Malalai Joya, la mujer a la que no pueden silenciar
Johann Hari
The Independent
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
10/08/09
“No estoy segura de cuántos días más seguiré en vida,” dice tranquilamente Malalai Joya. Los señores de la guerra que componen el nuevo gobierno “democrático” en Afganistán han estado enviando balas y bombas durante años para tratar de matar a esta pequeña mujer de 30 años proveniente de los campos de refugiados – y parecen aproximarse más con cada intento. Sus enemigos la llaman una “muerta andante.” “Pero no temo a la muerte, temo guardar silencio ante la injusticia,” dice simplemente. “Soy joven y quiero vivir. Pero digo a los que quieren eliminar mi voz: ‘Estoy lista, dondequiera y cuandoquiera que ataquéis. Podéis cortar una flor, pero no podéis detener la primavera.’”
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La historia de Malalai Joya vuelve al revés todo lo que nos han dicho sobre Afganistán. En la retórica oficial, ella representa lo que ha sido el motivo de nuestra lucha. Es una joven afgana que estableció una escuela clandestina secreta para niñas bajo los talibanes y – cuando fueron derrocados – tiró la burka, se presentó de candidata al parlamento, y enfrentó a los fundamentalistas religiosos.
Pero ella dice: “Vuestros gobiernos os han echado polvo a los ojos. No os han dicho la verdad. La situación para las mujeres es ahora tan catastrófica como lo fue durante los talibanes. Vuestros gobiernos han reemplazado el régimen fundamentalista de los talibanes con otro régimen fundamentalista de señores de la guerra. (Es decir) que vuestros soldados están muriendo para eso.” En lugar de ser liberada, está a punto de ser asesinada.
La historia de Joya es la historia de otro Afganistán – el que está detrás de la burka y detrás de la propaganda.
“Somos las guardianas de nuestras hermanas.”
Me reuní con Joya en un apartamento londinense donde vive con una partidaria durante una semana, para hablar de sus memorias – pero incluso aquí hay que mantener en secreto sus desplazamientos, mientras va de un piso franco a otro. Me dicen que no mencione su ubicación a nadie. Está de pie en el pasillo, pequeña y delgada, con sus cabellos fluyendo libremente, y me saluda con un fuerte apretón de manos. Pero, cuando nuestro fotógrafo toma su foto, comienza a reírse como una niña: la tristeza que refleja su pálida cara se desvanece, y se deshace en alegres risitas. “¡Me cuesta acostumbrarme a esto!” dice.
Luego, cuando me siento con ella para hablar de la historia de su vida, el dolor vuelve a inundar su cara. Su cuerpo se tensa y sus puños se cierran.
Joya tenía cuadro días cuando la Unión Soviética invadió Afganistán. Ese día, su padre abandonó sus estudios para combatir al ejército comunista invasor, y desapareció en las montañas. Ella dice: “Desde entonces, todo lo que hemos conocido ha sido la guerra.”
Su más temprano recuerdo es que estaba agarrada de las piernas de su madre mientras los policías registraban de arriba abajo su casa buscando evidencia del lugar en el que se ocultaba su padre. Su madre analfabeta trató de mantener vivos lo mejor posible a sus 10 hijos. Cuando la policía se hizo demasiado agresiva, llevó a sus niños a campos de refugiados al otro lado de la frontera en Irán. En esas inmundas ciudades de carpas ubicadas en la antigua Ruta de la Seda, los afganos se aglomeraban y eran tratados como ciudadanos de segunda clase por Irán. De noche, animales salvajes entraban a las carpas y atacaban a los niños. Allí, la familia recibió la noticia de que el padre de Joya había sido muerto por una mina terrestre – pero estaba vivo, después de perder una pierna.
No había escuelas en los campos iraníes, y la madre de Joya estaba determinada de que sus hijas recibieran la educación que ella nunca había tenido. De modo que huyeron de nuevo, a campos en Pakistán Occidental. Allí, Joya comenzó a leer – y fue transformada. “Dime lo que lees y te diré quién eres,” dice. Desde los primeros años de su adolescencia, inhaló toda la literatura que podía – desde la poesía persa hasta los dramas de Bertolt Brecht y los discursos de Martin Luther King. Comenzó a transmitir su recién descubierta alfabetización a las mujeres mayores en los campos, incluida su propia madre.
