El general Petraeus, perrito faldero del sionismo

James Petras
Rebelión
Traducido para Rebelión por S. Seguí
14/05/08

General Petraeus: “El presidente Ahmadinejad y otros líderes iraníes prometieron poner fin a su apoyo a los grupos especiales, pero las viles actividades de la Fuerza al-Qods han continuado”

Senador Joseph Lieberman: “¿Podríamos decir con justicia que grupos especiales apoyados por Irán son responsables del asesinato de centenares de soldados estadounidenses y de miles de soldados y civiles iraquíes?”

General Petraeus: “Efectivamente, así es… Correcto.”

Testimonio del General Petraeus ante el Senado de EE UU, 8-9 de abril de 2008


“ La bandera israelí ondea orgullosamente sobre el Arca Santa junto a la bandera estadounidense…” (en una sinagoga ortodoxa del rico distrito de Georgetown, en Washington D.C. El ticket de entrada a la sinagoga en cualquier festividad cuesta 1.000 dólares.) “Todos los sabbath las plegarias incluyen la bendición de los soldados judíos de Israel y los ruegos por el bienestar del gobierno israelí y sus funcionarios. Muchos miembros judíos del gobierno de EE UU vienen a rezar aquí, y no sólo no tratan de esconder su afiliación religiosa sino que hacen todo lo posible por mostrar públicamente su judaísmo, lo que puede ayudarles en gran medida en sus carreras. La enorme influencia judía en Washington no se limita al Gobierno. En los medios de comunicación de la capital una parte muy importante de los principales personajes y presentadores de los programas más populares de TV son afectuosos judíos, sin olvidar, en este contexto, el predominio judío en las instituciones académicas de Washington.”

Avinoam Bar-Yosef, en Ma’riv (diario israelí) 2.9.1994


Introducción

Cuando el presidente Bush nombró al general David Petraeus comandante en jefe de las fuerzas multinacionales en Iraq, su nombramiento fue acogido con júbilo por el New York Times, el Wall Street Journal y el Washington Post, que lo consideraron una decisión brillante. Se trataba de un general con unas credenciales académicas y de combate impecables, un estudioso de la guerra, la contrainsurgencia y el terrorismo. Los medios de comunicación y el Presidente, junto a los republicanos y los demócratas del Senado y la Cámara de Representantes, describieron su nombramiento como “la última mejor oportunidad de EE UU para salvar Iraq.” La senadora Hillary Clinton se unió al coro de políticos belicistas en los elogios y apoyos “al profesionalismo y el historial” de Petraeus en el norte de Iraq. En cambio, el almirante William Fallon, su predecesor y anterior comandante, había calificado los informes de Petraeus de “mierdosos ejercicios de adulación.”

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En teoría y en estrategia, los intentos del general de derrotar la resistencia iraquí fueron un desastre sin paliativos, un resultado por otra parte previsible teniendo en cuenta la naturaleza de su nombramiento y su mala reputación en tiempo de guerra.

En un primer momento, Petraeus fue un nombramiento político, por cuanto era uno de los pocos jefes militares de alta graduación que compartía la opinión de Bush y los siocons de que la guerra podía ganarse. Y que afirmaba además que su experiencia en el norte de Iraq se podía reproducir en el resto del país. Por otra parte, a diferencia de la mayoría de los analistas militares, Petraeus estaba dispuesto a hacer caso omiso de los altos costes implícitos en la prolongación de los periodos de servicio en el frente de las tropas estadounidenses. Su empeño en no tener en cuenta los grandes costos de un compromiso militar prolongado en Iraq ha disminuido la capacidad de EE UU de defender sus intereses imperiales en todo el mundo. Para Petraeus, conseguir el nombramiento presidencial de comandante en jefe de las fuerzas en Iraq bien valía el sacrificio de la cohesión y estructura militar general en Iraq, de los intereses imperiales globales y del presupuesto estadounidense. Poco después de hacerse cargo del puesto, y ante las demandas internas, internacionales e iraquíes de retirar las tropas de EE UU, Petraeus tomó el camino preconizado por los militaristas estadounidenses y pro israelíes del gobierno de Bush, y el poderoso lobby de éstos. Procedió a una escalada de la guerra mediante la llamada a filas de más tropas –lo que calificó con el eufemismo de surge, o escalada—, con una leva masiva de 40.000 soldados más de infantería y marines ya agotados por anteriores misiones.

