La dolorosa muerte del sueño económico norteamericano
Larry Elliott
The Guardian / Sin Permiso
Traducción para Sin Permiso por Lucas Antón.
10/11/09
La verdad es que no se suponía que fuera a terminar así. Cuando el Muro de Berlín se derrumbó hace veinte años, la Guerra Fría acabó con la victoria de Occidente. En lugar de dos superpotencias, quedó una. En lugar de ideologías en competencias, quedó el capitalismo, y además en una versión especialmente desacomplejada.
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George Bush el Viejo declaró que el mundo aprendería a hacer las cosas al estilo norteamericano. "Sabemos lo que funciona", afirmó. "Los mercados libres funcionan".
Los confines del mercado se fueron ensanchando durante dos décadas, abarcando a China e India, así como a la antigua Unión Soviética y sus satélites. El veloz crecimiento produjo una impresionante reducción de la pobreza en China e India; y hay pocos polacos o checos que añoren los días en que Moscú manejaba los hilos.
Pero resultaba inevitable en todo momento que, tarde o temprano, la globalización se diera de bruces con la crisis, y lo que hemos visto en los últimos dos años no es más que el comienzo de ello. No dejemos que nos engañe la recuperación para necios de los últimos seis meses: los americanos andan de nuevo agotando sus ahorros para consumir bienes que no pueden permitirse; las exportaciones de Chines se disparan.
Han vuelto los desequilibrios globales. La combinación de cambio político y revolución tecnológica siempre ha producido agitación. Lo que fue verdad al coincidir la hiladora de husos múltiples con la Ilustración no resultó menos cierto cuando una segunda oleada de inventos -el cine, la luz eléctrica, el automóvil, el aeroplano - coincidió con el desmoronamiento del equilibrio de poder decimonónico.
La tecnología digital y la biociencia impulsarán la tercera revolución industrial, pero estos cambios tienen lugar en un momento en el que la difusión del mercado ha incrementado inmensamente el ejército de reserva laboral. La hegemonía de Norteamérica se ve amenazada por el ascenso de China.
Son, pues, tiempos combustibles. Esta crisis ha tardado en llegar, y la historia sugiere que el periodo de trastorno será prolongado y doloroso, como lo fue entre 1914 y 1945.
No tardaron en aparecer las primeras grietas en el nuevo orden global. La edad de oro duró apenas la mitad de una década, el periodo entre el alzamiento del telón de acero y la creación de la Organización Mundial del Comercio en 1994. A lo largo incluso de ese lustro se registraron señales de inquietud, de las que no fue la menor el impacto del tratamiento de choque aplicado a la economía rusa a principios de los años 90.
Pero fue la sucesión de crisis financieras que se iniciaban en la periferia de la economía global y se abrían gradualmente camino hacia el centro lo que desmintió la noción de que habría una transición suave y regular al nirvana del mercado. Se ignoraron los avisos de México, Tailandia y Corea del Sur, del derrumbe de los fondos de protección ("hedge funds") de Long Term Capital Management [1] a la burbuja de los punto com.
A los políticos no les costó nada desechar estos detonantes como dolores de una dentición en desarrollo. El crecimiento era fuerte y la inflación baja. Desde principios de los años 90 a mediados de la primera década posterior al 2000 tuvimos lo que Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra, describió como la década "bonita" o NICE, es decir, los años de "noninflationary continual expansion" (continua expansión sin inflación).
Por supuesto, la clave estuvo en la deuda. La pérdida de poder adquisitivo y de negociación de los trabajadores de Occidente quedó compensada con los feroces periodos de auge del precio de los activos que permitió a los consumidores pedir prestado sobre la base del valor creciente de sus hogares.
Eso no sólo era cierto de economías desarrolladas tales como los EE.UU. y Gran Bretaña. El informe anual de transición del Banco Europeo de Recostrucción y Desarrollo, publicado hoy, afirma que la afluencia de capital a gran escala a los países del Este de Europa había "contribuido al auge del crédito y del préstamo en moneda extranjera. Estas cosas, a su vez, hicieron más profunda la crisis y complicaron su gestión".
Al igual que en Gran Bretaña y los Estados Unidos, la fácil disponibilidad del crédito vino a suponer niveles de deuda excesivos cuando la economía se resintió y exigió una acción internacional concertada para impedir un desplome de la banca del género del ocurrido en Islandia. Como es comprensible, los políticos se han quedado perplejos ante la primera crisis sistémica de la era global. Hasta 2007 pensaban que su trabajo consistía en hacer pequeños ajustes en las economías de mercado; y se enfrentan en cambio a un desafío existencial: ¿hacia dónde tiramos partiendo de aquí?
