“Manifiesto capitalista” del editor de Newsweek International
Nick Beams
World Socialist Web Site
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyen
14/08/09
Un intento desesperado de infundir confianza
Fareed Zakaria, editor de Newsweek International, ha escrito un ensayo intitulado “El manifiesto capitalista: La codicia es buena (hasta cierto punto)”, que se propone expresar alivio porque el pánico generado por la crisis financiera global se esté aflojando e infundir confianza en que, a pesar de todos sus defectos, el capitalismo es todavía “la máquina económica más productiva que hayamos inventado hasta la fecha”.
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El problema con esta afirmación es que, de nuevo, lejos de que haya terminado la crisis, ésta sólo se comienza a desarrollar.
Zakaria comienza por reconfortarse con el hecho de que todas las crisis financieras de los últimos 20 años hayan sido superadas, llevando a más crecimiento económico. El crash del mercado bursátil de 1987 resistió las predicciones de un retorno a la Gran Depresión y “resultó ser un accidente en el camino hacia un auge aún mayor y más prolongado.” La crisis financiera asiática de 1997 no condujo a una depresión global. En su lugar, las economías asiáticas “repuntaron dentro de dos años.” El colapso de Long Term Capital Management en 1998, descrito por el secretario del Tesoro de EE.UU. de entonces, Robert Rubin, como “la peor crisis financiera en 50 años,” no llevó al fin de los hedge funds. Más bien han “expandido masivamente” desde entonces.
¿Cómo fueron superadas esas crisis anteriores? Como señala Zakaria, el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan siempre presentó la misma solución: reducción de los tipos de interés y suministro de dinero fácil, creando una serie de activos de burbujas. Cuando la crisis de las hipotecas de alto riesgo se desarrolló en 2007, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke siguió el mismo procedimiento. Sin embargo, en esta ocasión, las reducciones de las tasas de interés no aliviaron la crisis. La Reserva Federal inició sus inyecciones de liquidez en agosto de 2007, pero la situación sólo empeoró. El banco de inversiones Bear Stearns quebró en marzo de 2008, seguido por el colapso de Lehman Brothers en septiembre y, para fines de 2008, a pesar de masivas inyecciones de liquidez, los cinco bancos de inversión de Wall Street habían colapsado o se habían visto obligados a reestructurar. El sistema financiero global estaba al borde de la catástrofe.
Esto demuestra por sí solo que, lejos del feliz escenario pintado por Zakaria – esta crisis es como las otras desde 1987 – el colapso que comenzó en 2007 marcó un giro cualitativo en un proceso continuo.
Zakaria se ve obligado a reconocer que el sistema financiero global ha estado “sufriendo crashes con más frecuencia durante los últimos 30 años que en ningún período comparable de la historia.” Pero insiste en que el problema no tiene que ver con el sistema de beneficios en sí. “Lo que estamos experimentando no es una crisis del capitalismo. Es una crisis de las finanzas, de la democracia, de la globalización y en última instancia de la ética.”
En primer lugar, la separación del capitalismo de cada uno de estos fenómenos es absurda – como si el modo capitalista de producción pudiera ser de alguna manera extraído de la situación histórica en la cual está situado; como si no conformara el entorno socio-político en el que opera, incluida la ética imperante.
Examinemos a su vez cada una de las explicaciones de Zakaria para la crisis. Insiste, junto con muchos otros, en que la falla tiene que ver con la operación del sistema financiero.
“Las finanzas fracasaron, o para ser más preciso, fracasaron los financistas. En junio de 2007, al comenzar la crisis Coca-Cola, PepsiCo, IBM, Nike, Wal-Mart y Microsoft dirigían todos sus compañías con balances sólidos, y estaban gastando con prudencia, conservando dinero para mantener una protección para una posible depresión.”
La separación de las finanzas (el lado malo) del resto de la economía capitalista (el lado bueno) tiene una larga historia. Fue hecha suya por Marx en su desdeñosa crítica de Proudhon, el pequeño burgués anarquista francés, hace más de 150 años. Como Marx explicara entonces, el lado “malo” no puede ser separado del “bueno”, especialmente ya que resulta que, las más veces, el lado “malo” es la fuerza impulsora del desarrollo histórico. Y es el caso en la situación actual. El desarrollo del capitalismo estadounidense – y de la economía global – se ha basado en los vastos cambios asociados con los procesos de financialización que comenzó en los años ochenta.
