Desmitificando el sionismo
Yakov Rabkin
Information Clearing House
Traducido para Rebelión por J.M. y revisado por Caty R.
14/10/09
La palabra sionismo tiene diferentes significados para diferentes personas. Para algunos es como un signo de distinción que defiende, sin condiciones, el Estado de Israel para bien o para mal. Sin embargo, muchos sionistas se ofenden cuando se denomina a Israel como un Estado sionista. Ellos insisten en denominarlo “Estado judío”, es decir, “Estado del pueblo judío”. En silencio, algunas personas que se identifican con el sionismo están angustiadas por lo que es Israel y sus actuaciones pero, aún así, siguen reacias a expresar su malestar en público. Otros, incluidos algunos israelíes, ven el sionismo como el principal obstáculo para la paz palestina-israelí y un camino hacia el suicidio colectivo. Y finalmente, en algunos círculos, la palabra se utiliza como un insulto.
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Este artículo se propone desmitificar el sionismo al exponer un perfil de la idea del sionismo y su relación con la religión. Continúa con una rápida mirada sobre la evolución del sionismo desde una aparente mezcla de ideologías que no tienen nada que ver entre ellas, hasta la monolítica instancia política que prevalece en la actualidad. El artículo concluye ofreciendo las respuestas a dos preguntas que preocupan actualmente a muchas personas: cómo se explica el sólido apoyo que Canadá, Estados Unidos y otros gobiernos occidentales ofrecen al Estado de Israel, y por qué el rechazo del sionismo y la crítica a Israel se ven frecuentemente como actuaciones antisemitas.
Orígenes
El sionismo es un producto de la historia europea y uno de los últimos movimientos de la historia contemporánea que emergieron para transformar al hombre y la sociedad. Tanto los sionistas como sus opositores concuerdan en que el sionismo y el Estado de Israel constituyen una revolución en la historia judía; una revolución que comenzó con la emancipación y la secularización de los judíos europeos en los siglos XIX y XX.
La secularización, que afectó a muchos judíos en Europa, fue una necesidad, aunque no un factor suficiente para el surgimiento del sionismo. Otro factor importante fue la resistencia a la entrada de los judíos en la sociedad europea, unida a la ideología secular racial o científica del antisemitismo. A diferencia del cristianismo antijudío, que pretendía la salvación a través de la conversión, el antisemitismo moderno considera a los judíos como una raza o un pueblo intrínsecamente ajeno, incluso hostil, a Europa, a su población y a su civilización.
La secularización incluso revolucionó internamente la identidad judía: se puede distinguir a los judíos tradicionales por lo que hacen o por lo que deberían hacer; a los nuevos judíos por lo que son. A pesar de que practican la misma religión, sería ciertamente osado asumir que los judíos de Polonia, del Yemen o de Marruecos, pertenecen al mismo grupo étnico, y no menos atrevido afirmar que todos descienden de los hebreos bíblicos. Algunos, como el profesor Shlomo Sand, de la universidad de Tel Aviv, argumentan que el pueblo judío como concepto étnico, simplemente se “inventó” para las necesidades del sionismo hacia finales del siglo XIX: después de todo, para ser nacionalista hace falta una nación.
Según las palabras del difunto profesor Yeshayahu Leibowitz, de la universidad hebrea de Jerusalén, el histórico pueblo judío no se definió como una raza, como un pueblo de éste o aquel país, o de éste o aquel sistema político, ni como un pueblo que habla la misma lengua, sino como un pueblo del judaísmo de la Torá y sus mandamientos, como un pueblo con un modo de vida específico, tanto en el plano espiritual como práctico, un modo de vida que expresa la aceptación de… el yugo de la Torá y sus mandamientos. Esta conciencia ejerce sus efectos desde lo interno del pueblo. Formó su esencia nacional, se mantiene retroalimentándose a través de las generaciones y ha sido capaz de preservar su identidad con independencia de los tiempos y las circunstancias.
El sionismo rechazó la definición tradicional a cambio de una definición nacional moderna. De tal manera que los sionistas aceptaron la visión antisemita de los judíos como una raza o un pueblo diferente y, más aún, adoptaron mucha de la culpabilización directa a los judíos, acusados de degenerar en parásitos improductivos. Los sionistas se propusieron reformar y redimir a los judíos de su triste situación. Según palabras del profesor Elie Barnavi, ex embajador israelí en París, “el sionismo fue una invención de judíos intelectuales y asimilados… que dieron sus espaldas a los rabinos y aspiraron a la modernidad, en una desesperada búsqueda de remediar su angustia existencial”. Sin embargo, muchos judíos rechazaron el sionismo desde sus comienzos. Vieron que el sionismo hacía el juego a sus peores enemigos, los antisemitas: éstos querían verse libres de los judíos, mientras que los sionistas querían concentrarlos en Israel. El fundador del sionismo, Theodore Herzl, consideraba a los antisemitas “amigos y aliados” del movimiento.
