Érase una vez… Hiroshima
François Xavier
oulala.net
Traducido por Caty R. y publicado por Rebelión
10/09/07
Todos los años, el 6 de agosto tengo la moral en los pies. Hiroshima me atormenta. Ese disparate de los hombres me impide ser feliz ese día. Y la amargura también acude porque casi todos los días oigo hablar del Holocausto y nada sobre esta abominación. O apenas. ¿Acaso porque el Holocausto fue perpetrado por los “malvados” alemanes mientras que la bomba atómica fue lanzada por los “simpáticos” estadounidenses? Para los que no tienen ninguna idea de lo que puede ser el fuego atómico, se publican tres relatos* (antes, durante y después) narrados por un maestro de la literatura nipona.
No olvidéis nunca, pueblos de la tierra, que el 6 de agosto de 1945 a las ocho horas y quince minutos de una hermosa mañana se cometió una de las peores abominaciones de la historia de la humanidad. ¡Una barbaridad que todavía hoy devora a los descendientes de las víctimas inocentes, los civiles sacrificados en el altar de la guerra total!Y como no era bastante, el 9 de agosto, a las once horas y dos minutos, EEUU repitió su hazaña en Nagasaki.
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Sí, la humanidad terminó en el siglo XX liberada de la crueldad de los nazis pero después el imperio, en cuyas manos estamos todavía, llevó el terror a Vietnam, Camboya y Corea. Y repite en Iraq…
Deberíamos ver las sombras de los cuerpos fundidos con las paredes como esculturas de cristal entrelazadas, los fantasmas de seres humanos hechos jirones, los miles de millones de cabelleras caídas de repente, los relojes torcidos con las agujas solidificadas en la hora H, todas esas manos deformadas con las falanges anárquicas ¿Con qué derecho nos entregaron esas imágenes insoportables de pedazos de piel que colgaban de miembros atrozmente quemados? ¿Quién podía imaginar esos ríos que arrastraban cadáveres por centenares?
Hiroshima, marcada para la eternidad como el estigma del mal absoluto, ciudad mártir que será para siempre el estandarte mundial de la paz. Entonces, ¿igual que lo prohibió Adorno (1) para los judíos, también aquí se debía guardar silencio en nombre del respeto a las víctimas? En aquel momento, sin duda; pero después, cuando pasó el tiempo, convenía, igual que para el Holocausto, romper el anatema y escribir para despertar la memoria que se duerme demasiado deprisa sobre sus certezas. También para romper la malévola mentira de la negación, el rechazo de la responsabilidad, y encender el fuego de la esperanza, del amor, aunque no sirva para nada. Al menos crear obras maravillosas como Lluvia negra, una novela estremecedora escrita por Masuji Ibuse (1898-1993); o esa obra maestra del séptimo arte, Hiosima mon amour, de Alain Resnais sobre un guión de Marguerite Durás, donde Emmanuelle Riva y Eij Okada nos revelaban a nosotros, los franceses, con un trazo simbólico y emotivo, la unión de nuestras dos culturas y también la amplitud que podía tomar una tragedia colectiva a través de un drama personal; y sobre todo la imposibilidad de comunicar el dolor.
Tamiki Hara (1905-1951), el autor de estos relatos, nació en Hiroshima. Hijo de una familia numerosa, se interesó muy joven por la literatura y siguió sus estudios en la prestigiosa Universidad de Keio (Tokio). Enseguida se convirtió en un joven escritor brillante y comprometido políticamente, mientras que en su vida cotidiana era una hombre sensible y retraído.
Se casó en 1933 (un año después de una tentativa de suicidio) pero su mujer murió de enfermedad en 1944. Por eso decidió dejar Tokio donde los bombardeos se intensificaban de día en día para refugiarse con su familia en Hiroshima…
Los tres cuentos describen, desde el corazón de los hechos, lo que pasó exactamente en Hiroshima en aquel año, 1945, antes, durante y después de la tragedia, ese rayo que quebró el mundo…
"Era casi imposible distinguir a un hombre de una mujer de lo tumefactos y destrozados que estaban los rostros. Los ojos achicados como hilos, los labios auténticas llagas ardientes, los cuerpos sufriendo por todas partes, desnudos, todos respiraban con una respiración de insecto, esparcidos por el suelo, agonizantes” (Página 81).
Con un lenguaje rítmico, preciso y exento de adornos superfluos nos relata lo que podría ser la forma de vida cotidiana de los japoneses durante la guerra. En pequeños párrafos nos sumerge en el sofoco de aquel verano cuando se trasladaba a los colegiales al campo para realizar actividades cívicas; donde nos hace tocar con los dedos el trabajo de los chicos en las fábricas o el de las chicas inclinadas sobre las máquinas de coser… Todo un pueblo sumiso totalmente agobiado por la guerra en que su país se había comprometido.
Y llegó la bomba. En el silencio de la mañana encontró a sus víctimas, entre ellas a Tamiki Hara que se salvó con graves heridas que no le impidieron escribir sin descanso, pero que le impulsaron a lanzarse bajo un tren en Tokio en 1951, dejando estos testimonios como otros tantos gritos de protesta, señales de impotencia frente a la locura de los hombres.
(1) Theodor Wiesengrund Adorno (Frankfurt 1903-Suiza 1969), filósofo, sociólogo y musicólogo judío-alemán, fue uno de los representantes más importantes de la “Teoría crítica de la Escuela de Frankfurt” y de la filosofía marxista: “…no existe ninguna belleza ni consuelo más que la mirada que llega al fondo de la crueldad, se mantiene detenida allí y con total conciencia de la negatividad, sustenta la posibilidad de la bondad…”
* Tamiki Hara, Hiroshima, fleurs d’été, relatos traducidos del japonés por Rose-Marie Makino-Fayoll, Brigitte Allioux y Karine Chesneau. Babel/Actes Sud, agosto 2007.
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