Unas pocas cifras ilustran lo que ha ocurrido. En 1980, las firmas financieras representaban cerca de un 5% de los beneficios totales de las corporaciones. En 2006 esto había aumentado a cerca de un 40%. En una escala global, los activos financieros en 1980 equivalían aproximadamente en valor al producto interno bruto del mundo. Veinticinco años después constituían un 350% del PIB global. En el corazón de esta transformación ha estado la acumulación de la deuda del sector financiero en la economía de EE.UU. Aumentó de un 63,8% del PIB en 1997 a 113,8% en 2007 – resultado de que los bancos y las corporaciones financieras se hayan endeudado aún más a fin de financiar sus operaciones financieras basadas en deudas.
El alza renovada de la financialización no fue sólo una decisión política, sino una reacción a una crisis en el proceso de acumulación capitalista que se había desarrollado a fines de los años sesenta y en la década de los setenta. Ante una caída en la tasa de beneficio, el capitalismo estadounidense emprendió a partir de los años setenta un importante programa de reestructuración. Involucró la destrucción de amplios sectores de la industria manufacturera, un ataque concertado contra la posición social de la clase trabajadora, el desarrollo de la subcontratación en el extranjero y del uso de contratistas para aprovechar fuentes más baratas de mano de obra, y un giro hacia la manipulación financiera, como ser adquisiciones hostiles y fusiones, como fuente de beneficios.
Nuevo modo de acumulación
La transformación de la economía estadounidense en los años ochenta presenció la emergencia de un nuevo modo de acumulación, en el que los beneficios se hicieron mediante la apropiación, a través de métodos financieros, de riqueza ya creada. Históricamente, la riqueza había sido acumulada en la economía de EE.UU. mediante la inversión, el comercio y la manufactura. Ahora la fuerza impulsora de la acumulación fue el aumento de los precios de los activos. Esto ha determinado la forma de la economía de EE.UU., y la acumulación de beneficios por todos los sectores del capital – incluso aquellos que no estaban directamente conectados con las finanzas.
En los años cincuenta y sesenta, las firmas manufactureras basadas en la producción en línea de montaje no constituyeron el mayor componente de la economía estadounidense. Pero los vastos aumentos en rentabilidad posibilitados por estos métodos crearon las condiciones en las cuales podían expandir todos los sectores del capital. Era una sociedad dominada por lo que los sociólogos han llamado un “régimen fordista” en el cual, como señaló genialmente el antiguo presidente de General Motors, Charles Wilson, “lo que era bueno para el país era bueno para General Motors y viceversa.”
En los últimos 25 años, el papel fundamental que otrora tuvo la manufactura en línea de montaje en la economía estadounidense ha sido asumido por el capital financiero.
No importa cuán sana o bien dirigida sea una firma capitalista, la acumulación de beneficio es un proceso social. Cada firma depende para su expansión del crecimiento de la economía en su conjunto. Y en EE.UU., el capital financiero ha sido la fuerza conductora.
Todo intento de separar el lado “malo” del “bueno” colapsa incluso bajo un estudio superficial. Zakaria apunta a varias corporaciones como parte del lado “bueno” del capital estadounidense. Una de ellas es Microsoft. Pero una de las fuentes principales de los beneficios de Microsoft han sido las ventas de los computadores y los programas de software que han impulsado el sector financiero. Consideremos Nike y Wal-Mart. Se han beneficiado de la explotación de mano de obra barata en China y otros países, bajo las condiciones de una producción globalizada. Pero esas operaciones, que involucran complejas relaciones financieras, habrían sido imposibles sin el crecimiento de los derivados financieros. Al mismo tiempo, Nike y Wal-Mart no hubieran seguido siendo lucrativas sin el aumento en la deuda del consumidor estadounidense – en gran parte proveniente de las finanzas de la vivienda – que ha sustentado los gastos de consumo estadounidenses ante el estancamiento o disminución de los ingresos reales durante el último cuarto de siglo.
La trascendencia esencial de la crisis financiera global es que marca el resquebrajamiento del modo de acumulación que ha prevalecido durante los últimos 25 años.
Los activos financieros derivan su valor, en última instancia, de su derecho a la producción de riqueza real. Las acciones son un ejemplo obvio. La acción representa el derecho a una porción de un flujo de ingreso generado por una compañía en particular. Pero esa acción puede ser comprada y vendida, y su valor puede aumentar en el mercado en exceso del valor del activo subyacente.
