El hambre se ceba en los niños y los indígenas del norte de Argentina

• El 60% de los habitantes del Chaco viven en la pobreza o en la indigencia y están mal alimentados
• Algunos padres prefieren que sus hijos repitan curso para que puedan seguir comiendo en la escuela

el Periodico
ABEL GILBERT
02/09/07

Argentina tiene hambre y sus seis hijos a veces la calman mordiendo la tierra. Argentina Casco tiene 40 años y muy pocos dientes. Se le han caído de no comer en un país, Argentina, que en los últimos cuatro años redujo en 21 puntos la pobreza (en agosto del 2003 golpeaba al 47,8% de la población). Pero algunas provincias, como la nororiental del Chaco, parecen vivir otra realidad. No solo tiene índices sociales espeluznantes: semanas atrás murieron 13 aborígenes por desnutrición.
"Estamos como en los peores lugares de África", dice Sergio Soto, dirigente del sindicato de maestros, en el centro de Resistencia, la capital chaqueña, a unos 1.000 kilómetros de Buenos Aires.

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El Chaco tiene un poco más de un millón de habitantes. Un tercio es menor de 24 años. El 60% no consume las calorías diarias necesarias. Un 48% vive en la pobreza y otro 9%, en la indigencia.
Para el abogado Rolando Núñez, del Centro Nelson Mandela, el Chaco debe de ser la zona más castigada del país, "aunque produce alimentos para 100 millones de personas". Argentina exportará este año soja transgénica y trigo por 15.000 millones de euros. Un 4% saldrá de aquí.

"EXTERMINIO DE ABORÍGENES"
La muerte de 13 indios tobas --algunos pesaban 25 kilos-- mostró hasta qué punto han llegado las contradicciones. El Defensor del Pueblo, Guillermo Mondino, presentó ante el Tribunal Supremo una demanda contra la provincia y el mismo Estado, en la que solicitó que se detenga "el exterminio de comunidades aborígenes".
"Hay desnutridos en todo el continente, y en Buenos Aires también. Los casos no son tan graves", le dijo al diario La Nación el ministro de Salud provincial, Ricardo Mayol. "No, la situación es dramática desde todo punto de vista", reconoce Egidio Gracía, del Instituto Aborigen.
El azote de la marginalidad no solo golpea a los 60.000 indios ni hay que internarse en el Chaco profundo, unos 300 kilómetros, para constatar estas realidades. "Basta caminar por Resistencia", insiste Núñez.
A pocas manzanas de la sede del centro, en Belgrano, una calle de tierra, comienza a perfilarse una sucesión interminable de casas de lata, cartón y madera. Las chabolas circundan la ciudad, y en ellas viven 360.000 personas. Una de ellas es Argentina Casco. Esa mañana sabía que al menos sus hijos desayunarían en la escuela pública.
Melinda Espinosa enseña desde hace nueve años en la escuela 50 de la Villa Don Andrés. Los chicos se le duermen en clase porque vienen con el estómago vacío. "¿A qué hora traen la leche?" es lo primero que preguntan. "A mí me duele en el alma decirles que no cuando quieren repetir de su ración de pan. Pan solo, ¿eh? Sin nada. Cómo me duele ese no".
Hay chicos, cuenta, que guardan su pan para dárselo al hermanito. Los alumnos de la maestra Espinosa son hijos de parados, de padres alcohólicos o maltratadores. Muchos tienen problemas de comprensión.
"A veces sus padres prefieren que repitan curso y, de esta manera, pueden garantizarles que coman. Así y todo, cuatro de cada diez chaqueños no terminan la primaria", dice el sindicalista Soto.
La escuela 50 ha comprobado este año los efectos de la deserción: su matrícula bajó porque se ha suprimido el comedor escolar.

FUTURO INCIERTO
El doctor Rodolfo Amado Sobko, exdirector del Hospital de Maternidad, no se sorprende de los datos. Por la desnutrición, el 30% de los chicos de hasta 14 años tienen dificultades de comprensión. "El problema será mayor la próxima década: no habrá mano de obra calificada ni capaz de soportar trabajo continuo", advierte.
El futuro ya llegó. "Pobreza. Hambre. Desnutrición. Enfermedad de Chagas. Tuberculosis. ¿Cuántos días de vida ha dejado de vivir satisfactoriamente un chaqueño?" se pregunta el abogado Núñez.
Argentina Casco ya no piensa en el futuro. Lo suyo es un presente permanente en el que lo único que se reparte es la nada.

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