Patrimonio palestino arrancado de raíz

Sonja Karkar
The Electronic Intifada, vía rebelion.org
Traducido por Beatriz Morales Bastos

Universalmente considerado como símbolo de paz, el olivo se ha convertido en objeto de violencia. Durante más de cuarenta años Israel ha arrancado de raíz en Palestina más de un millón de olivos y cientos de miles de árboles frutales con terribles consecuencias económicas y ecológicas para el pueblo palestino. Hasta tal punto la destrucción deliberada de olivos ha amenazado la cultura, el patrimonio y la identidad palestinos que estos árboles se ha convertido en un símbolo de la perseverancia palestina debido a su propia capacidad de arraigo y a su habilidad para sobrevivir en una tierra en la que el agua es perennemente escasa.

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A lo largo de los siglos los agricultores palestinos han vivido del cultivo del olivo y de su producción de aceite; el 80% de la tierra cultivada en Cisjordania y Gaza está plantada de olivos [1]. Sólo en Cisjordania unas 100.000 familias dependen de la venta de aceitunas [2]. La cosecha de aceituna supone hoy a los agricultores palestinos entre el 25% y el 50% de sus ingresos anuales y a medida que la crisis económica aumenta, la cosecha les proporciona el medio básico de supervivencia [3]. Pero a pesar de las penurias, son las festividades y tradiciones que acompañan a las semanas de cosecha las que han mantenido unidas a las comunidades palestinas y de hecho son una demostración de su propiedad de la tierra con la que ninguna ocupación puede acabar excepto aniquilando a la propia sociedad.

Y eso es precisamente lo que está haciendo Israel, por medio de la fuerza bruta y de otros medios mucho más insidiosos. Según una antigua ley de la era otomana Israel reclama como propiedad estatal la tierra que ha sido "abandonada" y dejada sin cultivar por un periodo de cuatro años, y esta tierra se suele adjudicar a los colonos israelíes. Por supuesto, la tierra no ha sido abandonada voluntariamente. Debido a la política de cierre israelí, que impone las restricciones más draconianas a los movimientos [de los palestinos], los agricultores palestinos no pueden llegar a sus campos para cuidarlos y recoger sus cosechas. No sólo se necesitan permisos para moverse por sus propias tierras, sino que los agricultores están obligados a utilizar caminos alternativos que se deben salvar a pie o en burro porque el ejercito israelí ha cerrado con bloques de hormigón y zanjas aproximadamente el 70 % de esos caminos alternativos - los que conectan con las carreteras principales o de circunvalación. Y ahora se está construyendo un muro por "razones de seguridad" que separará permanentemente a las familias palestinas de sus tierras de cultivo, excepto por las puertas que al antojo de los soldados israelíes que pueden llegar a no acercarse siquiera a abrirlas permiten el acceso a ellas en determinados momentos, aunque con más frecuencia lo impiden [4]. Esto hace que sea extremadamente difícil, si no imposible, mantener los ciclos anuales de cuidado de las cosechas. De ahí las tierras "abandonadas" que Israel utiliza para justificar su robo de tierras.

Desde 1967 los soldados y los ilegales colonos israelíes han destruido más de un millón de olivos alegando que quienes arrojan las piedras y hombres armados se esconden detrás de ellos para atacar a los colonos [5]. Este es un argumento falso porque estos olivos crecen muy en el interior del territorio palestino donde en ningún caso habría soldado ni colono israelí alguno. Pero Israel está decidido a apropiarse hasta los últimos vestigios de la tierra dejada a los palestinos y así cierra los ojos ante cualquier método que utilicen los soldados y los colonos, como aterrorizar a los agricultores fuera de sus granjas y campos, aunque esto signifique arrasar su tierra. Los agricultores están bajo la continua amenaza de ser atacados a golpes y de que se les dispare, ven como los israelíes les contaminan sus recursos de agua (ya muy escasos porque el 85 % de los recursos acuíferos renovables van a parar a Israel), les queman sus cosechas de aceitunas y les arrancan sus olivos [6].

