Una reliquia

Layla Anwar
An Arab Woman Blues
Traducido por Sinfo Fernández
25/09/07

Sopla un viento abrasador que llega directamente del desierto…

Desde el lugar donde estoy sentada, puedo ver la luna en cuarto creciente y, próxima a ella, una estrella refulgente… Hay unas cuantas palmeras meciéndose bajo la ardiente brisa… al igual que los farolillos del Ramadán, que proyectan un resplandor dorado, tranquilo, imperturbable.

No muy lejos escucho una fuente y veo, de entre los troncos de las palmeras, más luces reflejándose en el agua…

Durante unos cuantos instantes, me perdí absolutamente por ese momento idílico, donde todo era tan perfecto como podía ser… Tan sólo deseaba poder extenderlo por todo un camino que llegara hasta Iraq y más allá… Y que ellos pudieran quedar también abrigados por esa calma, por esos aparentes y temporales momentos de paz.

Desde que edité mi escrito de ayer, no he parado de llorar.

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Lloré hasta que me dormí y cuando desperté y me miré en el espejo, estallé de nuevo en lágrimas…

Durante el día, traté de distraerme con “cosas”… pero de vez en cuando, sorprendía de nuevo las lágrimas rodando por mis mejillas. Me las secaba discretamente, pretendiendo tener un grano de arena o algo de polvo en los ojos…

Supongo que podrán entender que la efímera paz de esta tarde es algo parecido a un presente, a un maravilloso regalo que acabo de recibir…

Durante ese tiempo estuve meditando sobre el por qué de todas aquellas lágrimas que fluían repentinamente como lo hacía el agua de aquella fuente no muy lejana a mí.

Desde luego, hay muchas razones “objetivas”, pero es sabido que los iraquíes son muy estoicos o que al menos pretenden serlo… Además no he hecho otra cosa más que sentirme afligida desde “nuestra liberación”, entonces, ¿por qué esas lágrimas? Sin duda tenían un sabor diferente.

¿Fue algo, quizá, en el último artículo que he escrito? ¿Algo sobre el Pasado o desde el Pasado? ¿Alguna reliquia de la memoria?

Todo escapa hacia atrás ahora…

Durante la “Tormenta del Desierto”, perdón, quise decir durante la “Operación Libertad”, cuando las bombas llovían sobre Bagdad como millones de gotas de fuego… Cuando las familias se acurrucaban juntas en una habitación, o se abrazaban unas a otras despidiéndose, o rezaban en comunión para poder salvarse de aquel ataque aéreo o del siguiente o del posterior… Yo tenía sólo una obsesión, un deseo fijo, o dos, que seguían asediando mi mente.

Ya sé que van a encontrar muy extraño lo que voy a decirles, en vista de las circunstancias… Pero si piensan en ello otra vez más, sentirán que, después de todo, no es tan raro.

Mi primera obsesión fue el Museo Iraquí y los Lugares Arqueológicos. La segunda fue un orfanato que yo conocía.

Estuve todo el tiempo repitiendo: “Por favor, Dios, no se lo permitas…” “No permitas que ataquen el museo, no permitas que destruyan los lugares arqueológicos…”

Y mi segunda obsesión fue: “Por favor, Dios mío, protege el orfanato, Tú y yo sabemos por qué…”

No hace falta que les recuerde que Dios no escuchó mi obsesiva plegaria. Supongo que era la única que hacía esa clase de plegarias… todos los demás estaban ocupados rogando por la supervivencia…

Deseaba ardientemente que la Historia de Iraq-Uruk sobreviviera. Quería que su pasado siguiera vivo y que perdurara como símbolo manifiesto de la “cuna de la civilización”, que recordara a los bárbaros que ellos no tenían nada…

Y deseaba desesperadamente también que el orfanato y sus huérfanos sobrevivieran porque esperaba secretamente que el “niño crucificado” que había visto en mis sueños fuera un huérfano que se convertiría en el Mesías de Iraq, el Salvador de Uruk…

Los lugares antiguos y el museo están devastados hoy y el orfanato fue bombardeado y no quedan más que ruinas, dejando a unos cientos de niños desamparados en medio de selva de las calles…

Algunos de ellos fueron secuestrados, traficando con ellos como esclavos-mercancías sexuales y los otros se unieron a la masa siempre en continuo crecimiento de los niños huérfanos iraquíes.

¿Cómo iba a saber entonces que esos cientos de huérfanos se multiplicarían por un millón…?

Al seguir hurgando en mis pensamientos aún más lejos, más allá de 2003, me di cuenta de que había más cosas aún.

En algún período de mi vida he pasado por una mala racha, pero no como la que ha cambiado dramáticamente todo…

Recuerdo un doctor amigo mío que era también un ávido arqueólogo. A veces nos encontrábamos ocasionalmente y hablábamos. Un día, notando mi estado de ánimo, trajo una lámina con una estatuilla sumeria antigua. Me dijo: “Mírala bien, mira sus ojos, mira su cuerpo, mírala intensamente…” Y así lo hice.

Añadió: “De ahí es de dónde provienes Layla… Las dos os parecéis. Tu conoces tus raíces, mira cuán lejos llegan… Guarda esta lámina contigo y cada vez que te sientas confusa, contémplala y recuerda cuán inmemorial es y cuán transitorio es tu estado…” Y así lo hice.

Aquella estatuilla desapareció, como tantas otras cosas… Y todo lo que tengo es una fotocopia de una lámina. Y una débil memoria del sentimiento que surgió dentro de mí cuando él me dijo aquellas palabras.

Y mientras sigo meditando, más recuerdos me inundan y mis inexplicables lágrimas empezaron a tener sentido.

Recuerdo cuando era un niñita y mis padres me llevaban a esos lugares antiguos y a los museos. Lo llamaban “expediciones educativas”… Y cuando viajábamos al extranjero, se hacían el propósito de llevarme a otros lugares antiguos y yo amaba aquellas “expediciones arqueológicas”.

Me recuerdo sentada entre las ruinas durante horas, tocándolas… acariciándolas y en mi mente de niña pequeña, solía imaginar que estaba viviendo allí durante aquellas épocas lejanas…

Mi madre me decía: “Layla, ¿has acariciado ya suficientemente esas ruinas o aún no? Yala, tenemos que marcharnos ya…” y yo le suplicaba que me dejara un poco más, confiando en que ellas me dirían sus secretos como si fueran una llave que abriera una puerta misteriosa y yo fuera la única que poseyera el conocimiento secreto que me concedían y nadie más. Sólo era el vuelo de una niñita escapando hacia la fantasía: Harry Potter en versión iraquí.

Y cuando estaba intentando unir todos esos hilos de recuerdos de 2003 y más allá… y todo iba adquiriendo significado, dando finalmente algún sentido a mi “estado emocional”, un muchacho no mayor de 13 años se acercó y colocó una replica de una antigua reliquia, de alguna ciudad antigua, sobre la mesa donde estaba sentada.

Me miró directamente a los ojos, que brillaban con las lágrimas y los recuerdos y me dijo: “Esto es para ti”. Me quedé pasmada, y le dije totalmente aturdida: “¿Estás vendiendo esto?”

“No, es un regalo que yo te hago”. Y cogió el camino por el que había venido, alejándose…

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