Obama: de la esperanza al escepticismo

Carlos Fresneda
El Mundo / IAR Noticias
03/11/09

El presidente ha tocado tierra como el común de los políticos.
Los sondeos de opinión ya no lo favorecen.
Se debate entre dos temas difíciles: la reforma sanitaria y Afganistán.

Doce meses de la epifanía del “Yes we can”, Barack Obama ha tocado tierra como el común de los políticos. Ni la salida oficiosa de la recesión ni el Nobel de la Paz han conseguido redimir de momento al primer presidente negro de Estados Unidos, que languidece a estas alturas en los sondeos de opinión y se debate entres los dos grandes escollos que le impiden ver el cielo: la reforma sanitaria y Afganistán.

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De la esperanza al escepticismo... Por primera vez desde que Obama llegó a la Casa Blanca, la mayoría de los norteamericanos (52%) piensa que el país avanza “en la dirección equivocada”, según un reciente sondeo de la NBC y el Wall Street Journal.

En el termómetro de la popularidad, y en contraste con sus trepidantes y exitosos cien primeros días, Obama lucha desde el mes de agosto por no bajar de la línea de flotación del 50%. La reforma sanitaria ha sido desde entonces el rompeolas contra el que se ha estrellado inevitablemente toda su agenda política.

A la cruzada anti-Obama de la derecha dura -del bigotito de Hitler al maquillaje del “Joker”- se unen las críticas cada vez más sonoras del ala izquierda del Partido Demócrata. En “Saturday Night Live”, el programa que ridiculizó a Sarah Palin, el presidente se ha convertido en carne de parodia, con su doble Fred Armisen admitiendo ante su propia parroquia: “Cuando miras a mi expediente, está muy claro lo que he hecho hasta ahora... Nothing. Nada (en español original). Casi un año, y nada que demostrar”.

No, no hay ninguna celebración prevista en la Casa Blanca para conmemorar el primer aniversario de la ascensión de Chicago. Sí hay sin embargo una gran inquietud por lo que pueda suceder en Virginia y en Nueva Jersey, los dos estados donde se libran el martes las batallas decisivas a Gobernador. Los republicanos se adjudicaron el doblete en 1993, meses después de la victoria de Bill Clinton. Si ocurre lo mismo ante los ojos de Obama, el fantasma paralizante del primer Clinton (que pinchó con la reforma sanitaria y perdió la mayoría en las dos cámaras) le perseguirá sin remedio durante todo su mandato.

“Obama es una víctima de la exceptivas que la gente ha puesto en él”, admite en declaraciones al USA Today su asesor David Axelrod, el artífice de su histórica campaña. “No creo que nadie pueda acusarle de pobreza de ambición a la hora de medir sus logros”.

Lejos de construir los puentes que pretendía, Obama ha exacerbado la polarización de la sociedad norteamericana en los últimos diez meses. Crucificado por la derecha republicana como “socialista” y “marxista”, la izquierda demócrata no le perdona su afán por alcanzar un “compromiso” con la oposición, ni su propensión a dejarse influir por los halcones del Pentágono.

La escalada militar en Afganistán, la promesa cada vez más lejana de cerrar Guantánamo y la falta de convicción en la lucha contra el cambio climático o en la reforma migratoria le han hecho perder enteros entre la base progresista que fue la clave de su elección. Hasta en “la mejora de la imagen exterior de Estados Unidos”, el capítulo donde más brillaba hasta ahora, Obama ha empezado a experimentar también el desgaste (del 76% en la expectativas de hace un año al 60% ahora, según una reciente encuesta de Gallup).

Los norteamericanos están también profundamente divididos ante el estilo de Gobierno de Obama, que empieza ser percibido como “deliberativo” o “indeciso”. David Axelrod, el artífice del “cambio en el que podemos creer”, rompe de nuevo una lanza por el inquilino de la Casa Blanca: “No es un ideólogo, sino un líder pragmático que cree que el progreso real es más valioso que cualquier esfuerzo simbólico”.

Pero hay gestos simbólicos que sin duda cuentan, como el hecho de dar la espalda al Dalai Lama en vísperas de su inminente visita a China, donde Obama pondrá de nuevo a prueba su capacidad de seducción de masas. A primeros de diciembre, cuando acuda a Oslo a recibir el Nobel de la Paz, el presidente se someterá al definitivo examen de la Vieja Europa, donde no le perdonarían su ausencia en la cumbre del cambio climático de Copenhague (¿acaso era más relevante la fallida candidatura olímpica de Chicago?).

Obama se la juega en cualquier caso en los dos meses que le faltan para cumplir el aniversario de su llegada a la Casa Blanca. Si de aquí entonces logra impulsar una robusta reforma sanitaria –con “opción pública” incluida-, su credibilidad subirá muchos enteros entre la América que votó por el “cambio”.

La otra prueba de fuego –sin descuidar lo que ocurra en Irán, Irak y Oriente Medio- será sin duda la evolución de la guerra de Afganistán, que puede borrar definitivamente la percepción de Obama como el nuevo J.F.K. para convertirle en un remedo de Lyndon B . Johnson.

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