La guerra de Israel y Estados Unidos contra Gaza y sus secuelas
Herbert P. Bix
ZMagazine
Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre
08/05/09
Violación del derecho internacional durante décadas. Los planes para devastar Gaza se prepararon dos años antes.
En julio de 2004, juristas israelíes del Tribunal Supremo (HCJ, en sus siglas inglesas) deliberaron sobre el infame Muro de separación en la ocupada Cisjordania. El Tribunal Internacional de Justicia de La Haya (ICJ, en su acrónimo inglés) acababa de dictaminar, en una votación de 13 a 2, que la muralla de 10 metross de alto formaba parte de la política israelí de establecer colonias en tierras palestinas expoliadas o confiscadas y lo condenaba como un robo ilegal de tierras, que otros Estados no deberían admitir. Casi inmediatamente, la Asamblea General de la ONU pidió que Israel cumpliera el dictamen del ICJ y acabara con su ilegal construcción, cuyo objetivo real es defender las colonias y no a Israel.
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Pero Israel se negó. Su Tribunal Superior, en el caso de los campesinos de Beit Sourik, respaldó en lo esencial la política de su gobierno en lugar de aplicar la sentencia del ICJ. Lo jueces israelíes consideraron que los ocupantes tenían que preocuparse por un justo “equilibrio de intereses” o “derechos”, de forma que ambas partes pudieran sentirse seguras. En su opinión, el equilibrio significaba “proporcionalidad”- en la auto-defensa y en los demás derechos- ya que una zona ocupada militarmente es precisamente, tal como lo estableció el jurista Martti Koskenniemi, “una zona de proporcionalidad”, en la que todos los poderes soberanos los asume la autoridad ocupante.
Este eminentemente “razonable” equilibrio de derechos, aplicado a la ley de la ocupación, reforzaba al poderoso ocupante israelí y debilitaba el derecho a la libertad y a la autodeterminación de los desposeídos palestinos. Así, los mandos militares israelíes podrían seguir violando derechos, apropiándose de tierras y destruyendo las propiedades de los palestinos en interés de los ocupantes israelíes de las ilegales colonias.
Demos un salto cuatro años adelante hasta el pasado diciembre de 2008. A lo largo de ese año, el ejército israelí había asesinado a más de 413 palestinos gazíes, la mayoría civiles, mientras en el mismo periodo un cohete lanzado desde Gaza había matado a un israelí. En ese momento, Israel despreció la posibilidad de renovar la tregua de seis meses con Hamás (el gobierno de Gaza, elegido democráticamente), y convirtió el enclave costero en zona de guerra, impidiendo a los indefensos palestinos que escaparan. Aunque sí lo hicieron con 200 mujeres “no palestinas”. En esta ocasión, los 41.000 juristas de Israel, con unas pocas excepciones, permanecieron mudos en relación con la discriminación racista y el uso de la fuerza en una “zona de proporcionalidad”.
A pesar de la retórica liberal de los jueces del Tribunal Supremo israelí sobre derechos equilibrados, una vez que el ejército israelí desencadenó su ataque contra civiles palestinos, las políticas y actuaciones de su propio gobierno tuvieron precedencia sobre la aplicación del derecho internacional. Sólo algunos periodistas, académicos y movimientos pacifistas de la débil izquierda israelí se atrevieron a hablar de la carnicería, alegando que Israel violaba artículos específicos de la Cuarta Convención de Ginebra. Como potencia ocupante de facto en Gaza, Israel no había protegido la seguridad de la población autóctona. En lugar de procurar unas equilibradas y justas condiciones de seguridad y de los derechos e intereses de la población local, el ejército israelí, deliberadamente, la tomó como objetivo. Por razones ajenas a las necesidades militares o a la autodefensa, querían exclusivamente destruir las propiedades de las gentes, su autoridad gobernante y sus organizaciones políticas y sociales. Pero incluso afirmar que Israel ha violado muchos artículos de [la Convención] de Ginebra resulta un extremo menosprecio de sus crímenes de guerra.
Antecedentes históricos y preguntas
Desde que Israel conquistó los últimos territorios palestinos en junio de 1967, y cambió el nombre de Cisjordania por el de provincias de Judea y Samaria, se anexionó ilegalmente Jerusalén Este, y los Altos del Golán sirios, ha estado violando no sólo la Convención de Ginebra de 1949, sino muchas otras leyes fundamentales del derecho internacional. Más aún, Israel se ha negado a firmar los Protocolos de 1977 de las Convenciones [de Ginebra], y de forma repetida ha realizado operaciones prohibidas por ellos, entre otros “los asesinatos selectivos” de líderes militares y políticos, secuestros, bombardeos de represalia y castigos colectivos de civiles sometidos a la ocupación. En efecto, durante más de cuatro décadas este Estado colonial ha convertido “Judea y Samaria” en palabras clave para la política de colonización que deshumaniza a los palestinos, roba sus tierras y reservas de agua, y los encarcela y tortura a su antojo. Con el tiempo, este comportamiento racista, tan típico de los gobiernos coloniales europeos y estadounidenses en muchos lugares del mundo, se ha movido al borde del genocidio sin que se tenga la percepción de haberlo atravesado.
