Gaza en lucha bajo el asedio
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Los Ejes del Mal
Jen Marlowe
Tomdispatch.com
Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
04/03/08
“Desde Chiapas, Mexico, y el Delta del Mekong, en Vietnam, hasta África Occidental (donde hay emprendida una guerra contra las mujeres que no cesa nunca), Tomdispatch ha estado viajando últimamente a algunos de los lugares más destrozados del planeta. Hoy, Jen Marlowe, directora de documentales y activista de los derechos humanos (así como autora de Darfur Diaries: Stories of Survival) ofrece un relato de su viaje a la desesperada tragedia humana de la asediada Franja de Gaza."
Desde el año 2002, cuando vivía en Jerusalén y trabajaba para un programa israelo-palestino en pro de la construcción de la paz, Marlowe ha estado visitando periódicamente la Franja de Gaza. Ha participado en manifestaciones no violentas junto a activistas palestinos, israelíes e internacionales para impedir la construcción del muro de separación, cuando éste muro se adentraba por tierras palestinas, y también participó en actividades contra el creciente sistema de construcción de carreteras sólo para israelíes en Cisjordania. La profunda degradación de las condiciones de vida de los habitantes de Gaza bajo un asedio inmisericorde, un infierno viviente sin lugar a dudas, es algo que ella ha captado vívidamente. Tom Engelhardt.
Las imágenes de Rafah titilan desde la pantalla de mi ordenador. Habitantes de Gaza volando trozos del muro que les separa de Egipto, abriendo agujeros en la mayor prisión al aire libre del mundo y saliendo en tropel y atravesando la frontera. Un rechazo increíble al sometimiento.
Supe, vía e-mail, que mi amigo Jaled Nasrallah había alquilado un camión para llevar comida y medicinas desde Egipto a la Franja de Gaza. No actuaba en nombre de ninguna organización humanitaria. Es tan sólo un habitante de Rafah, una ciudad palestina que limita con Egipto, que tiene una profunda necesidad de ayudar y quiso aprovechar esa oportunidad.
Nuestros medios no ofrecen casi nunca imágenes rebosantes de la palpable desesperación en que se ha convertido la vida diaria en la Franja de Gaza. Desde que estalló la Segunda Intifada en octubre de 2000, la situación ha estado bordeando esa desesperación cuando los gazanos no pudieron ya seguir trabajando en Israel y los ataques e incursiones del ejército de Israel, las IDF (en sus siglas en inglés), se convirtieron en un espanto diario. Y cada vez más, los cierres de la Franja se han ido intensificando.
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El 25 de enero de 2006, Hamas, acrónico del “Movimiento de Resistencia Islámico” ganó las elecciones parlamentarias a la Autoridad Palestina, derrotando al hasta ese momento preponderante Partido nacionalista laico Fatah. Israel, los EEUU y la Unión Europea se negaron todos a reconocer al nuevo gobierno de Hamas y muchos elementos de Fatah también hicieron todo lo que estuvo en sus manos para asegurar que fracasara.
La tensión y violencia fueron aumentando entre las facciones palestinas, culminando en junio de 2007 con la toma del poder por Hamas de la Franja de Gaza. Israel respondió sellando la Franja. El 19 de septiembre, tras los repetidos disparos de los primitivos cohetes Qassam desde la barriada de Beit Hanoun, en el norte de la Franja, hacia la ciudad israelí de Sderot, el gobierno israelí calificó unánimemente a toda Gaza como “entidad hostil”. Desde entonces, las restricciones efectuadas por las IDF en cuanto a quién y qué se permite que entre en Gaza han seguido creciendo en dureza y crueldad. No hay muchos testigos que puedan testimoniar sobre la desesperada situación de los habitantes de Gaza durante todos estos días. Por eso, tuve suerte cuando a primeros de enero, y con motivo de una visita que efectué a los integrantes de un programa para la construcción de la paz en el que trabajé hace un tiempo, conseguí entrar.