A mayor escala, los soldados israelíes llevan sus bulldozers para arrancar los olivos que se encuentran en el trazado de las carreteras del muro de "seguridad" y ahí donde impiden el desarrollo de las infraestructuras necesarias para los servicios de los ilegales asentamientos. Algunos de estos olivos amenazados tienen entre setecientos y mil años, y todavía dan cosechas de aceitunas [7]. Estos valiosísimos árboles están siendo sustituidos por carreteras, redes de alcantarillado, de electricidad, agua corriente y telecomunicaciones, barracas militares israelíes, zonas de adiestramiento, zonas industriales y fábricas que llevan a una destrucción general del medio ambiente. Si Israel continúa en este camino, ni los árboles ni los palestinos que han cuidado de ellos sobrevivirán a la salvaje limpieza étnica y medioambiental de Palestina.

Lo irónico de todo esto es que arrancar los olivos de raíz como están haciendo los israelíes es contrario al principio halakhico judío cuyo origen está en la Torah: "Aunque estés en guerra con una ciudad ... no debes arrancar sus árboles" (Deut 20:19). Con el pretexto de "redimir" la tierra que los judíos afirman que Dios les ha dado y los olivos que se supone que tienen que preservar, Israel continúa expropiando violentamente la tierra palestina. Por cada árbol arrancado, se coloca otro bloque de hormigón más para el muro y los ilegales asentamientos judíos – el paisaje es esculpido y cambiado hasta hacerlo irreconocible y deja de ser el sacrosanto lugar que durante mucho tiempo ha dado a Israel su espuria justificación bíblica para desposeer a los palestinos de la tierra que estos han cultivado desde tiempo inmemorial.

Las estadísticas no expresan el atroz dolor que sienten los palestinos por la pérdida de su tierra arrasada. Sólo aquellos que han sufrido las mismas crueles violaciones o aquellos que tratan de proteger y perseverar el delicado equilibrio del medio ambiente del mundo pueden entender qué significa quedarse sin tierra. Aunque el derecho internacional está de su parte, sigue siendo ineficaz ya que ningún gobierno del mundo, ni siquiera Naciones Unidas, está dispuesto a presionar a Israel para que detenga este castigo colectivo ilegal contra toda la población palestina. Hoy existen campañas en todo el mundo para que Israel deje de arrancar de raíz los árboles palestinos y para replantar los que ya han sido replantados. Y cada año, cuando se acerca la cosecha de aceituna, voluntarios internacionales se unen a los palestinos para proporcionarles alguna protección humana frente a los actos de violencia de los soldados y colonos israelíes que quieren detener la cosecha. Estos maravillosos actos de solidaridad ayudan a curar la tierra, pero no pueden curar el dolor de quienes han visto arrancar sus olivos centenarios, la profanación de su tierra y de su patrimonio milenario. Esta realidad desgarradora ha llevado al poeta palestino Mahmoud Darwish a decir "Si los olivos conocieran las manos que los plantaron, su aceite se habría convertido en lágrimas ..."

Sonja Karkar es fundadora y presidente del grupo Mujeres por Palestina (Women for Palestine) de Melbourne, Australia.

Notas: [1] UN Office for the Coordination of Humanitarian Affiars, "The Olive Harvest in the West Bank and Gaza", octubre de 2006. [2] Applied Research Institute of Jerusalem (ARIJ), "Olive Harvest in Palestine. Another Season, Another Anguish", Noviembre de 2004. [3] Canaan Fair Trade, www.olivecoop.com/Canaan.html. [4] OXFAM, "Forgotten Villages: Struggling to survive under closure in the West Bank", septiembre de 2002, p. 21. [5] ARIJ, "Olive Harvest in Palestine. Another Season, Another Anguish", noviembre de 2004. [6] Informe de NNUU del Comité Especial para investigar las prácticas israelíes que afectan a los derechos humanos del pueblo palestino y de otros árabes en los territorios ocupados, Nº 40, septiembre de 2005. [7] Atyaf Alwazir, "Uprooting Olive trees in Palestine", Inventory of Conflict and Environment (ICE), Case Number: 110, American University, noviembre de 2002.

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