El análisis y la crítica del fracaso del imperialismo militarista y sus peligrosas consecuencias militares requieren un análisis crítico objetivo del expediente militar de Petraeus, amplificado por los medios de comunicación, antes de hacerse cargo del mando. Y también es importante analizar el estrecho vínculo ideológico y político del general con el enfoque militarista de Israel hacia Irán (y hacia el resto de los países de Oriente Próximo que Israel considera enemigos) que se remonta a su estrecha colaboración con los asesores militares y miembros de los servicios secretos israelíes que operaban –de manera no oficial— en el norte de Iraq, el Kurdistán iraquí.

Los falsos éxitos de Petraeus en el norte de Iraq

Los tan cacareados éxitos militares del general en el norte de Iraq –especialmente en la provincia de Nínive— se basan en el hecho de que esta región está dominada por líderes militares tribales y jefes de partidos, deseosos de llegar a un Kurdistán independiente. La relativa estabilidad de la región tiene poco o nada que ver con las teorías contrainsurgentes de Petraeus, y mucho más con el alto grado de independencia o separatismo kurdo en la región. Dicho en pocas palabras, el apoyo militar y financiero de EE UU e Israel ha creado un Estado kurdo prácticamente independiente, basado en una brutal limpieza étnica de la importante población turca y árabe. El general, al dar carta blanca a las aspiraciones irredentistas kurdas de un Gran Kurdistán étnicamente purificado, que se extendería por territorios de Turquía, Irán y Siria, se ganó la lealtad de las milicias kurdas, y en particular la de la temible fuerza especial peshmerga, para eliminar la resistencia a la ocupación estadounidense en Nínive. Además, los peshmerga han proporcionado a las fuerzas de EE UU unidades especiales para infiltrar los grupos de resistencia iraquíes y provocar conflictos intercomunitarios mediante actos terroristas contra la población civil. En otras palabras, el éxito del general Petraeus en El norte de Iraq no es reproducible en el resto del país. De hecho, su mismo éxito en conseguirse una porción de territorio iraquí dominada por los kurdos ha potenciado las hostilidades en el resto del país y ha provocado ataques turcos en la región.

Petraeus, un estratega de salón

Su teoría de atrapar y mantener territorio está condicionado a la existencia de una fuerza militar altamente motivada y fiable, capaz de resistir a la hostilidad de más del 80% de la población colonizada. Petraeus, como Bush y los militaristas sionistas, desconoce que la moral de los soldados de EE UU que ya se hallan en Iraq y la de los que van a ser enviados allí en breve plazo, es muy débil. Los grupos que en estos momentos están intentando hallar una rápida salida de las filas militares están formados principalmente por soldados de carrera y suboficiales, es decir, la columna vertebral de un ejército (Financial Times, 3-4.3.2008, p. 2.) Los soldados que están siendo reclutados en estos momentos incluyen, entre otros, presidiarios convictos, jóvenes mentalmente inestables, inmigrantes pobres y sin formación escolar y mercenarios profesionales. Los casos de deserción se han disparado (14.000 entre 2000 y 2005, Financial Times, Ibid.) En marzo de 2007, un grupo compuesto por más de mil soldados y marines en servicio activo y en la reserva enviaron una petición al Congreso pidiendo la retirada estadounidense de Iraq. En abril de 2008, un porcentaje récord del 69% de la población era opuesto a la estrategia bélica de Bush y a su política económica (USA Today, 22.4.2008). La oposición de generales en activo y retirados a la escalada de tropas se difunde hasta los soldados de más baja graduación sobre el terreno, especialmente entre los reservistas en servicio activo, cuyos periodos de servicio en Iraq se han ampliado repetidamente, lo que se considera un reclutamiento forzoso camuflado. Los desmoralizantes periodos de servicio prolongados y la rápida rotación de personal socavan cualquier esfuerzo por consolidar los vínculos entre los oficiales estadounidenses y los iraquíes, y sin duda socava la mayor parte de esfuerzos por ganarse la confianza de la población local.

