Rescate para unos pocos, esclavos de la deuda el resto
Michael Hudson
Counterpunch
Traducción para Sin Permiso por Xavier Fontcuberta Estrada
19/10/08
Este programa de estilo “Robin Hood a la inversa” se está llevando a cabo sin condiciones, sin pedir a los bancos que dejen de pagar dividendos, sueldos exorbitantes y paracaídas dorados a sus ejecutivos, y sin tomar el control de bancos con un patrimonio negativo como el que ya están experimentando muchos propietarios de inmuebles.
Estamos entrando en el fin del mundo financiero. El “plan A” para el rescate (compra de los activos basura) ha fracasado, el “plan B” (un sucedáneo de compra de acciones de los bancos para recapitalizarles sin acabar con los actuales y desastrosos directivos) está languideciendo, y las deudas siguen sin poder pagarse. Esa es la realidad a la que Wall Street evita enfrentarse. “Primero te ignoran, luego te censuran y por último dicen que ya sabían desde el principio lo que tú decías”, dijo Gandhi. Lo mismo podría decirse de la actual acumulación de deudas que exceden lo que la economía tiene capacidad para pagar. Primero los reguladores y los políticos sostenían que se podían pagar, luego censuraron a los pesimistas por difundir el pánico y finalmente dicen que claro, que a los estudiantes ya se les enseña desde hace más de cuatro mil años que “la magia del interés compuesto” sigue doblando y redoblando las deudas más rápido de lo que la economía puede dar de sí en generar excedente para pagarla.
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Lo que se ha terminado es la idea de que “la magia del interés compuesto” puede enriquecer a las economías sin que haya que trabajar y sin la industria. Espero que hayamos presenciado el fin de la era de las formulitas para derivados tratando de ganar dinero en juegos de suma cero. Un exceso de deuda siempre acaba o bien en la confiscación de las propiedades del deudor, o en una cancelación de la deuda para preservar la libertad y equidad generales de la economía.
Eso significa que la economía postmoderna como la conocemos hoy en día va a terminar –sea en una polarización financiera y una servidumbre por la deuda que lleve a la aparición de una nueva elite oligárquica, sea en una cancelación de la deuda y un “estar de juerga” durante un año entero para así salvar a la sociedad. Pero cuando el gobierno dice que está explorando “todas” las opciones, dicha realidad no es una de ellas. La primera alternativa del Secretario del Tesoro, Henry Paulson, fue comprar paquetes de hipotecas basura (obligaciones colaterales de deuda o CDO’s, por sus siglas en inglés. N. del T.) para salvar a los inversores institucionales más ricos de tener que asumir las pérdidas de sus malas inversiones. Cuando esto no fue suficiente, vino con el “Plan B”, para dar dinero a los bancos. Pero mientras en Gran Bretaña y Europa los países hablaron de nacionalizar los bancos o al menos disponer de un cierto control sobre ellos, el señor Paulson cedió ante sus compinches de Wall Street y prometió que las compras de acciones no serían de verdad. No se iba a debilitar a los actuales accionistas, y la participación del gobierno no tendría derecho a voto en la asamblea de accionistas. Para rematar las concesiones a sus coleguitas, el señor Paulson incluso aceptó no pedir a los altos ejecutivos que renunciasen a sus “paracaídas dorados”, pluses o salarios anuales totalmente exorbitantes.
El Plan A (los 700 mil millones de dólares para comprar la basura hipotecaria empaquetada que el sector privado no va a quedarse) falló en parte porque permitió a las instituciones financieras que no pusieran un precio justo a los paquetes de deuda que estaban vendiendo. En lugar de revelar la verdad sobre su situación financiera asignando a los activos su valor de mercado, pueden “poner precios estandarizados”, al estilo Enron. Ya hemos visto el resultado: una semana entera de sólido desplome de la bolsa. Los medios de comunicación lo llaman pánico, pero no hay nada de irracional en ello. ¿Quién en su sano juicio compraría títulos o participaciones de un banco sin saber lo que valen realmente dichos títulos? La fe en esa porquería de modelos matemáticos ha terminado.
