La biotecnología como arma social
Diego Llanes Ruiz
Diagonal
11/03/09
Empleo de necesidades básicas como mercancías para hacer negocio con ellas
La biotecnología está de moda. Gobiernos y empresas ven en ella una solución a la crisis económica y, de paso, a problemas como el hambre en el mundo. Pero, ¿es la panacea que esperábamos?
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En el año 1982, se editó un libro titulado La biología como arma social. La obra, fruto de la colaboración de varios autores, estudiaba la corriente ideológica que atribuye causas biológicas, y propone soluciones también biológicas, a los grandes problemas de la humanidad. Una hipotética reedición del libro, un cuarto de siglo después, podría titularse La biotecnología como arma social, pues son las nuevas tecnologías, especialmente las basadas en el desarrollo de la genética molecular, las que ahora se presentan como la panacea para resolver las dificultades de alimentación, salud o energéticas que afronta el mundo. Eso cuando no nos trasladan al mundo de la alquimia, anunciando el pronto hallazgo del elixir de eterna juventud –rebautizado como “terapia para el envejecimiento”– o nos divierten anunciándonos el descubrimiento de los “genes de la soltería”.
Estas tesis adoptan una postura especialmente lamentable cuando abordan el hambre en el mundo: ¿Los 300 millones de personas que mueren al año por hambre se deben a insuficiencias científicas o tecnológicas? La Resolución 3.348 de la Asamblea General de las Naciones Unidas de diciembre de 1974 explicaba que “la situación de los pueblos que sufren de hambre y malnutrición se origina en circunstancias históricas, especialmente en las desigualdades sociales, incluyendo en muchos casos la dominación extranjera y colonial”. Al tiempo, dejaba claro que “la sociedad posee en la actualidad (¡1974!) los recursos, la capacidad organizadora y la tecnología suficientes para alcanzar la erradicación del hambre”. 35 años después, el hambre continúa. Aún así, algunos siguen insistiendo en que el problema se resolverá con la biotecnología en general y los alimentos transgénicos en particular.
Es claro que el desarrollo científico y tecnológico ha contribuido a mejorar la alimentación y la salud de algunos colectivos del primer mundo. Pero presentar, una y otra vez, al hambre y a la enfermedad como problemas debidos a déficits científicos o tecnológicos es una postura radicalmente errónea e interesada. No son deficiencias científicas sino un problema complejo y, por ello, político. En lugar de pensar que las nuevas tecnologías resolverán estas cuestiones, es preciso reclamar un modelo de desarrollo económico internacional para satisfacer las necesidades de las sociedades. Un modelo diferente del vigente en el primer mundo ya que, además de ser indeseable, utiliza las necesidades básicas como mercancías para hacer negocio con ellas.
Las voces críticas contra esta tendencia comienzan a expandirse. La revista científica Nature Biotechnology, nada sospechosa de ecofundamentalismo desinformado o de ser portavoz de intereses ocultos contrarios a la biotecnología, dedicó uno de sus últimos editoriales a cuestionar duramente la presentación de esta disciplina como panacea para alimentar, curar y suministrar energía a la humanidad. Duro revés para los ultradefensores de estas tecnologías, entre los que se encuentran renombrados investigadores y profesores universitarios, y una clara llamada a la moderación en la defensa e implantación de los nuevos descubrimientos.
Así, comentarios como “estremece pensar lo que hubiera ocurrido –sobre la incidencia del hambre en el mundo– si no hubiera habido plantas modificadas genéticamente”, reciben una clara respuesta en el mencionado editorial cuando se dice: “Aunque hay centenares de miles de acres de terrenos con plantas transgénicas, hasta el presente no han servido para solucionar los problemas básicos de los agricultores pobres: salinidad, desertización, sequía; ni están dedicadas al problema de la malnutrición”. La revista también arremete contra la “medicina personalizada”, piedra angular del empleo de la biotecnología en la sanidad, que considera “un concepto sin definir” y, por tanto, inútil en un modelo de sanidad pública universal, desde nuestro punto de vista.
A pesar de las críticas, son constantes las campañas de “propaganda económicamente interesada” en la que se implican gobiernos y científicos y que sólo pretenden incrementar el beneficio de las multinacionales farmacéuticas y del agronegocio. Su profusión pone en una situación muy difícil a los profesores y científicos que consideramos que la biotecnología, como cualquier tecnología humana, tendrá su sitio en un nuevo modelo de desarrollo, siempre que se la despoje de los intereses y la propaganda que la recubren y que la hacen una tecnología especialmente indeseable. Las opiniones vertidas en el editorial de Nature Biotechnology, en plena crisis económica, son un buen punto de partida para iniciar una reflexión conjunta sobre lo que de válido puedan tener para el futuro de la humanidad. Reflexión que incluya a aquellos que aprovechan cualquier ocasión y foro para defender a las tecnologías genéticas como la panacea de los problemas de las sociedades humanas y, de paso, considerar a sus críticos como ignorantes o defensores de intereses ocultos.
Arma económica
El pasado verano, el Gobierno y los empresarios estadounidenses se reunieron para hablar sobre el futuro de la biotecnología. Se despidieron con entusiasmo inversor, viendo las oportunidades de negocio. Y no sólo en el primer mundo, también en los países empobrecidos. Recientemente, la revista Genetic Engineering & Biotechonology News señalaba el aumento de actividad de las biofarmacéuticas en países empobrecidos. ¿Las razones? Hay menos problemas para organizar ensayos clínicos y más incidencia de enfermedades como el cáncer cervical o la malaria. Así aumentan mercado.
Diego Llanes Ruiz es catedrático y Luis Morera Sanz es profesor del departamento de Genética de la Universidad de Córdoba.
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