Pronto descubrió que le encantaba enseñar – y, al cumplir 16 años, una obra benéfica llamada Organización para la Promoción de las Capacidades de Mujeres Afganas (OPAWC) le hizo una atrevida sugerencia: ve a Afganistán y establece una escuela secreta para niñas, bajo las narices de la tiranía talibán.
De modo que tomó la poca ropa que tenía y fue llevada secretamente a través de la frontera – y comenzaron “los mejores días de mi vida.” Odiaba tener que ponerse una burka, ser acosada en las calles por la omnipresente policía “de vicio y virtud”, y estar bajo la amenaza constante de ser descubierta y ejecutada. Pero dice que valió la pena por las pequeñas. “Cada vez que una nueva niña entraba a la clase, era un triunfo,” dice, resplandeciente. “No hay nada mejor.”
Apenas logró evitar ser descubierta, una y otra vez. Una vez estaba enseñando a una clase de muchachas en el sótano de una familia cuando la madre gritó repentinamente: “¡talibanes! ¡talibanes!” Joya dice: “Dije a mis estudiantes que se acostaran en el suelo y permanecieran totalmente silenciosas. Oímos pasos arriba y esperamos mucho tiempo.” En muchas ocasiones, hombres y mujeres corrientes – extraños anónimos – le ayudaron enviando a la policía en la dirección equivocada. Agrega: “Cada día en Afganistán, incluso ahora, cientos si no miles de mujeres comunes realizan esos pequeños gestos de solidaridad mutua. Somos las guardianas de nuestras hermanas.”
La obra benéfica quedó tan impresionada con su persona que la nombró directora. Joya decidió establecer una clínica para mujeres pobres justo antes de los ataques del 11-S. Cando comenzó la invasión estadounidense, los talibanes huyeron de su provincia, pero las bombas siguieron cayendo. “Se perdieron innecesariamente muchas vidas, igual que en la tragedia del 11 de septiembre,” dice. “El ruido era aterrador, y los niños se tapaban los oídos y gritaban y lloraban. El humo y el polvo llenaban el aire con cada bomba que caía.”
En cuanto los talibanes se retiraron, fueron reemplazados por los señores de la guerra que habían gobernado Afganistán justo antes. Joya dice que, en ese momento: “me di cuenta de que los derechos de las mujeres habían sido traicionados por completo… La mayoría de la gente en Occidente ha sido llevada a creer que la intolerancia y la brutalidad hacia las mujeres en Afganistán comenzaron con el régimen talibán. Pero es una mentira. Muchas de las peores atrocidades fueron cometidas por los fundamentalistas muyahidines durante la guerra civil entre 1991 y 1996. Ellos introdujeron las leyes que oprimían a las mujeres, seguidas por los talibanes… y ahora volvían al poder, respaldados por EE.UU. Volvieron de inmediato a su antigua costumbre de utilizar la violación para castigar a sus enemigos y recompensar a sus combatientes.”
Los señores de la guerra “han gobernado Afganistán desde entonces,” agrega. Mientras “se ha creado un simulacro de parlamento en Kabul para uso en EE.UU.,” el verdadero poder “está en manos de esos fundamentalistas que gobiernan en todas partes fuera de Kabul.” Como ejemplo, nombra al ex gobernador de Herat Khan. Estableció sus propios escuadrones de “vicio y virtud” que aterrorizaron a las mujeres y destruyeron casetes de vídeo y música. Tenía sus propias “milicias privadas, cárceles privadas”. La constitución de Afganistán es irrelevante en esos feudos privados.
Joya descubrió exactamente lo que eso significaba cuando comenzó a establecer la clínica – un señor de la guerra local anunció que no sería permitida, ya que era mujer y crítica del fundamentalismo. Lo hizo igual, y decidió enfrentar a ese fundamentalista presentándose a la elección para la Loya jirga (“reunión de los ancianos”) para elaborar la nueva constitución afgana. Hubo un gran movimiento de apoyo para esa muchacha que quería construir una clínica – y fue elegida. “Resultó ser que mi misión,” dice, “sería denunciar la verdadera naturaleza de la jirga desde adentro.”
