El brote de cólera como resultado de la guerra de Occidente contra Zimbawe
Stephen Gowans
Black Agenda Report
Traducido para Rebelión por Mariola y Jesús María García Pedrajas
15/12/08
“Zimbawe es el blanco de un ataque de Occidente basado en sanciones económicas punitivas”
La crisis en Zimbawe se ha intensificado. La inflación es incalculablemente alta. El banco central limita – hasta límites insoportables – la cantidad de dinero que los zimbaweses pueden retirar de sus cuentas bancarias diariamente. Los soldados desarmados se amotinan, con sus armas guardadas bajo llave, para prevenir levantamientos armados. El personal de los hospitales no se presenta a trabajar. Los responsables del suministro de agua andan escasos de los productos químicos necesarios para purificar el agua para consumo humano. El cólera, fácilmente evitable y curable en circunstancias normales, se ha disparado, llevando al gobierno a declarar un estado de emergencia humanitaria.
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En Occidente, los funcionarios estatales le piden al presidente del país, Robert Mugabe, que dimita y entregue el poder al líder de la facción mayoritaria del Movimiento por el Cambio Democrático, Morgan Tsvangirai. Con esto, la crisis se vincula directamente con Mugabe, y la solución con Tsvangirai, pero no se dice en ningún momento que ha hecho Mugabe para causar la crisis, ni como, la ascensión de Tsvangirai a la presidencia, hará que desaparezca.
La cadena de eventos que han llevado a la crisis puede trazarse, a grandes rasgos, de la manera siguiente:
* A finales de la década de los 90, el gobierno de Mugabe provocó la hostilidad de Occidente por: (1) su intervención militar en la República Democrática del Congo apoyando al joven gobierno de Laurent Kabila, ayudándoles a desbaratar una invasión de fuerzas rwandeses y ugandeses, apoyadas por EEUU y Gran Bretaña, (2) su rechazo a la implantación de un programa de reestructuración económica pro-extranjero, que el FMI establecía como condición para dar soporte a su balanza de pagos; (3) acelerar la redistribución de la tierra, confiscando las granjas propiedad de los blancos y, de este modo, cometiendo la afrenta definitiva en contra de los dueños de las propiedades productivas – expropiación sin compensación. Para los gobiernos que basan su política exterior, en gran medida, en proteger sus derechos de propiedad sobre los bienes productivos en el extranjero, la expropiación y, especialmente, la expropiación sin compensación, es intolerable, y debe ser castigada para disuadir a otros de hacer lo mismo.
* En respuesta, EEUU, como primer garante del sistema imperialista, introdujo en 2.001 el Acta para la Recuperación de la Economía y la Democracia en Zimbawe. Este Acta ordenaba a los representantes estadounidenses en las instituciones financieras internacionales “oponerse y votar en contra de la ampliación de cualquier préstamo, crédito o garantía al Gobierno de Zimbawe; o de la cancelación o reducción de la deuda mantenida por el Gobierno de Zimbawe con los EEUU o cualquier institución financiera internacional”.
* El Acta, efectivamente, privó a Zimbawe de las divisas extranjeras requeridas para sus importaciones desde el exterior, incluyendo los componentes químicos necesarios para tratar el agua potable. Las ayudas al desarrollo del Banco Mundial también fueron canceladas, denegando al país el acceso a los fondos necesarios para mejorar sus infraestructuras. El banco central tomo medidas para paliar los efectos del acta, creando una hiperinflación como consecuencia.
“Los EEUU negaron a Zimbawe los medios para importar bienes”
Las causas de la crisis pueden ser rastreadas, directamente, hasta Occidente. En lugar de prohibir la exportación de bienes a Zimbawe, los EEUU negaron a Zimbawe los medios para poder importarlos – sin sanciones económicas, pero con un acta que tiene el mismo efecto. Podemos estar seguros de que, si Mugabe hubiera dado marcha atrás en su reforma sobre la propiedad de la tierra y hubiera acatado las exigencias del FMI, la crisis se podría haber evitado. Pero el gatillo fue apretado en Washington, Londres y Bruselas, y es Occidente, por tanto, el que carga con la culpa.
Las sanciones son, efectivamente, actos de guerra, a menudo con las mismas y, en ocasiones más devastadoras, consecuencias. Más de un millón de iraquíes murieron como resultado del régimen de sanciones que se prologaron por más de una década, encabezadas por EEUU a continuación de la Guerra del Golfo de 1.991. Esto provocó que dos investigadores políticos , John y Kart Mueller, acuñaran la expresión “sanciones de destrucción masiva”. Los mismos analistas apuntaron que las sanciones habían “contribuido a más muertes desde el fin de la Guerra Fría que todas las armas de destrucción masiva en la historia”.
