Los campos de refugiados palestinos en el Líbano al borde del estallido

Franklin Lamb
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
25/09/09

Veintisiete años después de la masacre de Sabra y Chatila

Veintisiete años después de la Masacre de Sabra y Chatila en 1982, deambulando por los callejones en medio de los vahos que salen de la tierra, provocados por la húmeda fetidez del campo de refugiados palestinos de Chatila en Beirut, uno es testigo de una distopía. Este territorio de chabolas es el más miserable de los 59 campos de refugiados palestinos que hay repartidos por el mundo, incluidos los ocho de Gaza.

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El campo es una sociedad-isla de miseria caracterizada por la pobreza, la opresión, la tensión, casi un 40% de desempleo, la depresión, una creciente violencia doméstica, tasas ascendentes de abandono escolar, profunda frustración entre los jóvenes que ansían matricularse en el semestre de otoño aunque, para la mayoría de los palestinos, no hay dinero para matrículas ni plazas en la universidad. Las familias del campo sufren cada vez más casos de enfermedades respiratorias, y la mayoría no dispone de atención sanitaria, polución y una carencia casi total de derechos civiles. Muchos ven ya una explosión en el horizonte.

Entre las muchas leyes libanesas que oprimen a los palestinos, hay una de 2002 que prohíbe que posean propiedades fuera de los campos quienes no tengan un Estado reconocido –los palestinos-. Por tal motivo, sin territorio para poder expandirse, los residentes en el campo se ven forzados a construir en vertical con bloques de hormigón, aunque esto es también ilegal, a menos que uno tenga suficiente dinero para sobornar a toda una serie de funcionarios del gobierno.

Según Salah M. Sabbagh, un abogado palestino-libanés de Beirut. “Si Jesucristo viniera aquí no podría tener propiedades porque nació en Belén. Haría mejor quedándose en aquel establo”.

El campo de refugiados palestinos de Chatila, como los otros once que se ubican en el Líbano, es un lugar abrumado por un extenso pesar. Como en el cuento de Kafka, “La colonia penitenciaria”, es como si sus habitantes llevasen escrita la sentencia en la frente y estuvieran continuamente enfrentados con los comandantes locales o regionales.

Desde luego, el rasgo fundamental de los campos es la injusticia que padecen los refugiados expulsados de sus hogares en la ocupada Palestina y forzados a escapar al Líbano hace seis décadas, donde cada vez más, aquí bajo asedio, o allá bajo una brutal ocupación, hay menos tolerancia para con los palestinos y menos preocupación por su supervivencia.

La realidad política actual es que los 410.000 refugiados registrados por la UNRWA se están convirtiendo cada vez más en los peones subhumanos del Líbano y sujetos de las maniobras políticas en la región, sin que se les reconozcan derechos humanos, sociales y políticos. Alrededor del 25% de los palestinos libaneses han emigrado ya del Líbano, lo cual le viene bien a EEUU y a Israel, ya que quieren a los palestinos en cualquier lugar menos en Palestina. Y le viene asimismo bien a los partidos políticos libaneses, que les quieren en cualquier parte menos en el Líbano. Los sectarios señores de la guerra locales (zaiim) podrían eventualmente aceptar que 40.000 palestinos, aproximadamente el 4%, se naturalice (tautin) en el Líbano y que, después de diez años o más, puedan en teoría recibir la ciudadanía, incluyendo el derecho a votar. Esa cifra estaría integrada principalmente por las mujeres palestinas que ya tienen la ciudadanía o aquellas que al menos han conseguido algunos derechos civiles por haber contraído matrimonio con hombres libaneses. Una reciente investigación mostró que el 93% de los palestinos del Líbano no quieren naturalizarse en el Líbano sino que quieren regresar a su propio país. Demasiado para la estupidez de algunos políticos locales que no hacen nada por ellos, no sea que “corran el riesgo de que los refugiados se sientan a gusto y pretendan quedarse”.

