La ciencia se acerca a la ficción y ya estudia cómo implantar sueños

Marcelo Bellucci
Clarin
05/09710

Muchos especialistas procuraron modelar la frontera que separa la realidad de la fantasía onírica. El cine, como sucede en la película El origen, aportó su cuota al debate. En la trama, los protagonistas tienen la capacidad de ser conscientes de estar soñando dentro del propio sueño e intentan, además, sembrar un sueño en otra persona. Si bien los acontecimientos son sólo una ficción imaginada por el director Christopher Nolan, la ciencia procura descifrar el jeroglífico que envuelve la percepción del adormecido y ya estudia la posibilidad de implantar sueños .
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Una de las líderes en ese campo es la psicóloga Deirdre Barret, de la Universidad de Harvard. Ella utiliza la técnica de “incubación de sueños”, que induce a la mente para que sueñe eventos específicos que otra persona desea. El propósito es aprender a “plantar una semilla” –como sucede en El origen– para gestar un sueño vinculado a un tópico en particular y así entender los mecanismos oníricos.

Ya sea para recrearse o con la intención de disipar una preocupación, “los sueños fueron evolucionado con el ser humano, de modo que han perfeccionado sus funciones y hoy pueden ayudar al cerebro a reiniciarse y resolver problemas” indica Barret. Esa idea, presentada en la Association for Psychological Science, parte de la premisa de que el sueño es una forma de pensamiento visual y que contiene una línea argumental casi siempre ilógica.

Por lo general incorpora elementos fantásticos, extraños, aterradores o inquietantes.

Sobre la posibilidades que plantea el filme, Javier Domínguez, médico neurólogo y presidente de la Asociación Argentina de Medicina del Sueño (AAMS) indica que, para ser posible, “haría falta un fármaco que inhibiera un grupo de neuronas y estimulara otras. O bien, electrodos que provocaran descargas en zonas específicas”.

El motivo por el cual todavía no se intenta hacer que dos o más personas sueñen lo mismo es que existe un serio peligro de daño irreparable en las estructuras cerebrales involucradas. “Las prácticas para investigar el sueño R.E.M. quedan restringidas sólo a personas con ACV, tumores, secuelas de traumatismos, cirugías o enfermedades neurodegenerativas”, dice Domínguez. Desde otra óptica, el psicofisiólogo Stephen LaBerge, de la Universidad de Stanford, quien abordó el tema de los “sueños lúcidos”, considera que estas experiencias pueden ser espontáneas o provocadas por ciertas prácticas.

Los soñadores mejor entrenados, como transcurre en El Origen, pueden llegar a controlar sus propias visiones. Entre las prácticas viables está la de modificar el lugar donde se desarrolla el episodio, visitar sitios conocidos o imaginarios, volar, mutar de forma, y cumplir cualquier proeza que uno se proponga. Esta práctica se da durante la etapa R.E.M. (movimiento rápido de ojos), en la que el cuerpo queda paralizado por un mecanismo cerebral que impide que los movimientos que se producen en el sueño se trasladen al cuerpo. Eso podría poner en peligro la propia integridad física.

En el libro “Explorando el mundo de los sueños lúcidos”, LaBerge dispara: “La gente está intrigada.

¿Por qué nos apagamos durante 8 horas cada 24? Algunas respuestas probables son para restaurar el cuerpo y la mente, y para mantenernos a salvo de problemas durante la oscuridad”. Sobre el mito del letargo, Domínguez aclara que, “al dormir, tenemos un sueño cada 90 minutos. Estos períodos R.E.M. duran de 2 a 3 minutos en la primera etapa y los siguientes, entre 15 y 20.

En los humanos, el sueño R.E.M. cumple la función de seleccionar y ordenar recuerdos, interviniendo en la consolidación de la memoria.

Las visiones son evocadas desde el lóbulo occipital del cerebro y van hacia el frontal (donde se valora la “realidad”) y hacia el lóbulo temporal, donde se les da la carga emotiva al contenido de los sueños”.

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