Sospechosos en Dubai
Uri Avnery
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
22/02/10
De vez en cuando me pregunto: ¿qué sucedería si los gobiernos del mundo decidieran abolir simultáneamente todas sus agencias de espionaje?
Ciertamente sería un duro golpe para los escritores y productores de películas que viven de las historias de los servicios secretos. Sus producciones perderían el atractivo.
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Sería un desastre para el enorme ejército de forofos que se traga las aventuras de espionaje, los entusiastas consumidores de libros y películas de héroes sobrehumanos como James Bond y “supergenios” tortuosos como Smiley, de John Le Carré.
Pero, ¿cuál sería el verdadero daño si Washington dejase de espiar a Moscú, Moscú dejara de espiar a Washington y ambos a Pekín? El resultado sería un empate. Se ahorrarían inmensas sumas de dinero, puesto que una gran parte de los esfuerzos de cada agencia de espionaje está dedicada a obstruir las intrigas de la competencia. ¿Cuántas enfermedades podrían curarse? ¿Cuánta gente hambrienta se alimentaría? ¿A cuántos analfabetos se les enseñaría a leer y escribir?
Las películas y libros populares celebran los éxitos imaginarios de las agencias de inteligencia. La realidad es mucho más prosaica y está repleta de auténticos fracasos.
Los dos clásicos desastres de espionaje ocurrieron durante la Segunda Guerra Mundial. En ambos, las agencias de inteligencia o proveyeron a sus jefes políticos de valoraciones falsas, o los líderes ignoraran sus exactas evaluaciones. En lo que se refiere a los resultados ambos equivalen a lo mismo.
El camarada Stalin fue sorprendido totalmente por la invasión alemana de la Unión Soviética, aunque los alemanes necesitaron meses para reunir su enorme fuerza invasora. El presidente Roosevelt fue totalmente sorprendido por el ataque japonés sobre Pearl Harbour, aunque el grueso de la armada japonesa tomó parte en él. Los fracasos fueron tan fabulosos que los aficionados al espionaje tuvieron que recurrir a teorías de conspiración para explicarlos. Una teoría de ese tipo dice que Stalin, deliberadamente, ignoró las advertencias porque él pretendía sorprender a Hitler con su propio ataque. Otra teoría afirma que Roosevelt prácticamente "invitó" a que los japoneses atacaran porque necesitaba un pretexto para empujar a Estados Unidos a una guerra impopular.
Pero desde entonces los fracasos continuaron sucediéndose uno tras otro. Todas las agencias occidentales de espionaje fueron sorprendidas totalmente por la revolución de Jomeini en Irán, cuyos resultados todavía hoy resuenan en los titulares. Todas las agencias fueron sorprendidas totalmente por el desplome de la Unión Soviética, uno de los acontecimientos definitorios del siglo XX. Fueron completamente sorprendidas por la caída del muro de Berlín. Y todas ellas proporcionaron información errónea sobre la bomba atómica imaginaria de Saddam Hussein que sirvió como pretexto para la invasión estadounidense de Iraq.
¡Ah!, dice nuestra gente, eso es lo que sucede entre gentiles. No aquí. Nuestra comunidad de espionaje es como ninguna otra. El cerebro judío ha inventado el Mossad, que todo lo sabe y es capaz de todo. (Mossad, "instituto", es la abreviatura de "Instituto para la Inteligencia y las Operaciones Especiales").
¿De veras? Al principio de la guerra de 1948 todos los jefes de nuestra comunidad de inteligencia unánimemente avisaron a David Ben-Gurion de que los ejércitos de los Estados árabes no intervendrían. (Afortunadamente, Ben-Gurion rechazó su evaluación). En mayo de 1967 toda nuestra comunidad de inteligencia era totalmente sorprendida por la concentración del ejército egipcio en el Sinaí, paso que condujo a la guerra de los Seis Días. (Nuestros jefes de inteligencia estaban convencidos de que el grueso del ejército egipcio estaba ocupado en Yemen, donde rabiaba una guerra civil). El ataque egipcio-sirio en el Yom Kippur de 1973 sorprendió por completo a nuestros servicios de inteligencia, aun cuando montones de avisos previos estaban disponibles.