Los medios de comunicación occidentales se refieren a las sanciones contra Zimbabwe como dirigidas – limitadas únicamente a oficiales gubernamentales de alto rango y otros individuos. Esto ignora el Acta para la Recuperación de la Economía y la Democracia en Zimbawe y oculta su impacto devastador, de ese manera transfiriendo la responsabilidad por la catástrofe humanitaria de Estados Unidos a Mugabe.
El brote de cólera tiene su paralelo en el brote de cólera en Irak después de la Guerra del Golfo. Thomas Nagy, un profesor de negocios en la George Washington University, citó documentos clasificados en el número de septiembre de 2001 de la revista The Progressive que muestran que Estados Unidos hizo que se bombardeara de forma deliberada las plantas de potabilización de agua, y en los que se reconoce que las sanciones impedirían a Irak reconstruir su infraestructura de purificación de agua y que epidemias de enfermedades por otra parte prevenibles, entre ellas el cólera, serían el resultado. Washington, en otras palabras, creó de forma deliberada una catástrofe humanitaria para conseguir sus objetivos de cambio de régimen. Hay un paralelismo claro con Zimbabwe – la única diferencia es que Estados Unidos usa el Acta para la Recuperación de la Economía y la Democracia en Zimbawe – es decir, sanciones de destrucción masiva – en lugar de los bombardeos.
“Las sanciones han provocado más muertes en la era post Guerra Fría que todas las armas de destrucción masiva en la historia.”
El programa de reforma de la tierra de Harare es una de las razones principales por las que Estados Unidos ha iniciado la guerra contra Zimbabwe. Zimbabwe ha redistribuido tierras que pertenecían anteriormente a 4000 granjeros blancos a 300.000 familias que carecían de tierras, descendientes de africanos negros cuya tierra fue robada por colonos blancos. El gobierno del Congreso Nacional Africano de Sudáfrica por el contrario ha redistribuido solamente un 4% del 87% de la tierra arrebatada por la fuerza a la población indígena por los europeos.
En marzo, el gabinete sudafricano parecía preparado para seguir adelante con un plan para acelerar la reforma agraria. Abandonaría el modelo de “vendedor dispuesto, comprador dispuesto” impuesto por Occidente, siguiendo los pasos del gobierno de Mugabe. Con ese plan, el treinta por ciento de la tierra agrícola se redistribuiría a agricultores negros para 2014. Pero el gobierno se ha echado atrás, su renuencia a seguir adelante se basa en las siguientes consideraciones:
1. La mayoría de los sudafricanos negros llevan generaciones alejados de la tierra, y ya no tienen las habilidades y cultura necesaria para dedicarse de forma inmediata a una agricultura de alto nivel. Un programa de reforma agraria acelerado llevaría con casi total seguridad a una bajada de los niveles de producción, mientras que los nuevos agricultores intentar adquirir los habilidades críticas.
2. Sudáfrica no es ya un exportador neto de alimentos. Un programa de reforma agraria acelerado probablemente forzaría al país, a corto plazo, a depender más aún de las importaciones agrícolas, en un momento en que los precios de los alimentos están subiendo de forma global.
3. Existe el riesgo de que una reforma de la tierra acelerada cree una crisis de fuga de capitales.
4. Los riesgos de que una reforma de la tierra radical provoque una reacción violenta de Occidente son más que evidentes teniendo en cuenta el ejemplo de Zimbabwe. A Sudáfrica le gustaría evitar convertirse en el próximo Zimbabwe.
La crisis económica de Zimbabwe está acompañada de una crisis política. Las conversaciones para formar un gobierno de unidad nacional están atascadas. El fallo para conseguir un acuerdo gira en torno a un único ministerio – política interna. En Occidente, el fracaso a la hora de consolidar un acuerdo entre el partido de Mugabe ZANU-PF y las dos facciones del MDC se atribuye a la intransigencia de Mugabe que insiste en controlar todos los puestos clave del gabinete. Para pelear se necesitan dos. Tsvangirai ha mostrado poco interés en conseguir un acuerdo, prefiriendo por el contrario poner objeciones a todas las soluciones para solucionar el impasse sugeridas por mediadores externos, mientras los embajadores occidentales rondan en los alrededores. Es como si, con el país tambaleándose al borde del colapso, no quisiera conseguir un acuerdo, prefiriendo por el contrario ayudar para acelerar el colapso poniendo obstáculos a un acuerdo, para dejar libre el camino para su ascensión a la presidencia. Cuando la mediación del antiguo presidente de Sudáfrica Thambo Mbeki fallo, Tsvangirai le pidió al grupo de paises regional, el SADC*, que interviniera. SADC ordenó al ZANU-PF y al MDC que compartieran el ministerio de política interna. Tsvangirai se negó. Ahora quiere que Mbeki sea reemplazado.
