El “brillante” plan de paz de Netanyahu

Hasan Abu Nimah y Ali Abunimah
The Electronic Intifada
Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre
23/06/09

Uno se pregunta cómo no se le ha ocurrido antes a nadie durante seis décadas de derramamiento de sangre.

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El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha propuesto un plan de paz tan ingenioso que uno se pregunta cómo no se le ha ocurrido antes a nadie durante seis décadas de derramamiento de sangre. Es posible que a algunos se les haya pasado por alto la auténtica genialidad de las ideas presentadas el 14 de junio, en su discurso en la Universidad de Bar Ilan, así que estamos encantados de presentarles el siguiente análisis.

Para empezar, Netanyahu quiere que los palestinos se conviertan en sionistas convencidos y que lo demuestren declarando que “reconocemos el derecho del pueblo judío a un Estado propio en esta tierra”. Para él, la única causa del conflicto ha sido la negativa de los árabes en general, y de los palestinos en particular, a comprometerse con el sueño sionista, pero una vez que “lo hayan admitido ante nuestro pueblo y ante el suyo, se abrirá una vía para resolver los problemas existentes entre nuestros pueblos”. Por supuesto, es completamente natural que Netanyahu esté “deseoso de que llegue ese momento”.

No obstante, el simple compromiso sincero con el sionismo no será suficiente. Para que la conversión de los palestinos tenga unas “consecuencias prácticas”, Netanyahu añadía: “también deberá producirse una clara aceptación de que el problema de los refugiados palestinos se tendrá que resolver fuera de las fronteras de Israel”. Es decir, los palestinos, al renunciar al derecho al retorno, deben aceptar ayudar a Israel a completar la limpieza étnica iniciada en 1947-48. Algo lógico, ciertamente, ya que, como sionistas conversos, los palestinos compartirían la aspiración del sionismo a una Palestina todo lo vacía de palestinos cuanto sea posible.

Netanyahu es lo suficientemente listo como para reconocer que incluso la auto-limpieza étnica de los refugiados no sería suficiente para garantizar la “paz”: todavía quedarán millones de palestinos viviendo miserablemente en su tierra nativa, o en el corazón de lo que Netanyahu insistió era “la patria histórica” de los judíos.

Para esos palestinos, el plan de paz implica lo que Netanyahu denomina “desmilitarización”, pero que debería ser interpretado correctamente como rendición incondicional seguida del desarme. Pero el desarme, aunque imprescindible, no puede ser inmediato porque algunos palestinos recalcitrantes puede que no quieran convertirse en sionistas. De ahí que los nuevos conversos sionistas palestinos tendrían que iniciar una guerra civil para derrotar a quienes estúpidamente insistan en resistirse al sionismo. O, como Netanyahu dejó claro, “la Autoridad Palestina deberá imponer el imperio de la ley en Gaza y someter a Hamás”. (De hecho, esa guerra civil está en marcha desde hace varios años, cuando las “fuerzas de seguridad” palestinas, apoyadas por Israel y Estados Unidos, y dirigidas por el teniente general estadounidense Keith Dayton, incrementaron sus ataques contra Hamás).

Según las ideas de Netanyahu, una vez aplastados los palestinos anti-sionistas, los palestinos que queden- cuyo número iguala al de los judíos en la Palestina histórica- podrán seguir viviendo como buenos sionistas. No les importará continuar hacinados en guetos y enclaves cada vez más pequeños, y dejar que continúe la expansión de las colonias judías, a cuyos habitantes Netanyahu calificó de”parte integral de nuestro pueblo, gentes con principios sólidos y pioneros del sionismo”. Y de acuerdo con su sincero sionismo, los palestinos aceptarán naturalmente que “Jerusalén siga siendo la capital única de Israel”.

Esos son sólo los aspectos relativos a palestinos e israelíes del plan Netanyahu. Los regionales incluyen el total respaldo árabe al sionismo palestino, la normalización de las relaciones con Israel e, incluso, dinero procedente del Golfo Árabe para financiarlo. ¿Por qué no? Si todo el mundo se convierte en sionista entonces todos los conflictos desaparecen.

Sería estupendo si pudiéramos realmente despachar el discurso de Netanyahu como si se tratara de un chiste. Pero es un reflejo importante de la dura realidad. Contrariamente a algunas ingenuas y optimistas esperanzas, Netanyahu no sólo representa a un sector extremista de Israel. Hoy la opinión pública judía israelí presenta (con un puñado de excepciones) un frente unido favorable a un ultra nacionalismo racista y violento azuzado por el fanatismo religioso. A los palestinos, en el mejor de los casos, se les considera seres inferiores a quienes hay que tolerar hasta que se presenten las circunstancias adecuadas para expulsarlos, o enjaularlos y extenuarlos como al millón y medio de presos de la cárcel de Gaza.

Israel es una sociedad donde el virulento racismo anti-árabe y la negación de la Nakba son la norma aunque ninguno de los líderes europeos y estadounidenses, que constantemente dan lecciones sobre la negación del Holocausto, se atreva a criticara Netanyahu por sus mentiras rotundas y omisiones respecto a la limpieza étnica de Israel contra los palestinos.