Una mujer libanesa no puede transmitir derechos al casarse con un nacional extranjero, incluidos los palestinos, un defecto de las leyes libanesas que ha sido aquí objeto de intermitentes campañas correctivas durante los últimos doce años por parte de organizaciones civiles progresistas. Éstas, junto con algunas ONG internacionales, están tratando de adecuar las leyes sobre relaciones domésticas libanesas con las de la mayor parte del mundo. Los juristas de La Masion des Avocats en Beirut no prevén cambios importantes a corto plazo en las leyes libanesas que vayan a favorecer a ninguna mujer, palestina o no.

Cada año, a mediados de septiembre, se celebra en el Líbano una semana de actos en recuerdo de las aproximadamente 3.000-3.400 víctimas de la Masacre de Sabra y Chatila de 1982 que Israel patrocinó. En los últimos años, cada vez llegan más gentes de toda la comunidad internacional para participar. Este año han venido muchas personas de Italia, Noruega, Suecia, Finlandia, Alemania, Irlanda, el Reino Unido, cuya solidaridad con la causa palestina dura ya casi medio siglo. De nuevo este año participaron canadienses y estadounidenses y varias personas de países asiáticos y sudamericanos, incluyendo varios clérigos de color de la ciudad de Nueva York y ciudadanos de Oregón, California, Illinois, Florida, Massachussetts y Washington DC, entre otros.

Una iniciativa judía

El pasado domingo llegó, desde Washington DC, un grupo de judíos estadounidenses y anunció una iniciativa judía para romper el asedio de los palestinos en los campos del Líbano. Su iniciativa fue bien recibida el 15 de septiembre pasado por los palestinos y delegaciones internacionales, ONG y residentes en los campos, durante una conferencia celebrada en la nueva Embajada de la OLP en Beirut. El grupo, que representaba a varios rabinos y sinagogas estadounidenses, también participó en la colocación de una corona en el lugar donde descansan algunas de las víctimas de la masacre del Club Hula, perpetrada el 6 de junio de 1982, cuando las fuerzas israelíes asesinaron a 51 mujeres y niños en la zona oriental del campo de refugiados palestinos de Shemali, situado cerca de Tiro, cuando iniciaron sus bombardeos sobre el Líbano que duraron 75 días. El mismo Club Hula fue llamado así por lo ocurrido entre el 24-29 de octubre de 1948, cuando las fuerzas israelíes ametrallaron allí, cerca de la frontera con Palestina, al menos a 50 civiles en Hula.

Israel perpetró otra masacre en Hula en julio de 2006, cuando las fuerzas israelíes bombardearon un refugio de civiles, matando a 29 personas y destruyendo aproximadamente el 20% de las casas del lugar.

La mañana del 15 de septiembre de 2009, los miembros e invitados de la Fundación de Sabra y Chatila, la ONG palestina Beit Aftal Assumoud, otras ONG y los visitantes internacionales se reunieron con los familiares de quienes perecieron durante las cuarenta y tres horas de carnicería que se prolongaron desde el 15 al 19 de septiembre de 1982.

El encuentro tuvo lugar en un orfanato situado junto a unos callejones que no tienen más allá de tres pies de ancho, en el Campo de Chatila, donde el sol no ha vuelto a brillar desde que en 1949 la Cruz Roja Internacional construyó el campamento.

“Hoy me quedé en silencio”

Umm Ali Edelbi dio la bienvenida a Stephanie, una mujer italiana con quien se había reunido hace algunos años, mientras los “extranjeros” y las Madres se abrazaban y Umm Yamal besaba a una enfermera judía, Ellen, llegada de Washington DC, que fue testigo de la masacre de 1982 cuando se encontraba trabajando en el hospital Gaza de Chatila.

La escena resultó muy emotiva para Antonio, de Roma, que visitaba un campo palestino por primera vez. Se quedó conmocionado y al observar a más de una docena de madres supervivientes, algunas de ellas llevando las fotos de sus bienamados, se secó los ojos y dijo: “Nunca habría imaginado que existiera un lugar sobre la tierra en el que las personas tuvieran que vivir cosas como ésta. Me siento emocionado no sólo por el tipo de vida que tienen que llevar dentro de este campo, también porque es espantoso contemplar a padres que han perdido a sus hijos de una forma tan bestial”.