“Tsvangirai ha mostrado poco interés en conseguir un acuerdo.”
En la reunión del SADC, Mugabe presentó un informe en el que alega que las milicias del MDC están siendo entrenadas en Botswana por Gran Bretaña, para ser desplegadas en Zimbabwe a principios de 2009 para fomentar una guerra civil. Los disturbios se usarían como pretexto para una intervención militar de fuera. Esto seguiría el modelo usado para sacar del poder al gobierno haitiano de Jean-Bertrand Aristide. Ya hay oficiales del gobierno británico y clérigos haciendo llamadas a la intervención. El primer ministro británico Gordon Brown dice que el brote de cólera hace a la crisis de Zimbabwe internacional, ya que la enfermedad puede cruzar fronteras. Puesto que una crisis internacional cae en el ámbito de la “comunidad internacional”, el camino está libre para que Occidente y sus satélites vallan a arreglar las cosas.
Botswana es decididamente hostil. El ministro de exteriores, Phando Skelemani, dice que los vecinos de Zimbabwe deberían imponer un bloqueo de petróleo para derrocar al gobierno de Mugabe.
Mientras tanto, los representantes de los ancianos, Jimmy Carter, Kofi Anan y Graca Machel trataron de entrar en Zimbabwe para tener acceso a la crisis humanitaria. Dado que una adecuada valoración no podría hacerse en el rápido recorrido que el trío había planeado, Harare impidió su entrada, reconociendo que el viaje se usaría simplemente como una plataforma para declamar sobre la necesidad de un cambio de régimen. Las preocupaciones humanitarias de los ancianos, sin embargo, no le impidió al trío estar de acuerdo con que la imposición de sanciones – más miseria para la población – sería útil.
La persecución del gobierno de Mugabe de una reforma agraria, su rechazo a las políticas estructurales neoliberales, y movimiento para eclipsar el imperialismo de Estados Unidos en el sur de África, ha convertido a Zimbabwe en el blanco de un ataque occidental basado en sanciones financieras punitivas. La intención, como es el caso en todos los esfuerzos occidentales de desestabilización, ha sido hacer al país blanco del ataque ingobernable, forzando al gobierno a dimitir, dejando libre el camino para la ascensión al poder del chico de los recados de Occidente. Debido al ataque de Occidente, el gobierno de Zimbabwe está luchando para poder proveer a la población con necesidades básicas. Ya no puede proveer medidas sanitarias básicas y acceso a agua potable a un nivel suficiente para prevenir los brotes de enfermedades que son por otra parte prevenibles.
“La intención ha sido hacer al país blanco del ataque ingobernable.”
La sustitución del gobierno de Mugabe por uno liderado por el Movimiento para un Cambio Democrático (MDC), un partido creado y dirigido por los gobiernos occidentales, si ocurre llevará a una mejora de la situación humanitaria. Esto no ocurrirá porque el gobierno del MDC es más competente gobernando, sino porque las sanciones se levantarán y el acceso a la ayuda a la balanza de pagos y al desarrolla se restaurará. Zimbabwe podrá de nuevo ser capaz de importar cantidades adecuadas de compuestos químicos para la purificación de agua. La mejora de la situación humanitaria se citará como prueba de que Occidente tenía razón al insistir en un cambio de gobierno.
El inconveniente es que las medidas para “indigenizar” la economía – para poner la riqueza mineral y agrícola en manos de la mayoría – serán revertidas. Mugabe y miembros claves del estado serán enviados a la Haya – o se harán intentos de expulsarlos – para enviar un mensaje a otros líderes sobre lo que le ocurre a aquellos que amenazan el modo dominante de relaciones de la propiedad y desafían la dominación de Occidente. Intimidados por el ejemplo de Zimbabwe, africanos de otros países se echaran atrás en su demandas de reforma agraria y control sobre los recursos económicos de sus países, y el continente se someterá más firmemente a un patrón de subyugación neocolonial.
* El SADC (Comunidad para el Desarrollo del Sur de África por sus siglas en inglés) existe desde 1.980. Los miembros fundadores son Angola, Bostwana, Lesotho, Malawi, Mozambique, Swazilandia, República Unida de Tanzania, Zambia y Zimbawe. Se funda en Lusaka, Zambia, el 1 de Abril de 1.980; siguiendo lo establecido en la Declaración de Lusaka – África del Sur: Hacía la liberación económica. Los estados miembro en la actualidad son Angola, Bostwana, República Democrática del Congo, Lesotho, Madagascar, Malawi, Mauricio, Mozambique, Namibia, Sudáfrica, Swazilandia, República Unida de Tanzania, Zambia y Zimbawe. (Nota de los traductores)
Jesus Maria y Mariola Garcia Pedrajas son colaboradores de Rebelión. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a los traductores y la fuente.
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