“Nunca volví a estar segura.”
Al pasar ante las cámaras de televisión del mundo hacia la Loya jirga, lo primero que Joya vio fue “una larga fila con algunos de los peores abusadores de los derechos humanos que nuestro país haya jamás visto – señores de la guerra, criminales de guerra y fascistas.”
Pudo ver a los hombres que invitaron al país a Osama bin Laden, los hombres que introdujeron las leyes misóginas que después fueron seguidas por los talibanes, los hombres que habían masacrado civiles afganos. Algunos llegaron allí mediante la intimidación del electorado, otros mediante el fraude electoral, y aún más que fueron simplemente nombrados por Hamid Karzai, el ex petrolero instalado por el ejército de EE.UU. para que gobernara el país. Pensó en un antiguo dicho afgano: “Es el mismo asno, con montura nueva.”
Por un momento, mientras esos viejos asesinos comenzaban a pronunciar largos discursos congratulándose por la transición a la democracia, Joya se sintió nerviosa. Pero entonces, dice: “Recordé la opresión que enfrentamos como mujeres en mi país, y mi nerviosismo se evaporó, para ser reemplazado por la cólera.”
Cuando le tocó su turno, se levantó, miró alrededor a los ensangrentados señores de la guerra y comenzó a hablar. “¿Por qué permitimos que haya criminales presentes? Son responsables por la situación en la que estamos… Son ellos los que convirtieron nuestro país en el centro de guerras nacionales e internacionales. Son los elementos más contrarios a las mujeres en nuestra sociedad que han puesto a nuestro país en este estado y quieren volver a hacer lo mismo… En su lugar deberían ser procesados en los tribunales nacionales e internacionales.”
Esos señores de la guerra – que alardean de ser duros – no pudieron hacer frente a una esbelta joven que decía la verdad. Comenzaron a gritar y a aullar, llamándola “prostituta” e “infiel”, y a arrojarle botellas. Un hombre trató de golpearla en la cara. Le cortaron el micrófono y la jirga se convirtió en un disturbio.
“Desde ese momento,” dice Joya, “nunca volví a estar segura… Para los fundamentalistas, una mujer es medio ser humano, que sirve sólo para satisfacer todas las voluntades y deseos de un hombre, y para producir niños y trabajar en la casa. No podían creer que una joven mujer les estuviera arrancando las máscaras ante los ojos del pueblo afgano.”
Una turba fundamentalista apareció unas pocas horas después ante su alojamiento, y anunció que había ido a violarla y lincharla. Tuvo que ser puesta bajo inmediata guardia armada – pero se negó a ser protegida por soldados estadounidenses, e insistió en que fueran policías afganos.
Su discurso fue transmitido a todo el mundo – y vitoreado en Afganistán. Recibió un inmenso apoyo de la gente de su país, feliz de que finalmente alguien haya expresado su opinión. Una aldea pobrísima reunió dinero y envió un delegado a cientos de kilómetros de distancia para expresar su agradecimiento.
Una mujer extremadamente anciana llegó acarreada en una carretilla desvencijada, y explicó que había perdido dos hijos – uno ante los soviéticos, el otro ante los fundamentalistas. Dijo a Joya: “Tengo casi 100 años, y me muero. Cuando supe de usted y de lo que dijo, supe que tenía que verla. Dios la proteja, querida.”
Le entregó su argolla de oro, su única posesión de valor, y dijo: “¡Tiene que aceptarla! ¡He sufrido tanto en mi vida, y mi último deseo es que acepte éste mi regalo!
Pero los ocupantes de EE.UU. y la OTAN instruyeron a Joya que debía mostrar “cortesía y respeto” hacia los otros delegados. Cuando Zalmay Khalilzad, el embajador de EE.UU. le dijo eso, ella respondió: “Si estos criminales hubieran violado a su madre o a su hija o a su abuela, o matado a siete de sus hijos, para no hablar de todos los tesoros morales y materiales de su país, ¿qué palabras utilizaría contra semejantes criminales que estén dentro del marco de la cortesía y el respeto?”
Se inclina y cita a Brecht: “Brecht dice: ‘El que no conoce la verdad es sólo un idiota. El que conoce la verdad y dice que es una mentira es un criminal.’”