Si las tropas estadounidenses están en graves dificultades debidas a la guerra en Iraq y sufren la deserción y la desmoralización, menos fiable es aún el ejército mercenario iraquí. Los iraquíes que se han visto empujados al ejército por el hambre y el desempleo (causados por la guerra de invasión estadounidense), y que están sujetos a vínculos tribales, étnicos y nacionales con un Iraq libre e independiente no pueden convertirse en soldados fiables. Los expertos más serios son de la opinión de que las divisiones de la sociedad iraquí se reflejan en las lealtades de los soldados. El intento de Petraeus y el primer ministro títere Nuri al Maliki de invadir Basora, en Iraq meridional, se convirtió en un importante fracaso militar cuando miles de soldados iraquíes se unieron a los insurgentes.

El general Petraeus no ha podido contar con sus tropas iraquíes porque éstas se han pasado al enemigo por centenares y quizá lo hagan por miles en el futuro. No hay que descartar que el general llegue a encontrarse con sus campos de entrenamiento vacíos o incluso con revueltas en sus cuarteles. El alto porcentaje de bajas, tan persistente durante su mandato entre los soldados de EE UU y los civiles iraquíes, sugiere que atrapar y mantener Bagdad no ha resuelto la situación general.

Si bien el añadido de 30.000 soldados para saturar Bagdad redujo inicialmente las bajas civiles y militares en la ciudad, la lucha se intensificó en otras regiones y ciudades. Más importante aún, la reducción de la violencia tenía menos que ver con la escalada y más con el alto el fuego oficial alcanzado con las fuerzas antiocupación de Muqtada al Sadr. Esto se hizo evidente cuando EE UU y su satélite, el primer ministro al Maliki, lanzaron una ofensiva contra las fuerzas de al Sadr en marzo y abril y las bajas aumentaron drásticamente, e incluso la Zona Verde norteamericana en Bagdad fue atacada diariamente con cohetes. Después de 18 meses de mando de Petraeus, las tropas iraquíes han demostrado escasa voluntad de combatir a sus compatriotas encuadrados en la resistencia. Miles de ellos entregaron sus armas a las milicias populares anticoloniales y varios centenares se unieron a ellas.

El manual de Petraeus da prioridad a “la seguridad y el reparto de tareas como medios de responsabilización de la población civil y de fomento de la reconciliación nacional.” La seguridad es un tanto escurridiza, por cuanto lo que el mando estadounidense considera como tal es el libre movimiento de las tropas propias y sus colaboradores, lo que implica inseguridad para la mayoría iraquí colonizada. Estas tropas siguen sometiendo a los civiles iraquíes a registros arbitrarios casa por casa, entradas con violencia en domicilios particulares y humillantes inspecciones y arrestos.

Si bien el ritmo de muertos civiles bajó de centenares por día a centenares por semana, demostró en cambio el fracaso de Petraeus para conseguir su objetivo más elemental. El reparto de tareas, tal como lo define el general y sus oficiales, es un eufemismo que esconde la colaboración por parte de los iraquíes en la gestión de sus órdenes. Repartir supone aquí una relación de poder extremadamente asimétrica: los estadounidenses dan las órdenes y los iraquíes las obedecen. Por otra parte, Petraeus define como tareas dar información sobre los insurgentes. La población iraquí debe pues dar información sobre sus familias, amigos y compatriotas; en otras palabras, debe traicionar a su propio pueblo. El concepto ha resultado ser más factible en el manual que en la práctica. Los soldados de EE UU siguen siendo objeto de emboscadas diarias, y los insurgentes, que operan entre la población, siguen atacando con explosivos sus vehículos acorazados.

Responsabilizar a los civiles es otro concepto básico del manual del general, e implica que los que responsabilizan trasmiten capacidades a los otros. En otras palabras, que EE UU cede territorio, seguridad, gestión de recursos financieros y asignaciones al pueblo colonizado o a las fuerzas armadas locales. Durante sus 18 meses de mando, han sido los responsabilizados quienes han protegido y apoyado a los insurgentes y se han opuesto a la ocupación de EE UU y su gobierno títere. De hecho, con el término responsabilizar, Petraeus quería decir, en realidad, dar poder a una pequeña minoría de civiles dispuesta a actuar como colaboradores del ejército de ocupación. Y que frecuentemente ha sido blanco mortal de los insurgentes. La minoría civil responsabilizada según la fórmula de Petraeus requiere una fuerte protección militar estadounidense para escapar a las represalias. En la práctica, no ha habido ningún colaborador civil en los barrios en quien se haya delegado un poder real, y aquellos en quien se ha delegado autoridad están muertos, escondidos o secretamente aliados con la resistencia.