Fue una visita breve, por eso no pude darme una vuelta por los inmensamente vacíos pasillos de los supermercados o visitar los hospitales para averiguar cuáles eran los suministros de que no disponían. En vez de eso, utilicé el tiempo para hablar con los gazanos encargados de hacer frente al asedio internacional y a la crisis interna que dicho asedio ha provocado.
Hubo incluso extraños momentos en que la doble crisis se fundía sobre el terreno, como la tarde en que tomé café en Rafah con Jaled Nasrallah, su hermano, el Dr. Samir Nasrallah, y sus esposas y niños. A Rachel Corrie, una activista por la paz y la justicia procedente de Olympia, Washington, la habían asesinado el 16 de marzo cuando se quedó en pie ante su casa intentado que el bulldozer del ejército israelí no la demoliera. Entre octubre de 2000 y octubre de 2004, las IDF destruyeron 2.500 hogares en la Franja de Gaza. Casi las dos terceras partes de esos hogares, como los de los Nasrallah, eran hogares gentes que se habían refugiado en Rafah.
Ahora son dobles refugiados, como tantos habitantes de Gaza. Me hicieron pasar a la sala del apartamento que ocupaban desde que su hogar fue destruido en 2004. Escasos amueblado, pero el espíritu de esa familia lo llenaba y lo compensaba todo. Cuando, por ejemplo, el delgado y tranquilo Dr. Samir vio la oportunidad de hacer reír a sus jóvenes hijas o sobrinas, su propia cara se iluminó. No paró de hacer al payaso mientras tomábamos fotos, animando a las niñas a posar de forma divertida.
Sólo cuando me iba el asedio dejó sentir su presencia. Saqué unas cuantas chocolatinas y un cartón de Lucky Strikes de mi mochila diciendo: “Creo que resulta difícil de encontrar estos días”.
El Dr. Samir aceptó los obsequios con gran solemnidad. Desenvolvió entonces una chocolatina, la partió cuidadosamente en pequeños trozos y le dio una parte a cada una de las niñas. Con igual sentido de la gravedad, se sentaron sobre las delgadas colchonetas de espuma que había alineadas en la habitación, dando lentamente pequeños mordisquitos, dejando que el chocolate se fundiera en sus bocas. Todavía estaban chupando los trocitos finales cuando me despedí de ellos.
Entrando en Gaza
En cuanto supe que tenía permiso para entrar en Gaza, me pregunté qué iba a llevar conmigo. ¿Cuánto podría transportar? ¿Qué es lo que más necesitan las personas que están bajo asedio? Me imaginé llenando mi mochila de bolsas de arroz, café, azúcar, lentejas, hasta que llamé a mi amigo Ra’ed en Beit Hanoun.
“Hola, Ra’ed. Llegó el miércoles a Gaza. ¿Qué puedo llevaros?
Se produjo un momento de pausa: “¿Puedes traer cigarrillos? ¿Lucky Strikes?”
Empezaron a llegar peticiones de otros amigos. ¿Puedes traer un cartón de Marlboros? ¿Viceroy Lights? Rania pidió chocolate. Ahmad, champú.
Había algo trágico e incluso cómico en esas peticiones. ¿Eran una señal de que la situación no era tan desesperada como me temía? ¿O quizá, dado el continuo stress que los gazanos han estado soportando, la necesidad de alivio psicológico tenía prioridad sobre los productos más básicos?
Ra’ed volvió a llamar con otra petición. ¿Puedes traer una de esas lámparas fluorescentes recargables? Cortan la luz durante ocho horas y mis chicos tienen exámenes. No pueden estudiar sin luz.”
La frontera de Erez es el único cruce de que disponen los internacionales para entrar en la Franja de Gaza. La frontera entre Rafah y Egipto quedó sellada tras la toma del poder por Hamas. Llegué hasta Erez, luchando con mis tres bolsas rebosantes y dos lámparas recargables. Habían reconstruido completamente la terminal desde mi visita de hace un año. Había desaparecido el modesto edificio que albergaba a unos cuantos soldados y ordenadores y en su lugar había una impecable y lograda estructura de cristal. Sentí como si estuviera penetrando en el atrio de la sede de una corporación multimillonaria.
