Sumisos bajo el escáner

La Información
13/01/10

La instalación en los aeropuertos de escáneres que desnudan literalmente al viajero no parece suscitar demasiada oposición, todo lo más algunos reparos de carácter administrativo, no muy distintos a los que suelen regular el transporte de ganado. Esa conformidad algo lanar revela el avance del gregarismo en los hábitos sociales y del mismo modo que se viaja debidamente estabulado, también se insta a vivir amparado en el calor del rebaño.

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La primera víctima es la intimidad física y emocional, esa frontera sagrada que protege al individuo de la invasión ajena. Nunca como hasta ahora las personas se habían mostrado tan dispuestas y hasta complacidas a renunciar a su intimidad. La exhibición de la privacidad personal, bendecida como espectáculo de masas a raíz del programa televisivo «Gran Hermano», ha dado un salto gigantesco apoyada en la webcam del ordenador personal, ese ojo que todo lo ve y todo lo envía al ciberespacio. Resulta pasmoso cómo millones de jóvenes cuelgan en la Red hasta el más mínimo detalle de sus personas, desde un completísimo álbum de fotos, sin escatimar poses ni circunstancias, hasta la relación exhaustiva de sus amistades y desamores, pasando por confesiones que harían sonrojar al psicólogo más curtido. Facebook, Twiter o Myspace forman el escaparate más universal que jamás haya habido de intimidades y basta unos rudimentarios pasaportes virtuales para pasearse ante él como ante una feria interminable de la condición humana. De poco sirven las leyes dictadas precisamente para proteger el derecho a la intimidad si voluntariamente se entrega o se canjea por otras en la nueva plaza pública de Internet. Y lo que no se ofrece gratuitamente, se entrega a cambio de «seguridad», sin protesta ni reproche. Las calles de las ciudades están sembradas de cámaras que registran la vida cotidiana. Lo mismo sucede en comercios, oficinas, edificios públicos y privados, colegios y comunidades de vecinos. A nadie le sorprende, por tanto, que se pueda desnudar a los pasajeros. Lo sorprendente es que todavía no hayan estrenado un programa de televisión que con el sugestivo título «El escáner de la verdad» reúna a las lavanderas del corazón, que tienen por oficio precisamente centrifugar las intimidades propias y ajenas.

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