La propaganda bélica contra Irán

Bill Van Auken
World Socialist Web Site / La Haine
Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre
26/06/09

En el New York Times no hay ni la más mínima apariencia de objetividad al respaldar las acusaciones de la oposición

Los medios de comunicación estadounidenses, con el New York Times a la cabeza, siguen con su deliberada campaña contra Irán en la que se acusa al gobierno iraní de haber robado las elecciones presidenciales del 12 de junio.

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Los medios de comunicación estadounidenses, con el New York Times a la cabeza, siguen con su deliberada campaña contra Irán en la que se acusa al gobierno iraní de haber robado las elecciones presidenciales del 12 de junio. En ella no hay ni la más mínima apariencia de objetividad al respaldar las acusaciones de la oposición, encabezada por el derrotado candidato Mir Hossein Musaví, como un hecho cierto y despachar como mentiras las afirmaciones del Gobierno.

A la oposición se la califica de democrática y reformista, mientras al presidente en funciones Mahmud Ahmadinejad y a sus seguidores se les retrata como fascistas, así que difícilmente se podría imaginar que los dos personajes representan a sectores rivales pertenecientes la misma clase dirigente. Pero la responsabilidad de la violencia en las calles de Teherán se atribuye en exclusiva al Gobierno y sus fuerzas de seguridad.

No se establece relación alguna entre estos sucesos y la situación general en la región, donde EE.UU. lleva a cabo dos guerras, en las fronteras oriental y occidental de Irán, guerras ambas dirigidas a instaurar la hegemonía estadounidense en ese rico territorio en petróleo.

Las insinuaciones de que EE.UU. y sus agencias de espionaje están implicadas en las revueltas de Irán se califican de absurdas invenciones de un gobierno iraní que intenta engañar a la opinión pública, y ello se produce en un país donde Washington derrocó a un gobierno democráticamente elegido en 1953, apoyó a un brutal dictador, el Shah, durante más de un cuarto de siglo, y ha llevado a cabo operaciones secretas de la CIA en épocas recientes, en las que implicó a fuerzas de operaciones especiales en territorio iraní.

The New York Times y Venezuela

Todo esto debería sonarnos familiar. Hace poco más de siete años, una campaña mediática similar, también encabezada por el New York Times, se puso en marcha contra el gobierno del presidente Hugo Chávez en Venezuela.

Entonces, como ahora, la objetividad media de los periodistas brilló por su ausencia. A Chávez se le vilipendió, y sus adversarios- en su mayoría procedente de la oligarquía venezolana y de los sectores más privilegiados de la clase media-, considerados cruzados de la democracia. Las declaraciones de la oposición se aceptaron como hechos probados y se trataron con el máximo respeto, mientras los argumentos del gobierno eran motivo de mofa.

Unas pocas citas del New York Times de marzo y abril de 2002 dan idea de aquella campaña. El 26 de marzo, el periódico publicaba un artículo titulado “Venezuela’s President vs. Military. Is Breach Widening?” [El presidente de Venezuela contra los militares: ¿Se ensancha la brecha?] El contenido del artículo deja bien claro que la respuesta era, esperanzadoramente, afirmativa.

“Los oficiales rebeldes ayudaron a poner en marcha un movimiento de creciente oposición, aunque desunido, que se echa a las calles para debilitar a Chávez, cuyo talante autocrático y políticas de izquierdas han alienado a un creciente número de personas”. Y continuaba, “Aunque había prometido una revolución para mejorar la vida de los pobres, Chávez en su lugar ha dañado a casi todos los sectores-desde la Iglesia a la prensa y a las clases medias- con su estilo bravucón, sus discursos populistas y flirteos con Fidel Castro...”

En la información del Times sobre Venezuela – como ahora en Irán- la frase “casi todos los sectores” se utiliza para excluir a la abrumadora mayoría de la población, a los desheredados urbanos y rurales, que le han dado dos veces la más amplia victoria electoral de la historia del país.

El periódico presentaba como algo positivo la alocución de un ex ministro de energía a un grupo de directivos “huelguistas” de la compañía estatal de petróleos, quien declaraba: “Esto sólo puede acabar con la dimisión del presidente... Se trata de él o de nosotros. Hay que elegir entre democracia y dictadura”.

Se imponía el tema de la violencia. Cuando hombres armados no identificados dispararon durante una masiva manifestación de protesta organizada por la oposición contra el palacio presidencial de Miraflores- una multitud comparable, tanto en número como en la composición de clase, con las que han tenido lugar en las calles de Teherán- los 19 muertos se cargaron a las fuerzas de seguridad del gobierno o a los partidarios de Chávez.

Posteriormente se supo que algunos de los muertos se encontraban entre la muchedumbre que se había reunido para defender a Chávez y que la mayoría de los disparos procedían de la policía metropolitana de Caracas, leal al alcalde de la ciudad, Alfredo Peña, apoyado por EE.UU. y opositor feroz del presidente. En su cobertura del enfrentamiento, el Times recurrió a Peña quien, como es lógico, responsabilizó de la carnicería a Chávez.