Sellaron mi pasaporte y continué por un laberinto de puertas giratorias de una sola dirección. Tras cruzar la puerta final, me encontré en Gaza, el elegante edificio de cristal y su desinfectada versión de la ocupación israelí se convirtió de repente en un recuerdo surrealista. Estaba sobre un camino de cemento agrietado, cubierto por un deteriorado techo de plástico, en medio de un campo abandonado, lleno únicamente de piedras y escombros. Las realidades, hasta las más pequeñas, cambian aquí tan rápida, tan horriblemente…
El Asedio
Muy pronto me encontré en el coche de Ra’ed que se dirigía hacia Rafah con Rania Jarma, coordinadora de la Campaña Palestino-Internacional para acabar con el asedio contra Gaza. Le entregué las chocolatinas que me había pedido. “Gracias, habibti (cariño)”, me dijo. “Ya sabes lo importante que puede ser el chocolate para una mujer”. Habitualmente muy apasionada, Rania habla y se mueve ahora con el aire de alguien que ha sido sofocada con mantas humedecidas.
Adelantamos a unos carros con montones de plátanos y naranjas. “Entonces, hay fruta aquí. ¿Qué es exactamente lo que está entrando?”, pregunté.
Antes del asedio, explicó, se permitía que entraran en Gaza 9.000 productos diferentes. Ahora, los israelíes han reducido la lista a 20 productos o, en algunos casos, a tipos de productos. Veinte productos para satisfacer las necesidades de casi 1,5 millones de personas. Me siento como en la fantasía de esos programas sobre supervivencia que ponen en TV: Te vas a marchar a una isla desierta y sólo puedes llevar 20 cosas contigo. ¿Qué te llevarías?
Las medicinas están en la lista, me dijo Rania, pero sólo las medicinas aprobadas previamente y registradas en el Ministerio de Sanidad israelí. La carne congelada estaba permitida pero la fresca no (y había escasez de ganado en Gaza). Se permitía que entraran frutas y verduras, pero –aquí Ra’ed hizo un rápido inciso- menos de lo que la población necesitaba y de inferior calidad. Tenía la sensación de que Israel estaba produciendo basura no apta para sus ciudadanos, dedicándola a la exportación internacional a Gaza.
“La pasada semana corté un aguacate y estaba totalmente podrido por dentro”, añadió.
Se permite que entren pañales y papel higiénico, también azúcar, sal, harina, leche y huevos. También jabón, pero no detergente para lavar, ni champú ni otros productos de limpieza.
“No estoy muy segura de si permiten la leche maternizada”, dijo Rania. “Algunas veces puedes encontrarla, otras no”.
Los túneles bajo la frontera egipcia, que en otro tiempo se utilizaban principalmente para meter armas de contrabando en la Franja, se aprovechaban ahora para un dinámico mercado negro. Hamas, que controlaba los túneles, según se dice, está sacando un beneficio considerable de los 10 dólares que les cuesta ahora a los gazanos un paquete de cigarrillos. No puede encontrarse chocolate, ni siquiera en el mercado negro. Un saco de cemento que antes costaba unos 10 dólares alcanza en estos momentos los 75, y, mientras estuve allí no había nada. Todos los trabajos de construcción y reparación habían quedado suspendidos.
El ayuno de Ramadán se rompe tradicionalmente con un dátil seco. Se hizo una petición especial de dátiles a los israelíes, que lo concedieron pero sólo a cambio de que sustituyeran a la sal. Para conseguir sus dátiles de Ramadán los gazanos tuvieron que sacrificar algo.
“Israel dice que no nos va a matar de hambre”, subrayó Rania con una sonrisa irónica cuando estábamos cerca de Rafah. “Y que en realidad sólo nos están sometiendo a una dieta estricta”.
Viajé hasta Rafah para comprar los bordados hechos a mano por la Asociación para la Unión de las Mujeres, una actividad colectiva de las mujeres para el comercio justo. Pensaba llevar los bordados a mi regreso a EEUU para exhibirlos en el Proyecto de Hermanamiento de la Ciudad de Rafah con la ciudad de Olympia, que se puso en marcha tras la muerte de Rachel Corrie, y trabajar para conseguir cumplir su visión de unir a las dos comunidades.
