Una breve historia ‘hasta-que-la-muerte-nos-separe’ de las guerras de Bush
Tom Engelhardt
TomDispatch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
13/07/08
Era un asunto tribal. Ante una puesta del sol perfecta, frente a una cruz de color beige y un altar hecho de la misma piedra caliza utilizada para construir el “rancho” de su familia, sin velo, en un traje largo de Oscar de la Renta, la novia de 26 años hizo su voto matrimonial. Más de 200 miembros de su familia ampliada y amigos estaban presentes, así como las 14 mujeres de su grupo especial de invitados, vestidas “en siete estilos diferentes de vestidos que les llegaban hasta las rodillas, en siete colores diferentes que hacían juego con la paleta de... flores silvestres – azules, verdes, azul lavanda, rosa pastel.” Después, en una carpa blanca montada en medio de una arboleda e iluminada por guirnaldas luminosas, el padre de la novia, George W. Bush, bailó con su hija al son de "You Are So Beautiful" [Eres tan bella]. Mantuvieron distantes a los medios de información y los votos matrimoniales fueron privados, pero indudablemente incluyeron la frase “hasta que la muerte nos separe.”
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Fue a comienzos de mayo de este año. Menos de dos meses después, al otro lado del mundo, otro asunto tribal iba en vías de ejecución. No conocemos la edad de la novia, ni su nombre. No había periodistas clamando por llegar a su sección del campo montañoso de Afganistán cerca de la frontera paquistaní. No sabemos casi nada sobre su situación, excepto que iba en camino a una aldea cercana, evidentemente temprano por la mañana, en medio de un grupo de entre 70 y 90 personas, en su mayoría mujeres, “que escoltaban a la novia para reunirse con su novio como lo dicta la tradición local.”
En ese momento llegó el avión (o aviones) estadounidense, y se aseguró de que nunca hiciera sus votos. “Se detuvieron en un sitio estrecho para descansar,” dijo un testigo sobre su grupo de invitados, según la BBC. “Llegó el avión y bombardeó el área.” El gobernador del distrito, Haji Amishah Gul, dijo al Times británico: “Hasta ahora han sido enterradas 27 personas, incluyendo a mujeres y niños. Otras 10 han sido heridas. El ataque ocurrió a las 6.30 de la mañana. Sólo dos de los muertos son hombres, el resto son mujeres y niños. La novia es uno de los muertos.”
Los portavoces militares de EE.UU. desmintieron rotundamente la historia. Afirmaron que insurgentes talibanes habían sido “claramente identificados” en el grupo. “Esto puede no ser más que propaganda normal, típica,” dijo el teniente primero Nathan Perry. A pesar de los relatos de los heridos, incluyendo a mujeres y niños, que fueron llevados a un hospital local, el capitán Christian Patterson, oficial de la coalición responsable de los medios insistió: “No era una fiesta de matrimonio, no había mujeres o niños presentes. No tenemos informes sobre víctimas civiles.” Los miembros de una investigación afgana, nombrada por el presidente Hamid Karzai, establecieron posteriormente que habían muerto en total 47 civiles, incluyendo a 39 mujeres y niños, y que otros nueve fueron heridos.
Otra versión estadounidense de lo sucedido: “Las fuerzas armadas de EE.UU. han desmentido las afirmaciones de que sus fuerzas... hayan matado a docenas de personas que celebraban un matrimonio... ‘Recibimos fuego hostil y respondimos al fuego,’ dijo el brigadier general Mark Kimmitt, director adjunto de operaciones... Dijo que no existen indicaciones de que las víctimas del ataque hayan participado en una fiesta de matrimonio.”
¡Oh! ¡Error mío! Lo que desmentía Kimmitt se refería a otra fiesta de matrimonio que fue exterminada – en el desierto occidental de Iraq, cerca de la frontera siria, en mayo de 2004. En ese caso, la fiesta matrimonial ya había pasado hace rato. Las celebraciones habían terminado y los invitados estaban evidentemente acostados cuando llegaron los jet estadounidenses. Murieron más de 40 personas, incluyendo niños, mujeres, músicos, y un famoso cantante matrimonial iraquí contratado para el evento. Según Rory McCarthy del Guardian británico, quien entrevistó a algunos de los sobrevivientes hospitalizados, 27 de miembros de una familia ampliada murieron cuando llegaron los jet.