La “visión” de Netanyahu no ofrece avance alguno respecto al Plan Allon de 1976 para la anexión de la mayoría de la Cisjordania ocupada, o las propuestas de autonomía de Menahem Begin en Camp David. El objetivo sigue siendo el mismo: controlar el máximo de territorio con el mínimo de palestinos.

El discurso de Netanyahu debería acabar con las renacidas ilusiones - alimentadas por el discurso del presidente Obama en El Cairo- de que Israel podría voluntariamente alcanzar algún tipo de acuerdo justo. Las gentes de esta región que han puesto su esperanza en Obama- de la misma manera que en Bush anteriormente- creen que la presión de Estados Unidos puede llevar a Israel a seguir sus pasos y subrayan la rotunda declaración de Obama exigiendo una total congelación de la construcción de colonias- una petición a la que Netanyahu se opuso en su discurso. Ahora queda por ver si Obama respaldará sus palabras con hechos.

Sin embargo, incluso si Obama estuviera dispuesto a presionar de forma sin precedentes a Israel, es probable que tuviera que agotar la mayor parte de su capital político sólo para que Israel aceptara la congelación de las colonias, sin hablar de llevar adelante otras docenas de temas mucho más sustanciales.

Y, a pesar de la percepción común de la existencia de un creciente enfrentamiento entre el gobierno Obama y el israelí (que se refieren a temas estratégicos menores), cuando se trata de cuestiones sustanciales, entre ellos hay más acuerdos que desacuerdos. Obama ya ha dejado claro que “cualquier acuerdo con el pueblo palestino debe preservar la identidad de Israel como un Estado judío”, y ha afirmado que “Jerusalén seguirá siendo la capital de Israel y debe permanecer unida”. En cuanto a los refugiados palestinos, ha dicho que”: El derecho de retorno [a Israel] es una cuestión que no debe tomarse en sentido literal”. En todo el alboroto producido por el asunto de las colonias, Obama sólo ha mencionado su expansión y no su existencia permanente. Hasta que el gobierno Obama no se distancie públicamente de las posturas de los gobiernos de Clinton y Bush, debemos asumir que está de acuerdo con ellos y con Israel en que los enormes bloques de colonias, que rodean Jerusalén y dividen Cisjordania en guetos, seguirán inalterables en cualquier acuerdo sobre dos Estados. Ni Obama ni Netanyahu han mencionado el ilegal muro de Israel en Cisjordania, lo que sugiere que no existen discrepancias ni sobre su trazado ni sobre su existencia. Y ahora, ambos están de acuerdo en que se pueda denominar “Estado palestino” a cualesquiera fragmentos de territorio que se les deje. No produce extrañeza que el gobierno Obama acogiera el discurso de Netanyahu “como un gran paso adelante”.

Lo que resulta especialmente decepcionante de la postura adoptada por Obama en El Cairo- y desde entonces repetida constantemente por su enviado a Oriente Próximo, George Mitchell- es que Estados Unidos se compromete con “las legítimas aspiraciones palestinas a la dignidad, oportunidad, y a tener su propio Estado”. Se trata de una frase que parece tener sentido, pero esas ambiguas palabras, al estilo de los clichés utilizados en las campañas electorales, están desprovistas de cualquier referencia a los derechos inalienables de los palestinos. Las eligieron los redactores de discursos y expertos en relaciones públicas, no los palestinos. La fórmula Obama implica que las demás aspiraciones palestinas son en sí mismas ilegítimas.

¿En qué ley internacional o resolución de la ONU pueden los palestinos encontrar la definición de “dignidad” y “oportunidad?” Esas palabras infinitamente elásticas reducen equivocadamente toda la historia palestina a la exigencia de unos sentimientos vagos y a un “Estado”, olvidando la lucha por la liberación, la justicia, la igualdad, el retorno y la recuperación de los derechos usurpados. Es, sobre todo, bastante fácil imaginar un Estado que mantenga para siempre a los palestinos desposeídos, disperso, indefensos y con la amenaza de más expulsiones y masacres por parte de un Israel racista y expansionista

A lo largo de la historia, nunca han sido los líderes quienes definieron los derechos sino el pueblo quien luchó por ellos. No es una mala conquista el que durante un siglo los palestinos hayan resistido y sobrevivido a los intentos sionistas de destruir materialmente sus comunidades y borrarles de la historia. Mientras los palestinos sigan resistiendo en cualquier escenario y por todos los medios legítimos, sus derechos nunca se extinguirán. Es, a partir de esa fuerza independiente y autóctona, y no de promesas ambiguas de una gran potencia o de los favores de un ocupante usurpador, como se alcanzarán la justicia y la paz.

Hasan Abu Nimah fue representante permanente de Jordania ante la ONU.

Ali Abunimah, es cofundador de The Electronic Intifada y autor de One Country: A Bold Proposal to End the Israeli-Palestinian Impasse (Metropolitan Books, 2006).

Electronic Intifada, 17 de junio de 2009

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