Según me contó Samira, la entusiasta directora de programa de la Asociación, la economía de Rafah se basaba en la agricultura y en la reventa de los productos comprados en Egipto. Sin embargo, durante los últimos siete años, los bulldozer israelíes han destrozado la mayoría de los huertos e invernaderos de la ciudad. Después, cuando empezó el asedio, los comerciantes de Rafah ya no pudieron conseguir más productos de Egipto. En la época en que llegué, sólo el 15% de la población contaba con un trabajo, la mayoría empleados en los ministerios del gobierno.
Samira sacó una gran bolsa de plástico rebosante de trabajos bordados. Estuve admirando los bellos chales y tapices mientras ella describía con entusiasmo una exposición de los bordados de las mujeres celebrada en El Cairo en mayo del pasado año. Se había vendido todo. Las mujeres se pusieron después a bordar a ritmo frenético nuevos cojines, bolsos y chalecos para una exposición que había prevista en Viena para septiembre de 2007. Sin embargo, la Franja de Gaza quedó sellada en junio. Ni las mujeres ni sus bordados pudieron salir. Esa bolsa de plástico contenía todo lo que debería haberse encaminado hacia Viena. El proyecto se había quedado paralizado porque ya no podían disponer de los materiales necesarios, ni de telas ni, sobre todo, de hilos de colores para los bordados. Una vez vendidos esos trabajos, ya no quedaría nada.
Samira animó a Rania para que se probara una maravillosa chaqueta exquisitamente bordada, su alegre llamarada de colores parecía estar extrañamente fuera de lugar en aquella desnuda oficina. Habían tardado un año en terminarla, dijo con orgullo. Dudé en comprarla. De alguna manera me sentía mal por sacar todo ese colorido de la diezmada Gaza. ¿Pero quién más podría llegar a Rafah para comprarle algo al colectivo? Le pedí a Samira que priorizara los artículos que ella prefería que comprara. Empaquetó la chaqueta, y otras piezas que pude permitirme, en aquella misma bolsa de plástico y me la tendió.
Mientras Ra’ed y Rania hablaban animadamente en árabe sobre el camino de vuelta a la Ciudad de Gaza, me puse a mirar por fuera de la ventana, fijándome en que los carteles y banderas verdes de Hamas decoraban casi cada esquina e intersección de las calles. Mientras nos acercábamos a nuestro destino, le pregunté a Rania si quería venir conmigo esa tarde.
“Me encantaría, habibti, pero tengo que regresar a mi apartamento antes de las 6,30. Después de esa hora ya no hay electricidad y, por tanto, no hay ascensor. Vivo en el noveno piso y, debido a la herida de mi rodilla de hace unos años, me resulta muy penoso subir todas esas escaleras.”
Gaza a oscuras
Mahmoud Abu Rahma, un joven con intensos ojos verdes, pasó gran parte de su tiempo discutiendo conmigo de la grave crisis eléctrica en Gaza en su oficina en el Centro para los Derechos Humanos Al Mezan. Las restricciones de fuel impuestas por Israel eran su principal preocupación. No sólo quedaba afectado el transporte cuando se restringía el fuel, explicó. Sin fuel para la única planta eléctrica de Gaza, el consiguiente corte de electricidad afecta a los servicios sanitarios y educativos y provoca una aguda crisis humanitaria.
Mahmud desglosó la situación, anotando cifras y dibujando flechas de conexión en un pequeño bloc. Gaza necesita 237 de megavatios de electricidad al día, 120 de ellos son suministrados directamente por Israel. La planta eléctrica de Gaza solía suministrar 90 megavatios, lo que significaba que a la Franja le faltaban, incluso en los “buenos momentos”, 27 megavatios al día. Entonces, en junio de 2006, tras el secuestro del soldado israelí Gilad Shalit, los israelíes bombardearon la planta eléctrica, hundiendo su capacidad. Entre el asedio y el corte en los envíos de fuel, la planta puede generar aún menos electricidad. Mahmud temía que pudiera llegar a pararse totalmente. Encima de todo esto, añadió, Israel amenazaba con reducir aún más la poca la electricidad que proporcionaba.
