La locura de los misiles apunta al dinero
Julian Delasantellis
Asia Times Online
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
30/09/09
Nunca recuerdo que mi hijo haya alzado la vista desde su bol de cereal con leche de soya para preguntarme: “¿Qué hiciste en la Gran Guerra Fría, papá?”; el pequeño era un vegano tan militante que yo solía pensar que me estaba evaluando para denunciarme a la comisión de crímenes de guerra de Naciones Unidas en La Haya cada vez que le echaba kétchup a un bife.
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Y muchos otros, incluso los que nunca me vieron lanzar una langosta viva a una olla de agua hirviendo, probablemente pensaban lo mismo.
Ya veréis, pasé la primera década y media de mi carrera de posgrado en una vocación profesional bastante única como planificador de guerra nuclear y estratega. No volé personalmente B-52 o apreté botones en submarinos, pero solía esgrimir una de esas malvadas reglas de cálculo para estimar daños en la guerra, por cortesía de Rand Corporation.
Sí, fui uno de los “Magos de Armagedón” de Fred Kaplan en Slate Magazine, “pensando lo impensable” como nos aconsejaba Herman Kahn, respecto al “delicado equilibrio del terror” de Albert Wohlstetter (futuro suegro de Richard Perle, el halcón de la Guerra de Iraq).
Hoy en día, cuando uno ve a alguien en una olla de grillos en la televisión por cable presentado como “estratega nuclear” o “estratega militar” civil, se puede creer con bastante confianza que el sujeto ataca un tema desde la derecha, como a quién quiere que se bombardee y con cuánto salvajismo. Pero otrora no era así. La mayoría de nosotros (cerca de un 99%) éramos firmemente hombres de izquierda, que pensábamos que estábamos del lado de los ángeles debido a nuestras interminables luchas contra altos oficiales militares a la antigua como el que, durante un debate sobre defensa civil y de misiles, proclamaba orgullosamente: “Si sólo quedara una pareja en la Tierra [después de una guerra nuclear], quisiera que esa pareja fuera estadounidense.”
Pero no vengo a elogiar mi antigua profesión. Después de la decisión de la semana pasada del presidente de EEUU, Barack Obama, de descartar los planes para un sistema de misiles contra misiles en la República Checa y Polonia, vengo a enterrarla.
¡Qué país feliz y agradable era EEUU en los años cincuenta! En los barrios residenciales, papito acosaba sexualmente a las secretarias en el trabajo y asaba hamburguesas en la parrilla cuando llegaba a casa, mientras mamá vivía feliz en su danza diaria con el príncipe Valium.
Pero surgían sombras en el horizonte. El dictamen Brown contra el Consejo de Educación de 1954 de la Corte Suprema significaba que pronto el EEUU blanco tendría que encarar el tema de su población minoritaria que reventaba los guetos urbanos; el lanzamiento del satélite Sputnik de la Unión Soviética en 1957 significaba que pronto aparecería el temos de que ojivas nucleares cayeran en la ensalada de papas, en lugar de albóndigas de pollo errantes.
Existía el sentimiento de que si los rusos eran capaces de poner un pequeño satélite con radio en órbita dando vueltas alrededor de la Tierra, podían utilizar la misma tecnología de propulsión de misiles a fin de colocar una gran arma nuclear en el espacio para reingresar a la atmósfera y detonarla sobre una ciudad estadounidense.
No es que no haya habido una amenaza nuclear rusa antes del Sputnik. Antes de finales de los cincuenta, se suponía que las armas nucleares soviéticas podían llegar a sus objetivos en los compartimientos para bombas de los bombarderos a hélice TU-95 “Bear”, o los no mucho más rápidos jets TU-16 “Bisons”.
La intención de EEUU era enfrentar a los bombarderos de un modo muy parecido al usado por Gran Bretaña frente a la Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial, mediante la formación de una línea de escuadrones de cazas dirigidos por radar (los así llamados “DEW”, o sea [sigla en inglés de] línea de aviso previo distante) a través de América del Norte y Canadá. Sustituidos por misiles tierra-aire, se pensaba que esa defensa tenía por lo menos una probabilidad casi segura de derribar una buena parte de la flota atacante. Poca gente fue tan descortés como para darse cuenta de la diferencia en el daño que podría ser causado a ciudades de EEUU por el 20% de una fuerza de bombarderos con armas nucleares que pasaría a través de esas defensas en comparación con lo que hizo en Londres el 20% de la Luftwaffe con armas convencionales que pasó por sus defensas.