Pocos momentos después empezó la reunión oficial. Abdel Nasser habló en nombre de las familias de Chatila y dio las gracias a los “extranjeros que han venido en nuestro apoyo” mientras criticaba a los árabes “de los que nunca he visto a nadie ofreciendo apoyo alguno”. Abdel Nasser fue gentilmente interrumpido por una mujer de habla suave desde casi el final de la abarrotada habitación, que explicó: “Soy árabe, marroquí y musulmana. He venido de mi país para apoyaros”. Abdel le dio las gracias por la clarificación y continuó con su exposición explicando las demandas de los padres para que la comunidad internacional “enjuicie finalmente y castigue a los ejecutores de los espantosos crímenes”.

El siguiente orador fue la glamourosa académica italiana Stephanie Lemettie, portavoz de la delegación de Italia. Conteniendo las lágrimas, dijo a los reunidos: “Los momentos más difíciles se producen cuando me encuentro con vosotros. Las palabras no alcanzan a expresar todo el amor y la solidaridad que sentimos. Nunca os olvidaremos y nunca dejaremos de trabajar para que regreséis a Palestina”.

Fue seguida por la Sra. Stephanie Karnini, hermana del fundador del comité italiano Stephano, una leyenda en Chatila y en los otros once campos del Líbano por sus nueve años de trabajo solidario allí antes de su trágica y prematura muerte hace dos años. Le dijo a la asamblea que confiaba en “que Dios nos dé la fortaleza para luchar contra la segunda y actual masacre, la de la memoria que están intentando borrar”.

Un hombre que no habló, quizá de unos setenta años, llevaba una foto enmarcada de su hijo adolescente. Se quedó atrás cuando el grupo se dispersó. Se sentó desplomándose calladamente contra el muro verde pálido de la clase del orfanato y fijó la mirada en los pequeños compartimentos de los parvulitos con sus cepillos de dientes y tazas de plástico de brillantes colores. Su camisa estaba empapada en sudor y parecía no encontrarse bien y estar muy cansado y débil tras tres semanas de Ramadán, aplastado por una inmensa pena en medio del cálido septiembre beirutí.

Se presentó suavemente: “Mi nombre es Kamal Ma’rouf y este es mi hijo Yamal. No sabemos si es un mártir o ha desaparecido. Hace veintisiete años que le espero y hablo de mi hijo. Hoy me he quedado callado. Quizá sea mejor así”, dijo comenzando a sollozar.

¿Quién eran las víctimas de la masacre de Sabra y Chatila?

Veintisiete años después de la masacre, sabemos más sobre muchas más cosas sobre los que perecieron pero no todo. Sólo pudo identificarse al 68% de los cuerpos. Israel habría preferido que no se identificara a ninguno, pero muchos de los asesinos tuvieron miedo y a los operarios de los bulldozer israelíes se les helaron los pies y se les observó cuando abandonaron sus vehículos y escaparon, dejando pruebas que les incriminaban.

147 familias perdieron al menos un miembro cada una, mientras que 34 perdieron entre dos y once miembros. 51 familias tenían miembros que fueron secuestrados o que desaparecieron.

¿Dónde están o dónde están sus restos? ¿Se sacaron de los centros de interrogatorio que Israel y las Fuerzas Libanesas habían preparado en el edificio de la UNESCO y del Estadio de Deportes, y fueron enterrados fuera del campo, en algún lugar bajo las pistas de carreras o en el bosque de pinos del Este de Beirut, como especuló la difunta periodista estadounidense Janet Stevens? ¿En las cloacas de las barriadas circundantes, como Bir Hasaan, donde sabemos ahora que las tapas de los pozos fueron levantadas, atestándolos de cuerpos, donde este último verano se han descubierto huesos y restos?

Sabemos también ahora que 6 bebés nonatos fueron asesinados dentro de sus madres, 18 bebés de menos de un año, 13 de menos de 3 años, 58 niños de menos de 12 años. Entre el 12-24% de los refugiados, aproximadamente, emigraron tras la masacre.

