Platanario

Gustavo Duch Guillot
La Jornada
29/07/08

Recientemente, en estas mismas páginas Johann Hari nos explicaba la historia del monocultivo del plátano como parábola del poder corporativo que se expande por todo el sector agrícola. Esta fruta nos permite conocer también el doble rasero con el que sus propietarias corporativas se manejan, en función de si operan en un país rico, o lo hacen en una –según ellas definen, visualizan y desprecian– república bananera.

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Las bananeras estadunidenses, como explica Augusto Zamora (embajador de Nicaragua en España) en el libro El parque de las hamacas, “fueron pioneras en la implantación de un modelo de expolio que aún campa a sus anchas. La empresa acuerda con el gobierno un régimen legal excepcional, en virtud del cual puede realizar su actividad en el país y contratar mano de obra nacional con salarios de hambre y privada de derechos elementales. A cambio, paga al gobierno unos impuestos simbólicos en proporción a los beneficios que obtiene y contrata como altos empleados a miembros de la oligarquía. Gobierno y oligarquías son los únicos que se benefician de la explotación del país y de su gente”.

Efectivamente. La ONG británica Christian Aid ha estudiado el comportamiento fiscal de algunas multinacionales en su quehacer cuando operan en los países del sur global. Sus cálculos advierten que en sus periplos por el mundo, con escala en paraísos fiscales, escamotean a las arcas públicas alrededor de 160 mil millones de dólares al año. Para entender el valor de esta cifra, pensemos que según la cumbre de la FAO en Roma sobre la crisis alimentaria, se requieren 30 mil millones de dólares para impulsar la producción agrícola y combatir la pobreza y la desnutrición. De entre estas multinacionales, megacorporaciones o trasnacionales (o como gusten llamar a estos leviatanes), destacan precisamente las actuales reinas planetarias del plátano: Dole, Chiquita y Del Monte. Con toda probabilidad, dos de cada tres plátanos que compramos es un plátano de una de estas compañías. En este caso concreto, rebajan su fiscalidad a un aproximado 15 por ciento, mientras que en Estados Unidos –donde tienen su sede social– pagarían impuestos en torno a 35 por ciento. Con inversiones de estos amigos no hacen falta inversiones de tus enemigos.

La falta de escrúpulos con la que estas compañías actúan en terceros países también la ilustra un ejemplo en el que las bananeras siguen como protagonistas macabras. Para el tratamiento de las plantaciones los técnicos de las empresas bananeras diseñaron en los años 60 un agroquímico, el dibromo cloro propano (nemagon), que se aplicó en 15 países del mundo, la mayoría del sur, teniendo constancia –pruebas iniciales de laboratorio– de sus graves efectos sobre la salud humana e incluso después de que hubiera sido prohibido por las autoridades estadunidenses. Ser una trabajadora o trabajador de una plantación bananera significó perder tus tierras, dejar una agricultura de subsistencia para trabajar como jornalero en una agricultura de monocultivo y exportación, y ser afectado en las fumigaciones como un parásito más. Un parásito sin derechos que sufrió y sufre las consecuencias del desprecio de las empresas bananeras.

Gustavo Duch Guillot es Director de Veterinarios Sin Fronteras

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