Recordando a Sabra y Chatila

Robert Fisk
The Guardian
Traducción SDLT
26/09/07


Robert Fisk fue uno de los primeros periodistas en estar presentes en la escena de los horribles crímenes en el Líbano, el 17 de septiembre de 1982. Publicó numerosos libros y habitualmente escribe como columnista en el periódico The Independient. Lo siguiente es un extracto de su libro Pity the Nation.

Cualquier descripción de aquello que encontramos, a las diez de la mañana del 17 de Septiembre de 1982, en el campamento palestino sería completamente pobre, quizás sería más fácil recordarlo en la fría prosa de un examen médico. Ha habido anteriormente exámenes médicos en el Líbano, pero raramente en esta escala y nunca supervisados por un regular y supuestamente bien disciplinado ejército.

En el pánico y el odio de la batalla, decenas de miles fueron asesinados en este país.

Un crimen de guerra.


Pero esas personas, cientos de ellas, habían sido asesinadas estando desarmados. Este fue un crimen de masas, un incidente –cuán fácilmente usamos la palabra "incidente" en el Líbano– que ha sido también una atrocidad. Esto fue más allá de lo que, en otras circunstancias, Israel podría haber llamado actividad terrorista. Ha sido un crimen de guerra.
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Jenkins y Tveit se sintieron tan abrumados por lo que encontramos en Chatila que, en un principio, éramos incapaces de registrar nuestro
propio estado de shock. Hill Foley, de AP (Associated Press) había venido con nosotros. Todo lo que pudo decir, mientras caminaba alrededor con nosotros fue "Jesús Cristo", una y otra vez.

Podríamos haber aceptado la evidencia de unos pocos asesinatos, aún docenas de cuerpos muertos en combate. Pero allí había mujeres yaciendo en sus casas, con sus faldas rasgadas hasta la cintura y sus piernas separadas, niños con sus gargantas cortadas, filas de jóvenes fusilados por la espalda después de haber sido alineados en un muro de ejecución.

Había allí bebés, bebés ennegrecidos porque fueron masacrados hacía más de 24 horas y sus pequeños cuerpos estaban ya en estado de descomposición, arrojados a montones de basura, junto a las latas de ración descartadas del ejército norteamericano, equipamiento del ejército israelí y botellas de whisky vacías.

¿Dónde estaban los terroristas asesinos?


¿Dónde estaban los asesinos? O, para usar el vocabulario israelí, ¿dónde estaban los "terroristas"? Cuando conducíamos hacia Chatila divisamos israelíes en la cima de los edificios en la Avenida Camilla Chamoun, pero no intentaron detenernos. En efecto, fuimos los primeros en dirigirnos al campamento de Bourj al-Barajneh, porque alguien nos dijo que hubo una masacre allí. Todo lo que vimos fue un soldado libanés persiguiendo un ladrón de autos una calle más abajo. Recién habíamos pasado conduciendo por la entrada de Chalina, cuando Jenkins decidió detener el vehículo. "No me gusta nada esto", dijo. "¿Dónde esta la gente? ¿Qué c*** es este olor?".

Justo en la entrada sur al campamento, solía haber cierto número de edificios de un piso, amurallados con concreto. Yo había hecho unas entrevistas en esos habitáculos en los últimos años de los `70. Cuando caminé cruzando la barrosa entrada a Chatila, me encontré con que esos edificios habían sido dinamitados hasta la base. Había cajas de cartuchos a lo largo de la calle principal. Yo vi varios israelíes encender las latas aún adheridas a paracaídas. Nubes de moscas revoloteaban por los escombros librando un festín que sonaba a victoria.

En la vereda a nuestra derecha, no más de cincuenta yardas desde la entrada, yacía una pila de cadáveres. Más de una docena de ellos, jóvenes cuyas piernas y brazos habían sido atados unos a otros en la agonía de la muerte. Todos habían sido disparados como en un campo de tiro, a través de la mejilla, las balas desgarraron líneas sobre el oído y penetraron en el cerebro. Algunos tenían vívidas cicatrices
negras o carmesí en el lado izquierdo de sus gargantas. Uno estaba castrado, sus pantalones desgarrados, un enjambre de moscas zumbaban sobres sus intestinos desgarrados.