Sesenta y ocho personas, dijo, habían muerto ya como consecuencia de las sanciones (*). Otras víctimas habían muerto por causas relacionadas con el asedio en las que había múltiples factores implicados. Sin embargo, para esos 68 seres, podía trazarse una clara línea roja directamente desde el asedio: interrupción de servicios esenciales o el simple hecho de que alguien no pudiera llegar a Israel o Egipto para recibir la atención sanitaria que era imposible conseguir en Gaza.
Mientras Mahmud garabateaba cifras y dibujaba flechas, mi mente deambulaba de los 68 casos extremos a los miles de pequeños sufrimientos diarios que han pasado a formar parte del tejido vital de los habitantes de Gaza. Imaginé a la familia Nasrallah acurrucada bajo las mantas intentando entrar en calor sin calefacción alguna, o los niños de Ra’ed estudiando los exámenes con velas o linternas, o a Rania subiendo esos nueve pisos de escaleras con su rodilla herida.
La Toma del Poder por Hamas
Suhail es el director del Centro Cultural para Niños y Jóvenes Rachel Corrie en Rafah y su centro hermano en el Campo de Refugiados de Yabalia. Ambos centros están bajo el paraguas del sindicato de Trabajadores Sanitarios. “Algunas veces nos preguntan”, me decía Suhail, “qué como es posible que un centro infantil esté bajo el paraguas de una organización sanitaria, pero la conexión es muy clara. Según la Organización Mundial de la Salud, la salud no se mide sólo por la ausencia de enfermedades. Un niño sano tiene que tener también salud a nivel social, emocional y mental, y ahí es donde entramos nosotros”.
Me aseguró que los obstáculos a que se enfrentaban eran grandes. “Diseñamos nuestras actividades para apoyar a los niños mental y emocionalmente, pero no quieren salir de las casas. Los niños están deprimidos. Todo el mundo está deprimido”.
En 2005, los adolescentes que formaban el grupo de dabke del centro –el dabke es una danza folklórica palestina- viajaron a Gran Bretaña en una gira que les llevó a actuar en quince ciudades. Ahora no pueden salir de la Franja. “Queremos que Al Yasira difunda sus danzas grabándoles en una celebración local”, dijo Suhail. “Los jóvenes están también haciendo sus propias películas, en las que muestran sus realidades diarias. Hay diferentes formas de romper un estado de sitio”.
Sus problemas, y eso Suhail lo dejó claro, no provenían todos del aislamiento internacional. “Sí, el asedio contribuye a complicarlo todo, a hacerlo todo más difícil, pero la crisis interna afecta más aún. El conservadurismo religioso está haciéndose fuerte”.
Nuyud
Nuyud, una pecosa muchacha estudiante y voluntaria, ofreció un ejemplo: “Teníamos una comunidad de género mixto. Incluso participaban más las chicas que los chicos. Ahora es al contrario. Los muchachos y las muchachas no saben bien qué hacer, no se atreven a permanecer juntos en la misma habitación por miedo a ser atacados por Hamas”. Y señalando a un joven voluntario añadió: “Tenemos que tener mucho cuidado el uno con el otro en nuestras interacciones”.
Suhail terminó nuestra reunión con el siguiente comentario: “Los cambios culturales necesitan mucho tiempo. Y tienen un montón de enemigos”.
También Samira había planteado indirectamente el impacto de la toma de Gaza por Hamas. “Una vez que te vayas de aquí hoy”, dijo, “es muy probable que venga alguien y nos haga preguntas sobre ti. ¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo aquí?”.
Me senté un momento para beber unos sorbos de un te muy dulce en una taza de plástico, inquiriéndole por su comentario: ¿Os he puesto en peligro al venir hoy aquí?”
