Las explicaciones fiscales de los académicos justificadores de los ricos

Sam Pizzigati
Too Much
Traducción para Sin Permiso por Anna Garriga Tarrés
02/07/09

Con una economía en declive, los apologistas de los muy ricos tienen que excavar en las profundidades para inspirarse. Durante el proceso se ensucian y se muestran necios.

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En tiempos económicamente duros, trabajar para cierta gente puede hacerse de pronto mucho más difícil. Tomemos, por ejemplo, los analistas y académicos que, por la razón que sea, han decidido dedicar sus carreras a justificar la riqueza de los ricos. En tiempos normales, estos apologistas de las grandes fortunas pueden pasar alegremente sus jornadas laborales, con toda facilidad. No tienen más que invocar la perspectiva de un colapso económico catastrófico cada vez que alguien se atreve a proponer algo que pueda hacer a los ricos solamente algo menos ricos.

Sin que los ricos puedan hacerse más ricos, advierten con suficiencia estos acólitos, no habrá nadie que cree empleos o que mantenga la bolsa en funcionamiento.

Pero cuando la economía ya se ha hundido ¿a qué amenazas pueden recurrir los apologistas de los impresionantemente ricos? ¿Qué hacen entonces? Veamos lo que hacen: Se desesperan y se vuelven aún más temerarios que de costumbre. Juegan con las estadísticas. Retuercen la lógica. Inventan escenarios cada vez más fantasiosos y pesimistas.

Hemos visto, en las últimas semanas y meses, toda esta desesperación y más.

Los juegos estadísticos recientes giran en torno a los ricos como “refugiados”.

Los ricos, han argumentado siempre los amantes de la fortuna, abandonarán cualquier jurisdicción que sea lo bastante tontorrona como para aumentar los impuestos de las rentas altas. De todas formas, a lo largo de este último año, varias jurisdicciones han aumentado los impuestos a los ricos, lo que parece haber ejercido una mayor presión sobre el grupo apologista para “demostrar” el efecto éxodo.

Los redactores de las editoriales del Wall Street Journal hicieron precisamente este intento el mes pasado cuando saltaron sobre una noticia referente a que un tercio de los millonarios de Maryland había desaparecido de las nóminas del Estado.

Este “declive substancial”, decía la editorial del Journal, demuestra la “futilidad de exprimir a los ricos”. Los “contribuyentes expoliados” de Maryland, aseguraba el Journal, han decidido “contraatacar”. Estaban abandonando el Estado.

¿Cuál era el “expolio” llevado a cabo por Maryland? En 2008 el tipo de impuesto máximo estatal sobre las rentas superiores a 1 millón de dólares había aumentado de 4,75 a 6,25 por ciento.

¿Es posible que un aumento tan modesto pueda haber llevado a los millonarios de Maryland a abandonarlo todo y dejar atrás hogar y familia? Quizás. Pero hasta ahora, a pesar de las febriles aserciones de la editorial del Wall Street Journal y otros medios similares, no hay ninguna evidencia de un éxodo de millonarios en Maryland.

El Instituto de Fiscalidad y Política Económica señala en un detallado análisis de la postura del Wall Street Journal respecto al éxodo, que el número de declaraciones imponibles con rentas superiores a 1 millón de dólares en 2008, desde luego ha descendido. Pero el número de declaraciones con rentas por debajo de 1 millón de dólares “ha crecido notablemente”.

En otras palabras, el supuesto “éxodo” de los ricos de Maryland probablemente refleja un descenso del número de ciudadanos de Maryland con más de 1 millón de dólares de renta. El año pasado, en medio de la caída en picado de Wall Street, los ricos de Maryland simplemente ganaron menos dinero.

De todas formas, los datos que cita el Journal para respaldar su aserción del éxodo provienen de un informe preliminar sobre la recaudación de impuestos de Maryland en 2008. El informe final no saldrá hasta octubre. El informe final del año pasado refleja más del triple de declaraciones superiores a 1 millón de dólares que el anterior.

Esto por lo que respecta al gran éxodo de millonarios de Maryland. ¿Están preparados para un poco de lógica tortuosa? La semana pasada la Harvard Business Review presentó una poderosa ayuda del economista de la Universidad de Chicago, Steve Kaplan.

La contribuciónde Kaplan en la Harvard Business Review, titulada Los (buenos) CEO lo tienen mal, ofrece una provocativa toma de posición respecto a las remuneraciones de los ejecutivos corporativos. Según Kaplan, la evidencia “indica que los CEO normalmente no están excesivamente remunerados”.

