El ministro de Justicia israelí aboga por aplicar la Torá como ley vinculante

El País
08/12/09

"Paso a paso, otorgaremos la ley de la Torá a los ciudadanos de Israel y convertiremos la Halajá en la ley vinculante de la nación... Debemos recuperar la herencia de nuestros padres para la nación de Israel. La Torá contiene la solución completa para todos los asuntos que gestionamos". Este sermón no tendría mayor relevancia si se escuchara de boca de un rabino en uno de los barrios ultraortodoxos de Jerusalén o en cualquiera de las ciudades donde son mayoría. Pero pronunciado por el ministro de Justicia, Yaakov Neeman, un político sin filiación partidista, con una trayectoria de décadas, y que ya sirvió en el Ejecutivo de Benjamín Netanyahu a mediados de la década de la noventa, adquiere notoriedad. Neeman emitió después un comunicado en el que asegura que sus comentarios "no contienen una apelación, directa o indirecta, a sustituir las leyes del Estado por las leyes halájicas". Lo que sin duda reflejan es el proyecto ideológico fundamentalista del sector ultraortodoxo israelí, que representa el 15% de los 7,6 millones de habitantes.

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No escasean académicos y analistas políticos laicos que apuntan a la profunda fractura entre los ultraortodoxos y los laicos como la más seria amenaza para el futuro del Estado. Su poder sobre esferas de la vida pública que afectan a la totalidad de la población judía es omnímodo, y su elevadísimo índice de natalidad augura que su influencia política, ya muy importante, no decaerá. Es casi norma que los primeros ministros visiten a los grandes rabinos sefardí y ashkenazi antes de anunciar cualquier decisión trascendental relacionada con su ámbito de influencia.

Yaakov Neeman, que no es miembro de ningún partido político, agradó los oídos de un par de grupos que forman parte de la coalición de Gobierno. El Shas (11 diputados, de los 120 de la Kneset) y la Unidad por la Torá y el Judaísmo (5) no escondieron su gozo por la disertación del ministro. Los jefes espirituales de ambos partidos, Ovadia Yosef y Yona Metzger, se hallaban presentes entre quienes escucharon la disertación de Neeman, acogida con aplausos por gran parte del auditorio reunido en una convención sobre ley judía.

"Los comentarios de Neeman deberían ser problemáticos para cualquier ciudadano preocupado por lo que sucede en Israel en términos de valores y democracia", reaccionó la jefa de la oposición, Tzipi Livni, quien en septiembre de 2008 fue incapaz de formar Gobierno por el rechazo del partido ultraortodoxo Shas a formar coalición. "Estas palabras reflejan el preocupante proceso de talibanización que acaece en la sociedad israelí", aseguró Haim Oron, presidente Meretz, el único partido israelí inclinado a la izquierda.

El peso de la religión en la vida de los israelíes es patente. Son unos 300.000 los inmigrantes -la Ley de retorno permite asentarse en el país a quienes tengan uno de sus cuatro abuelos judío- que desean convertirse, pero que se topan con las exigencias draconianas de un rabinato que controla, en régimen de monopolio y con celo integrista, los procesos de conversión. No es una cuestión menor. Sin ese certificado no se puede contraer matrimonio en Israel, dado que no existe legislación civil al respecto. Un judío sólo puede casarse con un judío, y sometiéndose al rabinato. Son decenas de miles las personas que han optado por viajar a Chipre para sortear la imposición de los rabinos, para buscar después la legalización del matrimonio en Israel.

Los ultraortodoxos residen en barrios -guetos es el término que emplean infinidad de israelíes? donde se imponen las normas más reaccionarias. Las mujeres, especialmente, sufren esas costumbres ancladas en el fundamentalismo religioso. No en vano, los hombres rezan cada mañana: "Gracias a Dios por no haber nacido mujer". Son ellas las que se ocupan de los hijos, y en muchos casos trabajan en ciertos sectores de la economía, mientras sus esposos devotos se dedican en cuerpo y alma al estudio de la Torá y el Talmud. Incorporar a los hombres ultraortodoxos al mercado de trabajo -y también al Ejército o al servicio civil- es un reto inaplazable a juicio de numerosos expertos.

De momento, casi ninguno de los fieles ultraortodoxos está por la labor y luchan por extender su influencia política y social, en perjuicio de la población laica, enarbolando causas de diversa índole. Durante semanas del verano pasado se manifestaron contra la apertura en shabat de dos aparcamientos en el centro de Jerusalén porque ello violaba la santidad del día sagrado. Ahora se han lanzado a una nueva batalla. Desde hace un mes se congregan a las puertas de Intel, multinacional de informática y nuevas tecnologías, con el propósito de que cierre su cadena de producción durante el sábado.

No les basta con el compromiso de la compañía de contratar sólo goyim (no judíos) para trabajar esa jornada. Reciben, eso sí, un tratamiento policial de una indulgencia que para sí desearían otros segmentos de la sociedad, en especial los palestinos con pasaporte israelí. En la degradada Jerusalén, ciudad que padece carestía de parejas jóvenes, donde se paraliza el transporte público en shabat -como en casi todas las ciudades y pueblos de Israel?, y que sufre unos servicios públicos manifiestamente mejorables, mantener la convivencia entre sectores tan enfrentados es una tarea que consume gran parte de la agenda y el tiempo de las autoridades.

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