Hemerotecas de acción retardada

Alberto Piris
La Estrella Digital/Rebelion.org
11/06/08

Las hemerotecas son, a menudo, el talón de Aquiles de los políticos. Las bajas que producen al cabo del tiempo son tan dañinas como las causadas por las bombas de racimo, recientemente prohibidas. Suelen explotar en momentos imprevisibles y con resultados casi siempre demoledores para sus víctimas. No en vano la tentación de reescribir el pasado ha sido recurrente en las dictaduras, como bien describió Orwell.

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No solo son peligrosas las hemerotecas que conservan la prensa escrita, sino también los registros guardados de programas televisados o radiados, que constituyen un testigo que contradice, con frecuencia, las brillantes declaraciones de algunos individuos de corta memoria. O quizá de larga memoria, pero sabedores de la corta memoria de los pueblos, tan influenciables por las frases rotundas que fabrican titulares resonantes pero que poco tienen que ver con la realidad que intentan describir, fenómeno que se produce hoy casi a diario. (No hace mucho, dos importantes diarios españoles titulaban como “histórico” el hecho de que un compatriota jugara en una final del baloncesto estadounidense).

Ahora que las candidaturas a la presidencia de EEUU parecen definirse mejor, el aspirante republicano está sufriendo los efectos perversos de sus propias palabras. En el verano del pasado año, al ser interrogado el senador John McCain en la CNN por su opinión sobre el desarrollo de la guerra en Iraq, desde su recién asumida condición de candidato oficial alardeó: “Fui el mayor crítico durante los primeros tres y medio o cuatro años”. Dos escritores y analistas estadounidenses han reunido y publicado ahora algunos testimonios que le dejan bastante malparado. He aquí sus respuestas a varias preguntas que le fueron formuladas entre los años 2002 y 2007:

¿Tenía Sadam Husein un programa nuclear peligroso para EEUU?— “Sadam Husein desarrolla una carrera acelerada para construir armas nucleares” (octubre, 2002).

¿Cómo serán recibidas las tropas de EEUU?— “El pueblo iraquí nos recibirá como liberadores” (marzo, 2003).

¿Será corta o larga una guerra contra Iraq?— “El conflicto será relativamente corto” (marzo, 2003).

¿Cómo va la guerra?— “Creo que los próximos tres o seis meses van a ser críticos” (septiembre, 2003).

¿Cómo va la guerra?— “Creo que sus fases iniciales tuvieron un éxito tan espectacular que nos sorprendió” (octubre, 2003).

¿Es esta guerra realmente necesaria?— “Solo los más ilusos de entre nosotros pueden dudar de la necesidad de la guerra” (agosto 2004).

¿Cómo va la guerra?— “Veremos progresos significativos de aquí a seis meses o un año” (diciembre 2005). En septiembre de 2007 respondía así a la misma pregunta: “Los próximos seis meses serán críticos”.

Sorprende esa reiterada fe en que el éxito estaba a la vuelta de la esquina. Bien es verdad que era una fe promovida por muchos altos cargos del Gobierno de Bush, que le acompañaban con declaraciones similares a las suyas. Como muestra, recuérdese que en junio de 2004 Bush declaró rotundamente: “Dentro de dos semanas alcanzaremos el momento decisivo”. ¡Sutil perspicacia presidencial! La misma de McCain, por mucho que ahora éste pretenda disimular y desengancharse del fracasado final del actual presidente.

¿Qué puede mover, entonces, a McCain a proclamarse como “el mayor crítico” de la guerra? Habrá que tomarlo, simplemente, como una mentira más con la que intenta borrar un pasado que, al convertirse en candidato a la presidencia, se le antoja un lastre incómodo.

Esos continuos juegos de palabras, ese trenzado culpable de mentiras y falsedades (si no lo fuesen, habría que atribuirlo a estulticia o a credulidad, lo que es aún peor en un dirigente político), en el que también incurrieron otros gobernantes como Blair y Aznar, nos producen una profunda sensación de desconfianza al oírlos en boca de quien aspira a alcanzar la mayor posición de poder imaginable en nuestro mundo: la presidencia de EEUU. ¿En qué manos está, pues, el destino de la humanidad?

De poco consuelo sirve el saber o sospechar que el verdadero control de ese destino se halla en otras manos —mucho menos visibles—, que son las que manejan los auténticos resortes del poder, porque tanto unos como otros muestran una invencible propensión a engañarnos a los demás. Lo peor de todo, en último término, es la facilidad con la que reiteradamente nos solemos dejar engañar. ¿Será esto lo único que nos merecemos?

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