Egipto o el síntoma de la elefantiasis diplomática

René Naba
Traducido para Rebelión por Caty R.
16/02/09

El escuadrón de la OTAN enviado como refuerzo de Egipto para luchar contra el tráfico de armas a lo largo de Gaza y la actividad diplomática desplegada por El Cairo con la organización de las negociaciones interpalestinas y la Conferencia de los países donantes para la reconstrucción del enclave palestino destruido por Israel, no han modificado en nada la cruel realidad: Egipto, «Massr oum addounia», la madre del mundo cuya historia se ha identificado a lo largo del tiempo con la epopeya, ya no es más que la sombra de sí mismo, un país que ha asumido su derrota, dedicado al papel poco glorioso de subcontratista de la diplomacia estadounidense en el ámbito regional y mayordomo de las imposiciones de la seguridad de Israel, el talón de Aquiles del mundo árabe, su gran tumor maligno.
Original en francés:

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Ubicado en el centro geográfico del mundo árabe, en la articulación de su ribera asiática y su ribera africana, alojamiento de la mayor concentración industrial en una zona que va del sur del Mediterráneo a los confines de la India, y por añadidura controlador exclusivo de los dos principales ejes de comunicación del mundo árabe, el Nilo hacia el continente africano y el Canal de Suez hacia el Golfo petrolero, Egipto ha sido durante mucho tiempo la punta de lanza de la lucha nacionalista árabe. Centro neurálgico de la diplomacia árabe, Egipto ha asumido sin descanso el papel del gran hermano protector, regulador de las turbulencias y padrino de los arreglos, como en el caso del acuerdo líbano-palestino de El Cairo, el 3 de noviembre de 1969, que puso fin a la primera guerra civil líbano-palestina, o del acuerdo jordano-palestino, el 27 de septiembre de 1970, a raíz del «septiembre negro» jordano.

Pero el arquitecto de la primera nacionalización victoriosa del Tercer Mundo, la nacionalización del Canal de Suez en 1956, hecho que anunciaba la desaparición de la presencia colonialista franco-británica en tierra árabe, la base de retaguardia de los principales movimientos de liberación del mundo árabe, desde Argelia a Yemen del Sur, el destructor de la línea Bar Lev en 1973, que exorcizó el complejo de inferioridad militar árabe frente a Israel, parece afectado de elefantiasis diplomática, a juzgar por su comportamiento vergonzosamente pusilánime durante los dos últimos enfrentamientos entre Israel y los árabes: la guerra de destrucción israelí de Líbano en junio de 2006 y la guerra de devastación israelí de Gaza dos años después, en diciembre de 2008.

Incluso en el terreno privilegiado de una supremacía que ha cautivado el imaginario y capta la adhesión de las multitudes desde hace medio siglo, el dominio cultural, la superioridad de Egipto parece resquebrajarse.

Primer exportador de videocasetes, películas y telefilmes en el mundo árabe, Egipto disponía de un magisterio cultural inigualable que se articulaba sobre tres pilares: el carisma de su jefe, Nasser, su prestigioso grupo de estrellas de gran talento, como Oum Kalsoum y Abdel Wahab, sus grandes escritores Taha Hussein, Naguib Mahfouz y el poeta contestatario Cheick Imam. Tahia Karioka y Nadia Gamal en el mundo del espectáculo y, finalmente, en el terreno de la comunicación, el tándem formado por el periódico Al-Aharam, el diario árabe más importante, y Radio El Cairo, la decana de las emisoras árabes. Séptima difusora internacional por la importancia de su programación radiofónica semanal, Radio el Cairo, que emite en 32 lenguas y cubre un amplio espectro lingüístico (afar, bambara, pastún, albanés), constituye un poderoso vector de promoción de la idiosincrasia egipcia hasta los confines del cuarto mundo. Pero actualmente su supremacía cultural sufre un menoscabo por el renacimiento de Beirut, el punto de fijación traumática de Israel, capital cultural floreciente del mundo árabe, y por la fulgurante penetración de las cadenas transfronterizas árabes, en particular Al-Jazeera, convertida ya en la estrella imbatible debido a su profesionalidad.

También su supremacía diplomática está cuestionada por la emergencia de las dos potencias regionales musulmanas no árabes, Irán y Turquía, en sustitución de la fracasada diplomacia árabe, principalmente de Egipto y sobre todo de Arabia Saudí, mudos durante las tres semanas de la destrucción israelí de Gaza. También su supremacía militar está relegada al olvido por el relevo rebelde de los artífices de la victoria de la nueva guerra asimétrica contra Israel, el chií Hezbolá libanés y el sunní Hamás palestino, que han vuelto obsoleto el falso argumento que pretende impulsar a Arabia Saudí y Egipto como las dos ramas del Islam en el espacio árabe.