“No, no nos va a ocurrir nada”, contestó. “Sólo vendrán a preguntar”.
Samira parecía despreocupada. Al menos eso sentí. Parecía que las idas y venidas estaban siendo, cuidadosamente controladas, pero no obstruidas.
Nuevos niveles de violencia
En las impecables oficinas del Programa de Salud Mental Comunitaria de Gaza, Husam al Nunu y el Dr. Ahmad Abu Tawahina sacaron a colación el grado en el que la toma del poder de Hamas había afectado a la vida en Gaza. Husam, director del programa de relaciones públicas, hablaba suavemente, y el Dr. Abu Tawahina, su director general, era un hombre muy vitalista; ambos irradiaban confianza en sí mismos y dignidad.
En aquellos momentos, la sangrienta violencia política a gran escala entre los militantes de Hamas y Fatah había terminado. No había ya tiroteos por las esquinas de las calles. Sin embargo, proseguían las acciones militares contra individuos conectados con Fatah. El Dr. Abu Tawahina describió casos de gente que sólo salía de sus casas para recoger el cuerpo de algún pariente abandonado en la calle, o de gazanos desesperados llamando a la comisaría al ver que un miembro de la familia había “desaparecido”, para encontrar como respuesta que “no se disponía de información”.
Los márgenes de la libertad de expresión, que nunca fueron muy amplios en Gaza, han disminuido significativamente, me dijo Husam. Ahora, regularmente, se hacen llegar mensajes de temor e intimidación a periodistas y trabajadores por los derechos humanos. Los afiliados de Fatah son golpeados, detenidos, sus coches quemados; las organizaciones relacionadas con Fatah han sido totalmente destruidas. Me acordé de la respuesta de Mahmud cuando le pregunté si, desde la toma del poder por Hamas se había visto afectada la capacidad de Al Mezan a la hora de trabajar y denunciar los abusos de los derechos humanos sufridos por la gente de Gaza.
“No estamos cambiando en absoluto nuestra forma de trabajar”, dijo, eligiendo lentamente sus palabras. “No nos permitimos a nosotros mismos que nadie nos intimide.”
Las diferencias políticas e ideológicas entre los movimientos han jugado ciertamente un papel importante en las luchas internas –explicó cuidadosamente el Dr. Abu Tawahina-, así como el factor regional: Washington apoya a Fatah, mientras Hamas recibe el apoyo de Siria e Irán. Pero como señaló Husam, tampoco deben ignorarse otros factores. “No hay tradición de democracia o transferencia de poder a la sociedad palestina”, dijo. “Fatah no estaba preparado para perder las elecciones de enero de 2006 ni para transferir el poder a Hamas”.
A toda esta mezcla hay añadir el terminante rechazo tanto de la administración Bush como del gobierno de Ehud Olmert en Israel a reconocer al gobierno, democráticamente elegido, de Hamas, así como todo el apoyo que le han prestado a Fatah para que lo sabotee.
“¿Qué habría ocurrido”, pregunté, “si a Hamas se le hubiera dado la oportunidad de gobernar desde el primer momento?”
Tras una larga pausan, Husam respondió: “No hay forma de saberlo con seguridad. Pero creo que hubiera sido una buena oportunidad de que Hamas cambiara. Hay montones de señales que indican que estaban dispuestos inicialmente a hacerlo así”.
El Dr. Abu Tawahina amplió entonces el contexto de la discusión. Muchos oficiales de Fatah habían pasado años en las prisiones israelíes, comentó, soportando las torturas de los soldados e interrogadores israelíes. Tras la firma de los acuerdos de paz de Oslo en 1993, a los miembros de la organización para la Liberación de Palestina (de la cual Fatah es la facción más poderosa) se les permitió establecer un aparato de auto-gobierno denominado Autoridad Palestina (AP). Israel estuvo presionando a la AP para que arrestara a quienes se oponían al proceso de Oslo, especialmente cuando los grupos de oposición llevaban a cabo ataques en Israel.