¿Qué evidencia? Las pagas de los principales CEO, dice Kaplan, no crecen tan deprisa como las pagas de los directores de los fondos especulativos y otro tipo de financieros. En 2007, nos informa, los primeros 20 del sector de los fondos especulativos ganaron más de 20.000 millones de dólares, casi el triple de los 7.500 millones de dólares de ganancias combinadas de los 500 primeros CEO de la nación.

Es completamente cierto. Los directores de los fondos especulativos se llevan ganancias que dejan enanas incluso las pagas de los CEO mejor pagados. Pero los CEO ganan mucho más que la media de los obreros estadounidenses y la diferencia entre la paga de un CEO y la de un obrero incluso se ha ampliado más, y más deprisa, que la diferencia entre CEOs y directores de fondos especulativos.

En 1970, tal como ha calculado el Director del Instituto del Trabajo, Les Leopold, los 100 primeros CEO de Estados Unidos ganaron 45 veces más que los trabajadores medios estadounidenses. En 2006, ganaron 1.723 veces más.

Teniendo en cuenta esta gigantesca diferencia ¿puede un observador razonable concluir que los “(buenos) CEOs” han resultado, a grandes rasgos, ligeramente sobrepagados? ¿Podría preguntarse, este mismo observador, por qué el tal Kaplan de la Universidad de Chicago compara los CEOs con los directores de fondos especulativos y no con los trabajadores medios?

Kaplan no da ninguna explicación lógica para dicha elección. Puede que no tenga ninguna.

Los apologistas de las grandes fortunas que han estado batiendo tambores contra los impuestos federales tampoco se han mostrado especialmente fuertes en lógica. Por el contrario se han dedicado a dar vueltas alrededor de historias cada vez más fantásticas respecto a los peligros que la fiscalidad del estado nos está acarreando.

Un informe reciente de la American Family Business Foundation, un grupo de investigación pagado para arreciar contra los impuestos estatales, ha elevado la fantasía a cimas casi surrealistas.

Los impuestos estatales actualmente solo se aplican a riquezas superiores a los 3,5 millones de dólares, o a los 7 millones para las parejas, que los ricos prevén pasar a sus herederos. Los economistas Cameron Smith y Douglas Holtz-Eakin argumentan, en su nuevo asalto a los impuestos estatales, que hacer tributar a esta riqueza desincentiva a los ricos a ahorrar e invertir.

Smith y Holtz-Eakin, el principal consejero económico en la campaña de 2008 de John McCain, continúa su argumentación diciendo que los impuestos estatales en realidad impulsan a los ricos a gastar su dinero en lujos como cruceros alrededor del mundo. Al incurrir en gastos tan frívolos, a fin de cuentas una persona rica “reduce sus bienes y hace que desciendan sus obligaciones tributarias sobre los mismos”.

Este proceso lleva, según Smith y Holtz-Eakin, a que las personas ricas acaben despilfarrando sus fortunas en vez de invertir en empresas que creen empleo.

A principios de este mes Citizens for Tax Justice (Ciudadanos por la Justicia Fiscal) sometieron esta afirmación a una pequeña prueba de realidad. Los investigadores de CTJ señalan que para reducir apreciablemente sus activos y evitar los impuestos estatales, los ricos deberían efectuar grandes compras que no constituyeran un activo durable. Lo cual no es fácil de hacer.

Si un mil millonario compra un yate, por ejemplo, este yate se convierte en un activo y aumenta el valor del activo imponible del millonario. Solamente las compras que no constituyen un activo pueden disminuir las obligaciones tributarias de una persona rica.

“¿Pueden las personas extraordinariamente ricas”, se pregunta el análisis de CTJ, “gastarse realmente sus millones en cenas y cruceros caros”?

Para conseguir tal cosa, responde CTJ, los grandes bolsillos deseosos de evitar los impuestos estatales deberían gastar “toda su riqueza en caviar o cruceros o cocaína”, cosas que “ya no existirán” a su muerte. Es algo improbable.

“No diremos que es imposible”, bromean con sarcasmo los analistas de Citizens for Tax Justice, “porque no tenemos ganas de recibir correos electrónicos de hijos de papá, forrados con sus fondos de fiduciarios, glotones y adictos a la coca, discutiendo esta opinión”.

Así pues ¿qué es lo que indica, finalmente, la creciente inanidad de los apologistas de las grandes fortunas? ¿Es dicha inanidad un signo de que los días de los súper-ricos están tocando a su fin?

Por desgracia, no necesariamente. Los súper ricos nunca han dependido de la lógica o las estadísticas o de historias creíbles para defender su dominio. Siempre han dependido del poder político que crea la gran riqueza. Este poder todavía lo tienen. Continúan siendo una fuerza formidable, incluso si sus lacayos parecen imbéciles.

Sam Pizzigati dirige Too Much, publicación semanal digital sobre excesos y desigualdades.

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