El hecho de que los activos financieros hayan expandido casi cuatro veces en relación con la producción global durante las últimas dos décadas y media significa que no se puede satisfacer todos sus derechos a riqueza real. Esta disparidad es expresada en la emergencia de así llamados “activos tóxicos” en los libros de los bancos e instituciones de crédito – derechos a ingresos y riqueza que carecen esencialmente de valor.
En otras palabras, la crisis no es de liquidez, es decir de falta de suficientes fondos para asegurar el funcionamiento de un sistema que de otra manera es sano, sino de insolvencia. Sus dimensiones son indicadas por el hecho de que para restaurar la paridad que existía en 1980 entre el valor de los activos financieros y el PIB global significaría la eliminación de valores de activos financieros equivalentes a dos veces el PIB global.
Esas cifras dejan claro el significado del rescate y de los paquetes de estímulo lanzados por gobiernos en todo el mundo. No tienen nada que ver con el mantenimiento de los puestos de trabajo y los estándares de vida de la clase trabajadora. Más bien, apuntan a transferir al Estado la mayor cantidad posible de las masivas deudas y “activos tóxicos” acumulados por las corporaciones financieras y los bancos.
Esta operación de rescate estatal es precisamente lo que ha impulsado los mercados bursátiles durante los últimos tres meses y ha posibilitado el suspiro de alivio de Zakaria. Como señaló un reciente artículo en el Wall Street Journal, uno de los principales motivos para el repunte de más de un 30% es “de una simpleza apabullante.” Los mercados financieros están “repletos de dinero del gobierno” como resultado del mayor estímulo financiero combinado que el mundo haya visto en nuestros tiempos.
El gobierno de EE.UU. ya ha comprometido 12,7 billones de dólares en apoyo del sistema financiero, casi el equivalente el producto interno bruto de ese país. Desde que la crisis financiera se intensificó en septiembre de 2008, los gobiernos en todo el mundo han comprometido 18 billones de dólares en fondos públicos, el equivalente de un 30% del PIB del mundo, para recapitalizar a los bancos. Esto ha llevado a un reventón en su posición fiscal.
En Gran Bretaña, se espera que la deuda del gobierno llegue pronto a un 100% del PIB, mientras que la deuda del gobierno de Japón se orienta hacia un 200% para 2011 y se espera que la deuda gubernamental en EE.UU. llegue a 100% del PIB al mismo tiempo. Según economistas del FMI, para 2014 las ratios de la deuda pública al PIB de las economías del G-20, que incluyen cerca de un 85% de la economía global, habrán aumentado en 36 puntos porcentuales del PIB en comparación con los niveles a fines de 2007.
Un nuevo régimen político
El financiamiento gubernamental, sin embargo, no puede continuar indefinidamente. Las deudas incurridas por el Estado para financiar los bancos serán pagadas mediante el recorte de los gastos gubernamentales y los servicios sociales y forzosamente empobrecerán a la clase trabajadora. La escala de este ataque contra las condiciones sociales y los niveles de vida será directamente proporcional al tamaño de las sumas de dinero involucradas. Según un cálculo en Gran Bretaña, el consumo tendrá que ser reducido en por lo menos un 20% de su nivel en 2006-2007 para llegar a comenzar un equilibrio en los libros del gobierno.
Zakaria señala el “aterrador” crecimiento de la deuda gubernamental en EE.UU., especialmente si se incluyen los programas de ayuda social y los compromisos de jubilación, y observa que “nadie ha tratado seriamente de colmar la brecha, lo que puede ser hecho sólo mediante (1) aumento de los impuestos o (2) reducción de los gastos.”
“Es la enfermedad de la democracia moderna: el sistema no puede imponer ningún sufrimiento a corto plazo para obtener ventajas a largo plazo.” Las implicaciones políticas son obvias: es imposible imponer los masivos recortes en gastos y aumentos en ingresos necesarios para eliminar la deuda del gobierno dentro del actual orden político. La reestructuración de las economías de EE.UU. y otras importantes economías capitalistas requiere un régimen nuevo, mucho más represivo.