El mayor y más poblado país del mundo árabe, con 80 millones de habitantes, está al borde de la implosión social con el 34% de los egipcios viviendo por debajo del umbral de la pobreza, menos de dos dólares diarios. Tras el viraje proestadounidense del presidente Anuar El Sadat en 1978 y su tratado de paz con Israel hace treinta años, Egipto funciona sobre un modelo binario, con un reparto de funciones entre el poder político, gestionado por la burocracia militar, mientras que la gestión cultural de la esfera civil está confiada al cuidado de la organización de los Hermanos Musulmanes, cuyo proselitismo se ha materializado con el restablecimiento del delito de apostasía. Bajo la amenaza islamista, Egipto navega así entre la corrupción, la regresión económica y la represión, con 1.300.000 policías empleados por el ministerio del Interior y varios miles de presos políticos.

La pasividad egipcia ante la orgía sangrienta perpetrada por Israel en Gaza, su letargo diplomático frente al activismo de países de América Latina como Venezuela y Bolivia, que expulsaron a sus embajadores israelíes en Caracas y La Paz, ha suscitado una sublevación de los Hermanos Musulmanes que ha conducido a la cofradía a abandonar la oposición a Siria y a caducar su colaboración con el ex vicepresidente sirio Abdel Halim Khaddam, el prófugo baassista refugiado en París. Por un increíble viraje de alianzas que pone de manifiesto el estrabismo estratégico de Egipto, resulta que es Siria, su antiguo socio árabe en la guerra de la independencia, y no Israel, quien constituye ahora su bestia negra. Y Gaza, al borde del colapso y sometida al bloqueo, y no Israel, abastecido de energía a precios ventajosos que desafían cualquier competencia, seguramente para engrasar la máquina de guerra israelí contra un país ocupado y bajo perfusión, Palestina.

La señal de su servilismo con respecto a Estados Unidos es que hasta la más mínima iniciativa de Egipto es tributaria de la conformidad estadounidense, tanto en el terreno de la tecnología nuclear, obtenida en 2005 después de que Irán se comprometiera en la carrera atómica y con el fin de contrarrestarla, como en el ámbito de la diplomacia. La última iniciativa franco-egipcia sobre Gaza no escapa a la regla. La iniciativa responde más a la preocupación de Hosni Mubarak y Nicolas Sarkozy de salvar del naufragio su primer ensayo, la Unión para el Mediterráneo, en la que comparten la presidencia, que a detener el baño de sangre perpetrado por Israel.

Egipto se beneficia, es cierto, de una renta estratégica materializada por una ayuda estadounidense de 3.000 millones de dólares anuales. Pero este óbolo aparece ante un buen número de observadores como una especie de dinero de Judas, que a los ojos de la opinión pública del Tercer Mundo no puede compensar el papel de peana de la fuerza diplomática egipcia y los efectos devastadores de su apatía, tanto en el plano del prestigio internacional de Egipto como en el de la seguridad del espacio nacional árabe.

Egipto está afectado del síntoma de elefantiasis, a imagen de su viejo presidente (80 años), un personaje de tinte cerúleo, una figura de cera en vías de momificación por casi treinta años de poder autocrático esquizofrénico, ultra represivo en el plano interno y letárgico en el plano internacional, aferrado a su trono a la espera de una sucesión filial.

Nasser nacionalizó el Canal de Suez y resistió la agresión tripartita franco-aglo-israelí en 1956. Vencido en 1967, inmediatamente desencadenó una «guerra de desgaste» de 18 meses a lo largo del frente de Suez, en una demostración de su rechazo a la resignación y la capitulación, antes de poner fin a la guerra civil jordano-palestina la víspera de su muerte en septiembre de 1970.

Sadat recuperó el Sinaí, pero marginó a su país con la firma de un tratado de paz en solitario con Israel. Mubarak, la vaca que ríe, según el apodo que le colgaron desde el principio de su reinado para señalar su cinismo falsamente bobalicón, pasará a la historia por haber sido el dirigente egipcio que no sólo no ha hecho ni lo más mínimo en beneficio de su pueblo, sino que además reintegró a su país a la Liga Árabe para conseguir una renta de situación con el fin de avalar todas las intervenciones militares estadounidenses contra los países árabes, tanto durante la primera guerra del Golfo contra Iraq, en 1990, o todavía trece años después, durante la invasión estadounidense de Iraq en 2003.

