Los cultivos de soja devoran lo que queda de Amazonia
Público
06/06/08
José Freire está cercado por el enemigo. Rodeado. Acorralado. Es un enemigo pequeño, diminuto. Un casi-arbusto de apariencia inofensiva. Una planta desconocida hasta hace años en la región: la glycine max, la soja.
José -52 años, 11 hijos, mirada triste- observa a través de su ventana. Apenas un verde monótono: soja extendiéndose hasta el infinito. "Prefiero morir antes que abandonar mi tierra", masculla. Sin embargo, confiesa que la situación es casi insostenible. "Con los productos químicos que ponen no podemos plantar casi nada. Matan todo. Además, los gusanos huyen de las tierras de soja y se refugian en la nuestra. Nada crece", relata José.
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Como él, miles de campesinos de la región están sufriendo la presión de la glycine max. Algunos, como José, resisten. La mayoría, cercados por fertilizantes y multinacionales, venden sus tierras. Y otros, como los habitantes de la Gleba Pacoval, que los fazendeiros quemaron en enero de 2006, se convierten en verdaderos refugiados de la soja.
"Aquí no hay ley. Sólo la del más fuerte. Esto es un far oeste. Lo único que importa es exportar". Hipólito Almeida, vicepresidente del Sindicato de Trabajadores Rurales de Santarém (STRS), habla en susurros. Como con miedo. Me conduce por una pequeña carretera sin asfaltar. La soja crece a ambos lados de ella. Y múltiples brazos de tierra salen a ambos lados de la vía. "Son ilegales, caminos hechos por madereros, sojeros, ganaderos", afirma Hipólito. Caminos, lenguas de tierra, veredas de polvo o barro. Todas ilegales. Las carreteras no oficiales de la Amazonia suman un mínimo de 95.355 kilómetros, según un duro informe del Instituto del Hombre y Medio Ambiente de la Amazonia (Imazon). Casi diez veces más que la extensión de las carreteras legales. La cifra, además, puede ser mucho mayor: el estudio apenas midió 1,3 millones de kilómetros cuadrados, un 28% de la Amazonia brasileña.
Pará, estado en el que en 1990 apenas había 5.000 kilómetros de carreteras, ya tiene 61.798 kilómetros de vías fuera de la ley. "La relación carreteras-deforestación está más que probada. Primero llega la mafia maderera. Después los ganaderos. Y al final la soja", matiza Hipólito. De hecho, desde 1999, la deforestación en la región ha aumentado un 511% según la ONG Saude e Alegria. Caminos, carreteras, vías. Venas abiertas de la Amazonia. Arterias de polvo que no sólo acaban con la vegetación, sino que cercenan vidas. Desplazan.
La BR 163, la carretera que une Cuiabá, la capital de Mato Grosso, y Santarém, nos recibe con un asfalto brillante, impoluto. Camiones cargando madera, tractores, camionetas. Algún cartel ofrece tierras para la agricultura: "Lote Planalto. Agua y Luz".
Matones en cada cruce
"Menos mal que sólo hay 90 kilómetros asfaltados, los finales. Por suerte, la carretera es un lodazal", matiza Hipólito.
¿Qué pasaría si Blário Maggi, gobernador de Mato Grosso asfaltase el trecho correspondiente al estado de Pará, como ha prometido en varias ocasiones? ¿Cómo el mayor productor de soja del mundo (dueño del grupo Amaggi) puede ser al mismo tiempo gobernador? Hipólito calla. Sólo me recomienda no hacer fotos de las plantaciones de soja: "Tienen matones en cada cruce, pueden matarnos".
El sociólogo francés Claude Levi-Strauss cuenta en su mítico Tristes trópicos que "al inicio del siglo XX, los 1.500 kilómetros que separaban Cuiabá del Amazonas eran todavía una tierra prohibida". Los habitantes de Cuiabá, según Levi Strauss, "lanzaban por el río Tapajós expediciones de canoa que duraban hasta seis meses para vender guaraná".
En 1973, el panorama cambió. Tras la inercia de la construcción de la Transamazónica, la BR 163 cercenó la Amazonia de norte a sur. Los lemas desarrollistas/populistas de la época hablan por sí mismos: "Un desierto de hombres, para los hombres del desierto", "tierra sin hombres para hombres sin tierra". El reseco y superpoblado nordeste encontró así las carreteras para huir del infierno. Pero tras la euforia inicial, el coloso amazónico demostró tener los pies de barro: tierras pobres en nutrientes. Incomunicación.
En los noventa, con el boom de los fertilizantes y de las semillas transgénicas, el sueño de la conquista de la Amazonia renació. Mayor productividad. Mayor presión agrícola sobre la selva. Y la BR 163 por la que ahora circulamos se convirtió en una verdadera autopista al infierno. Deforestación superlativa, prostitución infantil, desplazados.