Entre las muchas tendencias dentro del sionismo, la que triunfó formuló cuatro objetivos: 1) transformar a los judíos transnacionales y extraterritoriales de una identidad centrada en la Torá a una identidad nacional similar a las comunes europeas; 2) desarrollar una lengua nacional basada en el hebreo bíblico y rabínico; 3) transferir a los judíos desde sus países de origen a Palestina; y 4) establecer el control político y económico sobre la tierra, por la fuerza si fuese necesario. Mientras que otros nacionalismos europeos, tales como el polaco o el lituano sólo necesitaban arrebatar el control de sus países de los poderes imperiales para ser “los dueños de sus propias casas”, los sionistas encaraban un reto mayor tratando de alcanzar simultáneamente los tres primeros objetivos.
El sionismo fue una rebelión contra el judaísmo tradicional y su culto de la humildad y la pacificación. Fue un arrojado intento de transformar al manso judío piadoso confiado en la providencia divina en un intrépido secular hebreo dependiente de su propio poder. Esta transformación ha sido un éxito espectacular.
Sionismo y religión
Según un sarcástico comentario de un colega israelí, “nuestra reivindicación de esta tierra podría exponerse en poca palabras: Dios no existe y Él nos dio esta tierra”. En realidad, el nacionalismo secular y la retórica religiosa mienten en la raíz de la empresa sionista.
De hecho, el sionismo transformó las expectativas de las plegarias y el mesianismo en llamados a acciones políticas y militares. En su historia intelectual del sionismo, el profesor Shlomo Avineri, de la universidad hebrea de Jerusalén, hace la siguiente observación: “los judíos no vivían la visión del retorno como una acción más activa que los cristianos el segundo Advenimiento… El hecho es que con toda su carga emocional, cultural y religiosa, la relación con Palestina no cambió la praxis de la vida judía en la diáspora: los judíos debían rezar tres veces al día por la liberación que debía transformar el mundo y llevarlos a Jerusalén, pero no emigraron allí. No lo hicieron porque la tradición judía desalienta el retorno colectivo, y mucho más si es violento, a la Tierra Prometida: dicho retorno debe ocurrir como parte de la redención mesiánica de todo el mundo”.
Hay un cuestionamiento por el cual la idea sionista provocó una oposición inmediata entre los judíos tradicionales, “el sionismo es el peor enemigo que ha tenido nunca la nación judía… el sionismo mata a la nación y luego eleva el cadáver al trono”, proclamaba un eminente rabino europeo hace casi un siglo. El erudito israelí Yosef Salmon explica esta oposición:
La amenaza del sionismo es la que ofreció el peligro más serio, ya que trató de arrebatar su gran patrimonio a la comunidad tradicional, tanto en la diáspora como en la tierra de Israel, el objeto de sus esperanzas mesiánicas. El sionismo cuestionó todos los aspectos del judaísmo tradicional: en sus propuestas de una moderna identidad judía nacional, en la subordinación de la sociedad tradicional a un nuevo estilo de vida y en su actitud hacia los conceptos religiosos de la diáspora y la redención. La amenaza sionista alcanzó a todas las comunidades judías. Fue imparable e inclusiva y, por lo tanto, se encontró con una oposición inflexible.
Los rabinos también estaban preocupados, mucho antes de la declaración del Estado de Israel, de que “los sionistas finalmente crearían un judaísmo de cañones y bayonetas que invertiría los roles de David y Goliat y terminaría en una perversión del judaísmo, que nunca glorificó la guerra ni idolatró a los guerreros”. Esto ha ocurrido en realidad, particularmente dentro del movimiento religioso nacional, que ha sido el motor de la colonización sionista de los territorios conquistados por las tropas israelíes en 1967.