Como consecuencia, miles de miembros de Hamas, la mayoría de los cuales jamás se habían implicado en actos violentos, pasaron temporadas en las cárceles de la AP. Los interrogadores de Fatah aplicaron entonces las mismas técnicas a los prisioneros que los israelíes habían utilizado una vez contra ellos, yendo incluso aún más lejos. “En psicología, nos referimos a ello como ‘identificación con el agresor’”, me dijo el Dr. Abu Tawahina.
Ahora, la misma gente a la que Fatah sometió a malos tratos en prisión está a cargo de la Franja de Gaza y está intentando vengarse de una década de malos tratos bajo Fatah. El fenómeno puede encontrarse también en la sociedad civil de Gaza. Cien mil trabajadores palestinos que solían trabajar en Israel sufrían humillaciones diarias a manos de los soldados israelíes en el cruce de Erez. Si dirigían su ira y frustración hacia quienes los sometían a malos tratos, perderían los permisos que les permitían ir a trabajar a Israel. A cambio, muchos de ellos estallaban en ataques de cólera en sus mismos hogares, frente a sus mujeres y niños, creando nuevas víctimas.
Sin embargo, el actual nivel de violencia en Gaza no tiene precedentes. Hamas adoptó las detenciones y torturas que formaban parte integral de la vida palestina bajo el dominio israelí y más tarde bajo la AP y añadió lo que antes resultaba inimaginable: ejecuciones estilo-argelino y desapariciones. Estas acciones nunca se produjeron antes entre los palestinos.
Nadie sabe cuánta gente ha desaparecido en estos últimos meses ni los detalles de sus torturas. Hamas no permite al personal del Programa de Salud Mental Comunitario de Gaza que visite las prisiones como antes se hacía con regularidad. Las organizaciones de derechos humanos están intentando recopilar listas de los desaparecidos, pero no hay estadísticas globales.
Mientras tanto, la frustración y la rabia, dentro de la olla a presión que es Gaza, no dejan de aumentar. La violencia en la sociedad como un todo, incluida la violencia doméstica, no dejan de aumentar. Continuamente se están creando nuevas víctimas.
“Intentamos trabajar con el gobierno de Fatah cuando estaba en el poder”, dijo Husam. “Intentamos advertirles de las consecuencias que a largo plazo provocarían sus torturas. No quisieron escuchar nada.”
El Dr. Abu Tawahina intentó describir su ferviente esperanza de poder construir un día una comunidad que disfrute de democracia genuina y del imperio de la ley, sin que importe quién esté en el gobierno. Pero, en ese sentido, sus sueños son cuando menos remotos.
“Pensemos”, añadió, “que Israel y EEUU logran expulsar a Hamas y reinstalar a Fatah. ¿Cree Vd. que Fatah instituiría entonces un programa de reconciliación?”
El Dr. Abu Tawahina dejó que la pregunta, sin respuesta, llenara la habitación. Pero por un apenas perceptible movimiento de su cabeza, supe cuál era su respuesta.
Sociedad Deshecha
Debido a la cada vez más traumatizada población, se necesitan desesperadamente los servicios del programa de salud mental. El equipo trabaja febrilmente, intentando desarrollar nuevas técnicas para enfrentar la catástrofe que es Gaza, pero nada, ni el consejo telefónico, ni traer a otras ONG, ni mantener reuniones comunitarias para proporcionar habilidades a un gran número de personas, consigue hacer frente a las cada vez mayores necesidades comunitarias.
“La paz es fundamental para los servicios de salud mental”, señaló acertadamente el Dr. Abu Tawani. “Nuestro equipo se siente impotente para ayudar a nuestros pacientes. Cuando la fuente de los síntomas mentales de alguien proviene de necesidades físicas no satisfechas, las técnicas terapéuticas poco pueden hacer”.
Por el momento, el recurso más fundamental de la comunidad –ella misma- está muy agotado. En la sociedad palestina, las extensas familias han servido siempre como centro de una red de apoyo y protección. Anteriormente, el proyecto de salud mental utilizó esa increíblemente poderosa red social como parte de su acervo comunitario, haciendo esfuerzos especiales para educar a los miembros de las familias sobre cómo cuidar unos de otros.