En 1948-49, el recién instaurado Estado israelí infligió una catástrofe masiva a centenares de miles de árabes palestinos a quienes los soldados israelíes expulsaron por la fuerza de su tierras y propiedades, sin compensación alguna ni derecho a retornar. Casi dos décadas después, Israel expandió su territorio a expensas de sus vecinos árabes, numéricamente superiores pero militarmente más débiles. Durante la Guerra de los Seis Días de junio de 1967, Israel violó sus fronteras del 67 y arrebató a Egipto la estrecha franja de Gaza, y a Jordania el territorio mucho mayor de Cisjordania y Jerusalén Oriental.
A partir de entonces, dirigido por la dominante presión racista de la ideología política sionista, los líderes israelíes, privaron del derecho al voto y sometieron a los palestinos a un régimen de extremada y dura represión política, humillación personal, y explotación económica continuada- medidas todas ellas respaldadas por los dólares de los contribuyentes de Estados Unidos y vergonzosamente defendidas por la mayoría de las comunidades judías estadounidenses. Los palestinos, hacinados en campos de refugiados o dispersos por Oriente Próximo, respondieron de mil formas, constituyeron organizaciones de resistencia nacional, y trataron de alertar al mundo de su opresión, mediante algunos secuestros de aviones y atentados terroristas. En otras palabras, resistieron. En dos ocasiones se rebelaron [Intifada] pero sin éxito final para acabar con el dominio israelí.
Los desmanes de Gaza a principios de este año, siguieron la pauta de apoyo incondicional de Estados Unidos ( y en menor medida europea) al ilegal uso de la fuerza de Israel. También dieron lugar a debates públicos sobre los mismos temas que el Congreso estadounidense no estuvo dispuesto a afrontar durante la “guerra del verano” de 2006 de Israel contra Líbano. ¿Por qué, por ejemplo, a Israel no le exigen responsabilidades por sus innumerables crímenes de guerra? ¿Por qué no sufre las consecuencias de ser el único Estado en Oriente Próximo que no ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear, cuando se sabe que tiene armas nucleares, mientras a Irán y Siria se les condena y amenaza por sus programas nucleares civiles, completamente legales de acuerdo con el Tratado de No Proliferación? ¿Por qué los políticos estadounidenses se ponen al lado de Israel alegando una inexistente amenaza futura por parte de Irán, dotado de armas nucleares, para los intereses estadounidenses, mientras sigue oponiéndose a los llamamientos de gobiernos de todo el mundo para un Oriente Próximo libre de armas nucleares? ¿Es el “lobby israelí” y su retórica de considerar a los enemigos de Israel antisemitas, quien impide al Congreso debatir estas cuestiones? Examinar el reciente comportamiento de Israel y la naturaleza de las relaciones entre Israel y EE.UU. puede ayudar a clarificar estos temas.
Programación de los desmanes y establecimiento de los objetivos
El 27 de diciembre de 2008, Israel atacó la densamente poblada franja de Gaza, de 14 millas cuadradas y una población de millón y medio de habitantes, de la que se había retirado unilateralmente tres años antes si bien conservando el control absoluto sobre sus fronteras, su costa, espacio aéreo y economía, continuando así con la ocupación de hecho. Los atacantes buscaban aterrorizar a los atrapados civiles de la Franja para destruir su moral, y debilitar al popular gobierno civil de Hamás y a su pequeña y escasamente armada rama militar. Aunque las represalias palestinas, con cohetes caseros y fuego de mortero contra el sur de Israel- con frecuencia, indiscriminadas y por ello ilegales- daban la excusa al ejército israelí, los planes de Israel para la devastación de Gaza habían sido preparados dos años antes.
En la segunda semana de su asalto, alrededor de mediados de enero de 2009, el consejo de ministros decidió de forma unilateral dar por finalizadas las hostilidades sin un acuerdo de tregua. El “Memorandum of Undertandings” [Memorandun de entendimiento] firmado por Livni y Rice el 16 de enero, permitía a Israel prescindir de Hamás para dar fin a la batalla y obtener más ayuda militar estadounidense, por encima de los 30.000 millones de dólares concedidos en 2007, y una mayor asistencia a los servicios de espionaje. Estados Unidos se comprometía a aumentar su implicación en la guerra en curso contra los palestinos, mientras intentaba que Egipto intermediara para conseguir un alto el fuego que pusiera fin al contrabando de armas en Gaza a través de su frontera. Egipto denunció rápidamente este acuerdo arbitrario mientras el presidente Obama pasó por alto sus imperiales alusiones y en cuanto le fue posible respaldó la intervención..