El 78% de los asesinados o secuestrados tienen testigos en sus familias que aún viven. El 48% cree que los asesinos fueron las Fuerzas Libanesas (ahora dirigidas por Samir Geagea, quien continúa negando la implicación de sus milicias a la vez que pide negociaciones de paz con “nuestro enemigo” Israel). Sabemos ya que durante las horas que duró la masacre, el líder de la Falange, el Sheij Pierre Gemayel ordenó que “bajo ninguna circunstancia debían las Fuerzas Libanesas admitir que habían participado en forma alguna”. Al parecer, quería proteger a su hijo Amin, confiando en que la administración Reagan le nombrara pronto Presidente del Líbano (como así ocurrió, en efecto) tras el asesinato de su hermano Bashir.

Más tarde, Pierre se lo contó en privado a sus amigos pero siempre negó en público que “unos cuantos de nuestra gente participaran en la masacre”, describiéndoles como “agentes israelíes”, que no estaban a sus órdenes: “Sharon tenía un buen montón de Judas Iscariotes en nuestras filas”, explicaría Pierre.

El 52% de los supervivientes señalaron que “no podían decir” quienes eran los secuestradores que vieron llevándose del campo a los residentes del mismo.

No hay lápidas para identificar a los enterrados, aproximadamente unos mil, en la Plaza de los Mártires de Chatila, pero sabemos ahora que sus profesiones incluían a un jockey, un portero, un doctor, una enfermera, un sastre, una tejedora, profesores, zapateros, fontaneros, pescaderos, fruteros, electricistas, albañiles, vendedores ambulantes y constructores.

Ayer, este observador, junto con la cirujana británica, la Dra. Swee Ang Chai y la enfermera Marion Looi Pok, verdaderas heroínas sanitarias durante y tras la Masacre de 1982 en Sabra y Chatila, tuvimos el honor de pasar la tarde con nuestra amiga de hace tantos años, la Dra. Bayan al Hout, cuyo marido, Shafiq, uno de los más respetados y queridos fundadores de la Organización para la Liberación de Palestina, falleció repentinamente el 2 de agosto pasado.

Su ya clásica obra: “Sabra y Chatila: septiembre de 1982” (Bayan Nuwayhed Al-Hout, 2004, disponible en Pluto Press, Londres), es fervientemente recomendada por la Fundación de Sabra y Chatila para todos aquellos que buscan una comprensión más profunda de la secuencia exacta de sucesos que se produjeron durante y alrededor de la Masacre.

A lo largo de más de quince años, Bayan entrevistó concienzudamente a supervivientes y testigos oculares, algunas veces de forma furtiva e ignorando las amenazas mientras trataba de evitar a los enjambres de agentes de inteligencia que pululaban por el Beirut Oeste y los campos palestinos a finales de 1982, parte de cuyo trabajo era crear la narrativa adecuada para hiciera desaparecer la verdad. Consiguió recomponer los sucesos precisos durante las cuarenta y tres horas de carnicería y sus secuelas, así como presentar al lector el contexto político en el que se produjo la Masacre.

Bayan demostró que la masacre fue una continua e ininterrumpida carnicería que duró el mencionado período de cuarenta y tres horas, desde las seis de la tarde del jueves 16 de septiembre hasta la una de la tarde del sábado 18 de septiembre, y que no terminó, como la Comisión Kahan afirmó, a las ocho de la mañana del sábado 18 de septiembre. Como en muchos de los temas de la fallida investigación de la Comisión Kahan, Bayan expuso la parcialidad de ésta y su fracaso a la hora de enfrentarse al comentario de Sharon, presentado con una sonrisa de suficiencia, a la Comisión Kahan en la mañana del 25 de octubre de 1982:

“Quiero, en nombre y en representación de todo el establishment de la defensa israelí, decir que nadie previó -se podría haber previsto- las atrocidades cometidas en la barriada de Sabra y Chatila… Si se me preguntara, bajo juramento, quién cometió los crímenes, tendría que contestar que no lo sé. El ejército israelí no estaba allí. Había dos entradas al campo que no controlamos. Sé quién entró y quién salió, pero no sé exactamente quién cometió la matanza. Sigue siendo un gran misterio”.