Así que seguimos esperando una respuesta pública al problema de cómo amortizar las deudas. El interés económico de quién deberá sacrificarse: ¿el de los deudores, como ha venido ocurriendo durante los últimos ocho siglos; o el de los prestamistas, que han luchado para crear una economía neoliberal controlada por el sector financiero?
No es demasiado tarde para decidir por qué camino ir, pero los banqueros y prestamistas de Wall Street van a la cabeza de la carrera. Viendo de qué lado soplaban los vientos políticos, se decidieron a vaciar las arcas del Tesoro antes de las elecciones del próximo 4 de noviembre, como si fuesen habitantes de la edad media huyendo de las hordas mongolas comandadas por Genghis Khan. “Nos vamos. Limpiad los aparadores”, como en Lehman Brothers donde se vaciaron las cuentas extranjeras en Gran Bretaña y demás países justo antes de declarar la bancarrota, llevándose todo lo que pudieron y poniéndolo en manos de sus mejores amigos.
La proclama consistía en que se necesitaba un rescate para restaurar la confianza. Pero la semana siguiente demostró que dicha pretensión era falsa. No cambió el rumbo de la bolsa como se había prometido. El Dow Jones Industrial Average cayó 2.200 puntos entre el miércoles 1 de octubre y el siguiente viernes 10 de octubre –ocho días de caída libre, incluso sin las habituales pausas en zigzag. El hundimiento del viernes fue de 100 puntos por minuto durante los primeros siete minutos, una caída de 690 puntos situándose por debajo de los 8.000. Cada 100 puntos era más de un 1% de caída, lo que se reflejó en el NASDAQ. Nada pudo con la presión conjunta de tantísimos estadounidenses convirtiendo de la noche a la mañana sus fondos en efectivo y de otros tantos extranjeros en zonas horarias más tempranas emitiendo órdenes de venta.
Los especuladores a corto plazo hicieron una de sus mayores y más rápidas fortunas, vendiendo primero y luego cubriendo sus posiciones recomprando más baratas las acciones que previamente habían vendido. Ello subió los precios hasta incluso valores positivos justo antes de las 10:30 de la mañana, cuando George Bush empezó a hablar. La mitad de las empresas financieras mostraban ganancias en esos momentos, una señal de que el “equipo de rescate antidesplomes” había pasado a la acción. Pero el señor Bush no dijo nada que pudiese resultar útil y las acciones volvieron a entrar en caída libre, perdiendo otros 128 puntos a pesar de la reunión del G7 prevista para la siguiente semana. No se dijo nada en absoluto sobre reducir los niveles de deuda, solamente de dar más dinero a los bancos, las compañías de seguros y el resto de agentes monetarios, como si “empujando una cuerda” pudiese motivárseles a prestarse aún más en una economía ya de por sí saturada de deudas.
Si el Congreso quería realmente restablecer la confianza, lo que debería haber hecho es lo siguiente: en primer lugar, fijar los precios según el valor de mercado, no según modelos y estándares. Los inversores ya no confían en el estilo contable americano “a lo Enron”, ni en las agencias de valoración de deuda o las aseguradoras “monoline” (intermediarios financieros prácticamente desconocidos por el gran público, que abaratan los mecanismos de financiación privados otorgando, a cambio de una prima, una garantía financiera a préstamos, bonos y demás activos. N. del T.). No confían en que los bancos de los EEUU sean honrados respecto a sus posiciones financieras. Están preocupados por las acusaciones de fraude lanzadas por los fiscales generales de 11 estados contra prestamistas rapaces como Countrywide o Wachovia, la compra de los cuales fue motivo de tanto orgullo por parte de Citibank, JP Morgan Chase y Bank of America.
Así pues, ¿es demasiado tarde para el Congreso para cambiar de opinión y revocar su regalito? Si el rescate de 700 mil millones de dólares no estabilizó lo que para los pequeños inversores, los fondos de pensiones e incluso el sector financiero en pleno era ya “inestabilizable”, ¿qué hacer?