El gobierno Obama, asimismo, ha seguido satanizando a Hamás y a Hezbollah considerándolas “organizaciones terroristas” – una muestra clara de que él los percibe de la misma manera que Bush, en el marco ideológico de la “guerra contra el terrorismo”. De hecho, ninguna de esas organizaciones encaja en la etiqueta terrorista aunque ambas se sirvan del terrorismo como táctica- como lo hacen a una escala incomparablemente mayor Israel y Estados Unidos. Hamás lidera el movimiento nacional de liberación palestino en Gaza y, hasta cierto punto, en Cisjordania, donde sus militantes y partidarios son frecuentemente detenidos por la policía de Fatah, que trabaja en colaboración con los soldados y los agentes del espionaje israelí. Cuando Hamás llegó al poder en enero de 2006, en una elecciones limpias para el Consejo Legislativo de la Autoridad Palestina, los más poderosos gobiernos del mundo lo enviaron de inmediato al ostracismo. Pero Hamás, apoyado en sus inicios por Israel para socavar a su rival de siempre, Fatah, sigue siendo la fuerza política dominante entre el joven movimiento de liberación palestino, en gran parte secular. Mientras Israel aumentaba su bloqueo económico y sus crecientes matanzas de palestinos, la pequeña rama militar continuaba con sus represalias, como lo hacían otros más pequeños grupos palestinos que Hamás no controla: la Jihad Islámica y el Frente Popular para la Liberación de Palestina.
Antes de recurrir a la fuerza, los líderes de Israel para contrarrestar el control de Hamás en Gaza no intentaron agotar todas las vías políticas, como exige el artículo 51 de la Carta de la ONU. En su lugar, eligieron poner en marcha una campaña de agresión armada con el fin de arrasar a los refugiados palestinos de las ciudades, partidarios de Hamás. Su propósito era demostrar a los palestinos que viven en cualquier lugar de la dividida y ocupada Palestina que la resistencia armada es inútil. En el proceso, el gabinete de guerra confiaba en restaurar la reputación del ejército israelí mediante el uso de una fuerza desproporcionada para conmocionar y aterrorizar a todos sus enemigos, y a Irán en especial.
Muchos observadores extranjeros, y apologistas de las operaciones de Israel, calificaron este objetivo como el reflejo de la fuerza de disuasión del ejército israelí, muy minado por su guerra de 32 días contra Líbano en el verano de 2006. En ella, las guerrillas de Hezbollah fueron ampliamente consideradas como vencedoras de las fuerzas armadas israelíes. El resultado conseguido es que la Guerra de Gaza ha fortalecido la voluntad palestina de sobrevivir y continuar la lucha pero no ha tenido un efecto apreciable en la percepción palestina de la fuerza disuasoria del ejército israelí.
Los castigos
El asalto a Gaza se inició con ataque aéreo masivo, por sorpresa y a pleno día, el 27 de diciembre del 2008 sobre una academia de policía de Hamás. Según los datos facilitados por un portavoz de Hamás, en los primeros días del inesperado ataque israelí, 112 militantes de su pequeña rama militar, las Brigadas Al Qassam, perdieron la vida, así como 180 policías de Hamás. En la primera fase de la campaña, murieron también unos pocos militantes de otras organizaciones palestinas.
Estimaciones, imposibles de comprobar, sobre el número total de víctimas de Hamás, publicadas en The New York Times y otras fuentes occidentales presentan grandes diferencias: desde 280 a 700. Estas cifras sugieren que la enorme potencia de fuego de Israel debilitó la lucha armada de Hamás exclusivamente en los primeros días, tras los cuales, las guerrillas, para sobrevivir, se quitaron de en medio.
Algo que no pudieron hacer los civiles, la población implicada, y en especial aquellos que vivían en zonas que se creía acogían a los dirigentes de Hamás y sus combatientes. Ellos no tenían lugares para esconderse. Según el Palestinian Centre for Human Rights, [Centro Palestino por los Derechos Humanos], en las tres semanas comprendidas entre el 27 de diciembre de 2008 y el 18 de enero, las fuerzas armadas israelíes asesinaron no 1.300 personas como se informó en principio, sino “a 1.434, de ellas 960 civiles, 289 policías y 253 militantes armados”. De este total, 288 eran niños y 121, mujeres; 1.606 niños y 829 mujeres más resultaron heridos. Los soldados israelíes atraparon a civiles palestinos en sus casas y apartamentos y los asesinaron cuando intentaban abandonarlos llevando banderas blancas. Los tanques israelíes y los francotiradores, de forma deliberada, tomaron como objetivos a mujeres y niños, trabajadores de hospitales, conductores de ambulancias, médicos, clínicas móviles, hospitales debidamente señalizados, una escuela de la ONU en el campamento de refugiados de Jabaliya y la universidad de Naciones Unidas. El Comité Internacional de la Cruz Roja (ICRC) públicamente se quejó de que el ejército israelí repetidamente negara el acceso a sus equipos de rescate a las zonas bombardeadas como la de Zaytun, al sur de Gaza, donde más tarde “encontraron al menos 15 cadáveres y varios niños- desnutridos pero vivos- en una hilera de casas destrozadas... y acusó a los militares israelíes de impedir durante cuatro días que las ambulancias llegaran al lugar”.
