Día contra la esclavitud infantil. La corta vida de Iqbal Masih
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Historia humana reciente
Uruguay Informe - por Graciela Vera
16-04-2007
Es difícil entender como podemos vivir sin que se nos caiga la cara de vergüenza cuando en el mundo 400 millones de niños entre 4 y 14 años, 165 millones de ellos menores de cinco años, son esclavos.
El término ‘esclavo’, según la RAE, se aplica a ‘la persona que por estar bajo el dominio de otra carece de libertad’; una aberración que acrecienta su ignominia cuando el esclavizado en un niño.
Muchos de esos 400 millones no se contabilizan en las estadísticas de los organismos oficiales que ridículamente tratan de disfrazar el problema con una engañosa acción que se define como ‘regularización del trabajo infantil’.
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Los niños deben jugar y estudiar, crecer para ser hombres y mujeres de bien. Una utopía desmentida por el llanto que escapa desde las minas, las fábricas, las canteras, los burdeles; de los ojos de los niños que levantan mazas para picar piedras, cargan pesados bultos, se arruinan ojos y manos obligados a trabajar muchas más horas de las que componen las jornadas de los trabajadores europeos y americanos y, como si tales prácticas resultaran poca cosa para un mundo insensible, se les utiliza como armas de guerra o juguetes sexuales.
Nadie está libre de culpa.
La sociedad de consumo es culpable con su silencio y su comodidad que se asienta sobre el dolor de los pequeños trabajadores de los países más pobres.
Si nos empeñamos en cerrar los ojos durante 364 días, por lo menos tengamos la hidalguía de abrirlos este 16 de abril y hacer un examen de conciencia y, hasta puede ser que nos atrevamos a dar un paso que nos acerque más a la dignidad que pretendemos se nos reconozca.
¿QUIÉN FUE IQBAL MASIH?
Iqbal Masih, asesinado a tiros el 16 de abril de 1995, es para el mundo el símbolo de la lucha contra el trabajo esclavo infantil.
Había nacido en Pakistán, en un hogar de ‘intocables’, la casta social más baja sometida al oprobio de las superiores y en un hogar donde las costumbres pesaban más que el cariño.
Había sido cristianamente bautizado pero este hecho no lo libró de un destino de esclavitud.
Cuando tenía unos seis años, edad que por razones obvias no puede ser definida con certeza, el niño, tan débil y desnutrido que no semejaba más de cuatro, ya transportaba para los vecinos pesados bidones de agua.
Por entonces la familia necesitaba formar la dote de su hijo mayor pero la pobreza en la que vivía lo hacía casi imposible. Iqbal había llegado a la edad en que quedaba marcado el destino de muchos otros niños de familias desfavorecidas: ser esclavos.
No era cosa extraña que en aquel país feudal se vendiera un hijo pequeño para obtener lo necesario para que otro vástago fundara su hogar. Aquel era el caso de la familia de Iqbal.
A cambio del trabajo del niño el ‘patrón’ entregó a la familia el ‘paishgee’, una especie de préstamo por el que los niños eran vendidos. La costumbre era que el trabajador esclavo pagaría el préstamo con la mitad de su salario pero la realidad era que la refinanciación de la deuda, con intereses de usura, hacían que la esclavitud se perpetuara mientras el trabajador pudiera seguir prestando sus servicios al patrón.
Por el pequeño Iqbal Masih las condiciones a cambio del préstamo fueron más duras. Era demasiado débil y no se trataba de ‘desperdiciar’ el dinero dado a cambio suyo por lo que el patrón, dueño de un taller de tejidos, fijó un menor salario, sin límite de horario ni la posibilidad de salir algún rato a estirar las piernas.
Pasaría por manos de otros patrones llevando sobre los hombros la carga de una deuda que aumentaba constantemente ya sea por los intereses, ya fuera por nuevos préstamos solicitados por su familia
Por años se levantó, cada día, antes de las cuatro de la mañana para con el estómago casi vacío recorrer los 200 metros que distaba su casa del taller donde durante 15 horas de trabajo ininterrumpido tejía alfombras.