El alto el fuego unilateral israelí en la Franja de Gaza alcanzado tras un arreglo entre dos gobiernos moribundos, el del revanchista israelí Ehud Olmert, malparado por la derrota frente al Hezbolá libanés en 2006, y el del fantoche estadounidense George Bush, ha resonado como un feo desaire tanto para el nuevo presidente estadounidense, Barack Obama, como para el mediador egipcio Hosini Mubarak y para su homólogo francés Nicolas Sarkozy, el hiperactivo e ineficaz copresidente de la Unión para el Mediterráneo.

El ninguneo de Egipto por parte de sus dos socios del Tratado de Paz de Camp David en los acuerdos de seguridad relativos al enclave palestino, del cual es fronterizo, ha puesto al día cruelmente el papel de sirvientes –y no de socios- de los Estados árabes en la diplomacia occidental, y ha llevado a Egipto y a Arabia Saudí a fijar una unidad de cara a la galería con sus oponentes, especialmente Siria, en la cumbre económica de Kuwait el 19 de enero, la víspera de la toma de posesión del presidente Obama.

Por lo tanto, que nadie se llame a engaño. La organización de la Conferencia de los países donantes para la reconstrucción de Gaza, lo mismo que la escuadra de la OTAN enviada para reforzar a Egipto en la lucha contra el tráfico de armas a lo largo del enclave palestino, están destinadas a reflotar al presidente Hosini Mubarak, en pleno naufragio diplomático lo mismo que su desacreditado compadre palestino Mahmud Abbas. Por otra parte, ambos pretenden mantener un papel europeo sostenido en Oriente Próximo en la nueva configuración diplomática de la era Obama.

La llegada del primer presidente afroestadounidense de la historia relega a Nicolas Sarkozy tanto más inexorablemente en cuanto que el último líder europeo del neoconservadurismo estadounidense, el pivote europeo del eje israelo-estadounidense, desacreditado por una ostentación estridente y los sucesivos desaires de Israel, por añadidura está rodeado de colaboradores desprestigiados por su flexibilidad moral, con un jefe de la diplomacia bajo perfusión financiera de un sátrapa africano (1) y la compañera de este ex humanitario, hazmerreír universal de la opinión pública por su manipulación frenética para la erradicación del pluralismo político en el mecanismo audiovisual exterior francés (2).

El faraón egipcio se ha quedado en cueros, desnudado por sus nuevos aliados; el Primus inter pares (3) de los árabes ya se ha convertido en el mayordomo oficial de la diplomacia israelo-estadounidense. Aciago destino para El Cairo, Al-Kahira, la victoriosa en su significado árabe, rebajado a la categoría de líder del «eje de la moderación árabe». El ex abanderado de la lucha independentista árabe, amorfo y átono, ya ha asumido sin rubor el liderazgo del eje de la sumisión y la corrupción… el eje de la resignación y la capitulación… el eje de la traición a los ideales de la conmoción nasseriana.

Notas

(1) Ver a este respecto el sitio Backchich: «Bernard Kouchner, ministro de facturaciones extranjeras» (15 de enero de 2009), http://www.bakchich.info/article6462.html, donde informa de un pago de 817.000 euros del presidente de Gabón Omar Bongo a una sociedad de consultores en relación con negocios con el ministro de francés de Asuntos Exteriores, en concepto de retribución por una consulta sobre el sistema de salud gabonés. Un artículo en el mismo sitio, tres días después: «Bernard Kouchner y Christine Ockrent se han vuelto locos, pero nadie se ocupa de ellos», bakchich (18 de enero de 2009). También «Kouchner: del saco de arroz al saco de pasta» en Le Canard enchaìné del miércoles 21 de enero de 2009, en el que el diario satírico relata de qué forma el ministro francés de Asuntos Exteriores «ha pasado en algunos años de Médicos sin fronteras a médicos sin escrúpulos». Y además el libro de Pierre Péan Le monde selon K, aparecido el 4 de febrero de 2009 en ediciones Fayard.

(2) Desde su toma de posesión como directora de audiovisual exterior en 2007, Christine Ockrent, con pretextos falaces, ha procedido al despido de periodistas reputados por su conocimiento del mundo árabe, especialmente el periodista y escritor Richard Labèvière, gran especialista de la zona y autor de una entrevista al presidente sirio Bachar al-Assad; así como Wahib Abou Wassel, representante sindical y único periodista palestino de la audiovisual exterior francesa.

(3) Primus inter pares: primero entre sus iguales

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