Altos mandos militares israelíes han admitido sin rubor a los periodistas que su estrategia “es utilizar toda la potencia de fuego para proteger a los soldados israelíes que luchaban en áreas civiles... “Para nosotros, ser prudentes significa ser agresivos”, declaró un oficial. “Desde el momento en que entramos estamos actuando como si estuviésemos en una guerra... Cuando sospechamos que un combatiente palestino se ha escondido en una casa, lanzamos un misil contra ella, después dos obuses y más tarde derribamos las paredes con un bulldozer. Causa daños pero impide la pérdida de vidas de nuestros soldados”. Con tales ideas en la mente, en la muy densamente poblada ciudad de Jabaliya, los soldados israelíes asaltaron casas, las utilizaron como bases militares y, frecuentemente, obligaban a civiles palestinos a hacer de “escudos humanos” o rehenes, que les protegieran al entrar en otras viviendas en busca de militantes de Hamás. La táctica de poner en peligro a civiles utilizándolos de forma arriesgada es un crimen de guerra según las Convenciones de Ginebra.
La destrucción material resultante fue enorme e imposible de justificar en forma alguna, sin hablar de las razones de “autodefensa”: más de 4.000 viviendas totalmente destrozadas, otras 21.000 gravemente dañadas, entre 5.000 y 100.000 gentes sin hogar, obligadas a vivir en tiendas de campaña facilitadas por la ONU o en bloques de hormigón. El Parlamento palestino, los principales ministerios, la cárcel central, y casi todas las comisarías de policía fueron sistemáticamente destruidos. Reducidos a escombros 21 centros médicos, unas 1.500 fábricas, muchos talleres, una lechería, un almacén de medicinas, y un edificio universitario. Siete escuelas de Gaza resultaron totalmente destruidas y 135 “dañadas sustancialmente”. Los soldados israelíes, incluso, de forma intencionada, destrozaron aulas de niños y su material educativo. Y como acostumbran a hacer regularmente en Cisjordania, las fuerzas armadas israelíes usaron tanques y bulldozers para arrasar tierras cultivadas y olivares. Destruyeron también 41 mezquitas, alegando que se utilizaban como almacén de armas, 35 escuelas de la UNRWA1 y del gobierno, y la mayoría de las fábricas todavía en funcionamiento. Israel sufrió las muertes de 10 militares y 3 civiles, por lo que los observadores menos informados, se darán cuenta de que la ratio de asesinatos es de 100 a 1, lo que indica la terrible desigualdad del conflicto.
¿Qué estratégico peligro para el “Estado judío” justifica que el ejército israelí cometa crímenes de guerra y provoque pérdida de vidas y una destrucción material de tal envergadura en las zonas más densamente pobladas de Gaza, comparables con las infligidas a Líbano, con el respaldo de EE.UU., en cuatro otras ocasiones anteriores: la invasión de 1982, la operación “Uvas de la Ira” de 1993, la masacre de civiles libaneses en el complejo de la ONU en Qana en 1996, y la guerra de 2006? ¿O se trata de que Israel pueda ignorar las leyes e instituciones internacionales a sabiendas de que EE.UU. va a protegerle?
Las relaciones estadounidense-israelíes
En la historia de los regímenes coloniales europeos y estadounidense hay ejemplos no sólo de innumerables actos de represión para acabar con la resistencia de la población autóctona, sino también de potencias imperialistas que, para pagar los servicios prestados, apoyan las guerras de agresión de sus menos poderosos clientes regionales. En casos semejantes, el país hegemónico supone que sigue sus propios intereses nacionales y la relación con el país clientelar dura mientras funciona bien.
En la planificación, preparación y ejecución de la guerra de Gaza, EE.UU. posibilitó y reforzó la actuación de Israel para deleite de las fábricas de armamento y de tecnología de la información. El gobierno estadounidense suministró las ilegales armas con fósforo blanco que las fuerzas aéreas israelíes dejaron caer y su artillería y tanques dispararon contra las densamente pobladas áreas urbanas de Gaza, campos de refugiados y cerca de instalaciones de la ONU. El fósforo blanco produjo en los cuerpos de los palestinos quemaduras superiores al cuarto grado, envenenó sus organismos e hizo difícil respirar. Permanece en el interior de las estructuras y puede volver a activarse si se mueve. El uso por Israel de este arma, cuyos efectos no pueden controlarse, fue otra clara violación del derecho internacional, incluidas las prohibiciones establecidas en el “III Protocolo de la Convención sobre Algunas Armas Convencionales”. El fósforo blanco, utilizado también por EE.UU. y la OTAN en Iraq y Afganistán, los israelíes lo usaron para incendiar numerosas construcciones, entre ellas edificios de apartamentos, oficinas gubernamentales, la escuela de la ONU en Beit Lahiya al norte de la franja de Gaza, el complejo principal de la UNRWA en la ciudad de Gaza, y almacenes de ayuda alimentaria.
