Plegando alas en Afganistán--¡Den paso al mariscal de campo Obama!

Mike Whitney
CounterPunch
Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
10/07/08

Se suponía que Afganistán iba a ser una “guerra buena”; una “respuesta justa” a los ataques del 11 de septiembre. Se suponía que serviría para llevar a Bin Laden “vivo o muerto” ante la justicia y aplastar el terrorismo allí donde se originó. El 95% del pueblo estadounidense apoyó la invasión de Afganistán. Ahora, son ya menos de la mitad los que piensan que EEUU conseguirá imponerse. La guerra se promovió como vía para reemplazar un régimen fundamentalista represivo por un gobierno democrático basado en valores occidentales. La administración Bush prometió reconstruir el Afganistán asolado por la guerra, transformar su sistema feudal en una economía de libre mercado y liberar a sus mujeres de la opresión del extremismo islámico.

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Todo eso no fue más que palabrería barata. No se ha cumplido ninguna de las promesas ni se ha logrado ninguno de los objetivos. Además, la guerra nunca ha sido un instrumento para conseguir cambios sociales positivos; sirve para matar gente y hacer explotar cosas. Emperifollar una agresión militar definiéndola como “prevención” puede funcionar como mucho unos instantes pero, antes o después, la verdad sale a la luz. Democracia y modernidad no vienen desde el cañón de un arma.

Lejos de ser la “guerra buena”, Afganistán resultó ser una brutal guerra de venganza. Tres décadas de lucha han dejado el país en ruinas y la violencia no hace sino empeorar. Como la victoria se ve cada vez más lejana, EEUU ha ido aumentando su campaña de bombardeos haciendo de 2008 el año de más mortífero recuerdo. Las víctimas civiles se han disparado y millones de afganos se han visto convertidos en refugiados. Al mismo tiempo los talibanes se han reagrupado y han pasado a controlar zonas estratégicas vitales en el sur, afectando a las líneas de suministros estadounidenses desde Pakistán. Khost ha caído en manos de la resistencia afgana de la misma manera que sucedió cuando el ejército soviético fue derrotado durante la década de 1980. Los talibanes se están moviendo inexorablemente hacia Kabul y parece ya inevitable que se desencadene una batalla por la capital.

Por segundo mes consecutivo, la cifra de tropas extranjeras muertas en Afganistán ha excedido a la de Iraq. Los combates se han intensificado mientras la seguridad se deteriora velozmente. Las fuerzas de los talibanes no paran de crecer, pero el total del compromiso aliado es todavía inferior a 60.000 soldados para un país de 32 millones. Esto hace que sea imposible capturar y mantener un territorio. El ejército se limita a llevar a cabo operaciones consistentes en “atacar y escapar”. El terreno pertenece a los talibanes.

Michael Scheuer, anterior jefe de la CIA del centro de operativos para la captura de Bin Laden, hizo esta declaración en una reciente conferencia en el Instituto para Oriente Medio en Washington DC: “Afganistán está perdido para los Estados Unidos y sus aliados. Usando la terminología de Kipling: ‘Lo que estamos contemplando es cómo la OTAN se desangra sobre las llanuras afganas’. Pero, ¿qué vamos a hacer? Allí hay 20 millones de pastunes, ¿es que vamos a invadirlos? No tenemos suficientes tropas ni siquiera para formar una organización militar que controle el país. El desastre se produjo al principio. Los locos que salieron corriendo de nuestro país y pensaron que unos cuantos cientos de oficiales de la CIA y unos cuantos cientos de oficiales de las fuerzas especiales podrían tomar un país del tamaño de Texas, y mantenerlo, estaban totalmente locos. Y ahora estamos pagando el precio”.

Scheuer añadió: “En estos momentos, estamos más cerca de la derrota en Afganistán que en Iraq”.