Las condiciones del trabajo, la desnutrición y su de por sí raquítico cuerpo hacía que con diez años Iqbal pareciera un viejo encorvado y con las manos destrozadas.
Las hilanderías, las fábricas de ladrillos, las granjas, todas actividades que ocupaba a miles de niños en iguales condiciones de esclavitud y en las que, según el carácter del patrón de turno, los pequeños despistes podían ser castigados en forma más o menos brutal.
LA LUCHA PERSONAL DE IQBAL
Tenía diez años cuando un día, a pesar del temor por el castigo que la desobediencia podía acarrearle asistió a un mitin sobre derechos humanos.
Allí conoció a Ehsan Khan, un incasable luchador contra el trabajo esclavo, creador del ‘Frente de Liberación del Trabajo Forzado’ (Bhatt Mazdoor Mahazi)
Entonces supo que su vida podía cambiar.
La vida le había enseñado mucho pero eran mucho más sus ansias de aprender. Y entre todo lo importante que asimiló, Iqbal aprendió a no tener miedo de denunciar la situación de los niños que trabajan en los telares de alfombras; los horarios y un régimen de esclavitud que aún no ha desaparecido.
Se convirtió en un líder infantil y su voz fue escuchada por numerosas asociaciones humanitarias que comenzaron a prestar atención a las denuncias sobre abusos y desconocimiento de cualquier derecho de los niños, que provenían de Pakistán.
Fue su activismo y las denuncias que reiteraba continuamente lo que hizo que comenzara a resultar ‘molesto’ para quienes tenían en el trabajo esclavo una fuente de riqueza.
No reparó en las amenazas de muerte que recibía.
En 1994 recibió el ‘premio Reebok a la juventud en acción’.
Un premio, intuido para reconocer las actividades a favor de la infancia fue otorgado por una multinacional que, como una incongruencia utilizaba mano de obra infantil en sus fábricas ubicadas en Pakistán y casualmente, la entrega del premio coincidió con un reportaje-denuncia de la cadena CBS sobre el tema.
A pesar de su corta edad Iqbal sabía lo que quería: llegar a ser abogado para defender la causa a la que estaba ligado.
Su sueño no se cumpliría porque en 1995 fue asesinado de un disparo mientras conducía su bicicleta.
Un año después se le concedió a título póstumo el ‘Premio de los Niños del Mundo’, la condecoración con la que los niños premian el trabajo que se hace por los Derechos de la Niñez.
Nadie está libre de culpa.
La sociedad de consumo es culpable con su silencio y su comodidad que se asienta sobre el dolor de los pequeños trabajadores de los países más pobres.
Si nos empeñamos en cerrar los ojos durante 364 días, por lo menos tengamos la hidalguía de abrirlos este 16 de abril y hacer un examen de conciencia y, hasta puede ser que nos atrevamos a dar un paso que nos acerque más a la dignidad que pretendemos se nos reconozca.
¿QUIÉN FUE IQBAL MASIH?
Iqbal Masih, asesinado a tiros el 16 de abril de 1995, es para el mundo el símbolo de la lucha contra el trabajo esclavo infantil.
Había nacido en Pakistán, en un hogar de ‘intocables’, la casta social más baja sometida al oprobio de las superiores y en un hogar donde las costumbres pesaban más que el cariño.
Había sido cristianamente bautizado pero este hecho no lo libró de un destino de esclavitud.
Cuando tenía unos seis años, edad que por razones obvias no puede ser definida con certeza, el niño, tan débil y desnutrido que no semejaba más de cuatro, ya transportaba para los vecinos pesados bidones de agua.
Por entonces la familia necesitaba formar la dote de su hijo mayor pero la pobreza en la que vivía lo hacía casi imposible. Iqbal había llegado a la edad en que quedaba marcado el destino de muchos otros niños de familias desfavorecidas: ser esclavos.