La opción uno es la schumpeteriana: esta es una época de destrucción creativa, de modo que bien podemos aguantarnos y soportarlo. El problema del sistema financiero es que no se le ha permitido que funcione como debiera: hay que dejar caer a la banca mal gestionada para que los buenos bancos puedan prosperar. La segunda opción es "business as usual", que todo siga como de costumbre, la cual, como resulta previsible, es la que prefieren la City y Wall Street. Considerando el volumen de los cheques del bienestar aportados por el contribuyente, las grandes finanzas apenas pueden presentar objeciones ante la perspectiva de una regulación más estricta, pero están cabildeando duramente en contra de cambios más radicales. Se habla mucho de tirar al niño con el agua del baño y matar a la gallina de los huevos de oro.
Los conservadores militan este campo, y no sólo porque David Cameron piense de modo excéntrico que la crisis la causó el exceso de gobernación más que su ausencia, sino debido a que Boris Johnson [alcalde conservador de Londres] anda cabildeando activamente en nombre de los hedge funds y las empresas de capital riesgo de la City con el fin de bloquear una reglamentación europea más estricta.
La opción tres consiste en seguir como de costumbre añadiéndole algunos extras. Reconoce que se ha producido un problema sistémico en el sector financiero, pero considera que la respuesta ha de consistir en una supervisión más estricta, una vigilancia mejorada de la economía global por parte del Fondo Monetario Internacional, cambios en las normas sobre capital de riesgo para garantizar que los bancos no puedan tomarse tantas libertades a la hora prestar en periodo de auge, y nuevas estructuras de incentivos para financieros que favorezcan el crecimiento a largo plazo de los negocios por encima de la actividad especulativa a corto plazo. Aquí es donde encontraríamos, no hay que ser un lince para adivinarlo, a Gordon Brown y Barack Obama.
Pero existe un variopinto hatajo de descontentos para quienes el que todo siga como de costumbre, cualquiera que sea la forma, significa que estallará otra crisis en no mucho tiempo. Sostienen que la exigua naturaleza de de las actuales propuestas de reforma se explica por el cautiverio institucional al que han reducido a los gobiernos los bancos de inversión, los grupos de presión más poderosos del mundo.
Las ideas de King de separar los bancos en divisiones comerciales y de inversión le coloca en el grupo de la opción cuatro, al igual que el apoyo de Adair Turner a imponer tasas a las transacciones financieras. Hay quien iría más allá. Un informe reciente del Comité de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas (Unctad) urgía a repensar "la suposición convencional de que desmantelar todos los obstáculos transfronterizos a los flujos de capital privado es la mejor receta para que los países avancen en su desarrollo económico". Quienes apoyan un "new deal" verde -políticas monetarias y fiscales expansioniarias destinadas a impulsar las energías renovables y apoyar a las empresas que desarrollan tecnologías medioambientales- afirman que debería haberse utilizado el ajuste cuantitativo [imprimir moneda y ponerla en circulación] para apoyar la inversión sostenible y productiva en lugar de volver a hinchar los precios de los activos. Si la causa de raíz de la crisis financiera estuvo en los desequilibrios de la economía global provocados por la búsqueda de mayores beneficios, la reforma real exigirá salarios reales más altos en Occidente, de modo que los consumidores dependan menos de la deuda. Eso significa un desplazamiento en el equilibrio de poder entre trabajo y capital; significa también repensar el modelo de capitalismo de accionistas.
Por último están quienes creen que cualquier reforma convencional está destinada a fracasar porque cualquier modelo basado en el crecimiento está reñido con la viabilidad del planeta.
¿Dónde está hoy el centro político de gravedad? En algún sitio entre la opción dos y tres. Eso no sólo representa una oportunidad perdida sino una profunda falta de juicio.
Se están sembrando las semillas de la próxima crisis. Aquí mismo, ahora mismo.
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(*)Larry Elliott dirige la sección de economía del diario británico The Guardian.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón.
NOTA T.: [1] Long Term Capital Management, fundada por John Meriwether, afamado operador financiero procedente de Salomon Brothers, se jactaba de contar con dos premios Nobel de Economía, Myron Scholes y Robert Merton, en su junta. Mientras LCTM adivinó correctamente la orientación de los precios, ganó dinero. En un principio disfrutó de rendimientos medios de un 33% anual, al operar en posiciones muy apalancadas con grandes cantidades de valores prestados por bancos comerciales y de inversión, con el fin de aprovechar pequeñas discrepancias en los precios relativos de instrumentos como bonos, swaps y opciones, así como acciones y derivados . Cuando en agosto de 1998 Rusia devaluó el rublo y declaró una moratoria sobre los bonos del Estado, se produjo una huida masiva de los inversores en mercados de riesgo a instrumentos más seguros como los bonos del tesoro norteamericanos. Con el nerviosismo del mercado, los inversores reclamaron su dinero a LCTM. El fondo no pudo devolverlo, pues sus responsabilidades excedían con mucho a sus activos (un descubierto equivalente a 28 veces sus activos). Temerosas de las repercusiones, las autoridades financieras norteamericanas intervinieron para garantizar una devolución ordenada del dinero de los inversores.
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