Lo que la Reserva Federal ha estado haciendo mientras los medios no miraban
Pongamos en perspectiva lo que ha sido el despilfarro del plan de rescate. Mientras los senadores y congresistas sujetos a las decisiones de los votantes estaban debatiendo sobre 700 mil millones de dólares para los mayores contribuyentes de Wall Street a ambos partidos (y eso sólo a modo de entrante, como admitió el señor Paulson), la Reserva Federal ya había dado incluso más, sin discusión pública alguna y sin que se enterasen los medios de comunicación. Desde que cayó Bear Stearns en marzo, la Reserva Federal se ha refugiado en la letra pequeña de sus estatutos para ir más allá de sus clientes habituales (que se supone que son los bancos comerciales) dando casi de forma indiscriminada a los bancos de inversión, los agentes de bolsa y finalmente a las grandes empresas unos 875 mil millones de dólares más en operaciones de “efectivo por basura” (las estadísticas al respecto salen cada semana en el informe H41 de la Fed). Como Aladino ofreciendo lámparas nuevas a cambio de las viejas, la Fed ha cambiado bonos del Tesoro por hipotecas basura y demás títulos que las agencias bursátiles y los bancos de inversión no habían tenido tiempo de colocar a la OPEC, a los fondos soberanos asiáticos o a otros inversores.
La prensa alaba al señor Bernanke como un “estudioso de la Gran Depresión”. Si lo fuese, debería saber que lo que llevó al colapso de 1929 fueron las austeras políticas que el gobierno de EEUU llevó a cabo en su papel de prestamista hacia sus aliados en la primera guerra mundial. Ello provocó una situación en la que la Reserva Federal tuvo que suministrar crédito fácil para sostener los tipos de interés artificialmente bajos, de modo que se motivase a los inversores de EEUU a prestar a Inglaterra y Alemania, quienes a su vez iban a usar este flujo de dólares para pagar sus deudas de guerra entre aliados. El predecesor del señor Bernanke, Alan Greenspan, promovió el crédito fácil sencillamente por cuestiones ideológicas, para enriquecer a Wall Street al permitirle tener más deuda que vender.
Alguien que estudiase la Gran Depresión entendería los conflictos de intereses que emergen entre los pequeños bancos comerciales y los gran banca de inversión y gestión de capitales, que llevaron al Congreso a aprobar la Glass-Steagall Act en 1933, si bien el conflicto se desató una vez más cuando el presidente Clinton apoyó al entonces presidente de la Fed, Alan Greenspan y al líder republicano (e ídolo de McCain) el senador Phil Gramm en su rechazo de dicha ley, abriendo las puertas al actual doble juego financiero que ha costado tanto a la economía americana.
Si el señor Bernanke conoce esta historia, su comportamiento es sencillamente el de un oportunista practicante del arte de la auto-promoción, adulando a Wall Street al hacer campaña por una última gran estafa antes de que la administración Bush cierre el chiringuito. La Fed ha subministrado a Wall Street bonos del Tesoro recién estampados, salidos de la nada y que se suman a la deuda nacional. Y ha hecho esto sin sentir necesidad alguna de racionalizarlo mediante absurdas declaraciones públicas que expliquen cómo el gobierno va a sacar de ello “beneficios para los contribuyentes”.
El presidente de la Fed no se elige democráticamente. Tradicionalmente lo designa el sector financiero de Wall Street que se supone que luego regula la propia Fed, haciendo pues el papel de representante de los intereses de los prestamistas – el 10 por ciento más rico de la población – y en contra del 90 por ciento restante de “endeudados”. Esta “independencia del Banco Central” es celebrada como elemento distintivo de la democracia. Pero es radicalmente antidemocrático, precisamente por estar aislado del control público.
La era de la oligarquía
El Secretario del Tesoro, Paulson, no se puede permitir esos lujos. El Tesoro se supone que representa los intereses nacionales, no el de los banqueros, aunque su máxima autoridad hoy en día salga de Wall Street y actúe como su representante. El señor Paulson presentó al Congreso su plan de despilfarro y tintes totalitarios con brusquedad y sobre la base de un “lo tomas o lo dejas”, anunciando que si el Congreso no salvaba a Wall Street de las pérdidas derivadas de su enorme montón de malos préstamos los bancos iban a permitir, por pura mala leche, que la economía quebrase. “Por favor no nos obliguen a hundir la economía”, estaba en realidad diciendo. Como solía decir Margaret Thatcher mientras se deshacía durante los 80 de las joyas de la corona del gobierno: no hay alternativa.