Los intentos de asesinarla comenzaron con un francotirador – y no se han detenido desde entonces. Pero ella dice sencillamente, con su puño cerrado: “Quería que los señores de la guerra supieran que no les tenía miedo.”
De modo que se presentó a la elección para el parlamento, y ganó por gran mayoría. “Volvería de nuevo para enfrentar a los que habían arruinado mi país,” explica, “y estaba determinada a mantenerme erguida y a que nunca volvería a doblegarme ante sus amenazas.”
“En cada rincón hay un asesino”
En su primer día Joya observó todo el nuevo parlamento afgano y pensó: “En cada rincón se esconde un asesino, un títere, un criminal, un lord de la droga, un fascista. Esto no es una democracia. Soy una de las pocas personas en este lugar que ha sido auténticamente elegida.” Comenzó su discurso de introducción diciendo: “Mis condolencias al pueblo de Afganistán…”
Antes de que pudiera continuar, los señores de la guerra comenzaron a gritar que la violarían y la matarían. Un señor de la guerra, Abdul Sayyaf, le gritó una amenaza. Joya le miró directo a los ojos y dijo: “Aquí no estamos en [el área que él gobierna por la fuerza] así que contrólese.”
Le pregunto si tuvo miedo, y sacude la cabeza. “Nunca tengo miedo cuando digo la verdad.” Ahora habla rápido: “Me siento verdaderamente honorada por haber sido vilipendiada y amenazada por los salvajes que condenaron a nuestro país a una miseria semejante. Me siento orgullosa de que, aunque no tengo un ejército privado, ni dinero, ni potencias mundiales que me apoyen, esos déspotas brutales me teman y comploten para eliminarme.”
Dice que para los afganos de a pie no hay diferencias entre los talibanes y los señores de la guerra igualmente fundamentalistas. “Qué grupos son etiquetados como ‘terroristas’ o ‘fundamentalistas’ depende de lo útiles que sean para los objetivos de EE.UU.,” dice. “Existen dos lados que aterrorizan a las mujeres, pero los del lado anti-estadounidense son ‘terroristas’ y los pro-estadounidenses son ‘héroes.’”
Karzai gobierna sólo por permiso de los señores de la guerra. Es un “títere desvergonzado” que ganará las elecciones presidenciales del próximo mes porque “no ha dejado de trabajar para sus amos, EE.UU. y los señores de la guerra… En este punto de nuestra historia, los únicos que llegan a servir como presidentes son los elegidos por el gobierno de EE.UU. y la mafia que detiene el poder en nuestro país.”
Cada vez que llegaba a desesperar en el parlamento, encontraba a más mujeres afganas corrientes – y volvía a la lucha. Me habla de una muchacha de 16 años, Rahella, que escapó a un orfanato que Joya había ayudado a establecer en su circunscripción. “Su tío había decidido casarla con su hijo, que era drogadicto. Ella se espantó. De modo que ciertamente la aceptaron, la educaron, le ayudaron.” Un día, apareció el tío y se disculpó, diciendo que había comprendido su error. Pidió si podría volver a casa por el fin de semana para visitar a su familia. Joya aceptó – y cuando volvió a su aldea Rahella fue obligada a casarse y fue llevada a otra parte de Afganistán. Meses después supieron que se había bañado en gasolina y se había quemado viva.
Ha habido una epidemia de suicidios de mujeres en todo el “nuevo” Afganistán en los últimos cinco años. “Los cientos de mujeres afganas que se han quemado no sólo se suicidan para escapar a su miseria,” dice Joya, “claman por justicia.”
Pero no se le permitió presentar esos temas en el supuestamente democrático parlamento. Los señores de la guerra fundamentalistas no pudieron derrotar a Joya en las urnas o matarla y buscaron otra manera de silenciarla. Mientras más hablaba, más se enfurecían. Pidió secularismo en Afganistán, diciendo: “La religión es un asunto privado, que no está relacionado con temas políticos y el gobierno… Los verdaderos musulmanes no necesitan dirigentes políticos que los guíen hacia el Islam.” Condenó la nueva ley que declaró una amnistía para todos los crímenes de guerra cometidos en Afganistán durante los últimos 30 años, diciendo: “Vosotros, los criminales, simplemente os estáis dando licencia para salir de la cárcel.” Por lo tanto los parlamentarios simplemente votaron para expulsarla del Parlamento.
