Grecia, al borde del abismo, rehén de Alemania

Joseph Halevi
Il Manifesto
Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti
26/01/10

En Berlín y en Frankfurt (sede del Banco Central Europeo, BCE), a través de Bruselas, se está preparando una tragedia económica para Grecia que preocupa hasta al Financial Times, el cual ha llegado a solicitar un debate público para afrontar la situación.

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Llevaba razón Martin Wolf -en la edición del 20 de enero- cuando observaba que Grecia es el canario enjaulado que se lleva el minero a la galería. A mi modo de ver, la crisis griega enseña la insostenibilidad de toda la arquitectura comunitaria elaborada en Maastricht, formalizada en el pacto de estabilidad firmado en Dublín en diciembre de 1996, e institucionalizada en la formación de la “zona del euro”. En realidad, el sistema jamás ha funcionado. Se ha transformado en un mecanismo vinculante para algunos -la mayoría de los países- pero no para otros.

En efecto, Francia y Alemania, poco después de 2000 empezaron a saltarse los parámetros. Luego, con el paso de los años, Alemania disfrutó de un gran boom de exportaciones netas -sobre todo hacia la propia Europa-, y como consecuencia de ello, un aumento de ingresos fiscales. Así, presionó a Francia para que volviera a la disciplina reduciendo su déficit público. Ya desde antes de la crisis actual París respondió que no iba a hacerlo hasta 2012-13, pero con la crisis el reajuste francés se ha pospuesto de hecho ad calendas grecas.

No se les permite obrar así a otros países aunque las condiciones internas no permitan grandes márgenes para maniobras de reajuste. Cuando Grecia entró en la zona euro en 2001 y adoptó en 2002 la moneda, se sabía que sus condiciones distaban mucho de lo que pretendían los alemanes, quienes, no obstante, apoyaron el ingreso de Atenas tanto por motivos de expansión y credibilidad del euro, como en cuanto recompensa por el consentimiento griego de permitir la entrada en su país a las tropas OTAN-EEUU destinadas en la guerra de Kosovo (asunto sobre el que, sin embargo, el entero arco parlamentario griego estaba en contra).

La economía helénica presenta muchas características semejantes a las de las provincias y regiones de la Italia meridional, por suerte sin la preponderante presencia de las mafias: amplio empleo estatal y paraestatal, gasto público para pensiones y chanchullos, y economía sumergida. Añádanse a todo ello los fondos de la Unión Europea para el desarrollo, que, cuantitativamente, están decayendo. Todo, incluidos los sectores con rendimientos económicos altamente estacionales como el turismo, se sostiene gracias al mecanismo del gasto público, como en la zona de Frosinone o Roma. No es que funcione así desde ayer o anteayer: ha sido así desde siempre, sin duda desde finales de la guerra civil de 1949. La modernización del país -gracias sobre todo al crecimiento del consumo y la caída de la ocupación agrícola- que tuvo lugar de modo masivo después de 1981 con la entrada en la Comunidad Europea, acentuó el papel del gasto público como pilar socio-económico-ocupacional y de distribución de chanchullos.

Ello se debió a que no se dio una transformación productiva del país que correspondiese mínimamente a la transformación social y de costumbres. Las relaciones entre las clases capitalista, financiera y política dependen en buena medida del nexo entre gasto público y evasión fiscal. Sólo mediante un proceso lento y sistemático de transformación productiva guiado por la autoridad pública de manera ilustrada/programada se puede acabar con esos mecanismos. Pero si en un campo semejante ilustrados contemporáneos italianos como Paolo Sylos-Labini o Stefano Rodotà han clamado en el desierto, ¿por qué iba a conseguirlo Grecia que, respecto a Italia, cuenta con bases materiales mínimas?

Tras la adopción del euro en 2002 han ido surgiendo contra Grecia acusaciones de haber falseado las cuentas del déficit público. Pero Alemania y Bruselas nunca han querido evaluar a Grecia según sus condiciones objetivas, pese a conocerlas. Querían a Grecia en el euro, pero imponiendo un marco suyo. La única estrategia de adaptación -para evitar la catástrofe social- que le quedaba a Grecia era la de trucar las cartas sobre la mesa. Un juego que no podía durar a la larga. Así se ha llegado a la tragedia actual.

Atenas ha afrontado la crisis económica mundial sin efectuar recortes especiales en el presupuesto, a la vez que la crisis sacaba a la luz el déficit público que el gobierno de derecha había escondido de modo fraudulento. Durante la segunda mitad de 2009 Alemania -mientras mostraba manga ancha en cuestiones internas- endurecía la posición hacia el resto de Europa, especialmente con los países más débiles en lo que a deuda pública se refiere. Fue el ministro de finanzas de Berlín quien mencionó expresamente el caso de Grecia.

El endurecimiento alemán está elevando al alza el diferencial de riesgo que se pide a los bonos del tesoro griego respecto a la tasa -por ejemplo- que se pide a los alemanes; los “mercados” ponen en tela de juicio la disponibilidad del BCE para aceptar bonos griegos contra la erogación de préstamos al banco.

Al verse con el agua al cuello, Papandreu ha prometido reducir el déficit ¡del 12,7% al 3% del PIB en dos años! Habrá que esperar que encuentre la trampa adecuada, pues tal vez consiguiera efectuar una reducción del 12,7 al 9% en un periodo tan breve, pero provocaría un desastre enorme. El entero peso de los recortes recaería en el empleo y las pensiones. Con todo, dado el alto nivel de conflicto social helénico, recortes semejantes no serán posibles.

Sólo quedan otros dos caminos: la salida del euro y un salvamento europeo. En el primer caso se abriría una crisis político-institucional gravísima para el conjunto de la Unión Europea y Grecia se encontraría de todos modos ante la imposibilidad inmediata de pagar las pensiones a la población y los sueldos a los empleados públicos. El país se paralizaría igualmente.

En el segundo caso se pondría a Grecia bajo un régimen de soberanía limitada, que de hecho dependería de Alemania. Los focos de atención deben centrarse en Alemania, en su voluntad de dejar que Grecia se lacere para que sirva de ejemplo a otros países débiles en cuanto a deuda pública; mientras Berlín considera su posición absolutamente cuestionable.

Todo ello con tal de que prosiga -como única estrategia europea admitida- la deflación salarial, por la que apuesta Alemania, segura de ganar la batalla con Europa.

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