Al lanzar esta descarada amenaza, el señor Paulson se comportó de forma tan arrogante como el consejero delegado de Lehman, Richard Fuld, cuando trató de timar a Corea y demás inversores tentativos para que pagasen entero el precio ficticio que figuraba en los libros de cuentas de su empresa (su farol le salió mal y Lehman entró en bancarrota, dejando tirados a todos sus accionistas, incluidos empleados y directivos que tenían el 30 por ciento del total de acciones). Pero resultó que después de todo había una alternativa. Respondiendo a la mayor condena pública que se recuerda, el Congreso sí se tragó el farol de Paulson.
Lo que hacía a su plan de 700 mil millones de dólares, el Troubled Asset Relief Program (TARP), mucho más visible ante los medios de comunicación respecto a las actividades de la Fed es el hecho de que el Congreso esté implicado, siendo además un año de elecciones. Por ello el grado de decepción y sentimiento de engaño es enorme, a pesar de algunos apaños y recortes de impuestos para distraer la atención. El otrora opositor republicano, senador Jeff Sessions de Alabama, lo dejó claro y dijo que “esta ley se ha equipado con un montón de cuestiones muy populares para así darle aún mayor sentido de la oportunidad”, de modo que, como explicó el The New York Times: “en lugar de estar de acuerdo con un rescate de 700 mil millones de dólares, los legisladores podrán decir que votaron a favor de una mayor protección de los depósitos en el banco de la esquina, una rebaja del impuesto sobre la renta para los contribuyentes de clase media y ayudas para las escuelas en zonas rurales donde el gobierno federal es propietario de gran parte del suelo.”
Y así mientras los que en Wall Street creían en el éxtasis del libre mercado han sido elevados al paraíso gracias al “socialismo para los ricos”, se deja atrás a los que tiene hipotecas o préstamos para estudios, a la Pension Benefit Guarantee Corporation (PBGC, por lo poco unos 25 mil millones de dólares), la Federal Deposit Insurance Corporation (FDIC, sobre los 40 mil millones de dólares), así como a la Seguridad Social la cuál, se nos ha advertido ya, puede acumular un billón de dólares de déficit de aquí a 30 o 40 años. Sólo se han beneficiado los más ricos, no los votantes ni los propietarios ni el resto de deudores.
Aún así, se infundió pánico al Congreso para que actuase el viernes 3 de octubre, pues una semana antes la bolsa había caído 777 puntos después que los congresistas respondiesen a una protesta del electorado sin precedentes votando en contra del plan de rescate. “Esta gilipollez podría hundirnos”, advertía el presidente Bush mientras los voceros de Wall Street responsabilizaban del vuelco del mercado a la incapacidad de los congresistas para preservar el “sistema monetario”, especialmente los bancos y compañías de seguros que ya habían perdido toda su riqueza neta y se adentraban más y más en el territorio del “patrimonio negativo”. El líder demócrata Barney Frank y la portavoz de los demócratas en la cámara de representantes Nancy Pelosi dijeron, en efecto: “¡mirad lo que habéis hecho! Políticos irresponsables, os estáis creciendo con vuestros principios y a la vez dejando que se hundan los ahorros invertidos en bolsa y arriesgando los fondos de pensiones de la gente. Si no dais a las empresas de Wall Street suficiente dinero para que cubran sus pérdidas y todo el mundo gane, se llevarán por delante la economía hasta que se salgan con la suya”. Bien, no dijeron exactamente esto, pero básicamente ese fue el mensaje. Y sin duda era el mensaje de Wall Street: “Wall Street llamando a la Economía: la bolsa o la vida.”
