El Tratado de Lisboa o el fin del sueño europeo
Pierre Charasse
La Jornada/Red Voltaire
18/02/10
El Tratado de Lisboa en vez de resolver los problemas de la Unión Europea (UE) ha aumentado la confusión institucional reinante. A la actual Comisión Administrativa se le ha añadido un Presidente insignificante y una Alta Representante sin carisma, de una manera apurada y bajo la apariencia de una ampliación apresurada. Y a pesar de todo esto, la Unión Europea todavía no tiene una política común, sea en el ámbito financiero o en lo que respecta a una política coherente de relaciones internacionales. Constatamos que la UE es una estructura pesada y hueca. La Unión Europea en ese sentido está moribunda de su propia muerte, observa el diplomático francés Pierre Charasse.
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El Tratado de Lisboa que acaba de entrar en vigor entre los 27 países de la Unión Europea (UE) es el punto culminante de medio siglo de construcción europea, finalmente aprobado después del rechazo de los ciudadanos franceses e irlandeses de la mal llamada "Constitución Europea". El Parlamento Europeo ratificó el 9 de febrero los nuevos miembros de la Comisión Europea como lo prevé el tratado. Desgraciadamente, el resultado de este largo y penoso proceso de construcción institucional cristaliza una situación de ingobernabilidad y una fuerte pérdida de influencia de Europa en el mundo. Vale la pena recordar cómo llegamos a esta situación.
Mientras se construía el Mercado Común Europeo con seis países, luego con nueve, 12, 15, la cuestión de fondo de las instituciones y de la naturaleza jurídica supranacional o no de esta asociación de países, fue siempre renviada a más tarde. El asunto se complicó con el ingreso de 10 nuevos miembros. En este contexto había que dar a la UE instituciones claras, eficaces y democráticas al lado o encima de 27 gobiernos con intereses diferentes. ¡La cuadratura del círculo! Después de años de arduas negociaciones nació el Tratado de Lisboa, con el cual la UE iba tener por fin un presidente del Consejo Europeo estable por dos años y medio, un ministro de Relaciones Exteriores, a la vez vicepresidente de la Comisión Europea, y un Parlamento con más poderes. ¡Loable intención! Pero los jefes de Estado escogieron a un desconocido, sin legitimidad democrática ni peso político, el belga Herman van Rompuy. Mientras, las presidencias semestrales continúan como antes y el presidente de turno en este semestre, el español José Luis Rodríguez Zapatero, no está dispuesto a dejar el primer rol a un funcionario de Bruselas sin carisma, ni al presidente de la Comisión Europea, Manuel Barroso. Situación francamente vodevilesca, a tal punto que el presidente Obama no acudirá a la cumbre bianual UE-Estados Unidos en Madrid, por no tener un “alter ego” de su estatura, además de considerar que no hay mucho que conversar con los europeos. Una bofetada para Europa.
Paralelamente a la laboriosa institucionalización de la UE, el ingreso de los nuevos miembros de Europa central y oriental cambió profundamente la relación de fuerzas internas. En toda Europa, en la última década los procesos electorales favorecieron a la derecha, la izquierda entró en crisis y en lugar de oponerse al modelo neoliberal lo aceptó en nombre de la "modernidad". De tal manera que los políticos de todos colores lanzaron ofensivas contra el papel regulador del Estado (en nombre de "una libre competencia sin distorsiones" prevista en un anexo al tratado) y dejaron a los tecnócratas desmantelar paulatinamente lo que hacía la fuerza y la ejemplaridad de modelo europeo, es decir, un mercado regulado por estados protectores de los ciudadanos. Ahora la carga va contra los sistemas de pensión por repartición, acusados de aumentar escandalosamente el déficit público. Los gobiernos pretenden que el "viejo" sistema de solidaridad intergeneracional es insostenible (pero es fácil demostrar lo contrario), y con la ayuda de los ideólogos fundamentalistas de la OCDE impulsan nuevamente los fondos de pensión, como si la crisis financiera de 2008-2009 no hubiera afectado a millones de pequeños ahorradores.
