¡Silencio! Torturamos para su seguridad

Hicham Hamza
Oumma.com
Traducido para Rebelión por Caty R.
24/08/09

Los parlamentarios británicos han acusado al gobierno de tapar las atrocidades cometidas por los servicios secretos, sospechosos de complicidad internacional en la tortura a prisioneros presuntos culpables de actividades terroristas, como en el caso de Binyam Mohamed.

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«Vivimos en la tortura… el mundo de la tortura» Quien se expresa así ha vivido durante casi siete años una terrible odisea a través de tres continentes, al antojo de las brutalidades todavía indelebles en su memoria. Ahora, cualquier pregunta banal le recuerda un principio de interrogatorio. Binyam Mohamed, residente británico originario de Etiopía, se ha convertido en el símbolo de las atrocidades de la sacrosanta «guerra contra el terrorismo» declarada por estados Unidos y apoyada dócilmente por Gran Bretaña.

El 30 de julio, tomando la palabra por primera vez en público desde su reciente liberación del campo de Guantánamo, donde estuvo detenido sin cargos, el joven de 31 años declaró con ocasión de la inauguración del «Guantanamo Justice Centre», una nueva ONG cuyo objetivo es proporcionar asistencia material y psicológica a los ex detenidos todavía traumatizados por su encarcelamiento. Mohamed, que se declara «emocionalmente muerto», sin embargo quiere ayudar a sus ex compañeros de infortunio facilitando su reinserción, pero también, y sobre todo, con la intención de que se reconozca la culpabilidad de los servicios secretos estadounidenses, británicos, pakistaníes y marroquíes en la «cadena de mando» de la tortura.

El martes pasado se dio un paso decisivo: el comité parlamentario mixto sobre los derechos humanos publicó un informe en el que denunciaba la opacidad de los servicios secretos (MI5 y MI6) en relación con las denuncias específicas de complicidad de tortura en diversos expedientes de «combatientes enemigos» capturados por las fuerzas especiales estadounidenses y «subcontratados» en prisiones de ciertos Estados aliados. Dicho informe, dirigido por un abogado miembro del Partido Laborista, Andrew Dismore, critica el «muro de secreto» que rodea el asunto y condena la «deficiencia del sistema de seguridad» que la actitud hermética de las autoridades hace suponer. En concreto, son las condiciones de detención y los métodos de interrogación los objetos de la acusación de los parlamentarios, quienes exigen una investigación independiente. Según David Davis, diputado conservador, el informe no deja «ninguna duda» sobre la implicación del gobierno en cuanto a su complicidad en actos de tortura comprobados.

La CIA, «tour operator» de la tortura

La inteligencia británica está bajo presión: este ataque en regla efectuado tras la revelación, transmitido el 31 de julio por dos jueces del Tribunal Supremo, en relación con la presencia en Marruecos de un agente del MI5, denominado «Testigo B», en el período durante el cual un residente británico, Binyam Mohamed, fue detenido y torturado por los carceleros marroquíes, por petición expresa de sus socios estadounidenses. En el colmo de la casualidad, ese agente fue también quien interrogó a Mohamed tras la detención de éste en Pakistán, en abril de 2002. El MI5, apurado, reconoce la presencia concomitante del agente en Marruecos, pero desmiente formalmente que éste haya podido participar de cerca o de lejos en las sesiones de tortura o incluso que tuviera conocimiento del lugar de detención.

Lord Justice Thomas, uno de los jueces responsables de esta divulgación, a la que se añadió la revisión no habitual de un juicio anterior, sin embargo suministra elementos precisos: mientras Mohamed estuvo detenido en cautividad en Marruecos entre julio de 2002 y enero de 2004, el «Testigo B» efectuó tres visitas entre noviembre de 2002 y febrero de 2003. El MI5 admite a lo sumo haber propuesto a la CIA, responsable de los interrogatorios, una lista de 70 preguntas para hacer a los nacionales o residentes británicos y haber obtenido a cambio, en el espacio de dos años, cinco resúmenes que le han permitido evaluar la «peligrosidad» imputada a Binyam Mohamed.