Con la división entre Fatah y Hamas haciéndose cada día más profunda, el Dr. Abu Tawahina sugirió que la lealtad a los partidos políticos estaba creciendo por encima de la lealtad a las familias. En muchas familias estaban apareciendo ya las grietas. Husam me habló de familias donde un hermano, leal a Hamas, daba información a los dirigentes de Hamas sobre otro hermano, activo para Fatah, lo que llevó a su detención. Yo había oído incluso rumores de un hermano que mató a otro. Las implicaciones de todo eso van mucho más allá de las capacidades de trabajo de un grupo de salud mental. Los cimientos mismos de la supervivencia y resistencia palestinas están ahora amenazados como fábrica social, su fortaleza como pueblo amenaza con venirse abajo.
Cuando nuestro encuentro finalizaba, Husam, de repente, abordó un nuevo tema. “El nivel de odio hacia los que están detrás del asedio -israelíes y estadounidenses- va en aumento. Necesitamos mostrar el rostro humano del pueblo estadounidense”
Su comentario me recordó que Samira y Suhail habían también hablado de su deseo de lanzar un programa en Internet que conectara a los jóvenes de Rafah con los adolescentes de Olympia, Washington, la ciudad natal de Rachel Corrie. En sí misma, no puede sorprendernos nada esa ira hacia los estadounidenses, cuyo gobierno apoya firmemente el asedio y también ha apoyado a Fatah en la lucha de destrucción mutua en Gaza que no hace sino acelerarse. Como poco, lo que sí resultaba sorprendente, conmovedor y humano era el impulso de unos cuantos palestinos a enfrentar ese odio y ponerle rostro humano a los estadounidenses.
El Dr. Abu Tawahina concluyó con una advertencia muy seria: “Los estudios empíricos muestran que los castigos colectivos no se limitan a quienes están sometidos a ese castigo. Afecta también a la comunidad internacional. Lo que está sucediendo ahora en Gaza puede muy bien influir algún día en lo que suceda después en Europa y Estados Unidos”.
Pequeña esperanza
Ahora, de vuelta en los EEUU, contemplo todas esas imágenes de hace unas pocas semanas de los habitantes de Gaza fluyendo hacia Egipto. Y siento dentro de mí una mezcla de parálisis y esperanza, angustia por la interminable desesperación que llevó a destruir ese muro y ánimo por la forma en que los habitantes de Gaza consiguieron romper brevemente su propio asedio.
Creo que el Dr. Tawahina tiene razón. Lo que estamos permitiendo que ocurra en Gaza –y nosotros lo estamos permitiendo, hasta facilitándolo- volverá para atormentarnos. Aún así, a pesar de todos los indicadores de una sociedad encerrada en una inmensa prisión al aire libre sucumbiendo a la violencia y posiblemente fragmentándose hasta el punto de hacer imposible la reconciliación, mantengo una pequeña esperanza. Quizá todos los que estamos fuera de esa prisión nos veamos afectados por algo más que la rabia explosiva que inevitablemente fluye del intento de aplastar y dominar a un colectivo de 1,5 millones de seres humanos. Quizá también nos afecte que los habitantes de Gaza rechacen someterse a sus opresores, sean de fuera o de dentro. En última instancia, lo que confío es que nos mantengamos solidariamente junto a ellos.
N. de la T.:
(*) En la fecha en que se realizó la entrevista. En la actualidad, la cifra de víctimas, como es bien sabido y por diferentes causas, se ha disparado.
Jen Marlowe es directora de documentales y activista de derechos humanos, es autora de “Darfur Diaries: Stories of Survival” (Nation Books). Está ahora dirigiendo su próxima película, “Rebuilding Hope”, sobre el Sur de Sudán, y escribiendo un libro sobre Palestina e Israel. Su película más reciente es: “Darfur Diaries: Message from Home. Trabaja en la junta de directores de “Friends of the Jenin Freedom Theatre” y es miembro fundador de Rachel’s Words Initiative. Su dirección de correo es: jenmarlowe@hotmail.com
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