El objetivo de Petraeus de alcanzar la reconciliación nacional ha sido un fracaso total. El régimen iraquí está paralizado por la división en sectas y señores de la guerra en perpetua desunión. La reconciliación entre las partes en lucha no se percibe en un horizonte próximo. Y lo que el general no reconoce, pero que incluso sus aliados admiten en público, es que la colonización de Iraq es una negación flagrante de las condiciones de reconciliación. El general Petraeus y su ejército, al dictado de la sionista Casa Blanca, enfrenta unas contra otras a las partes en lucha, con lo que se socava cualquier posible negociación que pueda conducir a la reconciliación. Como todos los anteriores comandantes coloniales, Petraeus no reconoce que la soberanía popular iraquí es la condición previa esencial de la reconciliación y la estabilidad nacional. Una reconciliación impuesta manu militari a los grupos colaboradores armados sin legitimidad alguna entre el electorado iraquí ha resultado ser un desastre.

Sarah Sewall, del equipo del presidente Clinton y vicesecretaria adjunta de Defensa y experta en asuntos exteriores de Harvard, se manifestó entusiasmada con el nombramiento de Petraeus . Sin embargo, afirmó que un número insuficiente de tropas en relación con las tareas a realizar socavaría su estrategia (The Guardian, 6.3.2007.) Este concepto de ratio entre el número de soldados y las tareas es el elemento central de las críticas de los senadores siocon Hillary Clinton y Charles Schumer a la política iraquí de Bush. La solución que proponen es enviar más tropas. Si bien Petraeus en realidad ha aumentado el número de soldados, es incapaz política y militarmente de movilizar a 500.000 efectivos más hasta alcanzar la ratio que propone Sewall. Esta afirmación da por sentado que el inadecuado número de soldados refleja el carácter masivo de la oposición popular a la ocupación estadounidense. La necesidad de mejorar la ratio –es decir, enviar un número más alto de tropas— es debida al nivel de oposición masiva y está en relación directa con un creciente apoyo por parte de la población a la resistencia iraquí. Si la mayoría de la población y la resistencia no ofreciesen resistencia a los ejércitos imperiales, entonces cualquier ratio sería buena, incluso sólo unos centenares de soldados paseando por la Zona Verde, la embajada de EE UU y algunos burdeles locales.

Las propuestas de Petraeus se nutren en buena parte de conceptos de la guerra de Vietnam, especialmente de la doctrina contrainsurgente del general Creighton Abrams conocida como limpiar y mantener. Abrams ordenó una gran campaña de guerra química, en la que se rociaron miles de hectáreas de terreno con el mortífero agente naranja para limpiar el terreno en disputa. Además, aprobó el Plan Phoenix, consistente en el asesinato sistemático de 25.000 líderes campesinos, para limpiar la zona de insurgentes, e introdujo el programa de aldeas estratégicas, es decir, el desplazamiento forzoso de millones de campesinos vietnamitas a campos de concentración. Al final, los planes de Abrams de limpiar y mantener fracasaron porque cada iniciativa suya ampliaba y potenciaba la hostilidad popular e incrementaba el número de miembros del Ejército de Liberación Nacional vietnamita. Las brutales políticas israelíes de ocupación aplicadas en Cisjordania han seguido esta misma estrategia, con resultados igualmente desastrosos, lo que no impide que sus promotores las estén vendiendo actualmente a los militares estadounidenses.

Petraeus sigue la doctrina de Abrams e Israel, con idénticos resultados catastróficos para la población civil. Desde que asumió el mando, se han producido bombardeos a gran escala de zonas chiíes y suníes densamente pobladas; detenciones masivas de líderes locales acompañadas por el cierre militar de barrios enteros; registros abusivos y arbitrarios, casa por casa, de las zonas pobres de Bagdad; y conversión de éstas en zonas de tiro y campos de concentración. Parafraseando a su predecesor, el general Abrams, Petraeus es partidario de destruir Iraq para salvarlo. De hecho, su política se basa simplemente en el castigo a los civiles y la profundización de la hostilidad de la población. En cambio, los insurgentes se hallan como pez en el agua en el enorme suburbio de tugurios que es Sadr City o en las provincias limítrofes de Al Anbar, Diyala y Salah ah Din. Petraeus ha sido capaz de mantener como rehén a un pueblo entero, pero ha sido incapaz de gobernarlo por las armas. El fracaso del general Creighton Abrams no fue debido a la falta de voluntad política de EE UU, que él denunció, sino al hecho de que limpiar una región de insurgentes es un éxito temporal, precisamente porque la insurgencia se basa en su capacidad de mezclarse con la gente y resurgir para combatir al ejército de ocupación.