Fue ilegal y antidemocrático – pero el presidente, Hamid Karzai, apoyó la exclusión. “Ahora los criminales señores de la guerra ya no son cuestionados en el parlamento,” dice Joya. “¿Eso es democracia?”
En Occidente nos han servido “un montón de mentiras” sobre lo que es Afganistán actual. “Los medios son ‘libres’ sólo si no tratan de criticar a los señores de la guerra y a los funcionarios,” dice en su libro:
“Raising My Voice” [Alzando mi voz]. Como ejemplo, nombra a un señor de la guerra específico: “Si escribes algo sobre su persona, al día siguiente serás torturado o muerto por los señores de la guerra de la Alianza del Norte.” Es “un mito” cuando se dice que ahora las muchachas ahora pueden ir a la escuela fuera de Kabul. “Sólo un cinco por ciento de las niñas, según la ONU, pueden continuar su educación hasta el 12º año.”
Y es “falso” decir que la cultura afgana sea inherentemente misógina. “En los años cincuenta, hubo un creciente movimiento femenino en Afganistán, que se manifestaba y luchaba por sus derechos,” dice. “Tengo una historia” – revisa sus notas – del New York Times en 1959. ¡Aquí está! El titular es ‘Mujeres en Afganistán levantan el velo’ Estábamos desarrollando una cultura abierta para las mujeres – y luego las guerras e invasiones extranjeras lo aplastaron todo. Si podemos recuperar nuestra independencia, podremos reiniciar esa lucha.”
Muchos de sus amigos la instan a abandonar el país, antes de que uno de los aspirantes a asesinos tenga éxito. Pero, ella dice: “Nunca podré partir mientras toda la gente pobre que amo viva en el peligro y la pobreza. No voy a buscar un sitio mejor y más seguro, y dejarla en el infierno.” Mientras me pide perdón por su inglés – que, en realidad, es excelente – vuelve a citar a Brecht: “Los que luchan fracasan a menudo, pero los que no luchan han fracasado siempre.”
Actualmente, Joya lucha por la democracia desde afuera del parlamento. Pero, dice, todo demócrata afgano está actualmente “atrapado entre dos enemigos. Están las fuerzas de ocupación desde el cielo, lanzando bombas de racimo y uranio empobrecido, y en tierra están los señores de la guerra fundamentalistas y los talibanes, con sus propias armas.” Quiere ayudar al creciente movimiento de afganos de a pie que se encuentran entre medio, que se oponen a ambos: “Con la retirada de un enemigo, las fuerzas de ocupación, será más fácil luchar contra esos enemigos fundamentalistas interiores.”
Si fuera presidenta de Afganistán, comenzaría por enviar a todos los criminales de guerra del país ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya. “Cualquiera que ha asesinado a mis hermanas y hermanos debería ser castigado,” dice: “desde los talibanes, a los señores de la guerra, a George W. Bush.” Luego pediría a todas las fuerzas extranjeras que se fueran inmediatamente. Dice que es un error cuando se dice que Afganistán simplemente caería en la guerra civil si eso sucediera. “¿Y qué me dicen de la guerra civil actual? Hoy en día la gente está siendo asesinada – muchos, muchos crímenes de guerra. Mientras más tiempo permanezcan en Afganistán las tropas extranjeras haciendo lo que hacen, peor será la eventual guerra civil para el pueblo afgano.”
El público afgano, agrega, está de su parte, refiriéndose a un reciente sondeo de opinión que muestra que un 60% de los afganos desea una retirada inmediata de la OTAN. Mucha gente en Afganistán, dice, tenía esperanzas en Barack Obama – “pero en realidad está intensificando la política de George Bush… Sé que su elección tiene mucho valor simbólico en términos de la lucha de los afro-estadounidenses por igualdad de derecho, y esa lucha es algo que admiro y respeto. Pero lo que es importante para el mundo no es si el presidente es negro o blanco, sino sus acciones. No se puede comer simbolismo.”