En cuanto al papel internacional de la UE, muchos europeos de la "vieja Europa" creyeron que con el derrumbe de la Unión Soviética un nuevo mundo multipolar iba remplazar al mundo bipolar, y que la UE sería un actor mundial de peso. Este deseo no se cumplió. Estados Unidos no podía permitir que sus propios aliados propiciaran tal perspectiva contraria a su voluntad de hegemonía mundial, y al contrario esperaban de ellos claras muestras de avasallamiento. Este movimiento de acercamiento "natural" se volvió explícito después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. En su "Estrategia Europea de Seguridad" adoptada por los jefes de Estado en 2003, la UE retomó como propia la visión estadunidense del mundo, maniquea y simplista, poniéndose del lado del "bien" contra el "mal", justificando las "guerras preventivas" en un mundo enfrentado a "amenazas globales". Los gobiernos europeos, en su mayoría, observaron un silencio cómplice sobre gravísimas cuestiones como Guantánamo, el uso de la tortura (algunos autorizaron los vuelos secretos de la CIA), las restricciones a las libertades individuales o las violaciones de los derechos humanos por Israel (país considerado como pilar del bloque occidental y casi miembro de la UE). En Francia, la derecha gaullista resistió hasta cierto punto, y la última manifestación de desacuerdo con los estadunidenses fue expuesta con brío por el canciller Dominique de Villepin en su memorable discurso en Naciones Unidas contra la invasión de Irak. Pero el presidente Sarkozy, al llegar a la presidencia en 2007, anunció el fin de 40 años de tradición gaullista de independencia nacional con el regreso de Francia "en la familia occidental" y en la estructura militar de la OTAN. De hecho, el Tratado de Lisboa señala claramente que la OTAN es el marco en el cual se organiza la defensa europea, con lo cual Estados Unidos logró el objetivo que siempre había tenido con la ayuda de Gran Bretaña, de amarrar los países de Europa al oeste y sur de Rusia en un solo bloque político-económico-militar dominado por ellos. No hay espacio para discrepancia, como lo muestran las groseras presiones de Washington sobre el Parlamento Europeo para obtener en los próximos días la ratificación de un acuerdo de cooperación antiterrorista leonino, al cual se opone una mayoría de los eurodiputados.
Cumpliendo con el Tratado de Lisboa, los jefes de Estado nombraron a la baronesa británica Catherine Ashton "alta representante" del Consejo Europeo para Relaciones Exteriores y vicepresidenta de la Comisión Europea. Su comparecencia ante el Parlamento Europeo sorprendió a todas las bancadas por su falta de visión y de ambición para Europa. Lady Ashton (quien recordó que apoyó la guerra en Irak) puso énfasis sobre la cooperación con Estados Unidos y la OTAN. Incapaz de explicar cuáles serían los objetivos de la UE en Afganistán, sus respuestas fueron evasivas. No parecía al tanto de la próxima cumbre UE-América Latina de abril en Madrid. Sobre las relaciones con Cuba, la vicepresidenta reiteró su preocupación por los derechos humanos. No habrá cambio en la "posición común" impuesta por Aznar hace 13 años sin consultar probablemente a... ¡Washington! En cuanto al futuro servicio diplomático europeo bajo su responsabilidad, la confusión es total en Bruselas. No obstante, el Parlamento aprobó a la candidata.
En el plan financiero, el Banco Central Europeo (BCE) es totalmente autónomo y no responde a "gobierno económico" alguno. Las tensiones no faltan entre el presidente del BCE, el comisario de Economía y el presidente del "eurogrupo", cada uno reivindicando ser "Mister Euro": la falta de un liderazgo político de la zona euro pone en peligro su credibilidad cuando países como Grecia, España y Portugal se enfrentan a las primeras grandes crisis de la "fortaleza" euro.
La cumbre de Copenhague sobre el cambio climático puso en evidencia que la UE como bloque ya no juega en el patio de los grandes. Después de haber tomado posiciones bastante fuertes sobre el tema del medio ambiente en los meses anteriores, la UE desapareció del escenario, dejando a los "tenores" Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y Gordon Brown ponerse de acuerdo con algunos países del G-20 para presentar como un paso positivo el "no acuerdo" propuesto por Obama. En la recomposición del mundo que empezó en Pittsburgh y Copenhague, la UE renunció a su posible papel de puente entre civilizaciones, y prefirió afirmar su pertenencia un bloque occidental euroatlántico cada vez más cuestionado.
La Europa política murió en Lisboa, y el sueño europeo se acabó. De profundis ad te Domine.
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