No era cosa extraña que en aquel país feudal se vendiera un hijo pequeño para obtener lo necesario para que otro vástago fundara su hogar. Aquel era el caso de la familia de Iqbal.
A cambio del trabajo del niño el ‘patrón’ entregó a la familia el ‘paishgee’, una especie de préstamo por el que los niños eran vendidos. La costumbre era que el trabajador esclavo pagaría el préstamo con la mitad de su salario pero la realidad era que la refinanciación de la deuda, con intereses de usura, hacían que la esclavitud se perpetuara mientras el trabajador pudiera seguir prestando sus servicios al patrón.
Por el pequeño Iqbal Masih las condiciones a cambio del préstamo fueron más duras. Era demasiado débil y no se trataba de ‘desperdiciar’ el dinero dado a cambio suyo por lo que el patrón, dueño de un taller de tejidos, fijó un menor salario, sin límite de horario ni la posibilidad de salir algún rato a estirar las piernas.
Pasaría por manos de otros patrones llevando sobre los hombros la carga de una deuda que aumentaba constantemente ya sea por los intereses, ya fuera por nuevos préstamos solicitados por su familia
Por años se levantó, cada día, antes de las cuatro de la mañana para con el estómago casi vacío recorrer los 200 metros que distaba su casa del taller donde durante 15 horas de trabajo ininterrumpido tejía alfombras.
Las condiciones del trabajo, la desnutrición y su de por sí raquítico cuerpo hacía que con diez años Iqbal pareciera un viejo encorvado y con las manos destrozadas.
Las hilanderías, las fábricas de ladrillos, las granjas, todas actividades que ocupaba a miles de niños en iguales condiciones de esclavitud y en las que, según el carácter del patrón de turno, los pequeños despistes podían ser castigados en forma más o menos brutal.
LA LUCHA PERSONAL DE IQBAL
Tenía diez años cuando un día, a pesar del temor por el castigo que la desobediencia podía acarrearle asistió a un mitin sobre derechos humanos.
Allí conoció a Ehsan Khan, un incasable luchador contra el trabajo esclavo, creador del ‘Frente de Liberación del Trabajo Forzado’ (Bhatt Mazdoor Mahazi)
Entonces supo que su vida podía cambiar.
La vida le había enseñado mucho pero eran mucho más sus ansias de aprender. Y entre todo lo importante que asimiló, Iqbal aprendió a no tener miedo de denunciar la situación de los niños que trabajan en los telares de alfombras; los horarios y un régimen de esclavitud que aún no ha desaparecido.
Se convirtió en un líder infantil y su voz fue escuchada por numerosas asociaciones humanitarias que comenzaron a prestar atención a las denuncias sobre abusos y desconocimiento de cualquier derecho de los niños, que provenían de Pakistán.
Fue su activismo y las denuncias que reiteraba continuamente lo que hizo que comenzara a resultar ‘molesto’ para quienes tenían en el trabajo esclavo una fuente de riqueza.
No reparó en las amenazas de muerte que recibía.
En 1994 recibió el ‘premio Reebok a la juventud en acción’.
Un premio, intuido para reconocer las actividades a favor de la infancia fue otorgado por una multinacional que, como una incongruencia utilizaba mano de obra infantil en sus fábricas ubicadas en Pakistán y casualmente, la entrega del premio coincidió con un reportaje-denuncia de la cadena CBS sobre el tema.
A pesar de su corta edad Iqbal sabía lo que quería: llegar a ser abogado para defender la causa a la que estaba ligado.
Su sueño no se cumpliría porque en 1995 fue asesinado de un disparo mientras conducía su bicicleta.
Un año después se le concedió a título póstumo el ‘Premio de los Niños del Mundo’, la condecoración con la que los niños premian el trabajo que se hace por los Derechos de la Niñez.
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