La política de EE.UU. es impulsada por la geopolítica, dice, no por personalidades. “Afganistán está en el corazón de Asia, de modo que es un sitio muy importante para tener bases militares – para que puedan controlar con mucha facilidad el comercio con otras potencias asiáticas como ser China, Rusia, Irán, etc.”
“Pero puede ser cambiado por los estadounidenses,” agrega. Ahora se apasiona, su voz aumenta de tono. “Digo a Obama – en mi área, 150 personas fueron muertas por bombas de EE.UU. en un solo incidente en este año. Si su familia hubiera estado allí, ¿enviaría más soldados e incluso más bombas? Su gobierno está gastando 18 millones de dólares para construir otra cárcel de Guantánamo en Bagram. Si su hija pudiera ser detenida allí, ¿la estaría construyendo? Digo a Obama: cambie de ruta, o de otra manera la gente dirá mañana que es otro Bush.”
“Cuesta ser fuerte todo el tiempo”
“No es bueno mostrar alguna debilidad a mis enemigos, (pero) cuesta ser fuerte todo el tiempo,” dice Joya suspirando, mientras se pasa las manos por los cabellos. Ha estado hablando con tanta insistencia – con semejante coraje preternatural – que es fácil olvidar que era sólo una muchacha cuando fue lanzada a la lucha contra el fundamentalismo. Nunca se le permitió ser adolescente. La bravía concentración en su cara se desvanece, y parece un poco perdida. “Sí, mi madre se siente orgullosa de mi persona,” dice, “pero ya sabe cómo son las madres – se preocupan. Cada vez que hablo con ella por teléfono, su primera y última frase siempre es ‘¡Cuídate!’”
Hace dos años, se casó en secreto. No puede nombrar a su esposo, porque lo matarían. Hubo que revisar las flores para su boda a la busca de bombas. Sólo dice que se conocieron en una conferencia de prensa, “y que él apoya todo lo que hago.” No lo ha visto “durante dos meses,” dice. “Nos encontramos en casas seguras de nuestros partidarios. No puedo dormir en la misma casa dos noches seguidas. Es una casa diferente cada noche.”
¿De dónde sale tanto valor? Actúa como si la respuesta fuera obvia – cualquiera lo haría, afirma. Pero no lo hacen. Tal vez provenga de su creencia de que la lucha es larga y que nuestras vidas individuales son cortas, de modo que sólo podemos hacer progresar nuestra causa de a poco, sabiendo que otros tomarán el relevo. “Cuando yo muera, otros vendrán. De eso me siento segura,” dice.
Ciertamente tiene un fuerte sentimiento de pertenecer a una larga historia de afganos que lucharon por la libertad. “Mis padres eligieron mi nombre por Malalai de Maiwand. Fue una joven quien, en 1880, fue a la línea de fuego en la segunda guerra anglo-afgana a tratar a los heridos. Cuando los combatientes estaban cerca del colapso, levantó una bandera afgana y condujo a los hombres a la batalla. Fue herida – pero los británicos sufrieron una derrota importante y, finalmente, fueron expulsados.”
Cuando se presentó como candidata, tuvo que elegir un apellido, para proteger la identidad de su familia. “Me puse el nombre de Sarwar Joya, el poeta afgano y constitucionalista. Pasó 24 años en la cárcel y finalmente lo mataron porque no estuvo dispuesto a comprometer sus principios democráticos… En Afganistán tenemos un dicho: la verdad es como el sol. Cuando asciende, nadie puede taparla u ocultarla.”
Malalai Joya sabe que la pueden asesinar en cualquier momento, en nuestro recién liberado ‘istán’ de los señores de la guerra. Me abraza para despedirse y dice: “Tenemos que mantenernos en contacto.” Pero me quedo preguntándome tristemente si volveremos a vernos algún día. Tal vez lo nota, porque me insta a volver a leer el último párrafo de sus memorias “Raising My Voice.” “Es realmente como me siento,” explica. Dice: “Si muriera y queréis continuar mi trabajo, venid a visitar mi tumba. Echadle un poco de agua y gritad tres veces. Quiero oír vuestra voz.” Miro su cara y ella me da la sonrisa más valerosa que haya visto en mi vida.
`Raising My Voice' de Malalai Joya fue publicado por Rider. Todos los beneficios serán utilizados para apoyar la causa de los derechos de las mujeres en Afganistán.
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