El libro de Bayan es el libro más fidedigno que se ha escrito sobre la Masacre de Sabra y Chatila. Parte de sus motivaciones para investigar y escribir su libro, explicó ayer, estuvieron en la frustración que provocó el informe de la Comisión israelí Kahan de 1983, considerado a amplios niveles un encubrimiento de la responsabilidad israelí por ese Crimen contra la Humanidad. El Informe Kahan, junto con el ahora completamente rechazado y desaparecido fraudulento informe Jermanos del Gobierno libanés, trataban de crear una narrativa engañosa sobre el quién, el qué y el por qué de la carnicería. Bayan al Hout cuestionó, expuso y echó abajo después el Informe Kahan con su detallada investigación y presentación de pruebas irrefutables.

El gobierno israelí tiene aún que responder a la acusación que Bayan ha presentado ante la comunidad internacional y compensar a los cientos de supervivientes que perdieron a sus seres queridos y que todavía hoy siguen con sus vidas destrozadas. El derecho humanitario internacional, específicamente la IV Convención de Ginebra y el Estatuto de Roma, con su jurisdicción universal, y las gentes de bien de cualquier lugar, exigen que ese indescriptible y horrendo crimen, la Masacre de Sabra y Chatila, planeada y ejecutada hace veintisiete años, se oiga en La Haya.

Congelando la reconstrucción de Nahr al Bared

Un reciente y particularmente atroz ejemplo de que los políticos libaneses continúan machacando a la comunidad de refugiados palestinos en su propio beneficio político se produjo este mes, cuando un autoproclamado “defensor de los derechos de nuestros hermanos árabes palestinos”, el Movimiento Patriótico Libre de Michel Aoun, presentó una iniciativa “para ayudar al Líbano”. Aliado político de Hizbollah y Siria, Aoun pudo milagrosamente tramitar una demanda ante el Tribunal de Casación del Líbano, que está cerrado a cal y canto a causa de las vacaciones judiciales, con sus salas y oficinas vacías, para que emitiera un mandato especial, congelando cualquier reconstrucción del campo de refugiados palestinos de Nahr al Bared situado cerca de Trípoli.

Tras el período de quince semanas transcurrido entre mayo y agosto de 2007, durante el que se produjo la batalla del ejército Fatah al Islám libanés que destruyó el campo de Nahr al Bared, casi 35.000 de sus residentes huyeron al campo de Bedawi, que se encuentra a unos diez kilómetros carretera abajo, y a otros campos, incluido Chatila, atestándolos aún más. Nah al Bared, donde autobuses cargados de visitantes internacionales siguen llegando cada día, se ha convertido en un símbolo de la condición de los palestinos en el Líbano y se observa con todo cuidado porque hay señales que delatan cómo van las cosas. Nahr al Bared aún no ha visto reconstrucción alguna a pesar de dos años de reuniones y promesas internacionales.

Al parecer, Aoun quiere mantenerlo así y su demanda se agarra al hecho de que en una parte de Nahr al Bared han aparecido algunos objetos y vestigios históricos que al reconstruir el campo quedarían de nuevo tapados.

La acción de Aoun ha hecho que un escalofrío recorra los campos palestinos del Líbano y que en la actualidad no haya seguridad alguna de que vaya a reconstruirse Nahr al Bared. Si finalmente se reconstruye, fuentes palestinas indican que el plan prevé que sólo quepan allí 10.000 palestinos, es decir, el 25% de la población que en abril de 2007 volvió a Nahr al Bared, y eso no ocurriría hasta el 2020.

