Brasil: Guerra en las favelas

Francho Barón
El País
19/10/08

Favela de Rebú, a las 9.30. Las aspas del helicóptero de la Coordinadora de Recursos Especiales (CORE), el eufemismo con que se denomina a la tropa de élite de la Policía Civil de Río de Janeiro, quiebran con su estruendo el silencio del amanecer en la periferia oeste de la ciudad. Por tierra, un convoy de 30 todoterrenos encabezados por un carro blindado (el temido caveirão en la jerga carioca) ocupa y cierra el principal acceso al suburbio. Ciento veinte hombres uniformados de negro y pertrechados con armamento de guerra (fusiles de asalto M-16 y FAL-762, ametralladoras M-60 y chalecos antibala) forman dos columnas que rápidamente se dispersan por ambos flancos de la arteria principal de la favela. Las callejuelas están desiertas: alguien ha dado la voz de alerta minutos antes del desembarco de la policía. Comienza una operación más de la CORE, uno de los dos cuerpos de élite de Río, polémico por la brutalidad con la que actúa allí donde la policía convencional no se atreve a pisar.

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En Rebú campa a sus anchas la facción criminal Comando Vermelho (Comando Rojo). Los narcotraficantes han establecido en las angostas callejuelas de la favela varias bocas de fumo (puntos de venta de droga) y han dictado leyes paralelas para legislar la vida de sus moradores: todo el mundo está obligado a colaborar con la firma y no se permiten robos dentro ni en las inmediaciones de la comunidad. El Comando Vermelho ofrece a cambio protección al vecindario y, con los réditos de la cocaína, de vez en cuando subvenciona pequeños gastos domésticos a quien lo pide, como la bombona del gas o algún medicamento de urgencia. Hoy, inusualmente, los delincuentes no han saludado con tiros la llegada de la policía.

La operación, lanzada el pasado mes de julio, tiene por objeto capturar a los jefes del narcotráfico, los dueños de las bocas de fumo, vivos o muertos. En Río se da por hecho que la CORE, así como el Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar de Río (BOPE), tiene carta blanca para casi todo: puede disparar a bocajarro, puede registrar viviendas sin autorización judicial, puede someter a dramáticos interrogatorios a cualquier sospechoso de manejar información sobre las personas buscadas.

Ronaldo Oliveira, jefe del grupo especializado en Robos y Hurtos de Automóviles (DRFA), capitanea la columna derecha. Ahora, el silencio en la favela es casi absoluto, sólo roto por el leve crujido de la gravilla bajo las botas de los efectivos y por el llanto premonitorio de un niño, que instintivamente percibe el sinsentido que se avecina. Oliveira no se dirige a sus soldados con palabras, sino con un intrincado código de gestos que sólo manejan los hombres de la CORE y del BOPE.

El mando da la orden y su columna abandona la arteria principal, desplegándose con agilidad por una callejuela adyacente. Comienzan los registros. El grupo está encabezado por un sujeto cubierto con un pasamontañas negro y un sombrero de camuflaje; es el sabueso de la operación, lo que se conoce en la jerga del crimen como un X9, un chivato o desertor del narcotráfico que pretende pagar algún favor de la policía entregando algunas cabezas más importantes que la suya. El individuo señala con el índice la puerta de una casucha.

La CORE no acostumbra a llamar a la puerta; directamente, intenta abrirla por los cauces civilizados y, si no puede, la echa abajo a patadas o, como último recurso, recurre a los explosivos. No sabemos si éste es el caso, ya que la policía afirma que fueron los narcos los que lanzaron una granada contra la puerta, pero el estallido dispara el pánico en la favela, y ahora el olor a pólvora, el humo, el polvo y los astillazos se mezclan con el grito de las mujeres y el llanto compungido de los niños.

Oliveira pide cobertura a sus hombres y entra el primero en la casa encañonando con un M-16 todo lo que parece moverse entre la humareda. Sale una mujer de una habitación pidiendo entre sollozos misericordia para su marido. El policía ni se molesta en contestarle; simplemente, la aparta de su camino con el antebrazo y penetra en el habitáculo, donde encuentra escondido en un armario a A. R. M., uno de los principales cabecillas del narcotráfico en la favela de Rebú, que se entrega sin oponer la mínima resistencia.

