Un futuro que ya trae problemas - La red social Twitter, un negocio con bemoles
Andrés Valenzuela
Página 12
24/06/09
Aun con sus números en crecimiento, la vedette del mundo digital debe enfrentarse a inconvenientes inesperados. Además de no poder retener usuarios, ahora se descubrió que su negocio da pérdida. Y se cuestiona su modelo de comunicación unidireccional.
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“Es el Second Life de este año”, descarga categórico en su blog académico Tom Davenport, director del área Information Technology and Management del Babson College, de Estados Unidos. Su bitácora se publica en la web de la prestigiosa Harvard Business School. El servicio online que está “enterrando” con su declaración es nada más y nada menos que Twitter.com, la nueva vedette del mundo digital que tan bien aprovechó Barack Obama en la campaña presidencial que lo consagró.
En Twitter, los usuarios pueden publicar textos de hasta 140 caracteres: ideas brillantes o banales, reflexiones express, avisos de última hora, actualizaciones de su vida personal o cuántas cucharaditas de azúcar llevaba su café esa mañana. Todo vale y cada quien tiene “seguidores” –usuarios interesados en sus tweets– y es “seguidor de”.
Davenport mira con escepticismo la cacareada “web 2.0”, esa del contenido generado por el usuario, esa que es proclamada como el futuro de Internet (y tanto, el futuro de los negocios). Su comparación con Second Life es dura, pero no caprichosa. La investigación de algunos colegas suyos (Bill Heil y Mikolaj Piskorski) de la misma institución señalan algunos problemas a futuro para Twitter, los mismos que asolaron ese mundo virtual.
Heil y Piskorski descubrieron que el 10 por ciento de los usuarios de esa red social genera el 90 por ciento de su contenido. Esta concentración es mayor que en otras redes como Facebook, donde la décima parte más activa de los usuarios ingresa el 30 por ciento del contenido.
Pese a ser una de esas redes que democratizan la comunicación, Twitter se asemeja más a un modelo de comunicación unidireccional que a una genuina relación interpares. Los números en crudo de Twitter dicen que está en franco crecimiento: en febrero de 2009 superó las siete millones de visitas. En el mismo mes de 2008 “apenas” alcanzó las 475.000.
Dos datos de color delatan el crecimiento de una web o de un modo de hacer sociales en Internet. Uno es la aparición de las estafas. En este caso, el phising, versión online del “cuento del tío”, donde cuentas falsas pretenden redireccionar a los usuarios a otras páginas para robar contraseñas y datos de cuentas bancarias.
El otro dato es el surgimiento de bromistas. En el reino de los tweets la cuenta “de Dios” tiene 6000 seguidores, pero la del Dalai Lama lo supera con 20.000. O lo superaba, hasta que la dieron de baja porque la “oficina de comunicación de Su Santidad” que supuestamente administraba la cuenta no tenía nada que ver con el líder espiritual tibetano.
Si crece tanto, ¿cuál es el problema? Otro estudio puntualiza el problema. La agencia de mediciones en Internet Nielsen Online (suerte de Ibope del mundo digital) señala que sólo el 40 por ciento de los usuarios registrados en Twitter vuelve a usar el servicio al mes de haberse inscripto. O sea: de cada diez, seis no vuelven a entrar jamás. Facebook o MySpace, del mismo rubro, retienen el doble de usuarios.
A priori, todo lo anterior no sería tan trágico. Muchos usuarios se registran en el servicio y no publican nada, sólo se limitan a seguir las entradas de amigos y famosos de turno (Oprah Winfrey, Shaquille O’Neal y Britney Spears, por ejemplo, lo idolatran). Es decir: leen, no escriben, pero están ahí listos para recibir la publicidad del sitio. Pero tampoco. ¿Cómo “tampoco”? Pues parece que Twitter, además de no poder retener usuarios, es un negocio que va a pérdida. Es difícil de creer, pero el portal publicó un clasificado en su propia web buscando un jefe de Producto para abocarlo a la generación de ingresos.
“Twitter ofrece muchas oportunidades atractivas para generar ingresos, pero por ahora las estamos excluyendo porque no queremos distraernos del trabajo más importante, que es crear un servicio atractivo y una gran experiencia de uso. Si bien nuestro modelo de negocio se encuentra en fase de investigación, gastamos más dinero del que hacemos”, reconoce lánguidamente el sitio en su página oficial.
En verdad, esto no debería sorprender a nadie. Hace algunos meses Google informaba que el principal portal de videos de la red, YouTube, que había adquirido por una cifra miles de veces millonaria, le daba una pérdida de millón y medio de dólares... al día. El dato no suele aparecer en los grandes medios, pero quienes analizan constantemente las oportunidades de negocios empezaron a confirmar ahora lo que intuyen desde hace rato: las redes sociales no son el oasis que se esperaba: cuesta mucho “monetizarlas”. Esto es: hacer dinero con ellas.
Claro que los creadores de una red social exitosa aspiran a venderla y sacar sus buenos millones con ella. Pero una vez que el portal de turno está en marcha, sus nuevos operadores no saben muy bien cómo sacarle rédito. La mayoría insume enormes costos de mantenimiento (los gigantescos servidores de YouTube, por ejemplo), y los ingresos por publicidad no justifican la inversión, o no alcanzan siquiera para cubrir los gastos. Y pocos usuarios están dispuestos a pagar por algo que reciben gratis desde hace largo rato.
Esto siempre hablando en grande. Claro que una pequeña bitácora de pocos requerimientos de sistema con unos miles de lectores bien puede brindarle a su blogger algunos atractivos ingresos mensuales, aunque no lo volverá millonario. El problema es para las grandes firmas.
Pese a estas nubes en el horizonte, las fichas parecen puestas en la web 2.0. Twitter está valuada en 250 millones de dólares (en el mercado, apenas un vuelto, vamos), pero ya rechazó una oferta de Facebook por el doble de ese monto.
En un sitio de subastas hacen apuestas sobre qué compañía la comprará. Google, que ya le compró Blogger a uno de los creadores de Twitter, aparece como el comprador más probable: paga apenas 1 a 1. Yahoo es el otro extremo: nadie cree en el antiguo rey de los buscadores y paga la friolera de 20 veces la cantidad apostada. ¿Habrá alguien apostando por un nuevo estallido de los “.com”?
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