Israel: un defecto de fábrica

EXPULSIÓN. El 11 de julio de 1948, el Ejército israelí obligó a partir a los 19.000 habitantes de Lydda y a los más de 20.000 palestinos que se habían refugiado en ella. Hoy Lydda se llama Lod y sólo 20% de su población es árabe. 418 pueblos quedaron vacíos.

Santiago Alba Rico, Diagonal (15-11-2007)

El escritor y filósofo Santiago Alba Rico hace un repaso por la historia de Israel, y los intereses que lo hicieron nacer y crecer, pasando por la resolución 181 de las Naciones Unidas.

El verdadero vencedor de la II Guerra Mundial no fue la alianza de naciones que combatió a la Alemania nazi, tampoco esos EE UU robustecidos por el debilitamiento de Europa y mucho menos, desde luego, los millones de víctimas judías del nazismo: el verdadero vencedor de la II Guerra Mundial fue el movimiento sionista fundado por Theodor Herzl en 1897.
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Por eso mismo, el verdadero perdedor del conflicto bélico no fue Alemania ni Japón ni Italia ni tampoco esa URSS condenada a desaparecer 40 años más tarde: el verdadero perdedor -junto a los millones de víctimas del holocausto nazi- fue el pueblo palestino, radicalmente inocente y completamente ajeno al mismo tiempo al antisemitismo europeo y a sus luchas interimperialistas. Ignominiosa combinación de intereses espurios y mala conciencia, la injustísima resolución 181 de la ONU que en 1947 decidió la partición de Palestina conserva hoy toda su actualidad destructiva. Marek Edelman, heroico defensor del gueto de Varsovia en 1943, supo ver muy bien los motivos: “Si se ha creado Israel ha sido gracias a un acuerdo entre Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS. No para expiar los seis millones de judíos asesinados por Europa, sino para repartirse los negocios de Oriente Medio”. Todos podemos ver hoy los resultados: a través de esa pequeña grieta se está desangrando irremediablemente el mundo.

El Congreso de Basilea, acta fundacional del sionismo, fue tempranamente denunciado por Karl Kraus, judío universal de Viena, como una forma de antisemitismo: “Estas dos fuerzas aspirarían secretamente a una alianza”, pues “su objetivo es, en efecto, común: expulsar a los judíos de Europa”. El esencialismo étnico-religioso de Theodor Herzl, en cualquier caso, sólo persuadió a una diminuta minoría, como lo demuestra el hecho de que apenas unos pocos miles de sionistas emigraron a Palestina antes de 1933. Sólo la convergencia de tres factores exteriores a la historia de la región explica la presencia de 600.000 judíos en el momento de la partición. El primero fue la persecución nazi, que obligó a huir a millones de judíos tanto de Alemania como de las zonas por ella ocupadas. El segundo, la inescrupulosa explotación de este genocidio por parte de la organización sionista, más preocupada por colonizar Palestina que por salvar seres humanos: “Si se me diese la posibilidad”, declaró Ben Gurión en 1938, “de salvar a todos los niños judíos de Alemania llevándolos a Inglaterra o salvar sólo a la mitad transportándolos a Eretz- Israel, optaría por la segunda alternativa”. El tercero, la codicia imperialista de Inglaterra, que a partir de la declaración Balfour (1917) y mediante una maquiavélica política migratoria supo interpretar a su favor todas las ventajas de la propuesta racista de Herzl: “Para Europa construiremos ahí (en Palestina) un trozo de muralla contra Asia, seremos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie”.

Partición y expansión

En contra de lo que creemos saber, no sólo la justicia palestina se opuso al principio de la partición sino también la injusticia sionista. En 1948, Menahem Beguin, dirigente del grupo terrorista Irgún y futuro premio Nobel de la Paz, declaraba que “la partición no privará a Israel del resto de los territorios”. El 19 de marzo de ese mismo año Ben Gurión, jefe de la Haganah y padre fundador de Israel, insistía en que “el Estado judío no dependerá de la política de la ONU sino de nuestra fuerza militar”. Esa fuerza militar, articulada en el plan Dalet, expulsó de sus tierras, mediante el terror y la violencia, a 800.000 palestinos, en una operación de limpieza étnica a gran escala cuya envergadura y objetivos ha sido claramente expuesta a la luz por el historiador israelí Benny Morris (un ultrasionista que sólo lamenta, por lo demás, que Ben Gurión no fuese aún más radical). De esa manera, el 18 de mayo de 1948 fue creado, sobre el 77% del territorio palestino, el “único Estado democrático” de Oriente Medio, un Estado “judío” cuya “constitución” es la conocida Ley del Retorno de 1950. Es ella, y no la decencia ni la razón ni la historia, la que permite “regresar” a Palestina a cualquier “judío” del mundo, a partir de una ambigua definición racial-religiosa que comprende a los descendientes de padres o abuelos judíos y a los conversos a la religión de Moisés (pero excluye a los que cambian de credo y a los que cuestionan el carácter “judío” del Estado de Israel).

Cada vez que Israel bombardea ciudades, levanta muros, derriba olivos o impone el hambre y la enfermedad a millones de seres humanos, los EE UU y la UE, si a veces lamentan “el desproporcionado uso de la fuerza”, recuerdan una y otra vez su derecho a la defensa. Que nadie se escandalice si digo que es absurdo invocar su derecho a la defensa cuando lo que está en cuestión es su derecho a la existencia. Cada vez que EE UU y la UE promueven alguna ‘iniciativa de paz’ se discute sobre qué hacer con los palestinos y qué conceder a los palestinos, como si los intrusos y ocupantes fueran ellos. Que nadie se escandalice si digo que la verdadera cuestión es saber qué hacemos con los israelíes y qué concedemos a los israelíes. No puede haber justicia si no se parte de principios justos y es necesario, por tanto, invertir esos principios que nos parecen absurdamente naturales para alcanzar, no ya a la justicia, sino una solución mínimamente injusta. Estoy seguro de que el pragmatismo y la piedad llevaría a los palestinos a ser generosos con los israelíes si el mundo declarase públicamente de qué parte está la razón y obrase en consecuencia. Pero mientras EE UU y la UE, únicas llaves del conflicto, apoyen política, económica y militarmente los derechos del racismo, el fanatismo, el nacionalismo mesiánico y la violencia colonial, la humanidad seguirá desangrándose sin remedio a través de esa grieta abierta en Palestina.

El problema de los refugiados

Tras las expulsiones de 800.000 palestinos en 1948, 350.000 en 1967 y el constante goteo de palestinos que han salido y siguen saliendo del país en los últimos 60 años, el número de refugiados asciende a unos seis millones. Más de cuatro viven en los Territorios Ocupados, Jordania, Líbano y Siria. Más de un millón viven en campamentos de refugiados. Y más de 250.000 son desplazados internos en Israel, los conocidos como “presentes ausentes”. El regreso de los refugiados, clave en la resolución del conflicto y respaldado por la resolución 194 de la ONU, es rechazado de plano por Israel.

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