Así que el Congreso cedió. Los demócratas corrieron como lemmings (roedores del norte de Europa. N. del T.) para “salvar la economía”. Y aún así la bolsa cayó otros centenares de puntos, y siguió bajando durante toda la semana, de forma mucho peor y mucho más rápida de lo que había ocurrido cuando el Congreso rechazó inicialmente la ley.
El “problema de la realidad”
¿Qué es lo que la teoría del “libre mercado” que hay detrás de ese regalito no tuvo en cuenta? Para empezar, el “sistema monetario” resulta ser un eufemismo para referirse a las fortunas de tahúres financieros que usan una basura de matemáticas (la fórmula Merton-Scholes para derivados) basadas en una basura de ciencia económica (bendecida con algunos premios Nobel) para comprar, especular e incluso asegurar hipotecas basura, bonos basura y futuros y derivados basura, basándose en sus precios relativos. Así que lo primero que faltó fue conocer bien el valor de lo que se estaba vendiendo y comprando. Los modelos “mark-to-market” (“valorar según el mercado”, método de contabilización de activos por el cuál su valor se fija según su precio de mercado en cada momento. N. del T.) dejan que fijen los precios los banqueros de inversión. Si la confianza existiese y hubiese realmente honor entre estos ladrones, un rescate por parte del gobierno no sería necesario, ya que “el mercado se vaciaría”.
La ideología del “libre mercado” asume que cada agente va a actuar únicamente en su propio interés. Si ello fuera así, ¿por qué iban los gobiernos extranjeros a acumular más y más títulos en dólares del Tesoro norteamericano, el cuál ya debe a sus bancos centrales más de 4 billones de dólares? Cuando ya no quedaban casi títulos del Tesoro a pesar de que los EEUU estaban incurriendo en déficits federales sin precedentes, los funcionarios norteamericanos presionaron a dichos bancos centrales y fondos soberanos extranjeros para que comprasen paquetes hipotecarios que reportaban un mayor tipo de interés. Y además al comprar este tipo de activos, los gobiernos extranjeros no serían acusados de financiar la guerra en Irak que la mayoría de sus votantes rechaza. Pero los inversores cometieron un error fatal creyéndose las referencias norteamericanas del valor de sus paquetes de hipotecas basura. Esa confianza ahora se ha perdido, más si cabe cuando el plan de rescate sigue permitiendo “valorar según el mercado”.
El Congreso pensó que sus 700 mil millones de dólares iban a distraer la atención como mínimo hasta las elecciones del 4 de noviembre. Pero fue en vano. Los mercados cayeron 157 puntos el mismo “viernes del regalo”, y siguió cayendo otros 800 puntos el lunes 6 de octubre, (hasta los 9.500) antes de rebotar 500 puntos para sólo caer mucho más el siguiente viernes. Así que tanto derroche no sirvió para su principal y declarado propósito de rescatar a los inversores bursátiles (“el capitalismo del pueblo”) o a sus fondos de pensiones. Simplemente había llegado la hora de hacer limpieza y llevarse a casa todo lo que uno pueda.
Sanear a bancos y aseguradores metidos en el juego de suma cero de los derivados, de modo que los ganadores se lleven su premio mientras los perdedores pueden vender sus malas inversiones al Tesoro, se supone que va a levantar otra vez la pirámide del crédito. La idea es arreglar el problema de la deuda con aún más deuda, para… ¡disparar otra vez los precios de las casas hasta niveles imposibles de asumir! Esto no es una solución a largo plazo, pero daría tiempo a quienes están pringados para acordar una “vuelta a empezar” y así salirse del juego más rápidamente, vendiendo sus hipotecas y bonos basura al proverbial “gran cretino”, en este caso el “gran cretino de última instancia”, el Tesoro de los EEUU, al menos mientras siga dirigido por el señor Paulson o, con Obama, tal vez por Robert Rubin, antiguo directivo de Goldman Sachs.