Se ha alegado, aunque no probado, que Estados Unidos suministró explosivos experimentales de “metales pesados inertes”, causantes de cáncer, o bombas de tungsteno, que el ejército israelí habría utilizado contra la población civil de Gaza, lo que debe añadirse al caos de la matanza unilateral. Sin embargo, los tanques israelíes habitualmente “dispararon dardos de metal de cuatro centímetros en los barrios residenciales”, y proyectiles llenos de dardos que “explotan en el aire y se dispersan formando un cono sobre un área de 300 metros de ancho por 100 de largo”, munición especial que contribuyó de manera significativa al alto número de muertes de civiles. Su utilización fue una manera ilegal de ataque indiscriminado contra civiles. En opinión de la mayoría de los países del mundo Israel además utilizó bombas de racimo.
La principales armas estadounidenses que utilizaron las fuerzas israelíes en su ataque fueron los aviones F-16, los tanques M-60 y la artillería pesada. La Casa Blanca de Bush, que dio luz verde a Israel para sus operaciones, le suministró también cooperación en el servicio de espionaje y apoyo diplomático total, incluso hasta el punto de intentar bloquear una resolución sobre el alto el fuego en el Consejo de Seguridad de la ONU formado por 15 miembros. Al impedir que la mayoría de la ayuda humanitaria llegara a Gaza, EE.UU. fue cómplice absoluto en la imposición del ilegal castigo colectivo contra los palestinos por parte de Israel.
Pero la complicidad estadounidenses no acaba en el apoyo diplomático y en la ayuda militar. Mientras el ejército israelí estaba atacando a los gazíes y destruyendo gratuitamente sus propiedades, los grandes medios de comunicación estadounidenses se unían a los bien organizados ultraderechistas lobbys israelíes- AIPAC, ADL, y varias lumbreras judías y cristianas sionistas- para transmitir diligentemente la propaganda israelí y mantener a muchos estadounidenses apoyando la política oficial estadounidense-israelí.
La guerra de Israel contra los palestinos depende enormemente de la estratégica alianza que Estados Unidos ha establecido con el Estado sionista como parte de su estrategia global para controlar las riquezas petroleras de Oriente Próximo a través de gobiernos vasallos. En 1948, más o menos en el momento de la creación de Israel, el Departamento de Estado reconocía la utilidad de tener un Estado europeo, blanco y judío en el corazón del territorio árabe, mientras el Pentágono valoraba la destreza militar israelí. Ambos valoraban que Israel pudiera ser una base fiable para la consecución de los objetivos de EE.UU. pero también un serio obstáculo para conseguirlos. En diferentes épocas, Israel ha funcionado, en efecto, como un activo militar, como una avanzadilla del espionaje, como plataforma desde la cual llevar a cabo operaciones desestabilizadoras contra gobiernos no favorables, y como base a través de la cual trasladar armamento a dictadores en peligro instalados por EE.UU., como en el asunto de la contra iraní.
Los cimientos de la asociación geo-estratégica entre EE.UU. e Israel se pusieron en los años 1940, pero las relaciones alcanzaron su actual situación sólo cuando se desarrollaron las condiciones favorables durante los años 1960 y principios de los 1970.. La organización por parte israelí del espectáculo del juicio de Eichmann en Jerusalén en 1961, “recargó la energía” de la legitimación del Estado judío y de la identidad judía en Estados Unidos, unidos ambos por la idea “del sufrimiento judío excepcional y de lo absolutamente ‘maligno’ del antisemitismo”. A partir de entonces, el fracaso del duro esfuerzo estadounidense de pacificación en Vietnam, en contraste con la rotunda victoria militar de Israel sobre los Estados Árabes en 1967, crearon un entorno favorable al estrechamiento de los lazos. El principal servicio que Israel prestó aquel año a EE.UU. y su otro vasallo en Oriente Próximo, Arabia Saudí, fue el desmantelar las fuerzas del nacionalismo árabe laico, liderado por el Egipto de Gamal Abel Nassser. Egipto bajo la presidencia de Nasser fue también “ un pilar del movimiento de los no alineados” contra el imperialismo y el racismo que, desde la Conferencia de Bandung de 1955, Estados Unidos estaba intentando destruir. En pago de este doble éxito el gobierno estadounidense dio “apoyo tácito a la anexión israelí de facto” de los territorios árabes, y al hacerlo, se vio envuelto en la solución política del conflicto entre Israel y Palestina mezclado con la ‘especial relación’ estadounidense-israelí”.