El delincuente es conducido al acceso principal de la favela, donde queda exhibido, como si de un trofeo de caza se tratase, ante los periodistas que cubren la operación. Junto a él se encuentran esposados otros cuatro presuntos criminales, algunos de ellos, con claras señales de violencia en el rostro (un ojo morado, algo de sangre coagulada en la comisura de los labios...). No son personas con aspecto de delincuentes peligrosos, sino adolescentes descamisados, con los ojos inyectados en sangre de fumar marihuana o crack.

A sus pies también han quedado expuestos el abundante material bélico y las drogas incautadas: tres subfusiles Uzi, dos AK47, dos pistolas, varias bombas de fabricación artesanal (cilindros de aluminio rellenos de pólvora y metralla) y varios cientos de papelas de cocaína. Éstos son los temidos soldados del narcotráfico de Río: desheredados de la tierra, en muchos casos, sin noción del bien y del mal, drogados y armados hasta los dientes.

"Los crímenes aquí son muy violentos. Normalmente, son perpetrados por jóvenes de 17 a 25 años con una capacidad mental bien reducida, que salen a la calle para hacerse con dinero rápido, y acaban matando a su víctima y cometiendo otras atrocidades", explica de una manera bastante gráfica el comisario Oliveira.

Hoy, en Rebú, la CORE ha sido razonablemente quirúrgica y no se han producido víctimas mortales, pero a pocos kilómetros, en la favela de Coreia, la policía militar ha intervenido con menos contemplaciones y ha matado a tres personas.

En Río de Janeiro, esto hace tiempo que dejó de ser noticia: la prensa local cuenta con secciones fijas en las que casi todos los días se narra la guerra en las favelas y se contabilizan los muertos. Según los datos que maneja la propia policía militar, en 2007 se produjeron 20 bajas de efectivos en choques armados en el municipio de Río. En lo que va de 2008, 10 policías militares han muerto. Estas cifras contrastan sospechosamente con las bajas que se cuentan en el otro bando; según el Instituto de Seguridad Pública de Río de Janeiro, sólo en el primer semestre de este año se registraron 472 civiles muertos en lo que la policía considera bajas legítimas provocadas por la resistencia de los criminales a la autoridad. En el mismo periodo del año pasado, el número de muertes ascendió a 509. "Estamos ante una eficacia policial absurda", comenta a este diario el sociólogo español Ignacio Cano, miembro del laboratorio de Análisis de la Violencia de la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UERJ). "No conocemos otra policía en el mundo que cause tantos muertos en sus intervenciones como la de Río. Infelizmente, esta realidad responde a una concepción política de la seguridad pública", añade.

Según Cano, la policía de operaciones especiales carioca tiene tres rasgos propios que la alejan de cualquier otro cuerpo policial del planeta. Primero, se trata de una fuerza militarizada que responde a una estrategia militar; es decir, los objetivos son eliminar al enemigo y ocupar su territorio. En segundo lugar, cuenta con un poder de fuego indiscriminado que causa gran número de víctimas inocentes. Por último, y como consecuencia de lo anterior, los ciudadanos pasan a un segundo plano cuando se toma la decisión de intervenir. "Una policía europea que actuase así en áreas densamente pobladas, como son las favelas, sería inaceptable", concluye el experto en violencia policial.

En el último informe anual de la ONG Human Rights Watch, en la rúbrica dedicada a la violencia policial en Brasil, se afirma: "Los policías que cometen abusos son raramente sancionados, y, algunas veces, estos abusos son justificados por las autoridades como una consecuencia inevitable de sus esfuerzos por combatir las altas tasas de criminalidad en Brasil".

En la misma línea, el fogueado reportero carioca Bartolomeu Brito, con 25 años de experiencia en la cobertura de conflictos en favelas (sus reportajes inspiraron el guión de Ciudad de Dios, del director Fernando Mireilles), opina que la policía "primero dispara y después pregunta". "Existe una solución a largo plazo: que las autoridades desmantelen las favelas y reubiquen a sus moradores en lugares decentes. Pero, infelizmente, los políticos sólo pisan estos lugares cuando necesitan pedir votos. Una vez que pasan las elecciones, vuelven a desaparecer", denuncia el periodista.

El comentario viene a cuento porque el domingo 26 de octubre se disputará la alcaldía de Río de Janeiro, entre otras muchas, en la segunda vuelta de las elecciones municipales brasileñas. Durante estos días, los candidatos a alcalde y a concejales se afanan en hacerse fotos, sonrientes, junto a los vecinos de las favelas, donde se concentra el 19% de la población carioca.

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