Los bancos deben “ganarse” su salida de la situación de insuficiencia patrimonial aumentando las ventas del que es su producto – créditos – incrementando así el nivel de endeudamiento de la economía y de ese modo ingresar más por intereses. El problema es que muchas familias están ya “con el agua al cuello”. No les quedan ingresos disponibles que sirvan para garantizar más deudas. Sin que se cancele las actuales deudas, no habrá más nuevos préstamos, quedándose así sin crédito para comprar coches nuevos, electrodomésticos o bienes y servicios en general. El desinfle de la deuda se está imponiendo a través de la economía “real”. Los prestamistas y especuladores se van a disciplinar por sí solos.
Si antes de este derroche no había fondos para la futura Seguridad Social, la sanidad pública o para reparar las infraestructuras esparcidas por todo el país, imagínese como de vacía habrá quedado la caja ahora que el gobierno ha acumulado los últimos billones de dólares en nueva deuda en lugar de cancelar un solo céntimo de las malas deudas hipotecarias que se consideran las responsables de esta debacle.
Podemos pues ver a dónde lleva todo esto. El 1 por ciento más rico de la población conseguirá hacerse con aún mayores rendimientos para su riqueza que el actual 57 por ciento. Contrariamente a la inscripción que hay en la Estatua de la Libertad, “give me your poor… yearning to breathe free” (“dame a tus pobres… anhelantes por ser libres”), la Fed – y ahora también el Tesoro, con bendición del Congreso – está saqueando el erario público y dándoselo a los más ricos inversores y los mejor colocados de Estados Unidos. Este programa de estilo “Robin Hood al revés” se está llevando a cabo sin condiciones, sin pedir a los bancos que dejen de pagar dividendos, sueldos exorbitantes y paracaídas dorados a sus ejecutivos, y sin tomar el control de bancos con un patrimonio negativo como el que ya están experimentando muchos propietarios de inmuebles.
Nadie habla de una cancelación o una moratoria de la deuda. El problema de las hipotecas subprime podría haberse resuelto sólo con cancelar 1 ó 2 billones de dólares del principal y los intereses de esos préstamos draconianos. En lugar de eso, los más de 10 billones de dólares de daños al sector financiero en las últimas semanas ponen de manifiesto la práctica de Wall Street de empaquetar y vender fraudulentamente hipotecas basura a precios que no eran realistas, usando matemáticas basura para calcular derivados basura y vendérselos a inversores crédulos que creen que lo que sostienen esas matemáticas, esas calificaciones de los créditos y esa renta estimada se asienta en la realidad.
Pero la característica más chocante del actual crack es la cantidad de empresas que realmente creyeron que el “juego de las sillas” financiero seguiría funcionando antes de que tuviesen que dejar de bailar y, así, escapar de la habitación. Me acuerdo de cierto día allá por los 70 en que advertí a Frank Zarb de Lazard Freres sobre la posibilidad de impagos de la deuda del tercer mundo, y le sugerí que la empresa debería llevar a cabo un análisis de su capacidad de pago. “Nosotros no tenemos que hacer nada de eso”, me respondió. “Tenemos un balance de lo que deben aquí mismo en un informe del FMI”. Se trataba de un grueso listado del servicio de la deuda previsto para un país africano que pronto resultó insolvente. Pero la mentalité de Wall Street era la misma que la de Herbert Hoover a las puertas de la Gran Depresión: una deuda es una deuda, y eso es todo. La respuesta es pues culpar a la víctima, como si la irresponsabilidad correspondiese sólo a los deudores y no a los prestamistas.
No se propone invertir parte de los recortes de impuestos de Bush para reactivar la economía, no se da ningún paso en dirección a una imposición más progresiva de los especuladores de Wall Street que pagan sólo el 15 por ciento de impuestos a las “ganancias de capital”, en lugar del tipo mucho mayor a que está sometido el impuesto sobre la renta o las contribuciones que pagan los empresarios por sus asalariados (Wall Street entero tiene su propio programa de paracaídas dorado, así que ¿por qué debería pagar por la Seguridad Social del resto de la sociedad?). No va a haber ninguna reducción de los beneficios fiscales especiales que hay para el patrimonio inmobiliario, cuyo favoritismo fiscal llevó a esta crisis al “liberar” más renta que no se llevaba Hacienda y podía así usarse como garantía para los bancos hipotecarios. La “Economía de la Burbuja” va a ser relanzada por Fannie Mae, Freddie Mac y los préstamos de la FHA para ayudar a los compradores a empujar otra vez al alza los precios de la vivienda y los locales comerciales, hasta un nivel que vuelva a imponer una nueva servidumbre financiera a los propietarios de viviendas.