En septiembre de 1970, cuando los nacionalistas palestinos amenazaron la monarquía jordana del rey Hussein- otro aliado de EE.UU.- Israel impidió a Siria que ayudara a las milicias palestinas, masacradas por el ejército jordano con la ayuda del ejército de Arabia Saudí y de unidades aéreas de Pakistán. Fue otro de los servicios de policía muy apreciados por el presidente Nixon, quien había amenazado con intervenir a favor de Hussein. Después, cuando los políticos estadounidenses perdieron el control de Irán, Estados Unidos profundizó en su confianza en los servicios de espionaje y de vigilancia de Israel. Durante la Guerra fría y durante mucho tiempo después, no obstante, no hubo nada “especial”en relación con el papel que desempeña actualmente Israel para EE.UU. Siguió siendo el típico Estado clientelar que ayudaba a las dictaduras respaldadas por EE.UU. y a las oligarquías gobernantes de todo el mundo. Entre los “servicios secundarios” (en palabras de Noam Chomsky) que Israel prestó, se encuentran la ayuda proporcionada al gobierno estadounidense cuando tenía que superar dificultades en el Congreso para ayudar a dictaduras que utilizaban la tortura; en la venta de armas fabricadas en Israel y tecnología de la información a los Estados del Golfo e incluso a EE.UU.; e intentando sabotear el proyecto nuclear de Irán. Con Clinton y Bush II, Israel, incluso, ayudó a la OTAN, liderada por Estados Unidos y el Reino Unido, a expandirse hacia el este, cerca de las fronteras de Rusia.
Lo que hace que Israel parezca diferente son las principales políticas domésticas en Estados Unidos y el muy visible papel que desempeña la organizada comunidad judía estadounidense. Es cierto que las operaciones de Israel contra los palestinos pueden indignar a la opinión pública árabe y causar graves problemas a las dictaduras en las que Washington confía para controlar las reservas de petróleo de Oriente Próximo. Existe también una crítica creciente respecto a la capacidad de Israel para cambiar la política oficial estadounidense mediante las presiones del lobby sobre el Congreso y la Casa Blanca y “la movilización de los líderes judíos estadounidenses que... llaman a sus electores para que presionen y hagan propaganda”. Resulta dudoso, no obstante, que el lobby israelí determine la política estadounidense en Oriente Próximo. Además, muchas “elites pro-israelíes” de los medios de información son enemigas acérrimas de la democracia populista que se sirve de la acusación de antisemitismo para acallar las graves críticas a la política imperial de EE.UU.
Desde la resolución de alto el fuego de la ONU hasta la victoria de la extrema derecha en Israel
Cuando el 7 de enero el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución de alto el fuego en la que no se especificaba la fecha para el cese de las hostilidades, Estados Unidos se abstuvo de votarla a petición de Israel. Tras su aprobación, el gobierno Olmert continuó con la ofensiva hasta que, al fin, el 18 de enero Olmert hizo pública una declaración unilateral de cese el fuego. Hamás rápidamente hizo su propia declaración de tregua. La guerra de Gaza se detuvo pero no de forma definitiva. Desde entonces, Israel ha hecho cuanto ha podido para impedir la reconstrucción de Gaza y la creación de un Estado palestino independiente. En Cisjordania, Israel ha continuado con su agresivo bloqueo: en el palestino Jerusalén Este ha aumentado la construcción de colonias, la demolición de casas y la expulsión de sus habitantes; y en el sur de Israel ha sometido a los beduinos palestinos a una creciente represión.
Simultáneamente, Israel acaba de perder lo que el jurista Richard Falk denomina “guerra de la legitimidad”. Altos responsables de la ONU, entre ellos Ban Hi-moon, han expresado su preocupación por las violaciones israelíes de las leyes de la guerra. Los movimientos pacifistas de Israel y las organizaciones de derechos humanos han recogido pruebas de los crímenes de guerra y contra la humanidad perpetrados por el ejército israelí. Los activistas, para impulsar la apertura de procesos en el extranjero, han elaborado y divulgado una lista con los nombres de los comandantes de los batallones israelíes responsables de crímenes de guerra en Gaza. A finales de enero de 2009, cuando se hizo público este asunto, una alta institución judicial española, la Audiencia Nacional, anunció que iba a iniciar una investigación sobre anteriores casos de crímenes de guerra, supuestamente cometidos por oficiales israelíes de alta graduación en 2002, cuando un avión de combate israelí lanzó una bomba de 2.000 libras sobre la casa de un miliciano de Hamás en la ciudad de Gaza, borrando del mapa a toda su familia e hiriendo a 77 civiles más. La Liga Árabe envió una misión de investigación, formada por jueces y expertos en derecho, a Gaza por el puesto fronterizo de Rafah para reunir pruebas de los crímenes de guerra israelíes. Y reconocidos juristas de Europa y de Estados Unidos han pedido que la ONU lleve a cabo una investigación a fondo. Frente a este ambiente de crecientes presiones para que se investiguen los supuestos crímenes de guerra israelíes, Olmert garantizó a los mandos y soldados del ejército de su país que no serían sometidos a ningún tribunal penal internacional “y que el Estado de Israel los apoyaría y protegería en este asunto de la misma manera que ellos nos protegieron... durante la operación militar en Gaza”.
