que la guerra no ha terminado. Hay recaídas. El día de su boda, el nerviosismo la hizo preguntar: "¿Habrá también marcianos en la recepción?"
Pero hay esperanzas para el futuro. Una nueva generación de fármacos, junto con una terapia de cinco sesiones a la semana, la mantiene con los pies en la tierra. Evita el estrés. Ahora que se regodea en apoyo emocional, también lo entrega: Cuando se entera de que algún amigo sufre algún problema emocional, le envía flores.

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