Los supuestos fundamentales –y falsos– en que se basa el general conciben el pueblo y los insurgentes como dos grupos diferentes y opuestos. Da por sentado que sus fuerzas sobre el terreno y los mercenarios iraquíes son capaces de distinguirlos y explotar sus divergencias, y limpiar el país de insurgentes para mantener al pueblo. La historia de los cuatro años de invasión, ocupación y guerra imperial, y en ella de los 18 meses de su mando, proporciona pruebas abundantes en sentido opuesto. Aún disponiendo de 170.000 soldados estadounidenses, 200.000 iraquíes y más de 50.000 mercenarios extranjeros, Petraeus ha fracasado en su intento de derrotar la insurgencia. Hay pruebas de un apoyo civil muy fuerte, extendido y sostenido de los civiles a la insurgencia. El alto porcentaje de muertes entre los civiles, en relación con las de los insurgentes, sugiere que las tropas estadounidenses no han sido capaces de distinguir –ni están muy interesadas en hacerlo– entre civiles e insurgentes. Incluso el gobierno títere se queja de estas muertes civiles y de la destrucción generalizada de barrios populares por medio de bombardeos aéreos estadounidenses. La insurgencia extrae su fuerza de sus vínculos grupales, de amistad en los barrios y entre sus vecinos, sus líderes religiosos y la población nacionalista y patriota: estos vínculos de primer, segundo y tercer nivel unen la insurgencia a la población de un modo imposible de reproducir por los militares estadounidenses o sus políticos títeres.

Ya desde un principio, el plan del general Petraeus de proteger y dar seguridad a la población civil fue un fracaso. Llenó las calles de Bagdad de vehículos acorazados, pero pronto tuvo que reconocer que las fuerzas antigubernamentales se estaban reagrupando al norte de la capital. Petraeus se vio condenado a jugar el juego que de un modo tan poco poético tituló el general Robert Gaid: dar palo al topo. Quería decir que mientras se reprimía a los insurgentes en una zona éstos reaparecían en otro lugar.

El general Petraeus hizo la presuntuosa afirmación de que la población civil iraquí no estaba al corriente de que las fuerzas de operaciones especiales de la Ocupación, que él dirigía, fueran responsables del fomento de buena parte del conflicto étnico-religioso. El periodista de investigación Max Fuller, en su detallado análisis de documentos, hace hincapié en que la gran mayoría de las atrocidades atribuidas a milicias shiíes o suníes han sido en realidad obra de comandos de fuerzas especiales gubernamentales entrenados por los estadounidenses, asesorados por los estadounidenses y dirigidos en gran parte por ex agentes de la CIA (Chris Floyd ‘Ulster on the Euphrates: The Anglo-American Dirty War’, http://www.truthout.org/docs_2006/021307J.sthml). El intento de Petraeus de seguir con el juego de policía bueno-policía malo a fin de dividir y vencer no ha conseguido debilitar a la oposición y en cambio ha desestabilizado y fragmentado el gobierno de al Maliki. Y si bien Petraeus ha conseguido comprarse temporalmente la lealtad de algunos de los líderes tribales suníes del Norte, estas dudosas lealtades dependen de multimillonarios desembolsos semanales.

En teoría, Petraeus reconoce el amplio contexto político de la guerra: “No hay solución militar a un problema como el de la insurgencia iraquí… En Iraq, la acción militar es necesaria para mejorar la seguridad… pero es insuficiente. Tiene que haber un aspecto político (BBC 3.8.2007)”. Sin embargo, el principal aspecto político –para utilizar sus propias palabras– es la reducción, no la escalada de la presencia militar estadounidense; es el final a las interminables agresiones a los barrios; el final de las operaciones especiales y los asesinatos dirigidos a fomentar el conflicto étnico-religioso; y por encima de todo, es un calendario de retirada de las tropas estadounidenses y del desmantelamiento de la cadena de bases militares de EE UU. Durante su mandato de 18 meses, Petraeus ha aumentado el número de tropas, ha incrementado el bombardeo de las personas que se suponía que debía atraer a su lado, y ha fortificado las decenas de hectáreas de bases estadounidenses. El general no está dispuesto o preparado para llevar a cabo el contexto político apropiado para la finalización del conflicto debido a su ciego seguimiento del concepto Bush-sionista de guerra hasta la victoria.

