El día en el que el cielo y la tierra cambiaron lugares
Rebelion
05-03-08
Jennifer Loewenstein
Counterpunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Cerca de las 22.30 de la noche del 28 de febrero, M. y su mujer S. estaban hablando en voz baja en una pieza oscura alumbrada apenas por una lámpara a pilas. Trataban de decidir si seguía siendo seguro enviar a sus niños a la escuela y decidieron a favor porque la escuela primaria se encuentra en una parte más segura de la ciudad, cerca de una serie de oficinas internacionales. La electricidad en el edificio había sido cortada durante 10 horas y se cubrieron con mantas para calentarse en el húmedo aire invernal. Viven en el sexto piso de la Torre Shifa, un edificio de apartamentos de 11 pisos que alberga más de 100 familias.
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Cuando sobrevino la explosión que destruyó el edificio del Ministerio del Interior al otro lado de la calle, no hubo tiempo para pensar en qué hacer. M. corrió al dormitorio de los niños y se arrojó sobre el cuerpo durmiente de su hijo, Basel, para protegerlo contra los trozos de cristal de las ventanas vecinas a su cama. Luego, unos segundos después, llevaron a sus tres hijos, dos muchachas y el niño, todos ellos totalmente despiertos y llorando de terror, a la cocina sin ventanas. M. los arropó con mantas y almohadas y se acurrucaron para pasar la noche en un sueño intranquilo y pesadillas horripilantes, mientras su madre sollozaba silenciosamente a su lado, acariciando sus caras.
M. volvió a la habitación de los niños a tiempo para la segunda explosión ensordecedora que lo hizo alzar instintivamente los brazos. Cuando los bajó y miró hacia el cielo nocturno, todo parecía marrón, la tierra de debajo de los edificios destruidos se arremolinaba delante de las ventanas del dormitorio y no veía otra cosa que escombros volantes, humo y un muro de tierra. Por un momento no pudo oír bien, sólo contemplar – aturdido – hipnotizado por el silencio después de los ataques aéreos.
Por la mañana, nadie salió de la casa. “Es un día negro en Gaza,” escribió M.; “un holocausto como dijo Vilnai (vice-ministro de defensa de Israel). Hay un ataque cada cinco o diez minutos. Nos mantiene con los nervios de punta y crispa nuestros sentidos. Hay tanta cólera por lo que está sucediendo; especialmente las escenas de niños y bebés asesinados. Estoy tan ocupado que no sé cómo describir mis sentimientos. Me esfuerzo por evitar todo sentimiento porque ahora mismo es demasiado insoportable.”
A, un soldado de Hamás, corre desesperado hacia su casa. Sus perseguidores no logran dar en el blanco, así que lanzan tres cohetes a la casa al borde del campo Jabalya matando a todos los que están dentro (cuatro miembros de la familia). Ahora están furiosos así que todas las casas en su camino son tratadas de la misma manera, y sin el “militante” que guíe sus acciones siguientes; cohetes disparados hacia los interiores de hogares sin saber quién está adentro. Testigos presenciales informan de esto y de cosas peores: una bebé de seis meses despedazada en trozos ínfimos junto con su madre y su hermano. Una pequeña malherida por la metralla grita que no quiere morir antes de dejar este mundo. Las madres y padres no pueden proteger a sus niños y lloran y gritan en los funerales que nunca son vistos en esta parte del mundo, especialmente durante la temporada del baloncesto.
¿A quién le interesan realmente estos niños? Cada palestino es un militante porque todos (tarde o temprano) quieren que Israel se vaya de su tierra, de sus vidas, y olvidarlo como un sueño horrible. Por este motivo todos son objetivos por igual: ninguno de ellos es suficientemente inteligente como para comprender que su tierra no es su tierra, que sus vidas no son sus vidas, y que su sueño horrible es su presente y su futuro. No hay piedad para el que no lo comprende.
Los ataques nocturnos de los F-16 y de los misiles de los helicópteros continuaron durante el día el viernes 29 hasta el primer fin de semana de marzo, incesantes en su ferocidad y en su matanza indiscriminada – venganza por la muerte a comienzos de la semana pasada de un estudiante israelí en el colegio Sapir en las afuera de Sderot. Por cada vida israelí, deben morir decenas de palestinos. Dios nos salve ahora, después de que dos soldados israelíes fueron muertos combatiendo en tierra ocupada, contra esclavos renuentes; matando a gente inocente para mantener una injusticia de 60 años. Prepárate, Gaza. Pagarás caro por la continuación de este crimen.