Durante febrero y marzo de 2009, funcionarios de alto nivel egipcios siguieron intermediando para conseguir negociaciones que llevaran a un acuerdo de alto el fuego y reabriera Gaza, y, asimismo, reconciliaran a Hamás y Fatah. Mientras se llevaban a cabo estas actuaciones, se conocieron los resultados de las elecciones en Israel. Enseguida surgió una nueva coalición de gobierno, liderada por Benjamin Netanyahu con Ehud Barack como ministro de Defensa y Avigdor Lieberman del partido Ysrael Beitenu – que postula el juramento de lealtad de los árabes israelíes y un “Estado judío” puro étnicamente- como ministro de Asuntos Exteriores.
Mientras tanto, el asedio israelí de Gaza sigue, las conversaciones de intermediación de Egipto se han interrumpido, y todas las cuestiones relativas al conflicto entre Israel y Palestina continúan sin resolverse. El presidente Obama ha continuado la fracasada política de Bush de negarse a reconoce a Hamás, con la excusa de que Hamas “no renuncia a la violencia”; apoyael derecho de Israel a existir como “Estado judío” y respalda los acuerdos anteriores. Por supuesto, Israel raras veces cumple sus compromisos con los palestinos. Ni acepta de buena fe la solución de los dos Estados. De la misma manera que ningún gobierno se abstendría de actuar en su autodefensa, mucho menos un pueblo colonizado que tiene el derecho legal de recurrir a la violencia, dentro de unos límites, contra sus beligerantes ocupantes. Por encima de todo, ¿deberían los refugiados palestinos y sus descendientes reconocer, antes de las negociaciones, al Estado que sigue sin reparar todas las injusticias que les ha infligido?
Conclusiones
Primero, a pesar de los intentos israelíes de prohibir que los periodistas fueran testigos de los crímenes de guerra de sus fuerzas armadas, una enorme audiencia mundial vio en las pantallas de televisión y en Internet imágenes directas de la matanza que Israel perpetró contra los indefensos palestinos. El resultado ha sido la pérdida de simpatía y apoyo de Israel en Europa e incluso en Estados Unidos, lo que se refleja en el movimiento por “el boicot, la desinversión y las sanciones”.
Una segunda consecuencia es que Israel pudo intimidar a Irán y Siria, que apoyan a los islamistas de Hamás y Hezbollah, para dejar de ayudar militarmente a los palestinos. Irán, afectado por el aislamiento impuesto por EE.UU. e Israel, sólo ofreció a los palestinos apoyo verbal y monetario pero no las armas y municiones que necesitaban desesperadamente según Israel y Estados Unidos. Cuando Teherán intentó enviar por barco ayuda humanitaria del Creciente Rojo, Egipto negó el acceso del barco a Gaza. De manera similar, se impidió al gobierno chií de Nuri al-Maliki de Iraq que enviara ayuda. En Líbano, Hezbollah no se atrevió a abrir un segundo frente para apoyar a los habitantes de Gaza. En la Cisjordania ocupada, los soldados israelíes y la policía de Fatah trabajaron juntos para detener a los partidarios de Hamás e impedir a los palestinos ayudar a sus familiares de la Franja. De forma que los principales logros de la Guerra de Gaza fueron el aislamiento de los palestinos y el maniatar a sus aliados potenciales.
Tercero, las circunstancias que llevaron a Israel a incrementar su escalada continúan. Los palestinos, necesariamente, siguieron con el contrabando de alimentos y armas a través de los túneles a lo largo de las siete millas de la frontera con Egipto. Las brigadas al-Qassam, que postulan la lucha armada, cesaron de lanzar cohetes desde Gaza mientras otros grupos armados no lo hicieron. Pero los misiles caseros que militarmente no fueron útiles, sirvieron para transmitir un importante mensaje: reconoced nuestra humanidad, levantad vuestro ilegal asedio y cambiad vuestra actitud hacia nosotros, porque vuestra seguridad siempre estará condicionada por nuestro derecho a vivir dignamente en nuestro propio Estado. Tal como indicaba la encuesta de opinión de Khalil Shikaki de principios de diciembre, antes de la Guerra de Gaza, la mayoría de los palestinos aceptaba “el reconocimiento mutuo de Israel como Estado para los judíos, y de Palestina como Estado para el pueblo palestino”. Según informaba Helen Cobban, incluso después de la campaña de Gaza, a finales de 2009, una encuesta fiable palestina demostraba que los palestinos todavía apoyaban la solución de los dos Estados. Esas son las personas a las que representa el movimiento nacionalista de resistencia de Hamás y en cuyo nombre eventualmente negociaría.
Y de igual manera que Hezbollah salió reforzado de la invasión israelí de Líbano en 2006, Hamás se ha reforzado políticamente en Gaza, Cisjordania y en todo Oriente Próximo. A principios de febrero, en otra encuesta del Jerusalem Media and Communications Centre, había ganado más popularidad en Cisjordania a expensas de Fatah, aunque no en Gaza, y los palestinos consideraban al primer ministro palestino de Gaza, Ismail Haniyeh, de Hamás, un líder mucho más fiable que Mahmud Abbas, a quien la mayoría considera una marioneta corrupta de Israel y Estados Unidos.