La distancia entre el discurso teórico de Petraeus sobre la centralidad de la política, y su práctica de dar prioridad a la victoria militar puede explicarse por su deseo de agradar a los siocons de Bush en Washington, a fin de impulsar su propia carrera militar y sus ambiciones políticas para el futuro. El resultado ha sido unos resultados militares excepcionalmente mediocres, subrayados por fallos políticos abismales y por el cumplimiento de sus ambiciones personales.

En abril de 2008, el gobierno de Bush puso a Petraeus al frente del US Central Command –Comando Central de EE UU–, que dirige las guerras de Iraq, Afganistán, Somalia y el resto del Cuerno de África. Petraeus sustituyó almirante William Fallon, obligado a dimitir por la Casa Blanca y los siocons por su oposición a los planes de guerra contra Irán. Ya antes de su retiro, Fallon había manifestado su desprecio por la vergonzosa sumisión de Petraeus a los sionistas en el norte de Iraq y por la ignorancia de los planificadores de las políticas de Bush en relación con Iraq e Irán. Es evidente que Petraeus se ganó su promoción del 16 de abril de 2008 en su testimonio ante el Senado, una semana antes (8-9.4.2008), con sus belicosas manifestaciones en las que implicó a Irán en las muertes en combate de soldados estadounidenses en Iraq. Con la purga e intimidación de oficiales militares poco dispuestos a desempeñar el papel de perritos falderos de la Casa Blanca y los sionistas, a Petraeus le habían quedado pocos competidores. Su promoción al más alto puesto militar, pocos días después de su intervención ante un Senado proclive a la guerra contra Irán, no puede atribuirse a su fracaso militar sino más bien a su servil adhesión al intento de Bush e Israel de escalar el enfrentamiento con Irán. Culpar a Irán de su propio fracaso tenía dos propósitos: encubrir su incompetencia y obtener el apoyo de los principales senadores sionistas, como Joseph Lieberman.

La referencia del general a la necesidad de iniciar conversaciones con algunos grupos de insurgentes tuvo una recepción poco entusiasta. Su propuesta fue considerada por los insurgentes como una continuación de la táctica del divide y vencerás. Las únicas conversaciones que realizó Petraeus fue con líderes tribales que le exigieron millones de dólares a cambio de su apoyo. Aparte de este grupo, fracasó en atraer a cualquier otro sector de la insurgencia. Petraeus demostró ser un estratega de salón, hábil con las técnicas de relaciones públicas pero mediocre al hacer frente al marco político de descolonización en el que las tácticas podrían tener éxito.

El doble discurso de Petraeus

Muy pronto hubo de darse cuenta Petraeus de la dificultad de su misión colonial. Sólo un mes después de asumir el mando, se hallaba ya en pleno uso de los mismos sofismas y dobles discursos de cualquier otro general confrontado a una guerra imposible de ganar. Para mantener el flujo de dinero y soldados proveniente de Washington, Petraeus habló de reducción de las muertes y el descontento en Bagdad, omitiendo astutamente el incremento de bajas civiles y estadounidenses en otros lugares. Mencionó algunos signos prometedores, pero afirmó que era muy difícil discernir tendencias significativas (Aljazeera 3.8.2007). En otras palabras, los signos prometedores de los que habló a la Casa Blanca no tenían ninguna importancia militar.

Desde el principio, Petraeus se asignó una misión sin fecha límite, por el método de ampliar el marco temporal para asegurar Bagdad. Cambió los objetivos temporales de días y semanas a meses y años. Jugar con marcos temporales indefinidos en los que evaluar su éxito era una manera suave de preparar al público estadounidense para una guerra prolongada… que tuvo pocos resultados positivos. No hay nada como un general fracasado actuando complaciente con los políticos y cubriendo sus vergüenzas anticipadamente ante una derrota militar.

Como buen intelectual militar, Petraeus sin duda ha leído 1984, de George Orwell, como lo demuestra su doble lenguaje. En un mismo párrafo habló de que no había una necesidad inmediata de enviar de más tropas a Iraq para a continuación pedir 30.000 soldados más como parte de lo que llamó la escalada. En marzo de 2008, hablaba de grandes avances en materia de seguridad y, un mes más tarde, pedía una pausa porque el gobierno y el ejército títeres no eran capaces de defenderse sin la ayuda estadounidense.