La convergencia de los nuevos indicios ya es concluyente: Scotland Yard acaba de anunciar la apertura de una investigación criminal sobre los movimientos de este oficial siempre bajo la responsabilidad del MI5. Clive Stafford Smith, abogado de Mohamed, señala con el dedo a los agentes secretos, sospechosos de «perjurio» porque en un informe publicado en 2007 por el grupo parlamentario especializado en las cuestiones de espionaje y seguridad (ISC) afirmaron haber cesado todo contacto con Mohamed en febrero de 2003, en flagrante contradicción con los nuevos elementos desvelados recientemente por el Tribunal Supremo. La acusación es grave: en Gran Bretaña, los servicios secretos deben rendir cuentas al correspondiente grupo de diputados; cualquier omisión o mentira se considera una violación específica de la transparencia democrática.

El musulmán errante

Seis años y diez meses de detención injusta: es el precio que hay que pagar por hallarse en el lugar equivocado en el momento equivocado. También es el tiempo para conseguir «un doctorado en tortura y malos tratos» declaraba, con un atisbo de ironía, Mohamed tras su liberación de Guantánamo. Llegado a territorio británico en 1994, a los 15 años, el joven presentó una petición de asilo después de abandonar Estados Unidos donde su padre, ejecutivo de la compañía Ethiopian Airlines, acusado de disidente político en su país, llevaba un tiempo pensando en instalarse. El joven perdió sus referencias en el Reino de Su Majestad y tomó una deriva peligrosa: primero las drogas blandas y después duras le servían de escapatoria. Presintiendo que se había convertido en un toxicómano latente, el joven Binyam se controló después de una discusión con un amigo sobre la trayectoria de Malcom X y entonces decidió convertirse a la religión de su madre: el Islam.

En mayo de 2001, su deseo de comprometerse con los independentistas chechenios, cuya causa adopta a distancia, le llevó a tomar el camino de Asia vía Afganistán. Entró en un campo de entrenamiento militar donde otros desesperados, como él, de las llamadas causas musulmanas se juntaban en un ambiente de brigada internacional. Mientras el 11-S estallaba en Manhattan y en las pantallas de todo el mundo, Binyam estaba en el hospital de Kabul, sufriendo los males típicos de una expatriación precipitada. Los acontecimientos que llegaron después a la tierra afgana le incitaron a rehacer el camino hacia lo que todavía consideraba su «hogar»: Gran Bretaña. Equipado con un pasaporte falso, fue arrestado en Pakistán en abril de 2002, sospechoso de ser un soldado al servicio de Al Qaeda. Para acabar con su interrogatorio, declaró que había participado en el complot de un atentado con «bomba sucia» en el corazón de Nueva York, aunque no existen ningún elemento material ni testimonios concordantes que corroboren esa afirmación obtenida bajo coacción física.

Presunción de culpabilidad

El engranaje se desencadenó: al descubrir por casualidad que Binyam procedía de un barrio londinense apodado «Pequeño Marruecos», debido a la presencia de una importante comunidad marroquí, los oficiales estadounidenses de la CIA le expidieron al reino marroquí con el fin de hacerle «quebrar» con respecto a la identidad de eventuales cómplices que habrían sido sus vecinos de edificio… «Usted es culpable hasta que demuestre su inocencia» le dijo fríamente un estadounidense en Karachi antes de transferirle. Y durante dieciocho meses, el joven conocería lo más terrible de sus casi siete años de detención, al menos en el plano físico: vejaciones constantes, privaciones de sueño, mutilaciones sexuales con bisturí, entre otras atrocidades.

Después lo enviaron a otro lugar, esta vez en Afganistán, al campo denominado «Dark prision» de Kabul y después al de Bagram, durante el año 2004 en el que pasó por los peores tomentos psíquicos, como por ejemplo la práctica aberrante que consistía en obligarle a oír sin interrupción el álbum «The Eminem show», hasta el punto de que su salud mental resultó profundamente alterada. Sin embargo, el momento más desgarrador, según él, fue un día, en Marruecos, cuando se dio cuenta de que las preguntas precisas que le planteaban, necesariamente tenían que haber sido transmitidas por agentes británicos.