El trasplante de símbolos tradicionales judíos esenciales en el sionismo secular, a pesar de su incongruencia, es muy potente. La identificación con la confianza de Israel en su fuerza aumentó incluso entre muchos judíos observantes, a pesar del rechazo del sionismo por parte de los rabinos a quienes siguen venerando. Más importante aún, el sionismo reemplazó al judaísmo como una nueva religión para millones de personas laicas y ateas. De manera refleja rechazan la desaprobación a Israel e ignoran sus acciones desagradables. Creyendo que actúan como buenos judíos, aprecian y animan a un Israel ideal, virtual, así como los comunistas occidentales apoyaban a una Unión Soviética idealizada que tenía poco que ver con la real.
Al miso tiempo, una amplia variedad de judíos continúa oponiéndose al sionismo, acusándolo de destruir los valores morales y de poner en peligro a los judíos, tanto en Israel como en cualquier otra parte del mundo. Habrá que ver si la fractura entre los que se aferran al nacionalismo judío y lo que lo aborrecen se podrá cerrar algún día. O si, como ocurrió antes con el cristianismo, el sionismo llegará a fusionarse en una nueva identidad independiente del judaísmo en su conjunto.
Mientras que el sionismo ha dividido profundamente a los judíos, se ha unido a decenas de millones de cristianos evangélicos en Estados Unidos y otras partes del mundo. Algunos de ellos declaran que “Israel es más importante para los cristianos que para los judíos”. Para el prominente Reverendo Jerry Falwell, la fundación del Estado de Israel en 1948 es “el acontecimiento más crucial de la historia desde la ascensión de Jesús al cielo… Sin el estado de Israel en Tierra Santa, no puede haber el segundo Advenimiento de Jesucristo, ni el Juicio Final, ni el fin del mundo”. La coalición de Cristianos Unidos por Israel suma más adeptos que todos los judíos del mundo (entre 13 y 14 millones). Muchos sionistas actualmente son cristianos, lo que no es sorprendente, ya que el proyecto de unificar a los judíos en Tierra Santa surgió con anterioridad en los círculos protestantes angloamericanos y luego fue adoptado por los judíos a finales del siglo XIX.
Evolución del sionismo
Las ideologías políticas dentro del sionismo fueron variadas, desde la exclusiva militancia nacionalista hasta el socialismo humanista y el comunismo nacional. Mientras que los pioneros estaban convencidos de que los habitantes originarios palestinos solamente aceptarían la colonización sionista bajo una abrumadora fuerza militar, los sionistas posteriores creían que algunos eventuales beneficios de progreso y modernización podrían encaminar hacia la unidad proletaria entre colonizadores y colonizados. A diferencia del derechista Vladimir Jabotinsky, quien respaldó abiertamente el colonialismo, y por lo tanto el carácter violento del sionismo, la mayoría de los pioneros socialistas obviaron el reconocimiento del conflicto por la tierra entre los sionistas y la población originaria. Jabotinsky, admirador de Mussolini, llamó a la movilización de los judíos a “la guerra, la rebelión y el sacrificio” y se burló de la visión ilusoria de los sionistas socialistas y su insistencia en “la pureza de las armas”.
De hecho, el énfasis en el uso de la fuerza fue casi siempre común entre los sionistas socialistas. Es cierto, miles de socialistas y comunistas de primera línea se oponían a la idea de un Estado judío que consideraban reaccionario, y hasta fascista, en la década de 1920. Al mismo tiempo, los dirigentes del sionismo laborista no aplicaron los principios socialistas igualitarios para los árabes locales y los inmigrantes judíos de los países musulmanes. El socialismo fue para ellos un mero instrumento para la causa nacionalista más que un valor intrínsecamente social y político. David Ben-Gurión, el futuro fundador del Estado de Israel, declaró en 1922:
No será considerando el orden en nuestras vidas como armoniosos principios de un sistema de producción socioeconómico como decidiremos nuestra línea de acción. Lo único que debe gobernar nuestros pensamientos y nuestro trabajo es la conquista de la tierra y la construcción por medio de la inmigración masiva. El resto son meras palabras y retórica, y -no nos engañemos- en nuestra situación política, debemos ir más allá de nuestras conciencias: esto quiere decir, en una conciencia de poder en las relaciones, la fuerza de nuestro pueblo en este país y en el extranjero.
Para Zeev Sternhell, el principal historiador de los movimientos de derecha, el socialismo de Ben-Gurión estaba inspirado en los socialismos nacionalistas alemanes de los años posteriores a la Gran Guerra. En la introducción de su libro The Founding Myths of Zionism (Los mitos fundadores del sionismo N. de T.), Sternhell va mucho más allá con el término “nacionalismo socialista” evitando denominar nacionalsocialista la visión de Ben-Gurión. Mientras que algunos sionistas lamentan la desaparición del “pequeño y hermoso Israel” de los años 1950, admirado por la izquierda internacional, era razonable esperar que las prácticas del sionismo, que implicaban el desplazamiento de las poblaciones locales, evolucionaran hacia un puro nacionalismo lejano de los ideales socialistas que entusiasmaron a los pioneros del sionismo.