La manipulación política del numero de soldados y sus escandalosas mentiras sobre la seguridad en Iraq fueron una preparación del terreno para una escalada militar mayor en la región. “Hoy día, no vemos razones para solicitar nuevas tropas, pero eso no implica que una nueva misión o una nueva tarea no lo requieran. Y cuando llegue el momento las pediremos.” (Aljazeera 3.8.2006). Primero, hay una escalada; luego, hay una nueva misión o nueva tarea; de repente, hay otros 50.000 efectivos militares sobre el terreno en ese matadero que es Iraq, además de siete grandes buques de guerra y portaaviones frente a las costas de Irán y Líbano, miles de soldados en Afganistán y 175.000 millones de dólares de gasto militar suplementario en el presupuesto federal para 2008.

Las ambiciones políticas de Petraeus

El general es un maestro del doble lenguaje. Sin embargo, a pesar de sus actuaciones mediáticas ante sus colegas de la Casa Blanca y el Congreso, su estrategia está condenada a seguir el mismo camino de derrota político-militar que la de sus predecesores en Indochina. Su policía militar ha encarcelado a decenas de miles de civiles y ha matado y herido a muchos más, interrogados, torturados, quizás rotos. Pero muchos más tomaron su lugar y han hecho de la Zona Verde una zona de guerra bajo sitio. La política de seguridad mediante la intimidación se sostiene sólo mientras los convoyes acorazados patrullan cada barrio, con sus cañones apuntando a todos los edificios. Resulta ser una solución temporal. Tan pronto como las tropas desaparecen regresan los insurgentes, porque éstos viven y trabajan allí, mientas que los marines no y los colaboradores iraquíes no se atreven a ir. Petraeus dirige un costoso ejército colonial que sufre bajas sin fin y que no es políticamente sostenible. El general lo sabe, y por esta razón se ha buscado una ruta de ascenso personal y salida del mando inmediato en Iraq, trasladando la carga del fracaso a su sustituto, el teniente general Ray Odierno.

El general se dio cuenta de que sus ambiciones políticas a largo plazo exceden a sus capacidades militares. En Washington, el militarismo es un pasaporte hacia un puesto de alto nivel, y dado que solo los generales triunfantes –o los que se han escapado del servicio obligatorio— son elegidos presidentes, Petraeus, como McCain, deben presentar sus fracasos como éxitos.

En su ceremonia ante el Senado, en abril pasado, Petraeus mintió al Congreso y al pueblo estadounidense sobre sus fracasos militares, inventándose un relato de éxitos a fin de dar vuelo a la flaca fortuna política de su patrón político, el presidente Bush. Sus conferencias de prensa y su testimonio ante el Senado fueron preparados con el objetivo de sustentar la credibilidad de Bush, totalmente perdida. Afirmó que la guerra estaba siendo ganada, que Iraq es ya estable, que la seguridad y la paz estaban a la vuelta de la esquina y que deberíamos declarar la guerra a Irán.

Si bien los medios de comunicación se tragaron sin ningún tipo de crítica el testimonio de Petraeus, la opinión pública no lo hizo; y, por su parte, una serie de generales y almirantes vieron con horror, incomodidad y escándalo cómo daba un impulso a su carrera a base de seguir a ciegas los designios de Bush e Israel en detrimento de las tropas que sirven bajo su mando.

Petraeus complace a la quintacolumna israelí: la amenaza iraní

En la primavera de 2008, cuando la guerra iba de mal en peor, el poder de la insurgencia crecía, y su liderazgo y estrategia eran claramente una impostura, Petraeus jugó su última y formidable carta política. Para mantener su posición y cubrir su derrota en Basora, y su incapacidad de reducir las bajas estadounidenses o siquiera de defender la Zona Verde, echó la culpa a Irán. Fue él quien denunció que armas iraníes estaban despedazando los transportes de tropas acorazados de EE UU, y que agentes iraníes estaban dando formación a la resistencia iraquí y derrotando a su ejército de 200.000 colaboradores iraquíes. Petraeus fue incapaz de hacer frente al hecho de que estaba perdiendo Iraq, y desvió la atención del fracaso de toda su estrategia político-militar en Iraq haciendo entrar en escena un nuevo actor principal, Irán.

