El cuento chino del Arca de Noé

El País
30/04/10

La noticia de que una expedición china afirma estar al 99 % segura de haber encontrado el Arca de Noé, y en buen estado, es de las que te dejan estupefacto. No por el hallazgo, que es imposible -por la sencilla razón de que el arca, hay que insistir en este punto, no existió jamás, el relato bíblico es un cuento (todo lo bonito que se quiera), y tiene el mismo sentido buscar la capucha de Caperucita-, sino porque manifiesta una vez más las enormes credulidad y estulticia del género humano. Una ingenuidad y una necedad, también, concedámoslo, una legítima necesidad de maravillas, que desgraciadamente se manifiestan muy a menudo en el terreno de la (pseudo) arqueología.

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La fotografía que han distribuido los chinos de una supuesta cuadra de la nave -que estaría varada intacta, con camarotes y todo, a 4.000 metros en el Monte Ararat- en la que puede apreciarse incluso paja es un insulto a la inteligencia, o una colosal broma, si es que estuviera en el ánimo de la expedición el propósito jocoso, lo que es de temer que no sucede. Al menos nos podían haber puesto ante unos restos con pedigrí, unas viejas cuadernas podridas con grafitos de Jafet. En fin, podría haber sido peor: afortunadamente no ha aparecido estiércol de la pareja de elefantes, aunque parece que todavía no han explorado a fondo la sentina.

El hecho de que la expedición, de hecho mixta chino-turca, esté impulsada por un grupo evangelista de Hong Kong, nos recuerda el daño que están haciendo a la arqueología las investigaciones pretendidamente científicas desde instancias religiosas y fundamentalismos.

No es la primera vez que aparece el Arca de Noé. La expedición más antigua que afirmó haber encontrado la legendaria nave o sus restos fue la del explorador británico sir James Bryce, en 1876, que anunció el hallazgo de una gran pieza de madera manufacturada en las alturas del monte Ararat. En 1915, un grupo de soldados rusos dijo haber divisado el arca desde el aire, pero la Revolución (ah, siempre los rojos), impidió investigar el asunto. En 1955, el explorador y escalador francés Fernand Navarra se bajó del Ararat un trozo de madera que aseguraba haber extraído del arca y que, afirmaba, era parte de una viga. Como en el caso que nos ocupa (los chinos han datado su arca con una antigüedad de 4.800 años, la que según algunos cálculos le atribuye la Biblia al episodio) análisis espurios otorgaron a la pieza 5.000 años, aunque luego se rebajó mucho la cifra, hasta el siglo III de nuestra era. Es cierto que Noé fue longevo (950 años, según el Génesis) pero parece un material muy moderno. No se descarta que la madera procediera de los restos de una vieja cabaña de montañeros. Se ha especulado, con cierta magnanimidad pues no hay la mínima evidencia, con que los recurrentes avistamientos (y valga la ufológica palabra) del Arca, muchos desde aviones, pudieran deberse a la existencia en el Ararat de alguna antigua capilla, quizá medieval, que recuerde el acontecimiento bíblico y cuya estructura se pareciese a la mítica nave. Vaya usted a saber. Dejemos un terreno a la imaginación.

Entre las expediciones que no han cejado en la búsqueda del arca, y afirman haber dado con ella, que es lo peor, figuran las dos que lideró el ex astronauta James Irwin del Apolo 15; la de Ron Wyatt, una enfermera anestesista de Nashville que examinó una estructura con aspecto de bote previamente fotografiado por Life y que en 1991 consiguió su momento de fama al ser secuestrada por separatistas kurdos; y la de Bob Cornuke, un policía miembro de los SWAT (!) reconvertido en investigador bíblico (!!) y autor de best sellers. Cornuke tenía experiencia previa como guardaespaldas del equipo de Irwin, pero tras la muerte de este montó su propia expedición. Su pretendido hallazgo del arca no tuvo lugar en el Ararat sino en el Monte Suleiman, en la montañas Elburz iraníes, a 4.000 metros de altura.

Se han realizado intentos serios de poner el relato bíblico del arca y el diluvio universal en un contexto histórico. Eso no significa darle credibilidad al episodio del Génesis sino rastrear sus ecos literarios y, quizá, la remota influencia de un acontecimiento catastrófico que impactó en las mentalidades de los habitantes de Oriente próximo. Un mito similar al de la Biblia y que seguramente es su fuente aparece en la leyenda de Gilgamesh, en la que Ut-Napishtim sobrevive a un diluvio gracias a la ayuda divina. Las inundaciones frecuentes provocadas en Mesopotamia por el Tigris y el Éufrates pudieron inspirar el mito.

Una moderna teoría, de la que darían prueba algunos hallazgos arqueológicos a cargo del investigador submarino Robert Ballard, es que la historia del diluvio universal estuviera basada en el desastre natural causado por la irrupción torrencial de agua al abrirse al Mediterráneo el Mar Negro alrededor del sexto milenio antes de Cristo, una catástrofe que habría sumergido en días poblaciones costeras enteras y podría haber sido visto como el fin del mundo. De los sueños (más bien pesadillas) de esa gente acaso surgió el mito del arca, que si en algún lugar permanece embarrancada es en el fondo de nuestras consciencias: el único lugar donde cabe buscarla.

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