Las agencias de espionaje fueron totalmente sorprendidas por la primera Intifada, y después por la segunda. Fueron completamente sorprendidas por la revolución de Jomeini, aunque (o porque) estaban profundamente empotradas en el régimen del Sha. Quedaron completamente sorprendidas por la victoria de Hamás en las elecciones palestinas.
La lista es larga e ignominiosa. Pero en un campo, como ellos dicen, nuestro Mossad actúa como ninguna otra: el de los asesinatos. (Perdón, “eliminaciones").
La película de Steven Spielberg Munich describe el asesinato ("eliminación") de miembros de la OLP después de la matanza de los atletas en los Juegos Olímpicos. Como una obra maestra de estilo barato puede compararse solamente a la película Éxodo, basada en el libro kitsch de León Uris.
Después de la matanza (cuya principal responsabilidad recae sobre los incompetentes e irresponsables policías bávaros), el Mossad, a las órdenes de Golda Meir, mató a siete directivos de la OLP, principalmente para regocijo del público israelí sediento de venganza. Casi todas las víctimas eran diplomáticos de la OLP, representantes civiles de la organización en capitales europeas que no tenían ninguna conexión directa con operaciones violentas. Sus actividades eran públicas, trabajaban en oficinas ordinarias y vivían con sus familias en edificios residenciales. Fueron blancos estáticos, como los patos de una caseta de tiro.
En una de las acciones -que recuerda al último asunto- un camarero marroquí fue asesinado por equivocación en el pueblo noruego de Lillehammer. El Mossad lo confundió con Ali Hassan Salameh, un importante dirigente de Fatah que sirvió como contacto con la CIA. Los agentes del Mossad, incluyendo unas glamourosas rubias (siempre hay unas rubias glamourosas) fueron identificados, arrestados y condenados a largas penas de prisión (pero liberados muy pronto). El verdadero Salameh fue "eliminado" más tarde.
En 1988, cinco años antes de los acuerdos de Oslo, Abu Jihad (Khalil al-Wazir), número dos de Fatah, era asesinado en Túnez ante los ojos de su esposa e hijos. De no haberlo matado, probablemente hoy sería el Presidente de la Autoridad Palestina en vez de Abu Mazen (Mahmud Abbas). Él habría disfrutado del mismo prestigio entre su pueblo que Yasser Arafat el cual, muy probablemente, fue asesinado con un veneno que no deja ningún rastro.
El fiasco que más se parece a la última acción fue el atentado del Mossad contra la vida de Khalid Mishal, un importante líder de Hamás, a petición del primer ministro Benjamín Netanyahu. Agentes del Mossad lo emboscaron en una calle principal de Ammán y rociaron una toxina nerviosa en su oreja, que era para matarlo sin dejar rastro. Fueron capturados en el lugar. El rey Hussein, el principal aliado del gobierno israelí en el mundo árabe, estaba lívido y lanzó un furioso ultimátum: o Israel proporcionaba inmediatamente el antídoto del veneno y salvaba la vida de Mishal, o los agentes del Mossad serían ahorcados. Netanyahu, como de costumbre, cedió, Mishal se salvó y el gobierno israelí, como una bonificación, liberó al jeque Ahmed Yassin, el principal líder de Hamás, de la prisión. Fue "eliminado" más tarde por el fuego de un misil Hellfire.
Durante las últimas semanas se ha vertido un diluvio de palabras sobre el asesinato en Dubai de Mahmoud al-Mabhouh, otro importante dirigente de Hamás.
Los israelíes aceptaron desde el primer momento que era un trabajo del Mossad. ¡Qué capacidades! ¡Qué talento! ¡Cómo supieron, con tanta anticipación, cuando iría el hombre a Dubai, qué vuelo tomaría, en qué hotel estaría! ¡Qué precisa planificación!
Los "corresponsales militares" y "los corresponsales de asuntos árabes" aparecieron radiantes en la pantalla. Sus caras dijeron: oh, oh, oh, si el material no estuviera clasificado. Si solamente le pudiera decir lo que sé. ¡Únicamente puedo contarles que el Mossad ha demostrado de nuevo que su largo brazo puede llegar a cualquier parte! ¡Vivid en el temor, oh enemigos de Israel!