La finalidad de todo ello quedó al descubierto tras la manifestación, cuando un sector del ejército, aliado con la organización empresarial más importante de Venezuela y con los burócratas de la federación de sindicatos derechistas, financiados por EE.UU., se unieron para dar un golpe de Estado que derrocó a Chávez por poco tiempo.

Inmediatamente después del golpe, el Times puso las cartas boca arriba en un editorial con el título “Hugo Chávez Departs” [Hugo Chávez se marcha ”].

“La democracia venezolana ya no está amenazada por un dictador encubierto”, se jactaba el Times, “Chávez, un demagogo enfermizo, cede su cargo tras la intervención del ejército y la entrega del poder a un respetado dirigente empresarial...”

El periódico insistía en que Washington no había tenido nada que ver con el derrocamiento, “negando a Chávez el papel de mártir nacionalista. En realidad, su remoción ha sido un asunto exclusivamente venezolano”.

No existe nada que pueda expresar con más claridad la idea de “democracia” que comparten el Times y la clase dirigente estadounidense. Un régimen establecido tras un derrocamiento militar de una gobierno electo, era “democrático” mientras fuera manejable para los intereses de Estados Unidos en Venezuela, que suministra el 15 por ciento del petróleo importado por EE.UU. Los intereses eran, pues, evidentes.

En lo referente a que el golpe era “exclusivamente venezolano”, se trataba de una tapadera de la organizada y prolongada operación desestabilizadora estadounidense, en la que el Times desempeñó un papel clave.

No obstante, el “democrático” golpe sólo duró dos días. Chávez volvió al poder gracias a las masas de pobres que tomaron las calles manifestándose contra el nuevo gobierno, y a sectores del Gobierno que se volvieron contra él. El Times rectificó, ligeramente, al admitir que había acogido la salida de Chávez con “aplausos”, si bien lamentaba que “se hubiera producido de forma tan poco democrática”.

En Irán, el New York Times está siguiendo esencialmente el mismo guión, aunque a mayor escala.

Una vez más: ¿Quién es Robert Dreyfuss, corresponsal de The Nation en Irán?

The Nation no ha respondido a la pregunta planteada por World Socialist Web Site: ¿Quién es Robert Dreyfuss?

Tal como explicamos, Dreyfuss es un colaborador de una revista que se auto proclama portavoz de las políticas progresistas en Estados Unidos. En 1981, publicó un libro, Hostage to Khomeini [Rehén de Jomeini], en el que pedía al gobierno Reagan que preparara la caída de la República Islámica de Irán y acusaba al presidente Jimmy Carter de haber traicionado al Shah.

En aquella época, Dreyfuss era miembro de una organización fascista dirigida por Lindón LaRouche, y desempeñaba el puesto de “director de información para Oriente Próximo”, en su revista Executive Intelligence Review.

Este es el hombre en quien confía The Nation como comentarista principal sobre “políticas y seguridad nacional”, y a quien ha enviado a Irán para cubrir las elecciones. Él ha repetido la línea seguida por el New York Times, y se ha declarado partidarios de una “revolución de color” en Irán.

Comparar lo que escribía entonces y lo que escribe hoy indica lo urgente que resulta que The Nation explique por qué un individuo semejante colabora con ellos.

Esto se plantea, en particular en relación con una de los principales fuentes de Dreyfuss durante su reciente estancia en Irán, Ibrahim Yazdi, ex ministro de asuntos Exteriores y calificado de “disidente”. Un artículo publicado en The Nation el 13 de junio “Iran’s Ex Foreign Minister Yazdi: It’s A Coup [Ex ministro de Asuntos Exteriores de Irán: Esto es un golpe de Estado”], en su mayoría es una entrevista con ese tipo, quien asegura que las elecciones han sido fraudulentas e ilegítimas.

No obstante, en su libro Hostage to Khomeini, Dreyfuss afirma que Yazdi formaba parte de un “sector de agentes experimentados y entrenados por los servicios de espionaje occidentales”. Y asegura que recibía “las órdenes de Washington y Londres a través de ‘profesores’, gentes como Richard Cottam de la Universidad de Pittsburgh”, a quien consideraba un ex “agente de la CIA, destacado en la embajada estadounidense en Teherán.

Decía Dreyfuss: La mujer de Yazdi consideraba a Cottam “el amigo más cercano de mi marido, la única persona que sabía sobre él más que yo misma”.

A lo largo de todo el libro, Dreyfuss se refiere a Yazdi como un “corrupto del Mossad”.
Por ello, la pregunta es la siguiente: a qué Dreyfuss, hemos de creer, ¿ al que reveló que Yazdi era un espía de EE.UU., Gran Bretaña e Israel, o al que ahora le califica nada menos que de defensor de la “democracia” y de la “reforma?

Dreyfuss nunca se ha retractado de lo que escribió en 1981. ¿Mentía entonces, o miente ahora? The Nation tiene la obligación de contestar. Sus lectores merecen saber qué está haciendo Dreyfuss en la revista?.

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