El pesimismo de Scheuer es ampliamente compartido entre las elites políticas y militares. La situación sobre el terreno es desesperanzadora; no hay luz alguna al final del túnel. El escritor Anatol Lieven lo puso muy claro en un artículo publicado en el Financial Times: “The Dream of Afghan Democracy is Dead”: “El primer paso a dar para repensar la estrategia afgana es examinar seriamente las lecciones de una reciente investigación de opinión realizada sobre combatientes talibanes normales y corrientes que fue financiada por el Toronto Globe and Mail. Hay dos resultados que resultan impactantes: la extendida ausencia de manifestaciones intensas de lealtad hacia el Mullah Omar y el liderazgo talibán; y las razones que la mayoría ofreció para unirse a los talibanes, a saber: la presencia de tropas occidentales en Afganistán. Muchos citaron también como motivación las muertes de parientes o vecinos a manos de esas fuerzas. Esto plantea la cuestión de si Afganistán no se estará convirtiendo en una especie de finca de caza surrealista, en la cual EEUU y la OTAN no hacen sino engendrar a los mismos “terroristas” que luego se dedican a perseguir”.

Lieven tiene razón. La ocupación y la descuidada matanza de civiles han servido tan solo para fortalecer a los talibanes e hinchar sus filas. EEUU perdió la lucha por los corazones y las mentes y no tiene fuerzas para establecer seguridad. La misión ha fracasado; el pueblo afgano está harto de ocupaciones extranjeras y a toda velocidad se descomponen los apoyos en el frente interno. EEUU está cavando tan sólo un agujero más profundo donde ir a meterse.

En todos y cada uno de los estándares objetivos, las condiciones son ahora mucho peores de lo que eran antes de la invasión de 2001. La economía es un desastre, el desempleo se ha disparado, la reconstrucción es mínima, la seguridad brilla por su ausencia y la desnutrición está en niveles que rivalizan con el Africa Subsahariana. Afganistán no es más seguro ni más próspero ni más libre. La inmensa mayoría de los afganos siguen viviendo con un nivel de pobreza extrema exacerbado por la amenaza constante de la violencia. El gobierno de Karzai no cuenta con el mandato popular ni con ningún poder más allá de la capital. El régimen no es sino una farsa mantenida por un pequeño ejército de mercenarios extranjeros y unos medios de comunicación colaboradores que lo promueven como un signo de democracia en ciernes. Pero no hay ni democracia ni soberanía. Afganistán está ocupado por tropas extranjeras. Ocupación y soberanía se excluyen mutuamente.

Según el informe del Consejo Senlis: “Stumbling into Chaos: Afganistán on the brink”: “La situación de la seguridad en Afganistán ha alcanzado proporciones de crisis. La capacidad talibán para establecer una presencia por todo el país está probada ahora más allá de cualquier duda; el 54% de la masa continental afgana acoge una presencia permanente talibán, especialmente en el sur de Afganistán.

Los talibanes son de facto la única autoridad gobernante en partes importantes del territorio en el sur y el este, y están empezando a controlar partes de la economía local e infraestructuras clave como carreteras y suministros de energía. La insurgencia ejerce también un importante control psicológico, ganando cada vez más legitimidad política a los ojos del pueblo afgano que tiene una larga historia de alianzas cambiantes y de cambios de régimen”.

El periodista Eric Walberg clarifica aún más el papel jugado por los talibanes en su artículo “The Princess and the Taliban”: “Los lectores occidentales se quedan atrofiados al aceptar las palabras-código de ‘enemigo’ e ‘insurgentes’, ignorando el hecho subyacente de que los talibanes son aún el gobierno legítimo, que esos supuestos insurgentes son ampliamente considerados como combatientes de la libertad que luchan contra los ocupantes extranjeros no musulmanes –el ‘enemigo’ real- que invadieron ilegalmente el país y han matado ilegalmente a cientos de miles de combatientes de la resistencia y de civiles inocentes. Más que ‘matado’, la palabra más apropiada sería ‘asesinado’. Para la gente local, los muertos son ‘mártires’, la igual que en Iraq y en Palestina… Las circunstancias de decadencia del país señalan a los talibanes como la única fuerza capaz de controlar la situación”.