Esta última utilización de los palestinos del Líbano como carne de cañón en la continúa lucha para formar gobierno es ridícula hasta en su planteamiento. Asumiendo que haya algunos restos romanos en una pequeña parte del campo, lo cual aún no se ha demostrado aunque Aoun lo haya afirmado en su demanda, esto no justifica que se pare cualquier reconstrucción. Cada escolar del Líbano sabe que hay ruinas fenicias, egipcias, griegas, romanas y de todo tipo en el Líbano y que se permite construir en cualquier parte tras una investigación rutinaria y un permiso que el Ministerio de Cultura concede. Durante la campaña “Maratón de construcción” de Hariri en los primeros años de la década de 1990, la Corporación Solidaria de la familia Hariri utilizó el inmenso US D9 (935 caballos), orugas de 104 toneladas (piensen en la Palestina ocupada) o los bulldozer japoneses Komatsu D 275A para excavar a su antojo y llevar las antigüedades de las montañas del Líbano hasta el puerto de Beirut (en la zona llamada Normandía) como inmenso vertedero de proyectos de construcción comercial aún más lucrativos.

Algunos analistas políticos consideran que los extraños esfuerzos desplegados para que los palestinos de Nahr el Bared sigan sin hogar tienen que ver con su lucha con los musulmanes sunníes y los socios cristianos maronitas y su némesis, el primer dirigente del Líbano, Saad Hariri. Aoun está moviéndose también para ganar influencia entre la media clase sunní en Trípoli impidiendo el regreso de los muy competitivos mercados al por menor de los palestinos de Nahr el Bared, que atraen clientes de todo del Norte del Líbano y más allá. Coger como objetivo a los palestinos también funciona políticamente en Akkar, en la autopista que va desde el Campo a Damasco, porque la mayoría de los casi 250 soldados libaneses que murieron luchando con Fatah al Islam hace dos veranos son de pueblos cercanos, y sus amigos y parientes todavía quieren vengarse de los palestinos, apoyaran o no a Fatah al Islam.

Las acciones de Aoun también han sido de interés para los elementos derechistas de la comunidad cristiana, algunos de los cuales continúan haciendo apología de la Masacre de Sabra y Chatila, acogiendo favorablemente cualquier esfuerzo en contra de los palestinos musulmanes.

Aoun quiere también socavar al aliado de EEUU, el arzobispo maronita Nasrallah Sfeir, a quien ayer acusó de unirse a las fascistas Fuerzas Libanesas de Samir Geagea. Fue con la milicia de las Fuerzas Libanesas con quien Ariel Sharon acordó enviar a otras unidades asesinas al campo de Chatila, después de que los sirios asesinaran a su dirigente Bashir el 15 de septiembre de 1982. El arzobispo Bishop, tan político como cualquiera en el Líbano, a pesar de sus afirmaciones de que la iglesia debería evitar la política, se ha manifestado ahora en contra de que se vuelva a nombrar como ministro al sobrino de Aoun en el nuevo gobierno. El aliado de Aoun, Hizbollah, de la Oposición, no dice ni pío. Algunos de sus miembros se encogen de hombros por las travesuras de Aoun y afirman que Hizbollah no puede controlarle. Otros miembros de Hizbollah ven una ventaja para los shiíes en que disminuyan las cifras de palestinos sunníes para mantener un equilibrio aproximado de un tercio entre chiíes y sunníes. Saben que el 90% de los palestinos apoya a Hizbollah por su rechazo a la ocupación de Palestina y pasarán por alto el hecho de que Hizbollah decida no enfrentarse al voluble Aoun.

La situación se complica aún más con la ruptura con Washington del líder druso Walid Jumblatt, debido a sus graves dudas acerca de si la administración de EEUU querrá o podrá satisfacer los más de tres años de incumplidas promesas si se opone a la Oposición y a la Resistencia Libanesa. Jumblatt ha decidido ahora arrojar la baza drusa a Hizbollah y Siria, diciéndole francamente a sus colegas que la Resistencia representa el futuro del Líbano.

Apenas Jumblatt plantó a EEUU, éstos plantaron al líder Amin Gemayel y al Primer dirigente del Líbano Saad Hariri, porque el Departamento de Estado necesita alguien con “más huevos”, según declaró un funcionario.

Trece semanas después de proclamar que los resultados de las elecciones del 7 de junio eran una gran victoria para la Democracia, el Departamento de Estado considera las elecciones un desastre. No sólo Hizbollah recibió más de 100.000 votos que el equipo que jugaba para EEUU, sino que ha salido más fortalecido con sus 57 escaños que el equipo de EEUU con sus 71 escaños, diez de los cuales se le han escindido ahora.