El déficit presupuestario subirá por las nubes, sin que se persiga la evasión fiscal por parte de UBS o KPMG. En lugar de lanzar un meteorito fiscal o regulador que lleve a la extinción a estos dinosaurios, el clima se ha vuelta aún más propenso para su proliferación. Nuestra Era del Engaño va a estar aún más asentada si cabe. La suspensión por parte del plan de rescate del Congreso de las reglas de “valorar según el mercado” para en su lugar confiar en que Wall Street se “auto-regule”, debería ganar el premio Oxímoron 2008, pues los inversores no tienen ni idea de qué activos financieros son de fiar. No es de extrañar que la actividad prestataria se haya detenido en seco, especialmente entre los mismos bancos.
Así como las víctimas financieras yerran al intentar votar y actuar en su propio beneficio, los depredadores resulta que también acaban siguiendo estrategias de “libre mercado” que les perjudican. El “cortoplacismo” que caracteriza al sector financiero es el principal enemigo para su supervivencia. Ha traducido su riqueza en un fatal control político del clima legal en el que se mueve, bloqueando (con el apoyo explícito de Barack Obama) los esfuerzos del Congreso para reescribir las opresivas leyes de bancarrota que los bancos de tarjetas de crédito tanto presionaron por conseguir (con el crucial apoyo de Joe Biden, antiguo senador de la empresa de tarjetas de crédito HQ, en el estado de Delaware). Estas condiciones de bancarrota tan duras impiden que los tribunales renegocien las deudas de los propietarios de viviendas para que puedan seguir ocupando la propiedad, acelerándose así la caída de los precios inmobiliarios. El resultado son los actuales balances con patrimonio negativo, que ponen de manifiesto la pregunta de quién debe cargar con el coste de volver a situar las deudas en línea con la capacidad de pago de la economía. ¿Serán las instituciones financieras que promovieron la inflación de los precios de activos y presionaron para que se desregulara el sector de los prestamistas? ¿O serán los deudores que creyeron que estaban en la cresta de la ola inflacionaria e iban a conseguir duros a cuatro pesetas?
En lugar de pedir a los prestamistas que absorban las pérdidas debidas al existente exceso de deudas por encima de lo que puede llegar a pagarse, las deudas se mantienen íntegramente ahí, sin reescalarlas al nivel que puede soportar la economía. El gobierno va a sanear a los prestamistas y a los especuladores de derivados informatizados – y va a hacer de recolector del exceso de malos créditos que ha acumulado la economía.
Hoy podemos ver lo que esta burbuja de inflación de precios de activos, convenientemente sostenida por la deuda y que en su momento fue ensalzada por Alan Greenspan como auténtica creadora de riqueza, realmente es: pura generación de crédito para sencillamente subir los precios inmobiliarios, de las acciones y de los paquetes de deuda. La formación de capital tangible se ha dejado de lado, como si las economías post-industriales ya no lo necesitasen.
¿Se van a dar cuenta los votantes de la asimetría que hay en el fracaso del Congreso en ofrecer un cierto alivio a los deudores que poseen una propiedad mientras los precios inmobiliarios caen por debajo del valor de las hipotecas que deben? ¿Serán sus miembros culpados por no haber reelaborado las leyes nacionales de bancarrota para liberar a las familias de la servidumbre de las deudas, y así proteger los mercados de vivienda de la continua caída de los precios causados por la actual proliferación de ventas debidas a la ejecución de las hipotecas? Asimismo, ¿no habrá alivio para las empresas que tiene que recortar sus inversiones para así poder pagar los bonos basura y otras deudas que les han endosado los corredores de bolsa de Wall Street y demás “activistas bursátiles”?
Evidentemente no.
Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de Kansas City, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.
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