"En 1999, la multinacional estadounidense Cargill abrió su puerto sobre el Amazonas. Fue el principio del fin", asegura Antonila Almeida. Esta mujer de 39 años llegó a Santarém desde Maranhão hace 20 años. Con mucho trabajo, Antonila y su marido compraron un terreno de 95 hectáreas.
"Plantábamos mandioca, arroz, frijoles, vivíamos de ello", afirma Antonila. Pero comenzaron a ser presionados por un fazendeiro de Porto Alegre. Los herbicidas, como a todos, cobraron su factura. Y tuvieron que vender el terreno por una miseria, 4.500 reales (1.764 euros).
Antonila sobrevive en Nova República, una polvorienta favela de Santarém. "Ya no hay tierra fértil. Y en la ciudad no hay trabajo", matiza. Como ella, los desplazados de la soja conviven en la periferia de Santarém con palabras desconocidas hasta hace unos años: violencia, desempleo, dengue...
El caso de Chico Cassino, un anciano de 79 años casi sordo, resume a la perfección la favelización de la Amazonia. En el salón de su humilde casa de Santo André -mosquitos, imágenes de santos descoloridas, fotos raídas- su mujer Susana explica el thriller selvático de sus vidas: "Teníamos un terreno en el kilómetro 95 de la BR 163. Le vendimos una parte a un ganadero a cambio de que pagase nuestra deuda con el banco. Nunca pagó. Los intereses fueron creciendo. Tuvimos que vender todo y venir para la ciudad". Desde entonces, viven de una raquítica pensión de 400 reales (156 euros).
Waldecir Oliveira, responsable de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) de Santarém (el ala izquierdista de la Iglesia católica), apunta directamente a la multinacional Cargill.
"Responsabilidad indirecta. No tienen grandes latifundios en propiedad. Pero distribuyen soja transgénica y compran de todos los productores ilegales de la zona", afirma Waldecir. De hecho, Cargill puso en marcha un sistema de préstamos para productores que no tienen título en propiedad. Todo por la soja. Soja a cualquier precio. Soja for export.
"Los fertilizantes contaminan el agua, los pescadores no pueden trabajar. La soja expulsa a familias enteras, elimina los cultivos locales",matiza Waldecir.
La llegada de Cargill a Santarém resume a la perfección la globalización, el lado oscuro del mundo multinacional. Entre marzo de 2005 y febrero de 2006, la empresa exportó más de 220.000 toneladas de soja desde Santarém a Liverpool (el 30% de las importaciones británicas de soja). Allá, la soja sale rumbo a la empresa Sun Valley (propiedad de la Cargill) y sirve para alimentar pollos para producir McNuggets de McDonalds. Mientras tanto, en la región el kilo de frijoles ya cuesta 7 reales (casi 2 euros). El triple de lo normal.
"Nadie planta. Sólo soja. En ocasiones llega hasta importado desde el sur", matiza Luciano e Santos, en la CPT.
Globalización salvaje
La campaña internacional de Greenpeace y su demoledor informe Comiendo la Amazonia (2006) surtieron cierto efecto. El puerto se cerró en mayo de 2006 por carecer de licencia ambiental. Las ventas de Cargill y McDonalds bajaron ligeramente. Y el sector se vio obligado a firmar, en julio de 2006, junto a la Asociación Nacional de Exportadores de Cereales una declaración de intenciones para crear un grupo de trabajo que garantice la procedencia sostenible de la soja.
Recorro el final de la Avenida Cuiabá (continuación de la BR 163). Inicio/final de la autopista al infierno. El puerto de Cargill surge tras una hilera de barquichuelas de madera. Grúas inmensas tras hombres descalzos pescando con redes. Aunque Cargill no autorizó la visita de Público, me presento en la portería. ¿Alguien puede atenderme? Nada. Recuerdo el escueto e-mail de Vinicius Riqueto, del área de Asuntos Coorporativos de Cargill. Cifras espléndidas: 80.000 toneladas exportadas por año. Un puerto de 45 kilómetros cuadrados. ¿No estaba cerrado por la justicia? Tras unos meses de clausura, reabrió. Y continúa funcionando a todo gas.
Marcelo Marquesina, jefe de campaña de la Amazonia de Greenpeace, afirma que la "soja continúa devorando la Amazonia". "Ahora, eso sí, vender soja de terrenos deforestados es más difícil", matiza Marcelo. Miro hacia el río Amazonas. Tras las grúas de la Cargill, el atardecer. Casi no se ve la otra orilla del río. Mucho más allá, al otro lado del océano Atlántico, alguien (imagino) mastica una hamburguesa sin conocer la historia/deshistoria de Chico Cassino ni la mirada triste de José Freire, el héroe anónimo que aún resiste al empuje atroz de la soja.
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