Esto llevó a la embajadora estadounidense Michele Sisson a cautivar al grupo que ayudó a perpetrar la masacre de Sabra y Chatila, las Fuerzas Libanesas, y su carismático y muy concentrado y ambicioso dirigente Samir Geagea, quien intenta echar a un lado a sus rivales en la Falange, los Gemayeles, y llevar al Líbano a la batalla (con apoyo de EEUU e Israel) contra Siria y, si fuera necesario, contra Hizbollah. El plan de EEUU-Israel para el Líbano necesita ahora de otra guerra civil en el Líbano para recuperar el país de la influencia iraní y del creciente apoyo con que cuenta el Hizbollah que dirigió la Resistencia. Finalmente, el Departamento de Estado pareció darse cuenta de que el pueblo libanés no va a aceptar ya otro “perdona pero olvida” sin compensación alguna por seis invasiones en los últimos cuarenta años, del acuerdo de paz con Israel y de que ha entrado la era de la Resistencia. El importante clérigo chií Sayyed Mohammad Hussein Fadlallah, aunque es chíi, tiene muchos seguidores entre los cristianos y musulmanes sunníes. La pasada semana lanzó una advertencia contra los intentos de normalizar lazos con Israel y someterse a sus “humillantes” condiciones. En una declaración hecha ante una delegación europea, Fadlallah acusó a los dirigentes árabes de “intentar engañar” a los musulmanes y al mundo árabe. Dijo que los dirigentes árabes estaban negociando la normalización de lazos con Israel “mientras cada vez se expolia más al pueblo palestino”. Días más tarde emitió una fatwa (norma religiosa) en la que prohibía ceder Jerusalén y Palestina a los colonizadores sionistas.

Mientras tanto, la embajadora Sisson se ha reunido cinco veces en las últimas semanas con Geagea y su guía supremo espiritual, el Arzobispo Sfeir. Están formando con toda rapidez el núcleo del Club de los Ricos II e intentado asegurarse que pueden seguir contando con Arabia Saudí para el tipo de largueza financiera que hizo subir el precio de los votos en la elección del 7 de junio pasado, según Hassan Nasrallah de Hizbollah, hasta a 5.000 dólares por voto en las principales circunscripciones.

Presiones para construir en los Campos

Se está utilizando a los dirigentes palestinos en el Líbano en aras de intereses externos e internos que hasta ahora se mantenían silenciados y fuera de la política libanesa. Se ha acusado a algunos de los dirigentes de los campos de colaborar con la gratuita destrucción del ejército, de continuar el asedio de Nahr al Bared y de cerrar más de la mitad de los campos en seguimiento de las órdenes de Ramallah para deteriorar las relaciones civiles con su país anfitrión.

Pero la presión ha ido subiendo en los campos de refugiados del Líbano a lo largo del caluroso verano y cálido otoño, y hay indicadores de que los palestinos, veintisiete años después de la masacre de Sabra y Satila, no pueden soportar ya las explosivas condiciones de vida reinantes en casi todos los campos del país.

Una vez que triunfó la demanda contra la reconstrucción de Nahr el Bared que Aoun presentó a principio de este mes, Jalil Mekawi, del Comité para el Diálogo Palestino- Libanés mantuvo una reunión urgente con el inútil del primer ministro Fouad Siniora y le advirtió que su decisión de congelar los planes para reconstruir Nahr al Bared ha colmado la indignación de los 250.000 residentes en los campos palestinos que se estima hay en el Líbano y que esa ira, en palabras suyas, se va derramando por todo el país, lo que podría provocar un caos mayor en cualquier momento. Aunque no ha afirmado que los palestinos vayan a implicarse, dio a entender que podrían lanzarse más cohetes Katiusha hacia Israel.

Franklin Lamb es Director interino de la Fundación de Sabra y Chatila, que tiene su sede en Beirut (Líbano) y en Washington DC.

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