Al señalar a Irán, Petraeus estaba jugando al peligroso juego de repetir las consignas políticas israelíes, y dar apoyo a un ataque militar sobre Irán promovido por los presidentes de las grandes organizaciones judías (AJO).

A la vez que Petraeus intentaba encubrir su fracaso echándole la culpa a Irán, el gobierno títere iraquí alababa al gobierno iraní por su contribución a la estabilización del país, al utilizar su influencia en las milicias shiíes para que respetaran el alto el fuego. El primer ministro al Maliki invitó al presidente iraní a Bagdad, firmó acuerdos de comercio y alabó su cooperación y esfuerzos en la estabilización del país.

El único grupo organizado que hizo suya la denuncia de Petraeus contra Irán y su justificación de las derrotas fue la Configuración de Poder Sionista (ZPC) de EE UU. Tanto en el Congreso como en los medios de comunicación y foros públicos, los sionistas se hicieron portadores de las afirmaciones de Petraeus y las respaldaron. Lo consideran un aliado fundamental para contrarrestar el National Intelligence Report (Informe nacional de inteligencia), que desmonta la acusación de que Irán tiene un programa de desarrollo de armas nucleares. Ningún otro comandante militar, en Europa o en EE UU, se hizo eco de la llamada a las armas contra Irán… excepto el alto mando militar israelí. Triste situación la de los medios militares estadounidenses, donde los militares progresan y llegan a los puestos de mayor responsabilidad a base de adular y hacer propaganda en favor del presidente estadounidense más desacreditado que se recuerde, y a base de defender el programa de los grupos de presión de una potencia extranjera.

En su promoción desde el puesto de comandante de las Fuerzas estadounidenses y aliadas en Iraq a jefe del Comando Central de EE UU, a cargo de las actuales guerras de Iraq, Afganistán y Somalia, y las futuras contra Irán, Líbano y Siria, ha dejado tras de sí un amargo legado de cientos de miles de muertes civiles, un ejército iraquí quisling escasamente fiable, un gobierno satélite en bancarrota y un enorme búnker estadounidense constantemente atacado. Todos los oficiales militares y la mayoría de expertos saben ya que Petraeus era un hombre de Bush y que su progreso es en gran parte producto de la Casa Blanca y los miembros pro Israel en el Congreso.

Conclusión

La progresión de Petraeus es una victoria de la ZPC en su búsqueda de líderes militares estadounidenses dispuestos a asumir su programa de sanciones y guerra contra Irán. Por esta razón, la citada organización sionista fue uno de los responsables de la expulsión del almirante William Fallon, a la vez que el principal boletín de propaganda (Daily Alert) de la Conferencia de Presidentes de las Principales Organizaciones Judías Estadounidenses (PMAJO) hiciese todo lo posible y jalease el nombramiento de Petraeus como supervisor de las guerras de Oriente próximo. El American Israel Public Affairs Committee, primer lobby israelí en Estados Unidos, y los senadores comprados y sometidos de que dispone, permitieron que Petraeus pasase en el Senado la audiencia de confirmación para el puesto fácilmente y obtuviese un apoyo unánime. Su nombramiento marca un hito: es la primera vez que la ZPC derrota las opiniones y evaluaciones de la mayoría de altos mandos militares estadounidenses tanto activos como en la reserva. Queda por ver hasta dónde irá Petraeus en el reembolso de esta deuda a sus apoyos sionistas a su meteórica carrera. Lo que es cierto es que exigirán que se alinee junto al Estado de Israel en la exigencia de una guerra contra Irán.

No va a ser el honor militar ni el patriotismo lo que va a impedir que Petraeus persiga el programa bélico sionista en favor de Israel, sino sus futuras ambiciones presidenciales. Tendrá que calcular cuidadosamente si una segunda guerra en Oriente Próximo que complazca a Israel y a los multimillonarios sionistas estadounidenses, que tanto contribuyen a los fondos de las campañas políticas, puede contrarrestar el descontento de los votantes hacia una guerra en la que el precio del petróleo ascenderá a 300 dólares por barril, y en la que morirán varias decenas de miles de estadounidenses, y potenciar a la vez sus ambiciones políticas.

EE UU ha degenerado hasta un estado de cosas en el que su futuro depende del cálculo político de un general incompetente, un experto en contrainsurgencia fracasado y un ambicioso político que corteja a los contribuyentes políticos multimillonarios que operan en favor de una potencia colonial extranjera.

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