Como respuesta a los informes sobre esa matanza de 2004, el general James Mattis, comandante de la 1ª División de Marines, hizo la siguiente pregunta: “¿Cuánta gente va en medio del desierto... a realizar un matrimonio a 130 kilómetros de la civilización más cercana?” Y, en un correo en el que respondió a preguntas de un periodista del New York Times, el general Kimmitt presentó posteriormente lo que fue, según los estándares militares estadounidenses, casi una admisión: “¿Podía haber habido una celebración de algún tipo?... Ciertamente. Los tipos malos tienen celebraciones. ¿Podría haber sido una reunión entre combatientes extranjeros y contrabandistas? Es una posibilidad. ¿Podría haber habido atracciones? Seguro. Sin embargo, una fiesta de matrimonio en una sección remota del desierto cerca de una de las líneas de las ratas, realizada en las primeras horas de la mañana, pone a prueba la credulidad.”
Los comentarios de Mattis y Kimmitt merecen, por cierto, ingresar a los anales de las citas militares estadounidenses, junto a ese clásico de la era de Vietnam: “Fue necesario destruir la ciudad para salvarla.”
Pero volvamos al tema del daño ceremonial colateral en Afganistán. Consideremos este pasaje de un informe noticioso en el Guardian intitulado: "No US Apology over Wedding Bombing" [No hay disculpas de EE.UU. por el bombardeo de matrimonio]:“Los afganos afirman que los invitados al matrimonio, que celebraban cerca de la aldea Deh Rawud, en la provincia montañosa de Oruzgan, al norte de Kandahar, habían estado disparando al aire – una tradición matrimonial pastún – cuando atacaron los aviones estadounidenses. Pero un vocero de EE.UU. afirmó ayer que los tiros ‘no fueron acordes’ con un matrimonio, diciendo que los aviones habían sido atacados. ‘Normalmente cuando se piensa en fuegos festivos... son al azar, son dispersos, no son dirigidos a un objetivo específico,’ dijo el coronel Roger King en la base aérea de EE.UU. en Bagram. ‘En este caso, la gente a bordo del avión sintió que las armas les seguían la pista y que estaban [tratando] de entablar combate.’”
Fue ciertamente en Afganistán – no en julio de 2006, sin embargo, sino cuatro julios antes, cuando por lo menos 30 personas en una fiesta matrimonial fueron eliminadas, en su mayoría, de nuevo, supuestamente mujeres y niños. Abdullah Abdullah, ministro afgano de exteriores en aquel entonces, describió el ataque aéreo estadounidense. Mató, dijo, “a toda una familia de 25. Ni uno solo sobrevivió. Es la dimensión del daño.”
¡Oh!, y no olvidemos el incidente original en la destrucción de una fiesta matrimonial en las guerras de Bush. A fines de diciembre de 2001, un B-52 y dos bombarderos B-1B, utilizando armas guiadas de precisión, aniquilaron sustancialmente una aldea en Afganistán oriental (y luego, en un segundo ataque, eliminaron a los afganos que excavaban en los escombros). Por aquel entonces, se afirmó que dirigentes del talibán y al-Qaeda habían sido muertos “mientras dormían.” También se afirmó que misiles tierra-aire habían sido lanzados contra los aviones estadounidenses. Un portavoz del Comando Central de EE.UU. publicó una declaración de felicitación después de ocurrido el ataque, con este pasaje: “Informes subsiguientes indican que no hubo daño colateral.”
Excepto, desde luego, como lo describió el corresponsal del Guardian, Rory Carroll, entonces en Afganistán: “zapatos y camisas ensangrentados de niños, libros de texto ensangrentados, el cuero cabelludo de una mujer con cabellos grises entrelazados, caramelos con envolturas rojas, adornos matrimoniales. La carne carbonizada adherida en pedazos negros que podrían haber sido de esbirros de Osama bin Laden, pero según los sobrevivientes se trataba de restos de agricultores, sus mujeres y niños, e invitados al matrimonio.”
En los hechos, según Tim McGirk de Time Magazine, de 112 afganos en la fiesta matrimonial, sobrevivieron sólo dos mujeres. En este caso, parece que los estadounidenses recibieron desinformación de un funcionario afgano que quería saldar cuentas pendientes e hizo lo necesario.
Son cuatro fiestas matrimoniales destruidas por el poder aéreo de EE.UU. en Iraq y Afganistán desde fines de 2001. Y probablemente hubo por lo menos una más. En mayo de 2002, se afirmó que helicópteros de EE.UU. aniquilaron una fiesta matrimonial en la provincia oriental afgana de Khost, matando a 10 e hiriendo a muchos más. Un informe de Agence France Presse en esos días, concluyó: “Estaban realizando un matrimonio en la aldea y la gente disparó al aire en celebración tradicional y helicópteros de EE.UU. volando sobre el área podrían haberlo confundido con fuego hostil. Un avión bombardeó más tarde el área durante varias horas.” En este evento, sin embargo, la documentación es mucho más escasa.
