Nuestro cerebro depende también de la interacción social

Facundo Manes
Clarín
08/05/10

Yo y los otros. El desarrollo de la especie está muy influido por los vínculos tejidos con los demás.

La complejidad de nuestro cerebro es consecuencia, al menos en parte, de la complejidad social que ha alcanzado nuestra especie a lo largo de su evolución. El ser humano es básicamente una criatura social. Es por eso que crea organizaciones que van más allá del propio individuo, desde la familia hasta las comunidades nacionales o globales. A partir de estas premisas, podemos concluir que la supervivencia de la especie humana depende de la interacción social, es decir, del carácter de los vínculos que uno establece con los otros.

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Un principio que permite la relación entre las personas es la capacidad de darse cuenta de que los otros tienen deseos y creencias diferentes de las nuestras y de que su comportamiento puede ser explicado en función de éstos. A los 4 años los niños ya han desarrollado esta habilidad de evaluar estados mentales de otros. Aunque algunos procesos cognitivos son conscientes e influyen en forma deliberada en nuestro funcionamiento, hay mecanismos automáticos que influyen en nuestra interacción social. Por ejemplo, hay evidencia científica reciente que sugiere que las decisiones morales están más relacionadas con la emoción que con el razonamiento explícito. Uno, luego de actuar, analiza y explica racionalmente la decisión moral que ha tomado influido por la impresión genética y por la emoción.


Otro aspecto importante en la investigación del cerebro social son las neuronas espejo, que son células que reaccionan tanto al observar una acción como cuando la realizamos nosotros mismos permitiendo el aprendizaje a partir de la imitación de la acción observada. Además, capacidades de la cognición social como la empatía con otros individuos han sido esenciales evolutivamente. Cierto comportamiento social como el altruismo, la decisión económica o las ideas políticas tienen una base genética. Sin embargo, los genes no explican en su totalidad el comportamiento social ni las diferencias individuales. Un ejemplo de cómo factores no genéticos influyen en la conducta social se observó en las abejas obreras. Cuando éstas alimentan a las larvas con jalea real, la expresión de los genes implicados en el crecimiento y el metabolismo es modificado, y esto lleva al desarrollo de nuevas abejas reinas.


La interacción social resulta fundamental también para el aprendizaje. En un experimento, tres grupos de bebés que se criaron escuchando exclusivamente inglés fueron entrenados: un grupo interactuaba con un hablante del idioma chino en vivo; un segundo grupo veía películas del mismo hablante; y el tercer grupo escuchaba a ese chino a través de auriculares. El tiempo de exposición y el contenido fueron idénticos en los tres grupos. Después del entrenamiento, el grupo de bebés expuesto a la persona china en vivo distinguió entre dos sonidos con un rendimiento similar al de un bebé nativo chino. Los bebés que habían estado expuestos al idioma chino a través del video o de sonidos grabados no aprendieron a distinguir sonidos, y su rendimiento fue similar al de bebés que no habían recibido entrenamiento. La clave del desarrollo de la especie no está tanto en lo que el individuo hace de sí mismo sino en el puente que construimos con nuestros semejantes.

Fuente: Director de Ineco y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro

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