Ni siquiera está claro que las mujeres estén mejor ahora que bajo el gobierno talibán. Según una parlamentaria afgana, Malalai Joya: “Cada mes, docenas de mujeres se autoinmolan para poner fin a su desolación… La guerra estadounidense contra el terror es una farsa y lo mismo ocurre con el apoyo estadounidense al gobierno actual en Afganistán, que está dominado por terroristas de la Alianza del Norte… El ejército estadounidense ha matado a muchos más civiles en Afganistán de los que murieron en EEUU en la tragedia del 11 de septiembre. EEUU ha matado a muchos más civiles que los talibanes… EEUU debería retirarse tan pronto como sea posible. Necesitamos liberación, no ocupación” (“The War on Terror is a Mockery”, Elsa Rassbach, Z Magazine, noviembre 2007).

Los talibanes habían efectivamente erradicado el cultivo de opio antes de la invasión en 2001. Ahora, tras seis años de guerra, el comercio del opio ha retornado con ganas y Afganistán representa el 93% de la producción mundial de heroína. La heroína es ahora la principal exportación afgana; la nación se ha convertido en una narco-colonia estadounidense.

A Bush no podría importarle menos el tráfico de drogas. Lo que le interesa es estabilizar Afganistán para que la miríada de bases estadounidenses que se están construyendo a lo largo de los corredores de los oleoductos pueda proporcionar una vía segura para el petróleo y el gas natural que se dirige hacia los mercados del Lejano Oriente. Eso es lo que realmente cuenta. La administración se está jugando el futuro de EEUU en una arriesgada estrategia que busca establecer un baluarte en Asia Central a fin de controlar el flujo de energía desde el Caspio hacia China y la India.

Pero los políticos estadounidenses ya no confían en la victoria en Afganistán. En realidad, según un informe del Pentágono: “Los militantes talibanes se han reagrupado tras su caída inicial del poder y se han unido formando una fuerte insurgencia’. El informe pinta un cuadro desolador del conflicto, concluyendo que las condiciones de la seguridad en Afganistán se han deteriorado de forma aguda mientras que el gobierno nacional en ciernes en Kabul sigue siendo incapaz de extender su alcance por todo el país o tomar medidas efectivas antinarcóticos”.

La situación es desesperada y está forzando a Bush a decidir si mueve a las tropas de Iraq o se enfrenta a la creciente resistencia en Afganistán. Mientras tanto, la violencia se extiende y los muertos en combate aumentan. Los jefes del Pentágono creen ahora que sólo puede derrotar a los talibanes atacando sus bases en Pakistán, un plan temerario que podría inflamar las pasiones en Pakistán y provocar un conflicto regional. De forma gradual, EEUU está sintiendo atracción por un atolladero mayor.

ADELANTE, MARISCAL DE CAMPO OBAMA

El candidato presidencial Barak Obama, “el candidato de la paz”, apoya una mayor implicación estadounidense en la guerra en Afganistán y ha propuesto “el envío al menos de dos brigadas más de combate –de 7.000 a 10.000 soldados- a Afganistán, mientras despliega más fuerzas de Operaciones Especiales por la frontera afgano-pakistaní. Ha propuesto también aumentar la ayuda no militar a Afganistán en al menos 1.000 millones de dólares al año” (Wall Street Journal). Obama, apoyado por Brzezinski y otros consejeros de política exterior de Clinton, ha centrado su atención en la “guerra contra el terror”, ese lúgubre golpe de relaciones públicas que oculta el deseo estadounidense de convertirse en un jugador importante en el Gran Juego, la batalla por la supremacía en el continente asiático. Obama parece incluso más ansioso de repetir la historia que su oponente John McCain.

En noviembre, se les pedirá a los votantes que elijan a uno de los dos candidatos belicistas. McCain ha dejado muy clara su posición; su objetivo está en Iraq. Ahora Obama debería explicar por qué es más aceptable matar a un hombre que lucha por su país en Afganistán que en Iraq. Si no puede responder a esa pregunta, entonces merece perder.

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