Las trabas israelís impiden que la economía cisjordana despegue

Ricardo Mir de Francia
El Periódico de Cataluña/Palestina Libre
07/07/08

Al poner el pie en Ramala, la capital administrativa de la Cisjordania palestina, se aprecia un aparente dinamismo económico. Desde la conferencia de Annápolis, que relanzó el proceso de paz con Israel en noviembre del 2007, se han abierto algunos bares y se están construyendo miles de viviendas, tres hospitales y un parque. Pero es una impresión engañosa, según Mohamed Shtayye, presidente del Consejo Económico Palestino de Desarrollo y Reconstrucción. "Solo crece el sector inmobiliario porque es el único negocio seguro. El resto de los proyectos son anteriores a Annápolis", afirma.

A su juicio, hay un abismo entre la realidad y los vaticinios de desarrollo proyectados por Occidente en Annápolis y sus ramificaciones financieras --la conferencia de donantes de París y la de inversores de Belén--. "Las tres son círculos interrelacionados. París y Belén se hicieron asumiendo que habría progreso político, pero al no haberlo, las inversiones privadas no llegan". Tampoco lo ha hecho al ritmo esperado el dinero de los donantes. De los 5.100 millones de euros a tres años prometidos en París, solo ha llegado a Ramala un 10%, y todo se ha destinado al pago de los funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina. Ni un céntimo ha ido a proyectos.

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El gran problema de la economía palestina sigue siendo, según el Banco Mundial, las restricciones al movimiento de personas y mercancías impuestas por Israel. Solo en la Cisjordania ocupada, equivalente en tamaño a la provincia de Tarragona, hay 607 controles y barreras, una cifra en aumento desde Annápolis.

Barreras que Fragmentan

Estos controles desconectan ciudades de pueblos y junto a los asentamientos, las carreteras para colonos y las bases militares, fragmentan el territorio. Para comerciar con Israel, destino del 90% de la producción palestina, hay que esperar horas y vaciar las cargas de los camiones, un proceso que dispara los costes.

Tampoco es fácil exportar al extranjero. Las mercancías palestinas esperan días y semanas en los puertos israelís para superar las inspecciones y el papeleo burocrático. La cervecera Taybeh ha optado por dejar de exportar. "Hemos rechazado contratos de Canadá, EEUU y Suráfrica porque nos hacen la vida imposible en las aduanas", asegura Maria Khoury en la fábrica familiar.

Siete meses después de Annápolis, donde se prometió revitalizar la economía cisjordana para reforzar al presidente Abbás y demostrar en Gaza los beneficios de apoyar a los moderados frente a los radicales de Hamás, los resultados son descorazonadores. El crecimiento no supera el 1% del PIB y el paro solo ha bajado dos décimas, hasta situarse en el 19%. Únicamente ha reflotado el turismo "al aumentar la percepción de seguridad en el extranjero", según el empresario hostelero Elías Elharja.

La empresa privada aguarda algún gesto de Israel, tras el optimismo generado por el foro de inversores de Belén que promovió Tony Blair, enviado del Cuarteto. Allí se cerraron contratos por valor de 900 millones de euros, pero muchos siguen en cuarentena. "Israel niega el visado para regresar a varios empresarios extranjeros que acudieron a Belén", dice Mohamed Shtayye.

Tampoco autoriza desde hace dos años la frecuencia de Wataniya, la segunda operadora de móviles palestina. En juego están 2.500 empleos. Ni siquiera despegan los proyectos abanderados por Blair: un parque agroindustrial en Jericó y otro industrial en Yenín.

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