La Oroya, donde los niños nacen con plomo en la sangre
El Mundo
RAMY WURGAFT (enviado especial)
16/08/07
LA OROYA (PERÚ).- En el momento que sopló la primera ráfaga, las madres corrieron en torbellino a recoger a los chicos que jugaban en el erial. Las puertas y las ventanas se cerraron de sopetón y durante varias horas, nadie se asomó a las calles torcidas y fangosas de La Oroya.
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El viento malo, como le llaman, trajo una nube con flecos amarillentos que se fue desenrollando igual que una alfombra, desde la cima del monte hasta el cauce del río Mantaro. Las mascarillas que usamos nos protegieron de la ceniza pero no del hálito con gusto a pólvora que se nos quedó pegado al paladar, a las ropas y al pelo. Sólo al cabo de dos días volvimos a sentir el sabor de la comida.
Aperchado en la cordillera de los Andes, a 175 kilómetros al este de Lima, el pueblo de La Oroya ocupa la sexta posición en el ranking de las 10 localidades más contaminadas del planeta, según un estudio del Instituto Blacksmith de Nueva York, publicado en diciembre de 1987. El doctor Hugo Villa afirma que en el lapso que ha transcurrido, este pueblo minero, de 33.000 habitantes, ha ascendido al quinto lugar de la lista negra.
"Desde que la fundición pasó a manos de la empresa norteamericana DOE RUN, en 1997, las emisiones de gases y de metales pesados han aumentado en proporciones gigantescas", dice el neurólogo del hospital de Essaud, que hace 25 años atiende a los enfermos.
Las paredes del establecimiento tiemblan al paso de los trenes que traen el concentrado en bruto de mineral y de los vagones que salen rumbo al puerto de Callao, cargados de plomo, cobre, zinc y plata. Eusebio Quispe y su hija Elena nos acompañan hasta un monte desde donde se observan las viviendas, situadas a sólo 600 metros de la planta y de la chimenea de 167 metros con su penacho de humo venenoso.
La niña asciende penosamente los primeros metros: jadea, tose, se ahoga hasta que su padre la toma en brazos. Elena tiene 12 años pero aparenta mucho menos. Mide un metro y 25 centímetros y pesa sólo 20 kilos. El último análisis que se le hizo es elocuente: arroja una concentración de 60 ug/dl (microgramos por decilitro) de plomo en sus vasos sanguíneos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) marca un límite de 10ug/dl de plomo; por encima de ese umbral se producen un sinfín de enfermedades como anemia, miopía, alteraciones del sistema nervioso central, trastornos respiratorios, disminución de las facultades auditivas, etcétera. "Elena sufre de insomnio crónico y cuando está despierta es como una sonámbula: todo lo hace en cámara lenta", dice Eusebio con la mirada perdida en las montañas donde antaño crecía un bosque de coníferas y hoy, apenas unos hierbajos macilentos.
En el 2005, el equipo formado por los doctores Hugo Villa, Godofredo Pebe y Gonzalo Cervantes realizó un experimento por el que se les concedió el premio Kaelin de hematología. Los facultativos hallaron que de un total de 93 recién nacidos, el 25% presentaba niveles de plomo por encima de los 10ug/dl que tolera la OMS y el resto, concentraciones que fluctuaban entre los 6ug/dl y los 10ug/dl. "De esta prueba se deduce claramente, que la toxicidad se transmite vía cordón umbilical, durante el período de gestación. Dicho de otra manera: los niños de La Oroya nacen enfermos", explica Villa.
Los directivos de la empresa no discuten los resultados de este u otros estudios como el de Occupational Knowledge, una ONG de California que demuestra que el 88% de la superficie de La Oroya está cubierta por una pátina de plomo mezclado con cadmio y dióxido de azufre. Es más, en un informe remitido a la Asociación Interamericana del Ambiente (AIA), DOE RUN admite que en las últimas décadas las emisiones de plomo aumentaron en un 1.160%; las de cadmio en 1.990% y las de arsénico, en un 606%. No obstante, la compañía niega que exista una relación de causa-efecto entre la polución y los males que aquejan a los lugareños, atribuidos por sus expertos al alcoholismo de los progenitores, a la mala nutrición o a la falta de higiene. DOE RUN, subsidiaria de RENCO GROUP, la mayor productora de plomo de América del Norte, enfrenta una serie de demandas por contaminación en el estado de Missouri.
En Perú, emplea a 5.000 trabajadores que prefieren convivir con las enfermedades antes que perder su único medio de subsistencia. "Si no es el viento malo, es el hambre: la vida del minero es una calamidad", concluye Eusebio Quispe con gesto de resignación.
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