Todos estos “incidentes” tienen algunas características obvias en común: las afirmaciones casi inmediatas de los militares de EE.UU., por ejemplo, de que los atacados eran adversarios, no fiestas matrimoniales; el rechazo en última instancia de las muertes como “daño colateral” usual en tiempos de guerra; y, sobre todo, el hecho impactante de que en ninguna de estas carnicerías de gente local celebrante, EE.UU. haya presentado alguna disculpa genuina.
Los medios dominantes tienden a presentar historias semejantes como si fuera casos en los que ‘él lo dijo’ o ‘ella lo dijo.’ Por cierto, “ella” nunca “dice” nada, porque está muerta. Pero ya se entiende. Como en la matanza más reciente de una fiesta matrimonial afgana, esos artículos – generalmente historias de los servicios de noticias – se encuentran profundamente escondidos dentro de los periódicos estadounidenses donde sólo leen los que buscan noticias. En los hechos, es casi seguro que nuestro informe básico sobre la exterminación de una fiesta matrimonial compartirá un cierto espacio dentro de un mini-resumen de otros tipos de muertes y caos recientes en la región en cuestión. El lenguaje utilizado en esos artículos es generalmente aburrido y, al modo militar, la muerte es esterilizada (excepto en casos excepcionales como en los excelentes informes de Carroll en el Guardian).
Nosotros, los estadounidenses, sólo hemos tenido una experiencia con la muerte llegada por aire desde la Segunda Guerra Mundial – los ataques del 11 de septiembre de 2001. Como probablemente nadie los olvidará, nos estremecieron hasta la médula. Y sabéis cómo se informó sobre esas muertes, llegando hasta repletar páginas especiales con biografías de civiles que sólo estaban en el sitio equivocado en el momento equivocado, y las repetidas invocaciones sobre la barbarie de todos los asesinos de al Qaeda (y verdaderamente fue barbarie).
Las fiestas matrimoniales, sin embargo, no reciben un tratamiento semejante. Para comenzar, se asume automáticamente que son malévolas – hasta que comienzan a llegar los informes de los hospitales, de las aldeas arruinadas, y de los cementerios y, para entonces, es usualmente demasiado tarde como para que reciban mucha atención de la prensa. Cuando eso sucede, sus detalles son anotados en la cuenta de una “bomba errante,” o ese fuego festivo, o ni siquiera se da una explicación.
No hay nada bárbaro que aceche en este caso, aunque podemos estar seguros de que es difícil que esos civiles hayan sido menos sorprendidos por la llegada de los aviones atacantes que les víctimas del 11-S. Nunca se pintan retratos en palabras por sus muertes. Nadie en nuestro mundo piensa en conmemorarlas, ni hay un historial cumulativo de sus muertos. Familias ampliadas enteras han sido eliminadas, y los muertos y heridos son cientos, y sin embargo ¿quién se acuerda?
Y la verdad es: En las guerras de Bush muere el cantante de la boda, la novia no tiene posibilidad alguna de escapar, y el evento puede ser redenominado como un inmenso, gordo, matrimonio de daño colateral.
Al mismo tiempo, nos hemos convertido en una nación de revienta-matrimonios, los visitantes no-invitados que llegan con pretextos falsos, destruyen el lugar, no se disculpan por nada, y se niegan a partir. Es un historial notable, realmente, y captura la naturaleza de la guerra aérea del gobierno de Bush, no contra, sino de y por el terror, de un modo particularmente salvaje. Y sin embargo, en este país, cuando tuvo lugar la última fiesta matrimonial, ningún periodista parece haber recordado siquiera nuestra historia pasada de aniquilación de fiestas matrimoniales. Así son las cosas.
Tom Engelhardt dirige Tomdispatch.com del Nation Institute, es cofundador del American Empire Project (http://www.americanempireproject.com/). Ha actualizado su libro: The End of Victory Culture (University of Massachussetts Press) en una nueva edición. Editó, y su trabajo aparece en, el primer libro de lo mejor de Tomdispatch: The World According to Tomdispatch: America in the New Age of Empire (Verso), que acaba de ser publicado. Concentrado en lo que no ha sido publicado por los medios dominantes, es una historia alternativa de los demenciales años de Bush.
Copyright 2008 Tom Engelhardt
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