Ojos abiertos en la muerte.


Los ojos de esos jóvenes estaban totalmente abiertos. El más joven tendría entre 12 y 13 años. Estaban vestidos con jeans y camisas coloreadas, ropas absurdamente ceñidas a su carne ahora que sus cuerpos comenzaban a hincharse con el calor. No habían sido robados. En una ennegrecida muñeca había aún un reloj suizo registrando la hora
correcta, el segundero aún girando inútilmente, gastando las últimas energías de su poseedor muerto.

En el otro lado de la calle principal, sobre unos escombros encontramos los cuerpos de cinco mujeres y varios niños. Las mujeres eran de mediana edad y sus cadáveres yacían cubiertos por una pila de desechos. Una yacía sobre su espalda, su vestido desgarrado y abierto, asomaba la pequeña cabeza de una niña que surgía por detrás. La niña tenía el pelo corto, oscuro y rizado, sus ojos se clavaban en nosotros con un gesto en la cara. Estaba muerta.

Otra niña yacía en el camino como una muñeca abandonada, su vestido blanco estaba manchado con polvo y barro. Podría no haber tenido más de tres años. La parte posterior de su cabeza había sido volada por una bala disparada a su cerebro. Una de esas mujeres también aferraba un frágil bebé. La bala que había traspasado su pecho había matado al bebé también. Alguien abrió el estómago de la mujer, cortando desde un lado y luego hacia arriba, quizá tratando de matar su niño no nacido. Sus ojos estaban abiertos, su oscura faz había quedado congelada en el horror.

Parados allí, oímos un grito en árabe que llegó desde las ruinas. "Ellos están volviendo", gritó un hombre. Así que corrimos atemorizados hacia el camino. Pienso, retrospectivamente, que fue probablemente la ira lo que impidió irnos, y esperamos cerca de la entrada para divisar los rostros de los hombres que fueron responsables de todo esto.

Debieron haber sido enviados hasta ahí con permiso israelí. Debieron haber sido armados por los israelíes. Su labor fue claramente vista –observada de cerca- por israelíes, quienes estaban aún mirándonos con sus prismáticos.

¿Cuántos asesinatos hacen una masacre?


¿Cuántos asesinatos hacen un ultraje? ¿Cuándo una atrocidad deviene en una masacre? O, puesto de otro modo, ¿qué número de muertes conforman una masacre? ¿Treinta? ¿Un centenar? ¿Trescientos? ¿Cuándo una masacre no es masacre? ¿Cuándo tiene escasa figuración? ¿O cuándo una masacre es tal si es realizada por los amigos de Israel en vez de sus enemigos?

Ese, supongo, fue el argumento. Si tropas sirias hubiesen cruzado las fronteras dentro de Israel, rodeado un Kibbutz, y permitido a sus aliados palestinos masacrar pobladores judíos, ningún medio de prensa occidental podría argumentar si debería o no llamarse a eso masacre.

Pero en Beirut, las víctimas fueron palestinos. La culpa recae ciertamente en la milicia cristiana –no estamos seguros en cuál de sus unidades en particular-, pero los israelíes fueron también culpables. Si los israelíes no han tomado parte en los
crímenes, ellos ciertamente enviaron milicias al campamento. Ellos los han entrenado, dieron uniformes, proveyeron con raciones del ejército estadounidense y equipamiento médico. Estuvieron viendo los crímenes en los campamentos, les otorgaron asistencia militar –la aviación israelí hizo descargas aéreas para ayudar a esos hombres que estaban asesinando a los habitantes de Sabra y Chatila- y mantuvieron conexión militar con los asesinos en los campamentos.

Robert Fisk es columnista de The Independent.

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