El apoyo de occidente
Un comentarista político israelí señaló una vez que si Jean-Marie Le Pen transfiriera su partido a Israel, se vería a sí mismo en el centro izquierda dentro del espectro político israelí. Los medios de comunicación israelíes calificaron de “fascista” y “racista” el parlamento elegido en 2009. Estas elecciones vinieron a la zaga de un apoyo popular masivo a los ataques a Gaza que dieron como resultado miles de civiles muertos y heridos. El nuevo gobierno propuso una serie de medidas legislativas represivas, políticas de intensificación del hostigamiento a los grupos de judíos disidentes y la prohibición de entrada a los emisarios de las Naciones Unidas.
Sin embargo, los gobiernos occidentales no han reaccionado desaprobando estas medidas, como hicieron luego del triunfo de Hamás en Gaza o de Heider en Austria. La mayoría expresaron su confianza en la solidez de la democracia israelí y se abstuvieron de expresar críticas. El gobierno conservador de Canadá continuó su política de apoyo entusiasta y cooperación de seguridad con Israel. ¿Por qué goza Israel de tanto apoyo por parte de los gobiernos occidentales?
Una de las razones es el desplazamiento político, económico y social hacia la derecha en Israel. La brecha entre pobres y ricos se profundizó, la competencia reemplazó a la solidaridad social y la privatización invadió incluso los kibbutzim. Esto encaja con las medidas destinadas a desmantelar el estado del bienestar en la mayoría de las naciones occidentales como consecuencia de la disolución de la Unión Soviética. Así como fue una reacción al internacionalismo soviético el regreso de nacionalismos étnicos, como por ejemplo en las repúblicas bálticas y luego en el resto de Europa. El discurso liberal igualitario cedió su espacio, alguna vez dominante, a los intentos de excluir “a los otros”.
Los valores liberales emergieron durante el período postcolonial, cuando se volvió inadmisible la proclama de la superioridad de una cultura sobre otra, de una religión sobre otra, por no hablar del concepto de una raza sobre otra. La Guerra Fría convirtió el racismo en ilegítimo, mientras se desarrollaba una lucha entre los poderes dirigida a obtener las simpatías del Tercer Mundo. Era una vergüenza y había que arrepentirse de las prácticas racistas del pasado en Europa y en las colonias de todo el mundo. El fin de la Guerra Fría revirtió este proceso. Al principio se comenzaron a escuchar justificaciones en el gobierno de Francia por sus prácticas coloniales, luego a ver monumentos a las tropas SS nazis erigidos en Ucrania y a ver en Roma asiáticos y africanos atacados violentamente, así como en todas partes de Europa. Masacres masivas acompañaron el colapso de Yugoslavia mientras Checoslovaquia se disolvía pacíficamente a lo largo de fronteras étnicas. De nuevo tomaron legítima vigencia intrínsecos factores nacionales y religiosos de conducta, a la vez que las naciones occidentales se involucraban en las guerras de Afganistán e Iraq.
Una vez más, Israel, adoptando un nacionalismo étnico, no cívico, aparece como tendencia. Así como los sionistas no pueden admitir que la injusticia contra la población originaria subyace en la fundación del Estado, tampoco admitirán la permanente enemistad de los palestinos desplazados y sus injusticias por las deportaciones y usurpaciones. Más bien describen a los “árabes” como irracionales aborrecibles, religiosos fanáticos y hasta los nazis de nuestros días. Algunos los comparan con animales e insectos, un vocabulario zoológico que se volvió común entre los colonos. La reacción occidental a los sucesos del 11-S adoptó la narrativa israelí del odio irracional de los árabes al progreso y la libertad y su hostilidad innata hacia los valores “judeocristianos”. Más aún, Israel se puso a jugar el importante rol de fuente privilegiada de experiencia y equipamiento en “la guerra contra el terror” liderada por las naciones occidentales, mientras es vitoreado por la derecha evangelista, que ve en el Estado el presagio del segundo Advenimiento de Cristo.