Las consecuencias completas del “efecto boomerang” de las actuaciones de Israel todavía no se han hecho manifiestas estratégicamente en la región. Regímenes que antes estaban a favor de Israel, como Jordania y Turquía, con los que Israel mantenía relaciones estratégicas, han experimentado tensiones para seguir manteniendo sus lazos oficiales. El emir de Qatar ha acusado a Israel de cometer crímenes de guerra. La dictadura de Arabia Saudí, siempre temerosa de su propio pueblo, mostró su disconformidad. La dictadura egipcia activamente alineada con Israel contra Hamás y Hezbollah, pero sometida a la enorme presión popular, volvió a asumir el difícil papel de mediadora. Irán, por su parte, anunció su intención de juzgar in absentia a un gran número de altos responsables israelíes a quienes ha acusado de cometer crímenes de guerra.
Fuera de Oriente Próximo, dos estados latinoamericanos, Venezuela y Bolivia, rompieron las relaciones diplomáticas con Israel. En Gran Bretaña, Francia, Alemania, España y Grecia, la gente se manifestó ante las embajadas israelíes y exigió que sus gobiernos actuaran para detener la matanza. En Durban (Sudáfrica), y Australia occidental, los estibadores se negaron a descargar productos israelíes. En Estados Unidos, un pequeño número de judíos incapaces de respaldar los terribles crímenes de guerra israelíes mostraron su protesta públicamente en muchos lugares, incluidos campus universitarios, mientras los activistas pedían el boicot de los productos israelíes y la desinversión en las instituciones que apoyan la ocupación. La ayuda humanitaria realmente importante para los palestinos sería la presión al Congreso y al presidente [Obama] por parte de los grupos de base estadounidenses para que den fin a la exportación de armas a Israel.
Noam Chomsky escribía durante la primera fase del reciente asalto de Gaza que “Israel podría tener seguridad, unas relaciones normalizadas, e integrarse en la región, pero es evidente que prefiere la expansión ilegal, el conflicto y los repetidos ejercicios de violencia, actuaciones que no sólo son criminales, asesinas y destructivas, sino que ponen en peligro su propia seguridad a largo plazo”. Y añadía entonces, “aquellos que se consideran ‘partidarios de Israel’ son en realidad paladines de su degeneración moral y de su muy probable destrucción final”.
Finalmente, dos lecciones conceptuales pueden derivarse de la locura en Gaza, de la misma manera que de las guerras de Estados Unidos y la OTAN en Iraq y Afganistán.
La primera concierne a la naturaleza hobbesiana del Estado moderno. Pensadores críticos de la tradición jurídica europea han argüido que la idea de Estado elaborada desde los siglos XVI y XVII ha fomentado y sancionado la guerra. El comportamiento hobbesiano de los gobiernos modernos antes y, especialmente, después del 11-S, lo ilustran bien. Las características de un Estado hobbesiano normal son su disposición a vivir preparando las guerras, llevar a cabo guerras preventivas, ignorar las leyes de la guerra, intervenir unilateral y militarmente, especialmente en los asuntos de los pueblos que viven en el mundo colonial y semi-colonial de antaño, y justificar esas intervenciones recurriendo a mitos racistas, “orientalistas” o “civilizatorios”. Capitaneados por Estados Unidos, los “realistas” han llevado el mundo hacia atrás, al periodo anterior a la Primera Guerra Mundial, al iniciar y llevar a cabo, en las antiguas regiones colonizadas del mundo, “guerras preventivas” y una permanente guerra por la paz. Ellos han justificado sus acciones mediante la explotación del miedo y han hecho de la seguridad nacional el condicionante último de su comportamiento.
Segunda, la guerra de Gaza es una muestra de las limitaciones de los derechos humanos elementales en este mundo hobbesiano. El principio de los derechos humanos que los jueces israelíes han aplicado al conflicto palestino-israelí apesta a hipocresía. No hace nada para contener el ilegal uso de la fuerza por parte de Israel contra la supuesta amenaza de los cohetes lanzados por los palestinos. Pero muchos liberales y conservadores todavía consideran los derechos humanos y las “intervenciones humanitarias” como la última y mejor esperanza de la humanidad. Parece más sensible alegar lo contrario: nuestra mejor esperanza en el siglo XXI descansa en la adhesión formal al derecho internacional humanitario, a los principios de Nuremberg, a las Convenciones de Ginebra y sus Protocolos- todos claramente basados, como dice Anthony Carty, en la ética en lugar de en la ley-, un proyecto que no entra en los planes de los responsables políticos occidentales.
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(*)Herbert P. Bix es autor de "Hirohito and the Making of Modern Japan", y ha escrito ampliamente sobre historia moderna y contemporánea japonesa. Ha enseñado en muchas universidades y actualmente es profesor de historia y sociología en Binghamton. Este ensayo se ha beneficiado de las observaciones de Steve Shalom, Mark Selden y Noam Chomsky.
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