Zakaria se esfuerza en extremo en su intento de afirmar que el capitalismo no es la causa de la crisis. El verdadero problema, insiste, no es su fracaso, sino demasiado éxito. El mundo se ha estado moviendo hacia “un extraordinario grado de estabilidad política”; no hay una importante competencia militar entre las grandes potencias; la violencia política disminuye. Considerando las guerras que son libradas por EE.UU. en Iraq, Pakistán y Afganistán, una afirmación semejante sólo puede ser descrita como absurda. En cuando al apaciguamiento de la rivalidad entre grandes potencias, basta con apuntar a la constante y creciente preocupación en los círculos responsables de la política de EE.UU. por el ascenso de China.
Sin embargo Zakaria no está dispuesto a permitir que los hechos interfieran con la historia que quiere presentar. La estabilidad política, afirma, ha sido acompañada por una reducción de la inflación, el crecimiento económico y el establecimiento de un sistema económico global. Son estos “buenos tiempos” los que llevaron a la complacencia de la gente y, a medida que bajaba el coste del capital, a más complacencia. “La economía mundial se ha convertido en el equivalente de un coche de carrera – más rápido y más complejo que cualquier vehículo que se haya visto. Pero resulta que nunca alguien había conducido un coche semejante, y nadie realmente sabía cómo hacerlo. De modo que se estrelló.”
¿Y el futuro? “El verdadero problema,” continúa, “es que todavía conducimos ese coche. La economía global sigue siendo altamente compleja, interconectada y desequilibrada. Los chinos todavía acumulan sus superávit y tienen que colocarlos en alguna parte. Washington y Beijing tendrán que trabajar duro para estabilizar lentamente su dependencia mutua para que el sistema no esté siendo preparando para otro choque.”
En otras palabras, aunque la crisis ha pasado, todas las condiciones que la produjeron siguen existiendo, y no están ni cerca de ser resueltas.
Lenin señaló una vez que el poder del marxismo es que es verdad. A veces, incluso conscientes oponentes al marxismo se ven obligados, por la lógica misma de los hechos objetivos, a referirse a procesos que forman el centro del análisis marxista. Estamos ante un caso semejante.
Según Zakaria: “De un modo más amplio, la crisis fundamental que enfrentamos es la propia globalización. Hemos globalizado las economías de las naciones. El comercio, el viaje y el turismo juntan a la gente. La tecnología ha creado cadenas de suministro, compañías y clientes mundiales. Pero nuestra política sigue siendo resueltamente nacional. Esta tensión está al centro de muchos crashes de esta era – una incompatibilidad entre economías interconectadas que producen problemas globales pero ningún proceso político compatible que pueda efectuar soluciones globales.”
El movimiento marxista ha identificado hace tiempo como una de las contradicciones centrales del capitalismo mundial la que existe entre el desarrollo global de las fuerzas productivas por una parte, y el sistema de Estado-nación en el que se basa la superestructura legal y política, por la otra. Esta contradicción es lo que convierte el socialismo, basado en el desarrollo de una economía planificada a escala internacional, en una necesidad histórica. Tal como el orden político feudal tuvo que ser derribado para posibilitar el crecimiento de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, actualmente la globalización de la producción ha hecho que el sistema de Estado-nación capitalista sea tan reaccionario y retrógrado como los principados y reinos de hace dos o tres siglos.
Esta contradicción estalló en la primera década del siglo pasado en la forma de la Primera Guerra Mundial. Ahora ha aparecido de nuevo, a un nivel aún más elevado. Sólo puede ser resuelta por la toma del poder político por la clase trabajador a escala global, de otra manera la humanidad enfrenta guerras y crisis económicas potencialmente más devastadoras que las que caracterizaron las primeras cinco décadas del Siglo XX.
Zakaria pide une mejor coordinación internacional. Pero la propia lógica objetiva del sistema capitalista impulsa los eventos en la dirección opuesta. La producción capitalista es realizada a escala global. Su propósito no es satisfacer necesidades humanas, sino acumular ganancias privadas. Cuando la acumulación se expande, los diferentes sectores del capital, como señaló Marx, operan como una especie de fraternidad, dividiendo los despojos entre ellos. Cuando el sistema se rompe y ya no se convierte en una cuestión de repartir beneficios, sino de tratar de evitar pérdidas, estalla una lucha violenta. Una ruptura semejante ya no involucra simplemente luchas competitivas intensificadas en el mercado, como lo hizo en el Siglo XIX, sino, con el vasto crecimiento de la industria y las finanzas capitalistas, las crisis económicas llevan inevitablemente a la participación directa del Estado capitalista.