Cuando los problemas comenzaron a volverse evidentes y las fotos de los asesinos aparecieron en la televisión de todo el mundo, el entusiasmo se enfrió, pero sólo ligeramente. Un viejo y probado método israelí se puso en juego: tomar algún detalle marginal y discutirlo apasionadamente ignorando el punto principal. Concentrarse en un árbol en particular y desviar la atención del bosque.
En realidad, ¿por qué usaron los agentes nombres de gente real que vive en Israel y tiene doble nacionalidad? ¿Por qué, de todos los pasaportes posibles, usaron los de países amigos? ¿Cómo podían estar seguros de que los propietarios de estos pasaportes no viajarían al extranjero en el momento crítico?
Además, ¿no se dieron cuenta de que Dubai está lleno de cámaras que graban cada movimiento? ¿No previeron que los policías locales compondrían películas del asesinato en casi todos sus detalles?
Pero esto no despertó demasiada excitación en Israel. Todos entendieron que británicos e irlandeses estaban obligados a protestar formalmente, pero que esto no era nada sino pasar por los gestos. Entre bastidores hay conexiones íntimas entre el Mossad y las demás agencias de inteligencia. Después de algunas semanas todo caerá en el olvido. Así funcionó en Noruega después de Lillehammer, así funcionó en Jordania después del asunto de Mishal. Protestarán, reprenderán, y ya está. Así, ¿cuál es el problema?
El problema es que el Mossad en Israel actúa como un feudo independiente que ignora los intereses vitales políticos y estratégicos de Israel a largo plazo y disfruta de la ayuda automática de un Primer Ministro irresponsable. Es, como dice la expresión inglesa, un "loose cannon”, una bomba liberada del cañón de un buque antiguo que ha roto su mecanismo y rueda libre por la cubierta, aplastando a cualquier desafortunado marinero que se interponga en su camino.
Desde el punto de vista estratégico la operación de Dubai causa un grave perjuicio a la política del gobierno, que define la presunta bomba nuclear de Irán como una amenaza existencial para Israel. La campaña contra Irán ayuda a desviar atención del mundo de la ocupación y colonización en curso e induce a Estados Unidos, Europa y otros a bailar a su son.
Barack Obama está en el proceso de tratar de establecer una coalición global para imponer "sanciones debilitadoras" a Irán. El gobierno israelí le sirve, de buena gana, de perro ladrador. Les dice a los iraníes: los israelíes están locos. Pueden atacar de un momento a otro. Yo los veto con gran dificultad. Pero si ustedes no hacen lo que les digo soltaré la correa y ¡que Alá se apiade de sus almas!
Dubai, un país del Golfo enfrentado a Irán, es un importante miembro de esta coalición. Es un aliado de Israel, tanto como Egipto y Jordania. Y aquí viene el propio gobierno israelí y le avergüenza y le humilla despertando entre las masas árabes la sospecha de que Dubai colabora con el Mossad.
En el pasado avergonzamos a Noruega, después enfurecimos a Jordania, ahora humillamos a Dubai. ¿Eso es inteligente? Pregunten a Meir Dagan, a quien Netanyahu acaba de otorgar un casi inaudito octavo año en el cargo de jefe del Mossad.
Quizás el impacto de la operación con respecto a nuestro lugar en el mundo es aún más importante.
Hubo una vez que era posible empequeñecer este aspecto. Dejar que los gentiles dijeran lo que quisieran. Pero desde la operación Plomo Fundido Israel se ha vuelto más consciente de sus implicaciones de largo alcance. El veredicto de juez Goldstone, los ecos de las payasadas de Avigdor Lieberman, la creciente campaña global para boicotear a Israel; todo esto tiende a sugerir que Thomas Jefferson no hablaba por hablar cuando dijo que ninguna nación puede permitirse ignorar la opinión de la humanidad.
El asunto de Dubai refuerza la imagen de Israel como un Estado bravucón, una nación macarra que trata a la opinión pública mundial con desprecio, un país que dirige una guerra de bandas, que envía al extranjero a la mafia como escuadrones de la muerte, una nación indeseable que debe ser evitada por las personas de bien.
¿Valía la pena?
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