Estadounidenses, británicos, pakistaníes, marroquíes, atado de pies y manos.

De Afganistán a Guantánamo: los cuatro últimos años de su cautividad se desarrollaron en el limbo jurídico que no está reservado a los criminales ni a los prisioneros de guerra, sino a los «combatientes enemigos». En ese siniestro campo en el que todavía se pudren 229 detenidos, la mayoría yemeníes, en los últimos tiempos los guardias habrían tenido tendencia a desahogarse, según Mohamed, liberado en febrero. El compromiso formal de Obama de hacer que se cierre la zona a principios de 2010 habría originado una relajación de los matones que aprovecharían entonces esa última fase para desencadenar una escalada de la humillación.

En cuanto al presidente de EEUU, su declarada resolución de acabar con la era Bush se contradice, por ejemplo, con el recurso, invocado por la administración en febrero ante un tribunal especial de San Francisco (Ninth Cirvuit Court of Appeals), a los «secretos de defensa» para no dar curso a las acciones judiciales presentadas por los abogados de Binyam Mohamed. Sin embargo, a fecha de hoy, el proceso iniciado por el ex detenido ha permitido que Jeppesen Holdings, filial de Boeing responsable de los «vuelos fantasmas» de la CIA que transportaban a los detenidos, haya sido requerida para que publique próximamente los itinerarios geográficos de los servicios prestados y por lo tanto la lista completa de los Estados cómplices en el marco de esa operación ilegal según el derecho internacional.

El silencio o la masacre

Y como si el escándalo de la complicidad británica en la tortura realizada por delegación por el aliado marroquí no fuera suficiente, está emergiendo otra polémica. Las autoridades estadounidenses acaban de presionar explícitamente a sus aliados británicos para que no autoricen la publicación de un documento comprometedor para la Casa Blanca: un texto de siete párrafos que resume 42 documentos de la CIA y que confirmaría la naturaleza y amplitud de la tortura comanditada por los estadounidenses, supervisada por los ingleses y aplicada por los marroquíes.

La secretaria de Estado Hillary Clinton, adoptando la misma estrategia que aplicaron el verano pasado los halcones de la administración Bush, ha comunicado a su homólogo, David Miliband, que la cooperación de los servicios secretos entre ambos países quedaría interrumpida si el Tribunal Supremo británico soltase ese documento explosivo. Dicha jurisdicción, en la actualidad, estudia su margen de maniobra en ese sentido. El chantaje no acaba ahí, puesto que Hillary ha ido más lejos al insinuar que la publicación del documento acarrearía una amenaza sobre las vidas de los británicos y por lo tanto existe un interés nacional mutuo en mantener la censura sobre esos papeles decididamente muy cáusticos.

El 1 de agosto, los jueces transmitieron un requerimiento al ministro Miliband para que confirme personalmente las palabras de su asesora jurídica, Karen Steyn, que retoma igualmente la amenaza de la secretaria de Estado. Se trata de poder informar con total conocimiento de causa sobre la eventual publicación de ese texto. El chantaje estadounidense es límpido: hagan desaparecer ese molesto documento o ustedes serán responsables de las futuras acciones terroristas en su territorio a las que dará lugar. En resumen, se trata de un intento de intimidación que aparece como una obstrucción a la justicia.

Como en una siniestra versión de «Los tres monos sabios», Estados Unidos, Gran Bretaña y Marruecos reaccionaron en concierto, unidos como están por los vínculos secretos de la tortura: uno no ve, otro no oye y el último no habla. Durante ese tiempo, Binyam Mohamed y todos los que han recorrido el infierno «pavimentado de buenas intenciones» del "antiterrorismo", se recuperan rogando a dios y a los hombres para que se haga justicia. Los principales responsables de la «cadena de mando» de la tortura siguen libres para ir y venir ¿Hasta cuándo?

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