No reflexionemos demasiado sobre lo que significa todo esto. Cómo, por ejemplo, el estudiante de 47 años del colegio Sapir quisiera saber que muerto ha sido mucho más útil a su Estado que vivo. Porque, muerto, suministró un pretexto más para realizar el asesinato masivo de los subhombres árabes que bloquean la vista al mar, tan agradable, en la Tierra Promedia del sudeste. Su muerte cuestionó las reglas de combate israelíes: la guerra de “nosotros matamos y vosotros moréis,” el único tipo de guerra permitido por los Amos Neojudíos y sus aliados en EE.UU. que no tienen la menor intención de lograr una paz justa con las formas inferiores de vida en su medio. La demanda mojigata de que hay que detener los Qassams es una mentira deliberada que tiene el propósito de hacer olvidar que los Qassams suministran un pretexto casi infalible para apoderarse de más de Gaza y de arruinarla aún más; y que los Qassams son el resultado de la tortura y evisceramiento sistemático nacional, nacidos de la ocupación, causados por ella, agravados por períodos de sitio, sadismo y asesinato masivo.
La paz requeriría la renuncia a la hegemonía nacional. La paz exigiría que se compartan equitativamente la tierra y los recursos. La paz podría, ¡que Dios no lo quiera!, la toma democrática de decisiones en una región en la que los israelíes no merecen más, no tienen más derecho a, Su Modo de Ser, que cualesquiera otros en su cercanía. Bueno, lo siento, pero son cosas que no aparecen en la agenda de Israel. Los dirigentes del mundo de ensueño racialmente puro del desventurado estudiante de Sderot agradecen su muerte. Ahora las llamas coléricas de la intolerancia pueden seguir ardiendo febrilmente. Los cuerpos de cada hombre, mujer o niño de Gaza deben ser arrojados a esas llamas, como libros, para consagrar el ritual, la ofrenda ardiente, de aquellos que deben a los israelitas actuales su Sión Contemporáneo. El rol sagrado de víctimas justificará nuestro reino supremo.
Seguramente esto colmaría de satisfacción al Ministro de Interior de Israel Meir Sheetrit, quien vociferó que si fuera su decisión, los soldados israelíes que penetran en Gaza deberían disparar contra “todo lo que se mueve” – como bebés e infantes, abuelos y abuelas, naranjos y asnos debilitados tirando carretas con vegetales podridos; como flores y aves marinas, pollos y cabras, ratas y cucarachas. Una política de tierras arrasadas sería suficiente. Crearía su páramo apocalíptico y lo llamaremos paz.
Nadie necesitaba que Sheetrit legitimara la estrategia de crear la inconsciencia del infierno. Los subhombres a los que se puede negar alimentos, agua, combustible, electricidad, suministros médicos, el derecho de partir y volver a casa, el derecho de no morir en una ambulancia sin los permisos apropiados, el derecho a su propia tierra y a su propia nacionalidad, precisamente porque son seres humanos inferiores, también pueden ser seleccionados uno a uno o en grupo o en familias o porque son “militantes,” o por todas esas razones, que no merecen un juicio justo, un proceso debido, fotografías, nombres, titulares, artículos, pesar o desgarradores funerales televisados para conmemorar sus sacrificios. En un mundo semejante los contextos son un insulto a la inteligencia de los responsables políticos.
Una petición tras otra de las organizaciones de derechos humanos, legales, obras benéficas y dirigentes religiosos, organizaciones por el bienestar infantil, proyectos de ayuda médica, sociedades de socorro a refugiados, agencias humanitarias internacionales, celebridades, parlamentarios, analistas de política internacional e innumerables otros, no sólo son desatendidas sino no leídas, no escuchadas, un desperdicio del tiempo para cada cual. ¿Existe un motivo que justifique que la carnicería en Gaza continúe ante nuestros ojos y que ningún actor estatal o no-estatal suficientemente fuerte se moleste por actuar? La vergüenza recae sobre nosotros, porque Israel y su Amo EE.UU. han residido de largo en el círculo inferior del Infierno por traición en el nombre de la humanidad.
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Jennifer Loewenstein es Directora Asociada del Programa de Estudios de Medio Oriente en la Universidad de Wisconsin-Madison. Es miembro del consejo de la Coalición Israelí contra la Demolición de Casas – filial EE.UU., fundadora del Proyecto de Ciudad Hermana Madison-Rafah y periodista independiente. Para contactos: amadea311@earthlink.net
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