Sin embargo, el apoyo de occidente es frágil, ya que padece del déficit democrático. La opinión pública de los países, cuyos gobiernos apoyan con entusiasmo a Israel, consideran al Estado hebreo la mayor amenaza a la paz mundial. Mientras los círculos de los negocios expresan su admiración por Israel, uniones civiles y otras organizaciones de base lo condenan por su política segregacionista y hacen campaña por el boicot, desinversión y sanciones. Israel se posicionó firmemente como un baluarte de la derecha.
¿Es antisemita rechazar el sionismo y criticar a Israel?
Desde 1948, cuando los sionistas declararon unilateralmente la independencia contra la voluntad de la mayoría de la población de Palestina, compuesta por cristianos, musulmanes y una minoría judía, la dirigencia israelí comenzó a preocuparse por asegurarse una mayoría étnica judía. Utilizaron una serie de métodos para alentar la inmigración de ciudadanos judíos de otros países. Mientras que la mayoría de los inmigrantes llegaron a Israel movidos por la amenaza –real o ficticia- del antisemitismo, más que por razones ideológicas, el antisemitismo siempre ha servido a los intereses de Israel.
En la actualidad, el antisemitismo es una precipitación del conflicto en Oriente Próximo. Los judíos, cada vez más, se asocian a los bombardeos israelíes, a los soldados israelíes armados hasta los dientes y a los colonos sionistas que llenan las pantallas de los televisores. Sin embargo, las autoridades israelíes no se hacen cargo de que sus políticas hacia los palestinos alientan el antisemitismo en todo el mundo. Al contrario, el crecimiento del antisemitismo sirve de apoyo a su reclamo de que solamente en Israel un judío puede sentirse seguro. Y esto, en la práctica, se traduce en mayor inmigración.
Al mismo tiempo, los “vasallos de Israel” (un término acuñado por el ex embajador en Francia Elie Barnavi, refiriéndose a personas a menudo confundidas por los líderes judíos), no sólo proclaman su lealtad a Israel, sino que además izan con desafío banderas israelíes a las entradas de instituciones judías, incluidos asilos de ancianos y hospitales. Esa asimilación de Israel con ciudadanos judíos de otros países provoca antisemitismo y convoca a la hostilidad. La norma sionista proclama que Israel –un Estado distante y combativo que la mayoría de los judíos no controla ni tampoco habita-, es “el Estado del pueblo judío” e implica a todos los judíos del mundo en lo que Israel es y hace. La denominación de Israel como Estado judío, predeciblemente fomenta el antisemitismo y abona la violencia contra los judíos.
Al sofocar hasta la más moderada crítica a Israel con acusaciones de antisemitismo, estos “vasallos de Israel” exacerban los sentimientos antijudíos. A la inversa, los judíos que hablan en contra de las acciones de Israel –como las Voces Judías Independientes en Canadá- socavan los fundamentos de las creencias antisemitas. Expresan la auténtica diversidad de la vida judía –“dos judíos, tres opiniones”- que sobrevuela frente a la patraña antisemítica de una conspiración judía a nivel mundial. Pero los judíos no deben ser las únicas personas “autorizadas” para discutir el sionismo y a Israel.
Unir a Israel con los judíos y sus historias sirve para enturbiar y obturar una discusión racional. Por eso es tan importante hacer distinciones entre los siguientes conceptos: sionismo y judaísmo; Israel como Estado, como país, como territorio y como la Tierra Santa; judíos (israelíes y otros); israelíes (judíos y no judíos), sionistas (judíos y cristianos) y antisionistas (de nuevo judíos y cristianos). Israel debe ser tratado como cualquier otro país independiente: según sus propios méritos y faltas, sin referencias al Holocausto o a los pogromos de Odessa. Para evitar connotaciones antisemitas en la discusión sobre Israel, es importante recordar que el sionismo fue una audaz rebelión contra la continuidad judía y se debe disociar a los judíos y al judaísmo del Estado de Israel y sus acciones.
Un experto israelí en sionismo, Boaz Evron, trae un sentido racional a este asunto tan emocional:
El Estado de Israel y todos los Estados del mundo, aparecen y desaparecen. El Estado de Israel, claramente, desaparecerá dentro de cien, trescientos, quinientos años. Pero yo creo que el pueblo judío existirá mientras exista la religión, quizás durante miles de años. La existencia de este Estado es menos importante que la existencia del pueblo judío… los judíos del mundo pueden vivir muy bien sin él.
Yakov M. Rabkin, es profesor de historia de la universidad de Montreal; su reciente libro A Threat from within: A Century of Jewish Opposition to Zionism (Fernwood), se ha traducido a ocho idiomas y está nominado para el premio Governor General Award.
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