Es lo que ocurrió el año pasado. Después del colapso de Lehman Brothers en septiembre, cuando el sistema bancario y financiero estaba amenazado por la catástrofe, todos los gobiernos del mundo reaccionaron, no mediante el trabajo por una acción coordinada a escala global, sino para proteger su “propio” sistema bancario, lo que llevó a conflictos inmediatos. En los meses desde entonces, las diferencias sólo se han ampliado. Los alemanes y los franceses son hostiles a los rescates del gobierno estadounidense porque temen, correctamente, que permitirán que los bancos de EE.UU. mantengan su posición global dominante. El gobierno estadounidense, por su parte, se opone a llamados por más regulación, porque apuntan a las finanzas de EE.UU. El gobierno británico, no quiere introducir regulaciones más duras por temor a que pongan en peligro la posición de Londres, descrita por el comentarista de Financial Times, John Plender, como “la plaza de juegos de aventura del sistema financiero global.” Esto lleva a la oposición del gobierno alemán, que albergaba esperanzas de que la crisis ofreciera más oportunidades a Frankfurt. Las diversas intervenciones en la industria, asimismo, han agudizado las rivalidades nacionales. El rescate de Opel por el gobierno alemán, por ejemplo, pone en peligro las operaciones en Bélgica, causando incluso preguntas de si podrían haber sido violadas las reglas de un solo mercado europeo.
En cuanto a la coordinación entre EE.UU. y China para resolver los desequilibrios monetarios internacionales, el banco central chino ha llamado dos veces en los últimos tres meses a que el sistema financiero internacional sea reestructurado y que el dólar sea reemplazado como la moneda de reserva mundial. Si eso tuviera lugar, causaría una rápida decadencia en la posición global del capitalismo estadounidense, que ha gozado de enormes ventajas por el papel del dólar como divisa mundial.
A falta de cooperación internacional, advierte Zakaria, habrá “más crashes, y eventualmente puede haber una retirada de la globalización hacia la seguridad – y el lento crecimiento – de economías nacionales protegidas.” El desarrollo de una situación semejante en los años treinta condujo directamente a la Segunda Guerra Mundial. Tendría consecuencias aún más catastróficas en la actualidad.
Al final, Zakaria concluye que una “crisis moral” podría “hallarse en el centro de nuestros problemas.” La mayor parte de lo que sucedió durante la última década fue legal pero “muy poca gente actuó con responsabilidad.” Sin embargo, continúa, algo semejante no sucedió porque “repentinamente los empresarios se hayan hecho más inmorales. Forma parte de la apertura y de la creciente competitividad del mundo de los negocios.”
Zakaria prefiere no entrar en detalles al respecto, porque al hacerlo dejaría demasiado claro que esa “crisis moral” es en sí una expresión de la crisis de la economía capitalista.
Los procesos mismos asociados con el ascenso del capital financiero han hecho cada vez más confusa la línea divisoria entre legalidad e ilegalidad, para no hablar de moralidad e inmoralidad.
En el mundo de las transacciones financieras multimillonarias que involucran el uso de complejos derivados, donde el valor de un activo financiero puede ser alterado mediante el cambio del valor de una u otra de las variables en el modelo matemático en el que se basa; donde mientras más complejo y poco claro sea un derivado financiero, más grande será el beneficio obtenido por el vendedor; donde vastas fortunas pueden ser hechas mediante el juego financiero, y donde una firma que no emplee los últimos métodos dudosos para mejorar sus resultados enfrenta la posibilidad de ser tragada por un liquidador de activos financiados con bonos basura, ¿ética a qué precio?
Además, el crecimiento de una oligarquía financiera que domina y controla todo el sistema político, significa que cualquier reforma racional del actual orden es imposible, incluso si hubiera una solución disponible.
Las fuerzas productivas de la economía global – el complejo y poderoso coche de carrera, para utilizar la analogía de Zakaria – creadas por el trabajo intelectual y físico combinado de la clase trabajadora del mundo, se han desarrollado en una escala inmensa. Pero ya no pueden ser dejadas en manos de una elite gobernante que ha perdido el derecho histórico, político y moral de permanecer al volante. Por eso una revolución socialista, y la transferencia del poder político a manos de la clase trabajadora, se han convertido en una necesidad histórica.
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