Pero la naturaleza de un misil con carga nuclear imposibilitaba virtualmente que se pudiera interceptar aunque fuera un 5% de su fuerza atacante. Con un tiempo de vuelo total de un misil balístico de unos 35 minutos de un lado del planeta al otro, el reingreso y acercamiento a su objetivo a una velocidad de unos 40.000 kilómetros por hora, simplemente no había suficiente tiempo para construir un sistema que pudiera identificar un lanzamiento y luego dirigir un misil defensivo hacia algo que aceleraba hacia la Tierra a la velocidad de los atacantes.
Los atacantes también podían dificultar aún más la tarea de los defensores protegiendo la ojiva entrante tras una pantalla de “señuelos” deflectores de radar o incluso otras ojivas, de modo que el radar que dirigía el misil interceptor hacia su objetivo no podría diferenciarlos de la verdadera amenaza.
Fue el momento en el que teóricos como mis profesores presentaron una idea revolucionaria, una redefinición del concepto de defensa para tener en cuenta la nueva era nuclear. Si EEUU no podía defenderse contra la amenaza soviética, es decir, si no había manera de detenerla, podía disuadirla. Si después de un primer ataque ruso sobrevivían muchos misiles y recursos nucleares de EEUU, como aquellos en submarinos ocultos, éstos podrían ser lanzados para devastar la URSS incluso después de que EEUU hubiera sido devastado –y los rusos nunca lanzarían ese primer ataque: no tendría sentido-. Era la paz al precio de la vulnerabilidad eterna, pero era paz.
No tiene sentido, dijeron los militares y sus voceros civiles. El concepto mismo de un problema de seguridad nacional que no pudiera ser afectado por un arreglo tecnológico era de por sí una herejía estadounidense. Los ingenieros volvieron a las mesas de dibujo y produjeron el primer, y probablemente último, así llamado sistema de misil antibalístico (ABM), el sistema Safeguard.
Compuesto de dos misiles ABM separados, el Spartan de mayor alcance y el Sprint de corto alcance, con radar y computadores de administración en batalla, Safeguard fue desarrollado no para proteger ciudades de EEUU, sino campos de misiles balísticos ofensivos de EEUU en las llanuras del norte. Esto, de por sí, constituía una aceptación de la tesis principal de la disuasión: que era más importante tener un segundo ataque que sobreviviera que poder derribar lo suficiente de una fuerza de misiles atacante como para que importara al país que sólo trataba de sobrevivir bajo la batería de misiles.
Pero el sistema era terriblemente costoso y cuando tanto la URSS como EEUU pasaron de misiles que transportaban sólo una ojiva a los que llevaban hasta 20, los llamados “vehículos de múltiple ingreso independientemente programados” (MIRV, por sus siglas en inglés), la justificación para sistemas ABM basados en tierra pareció evaporarse. El atacante siempre podía agregar otro MIRV, a un coste mucho más bajo que el lanzamiento de otro misil por Safeguard.
El presidente Richard Nixon y el líder ruso Leonid Brezhnev negociaron en 1972 la renuncia a sus sistemas ABM, limitándose primero a dos, luego a una, instalación nacional de ABM. La de EEUU, en Grand Forks Dakota del Norte, fue activada durante unos cuatro meses después de haber sido desactivada en una acción de reducción de costes en 1976. La instalación rusa, en las afueras de Moscú, con 100 misiles interceptores A-135, sigue existiendo actualmente.
Un profesor explicó una vez a mi clase cómo derrotar el sistema de 100 misiles ABM de Moscú. Basta simplemente con enviar 101 misiles. Incluso si el sistema se ocupaba de los primeros 100, estaría indefenso contra el número 101. Lejos de defender Moscú, el sistema ruso sólo prepara la ciudad para un golpe nuclear tan intenso que haría bailar hasta la arena.
¿Fue entonces en este momento, con los dos tratados de reducción de armas nucleares de Nixon en 1972 (el otro fue el tratado SALT que limitó los sistemas ofensivos) cuando el mundo, y particularmente los conservadores estadounidenses, terminaron por aceptar la lógica férrea y aterradora de la vulnerabilidad mutua, que llegó a ser llamada destrucción mutuamente asegurada, o MAD [por sus siglas en inglés]?
De ninguna manera. No asomaron la cabeza por un tiempo, pero pronto volvieron con una demencia propia, una fiebre cerebral que finalmente fue extinguida por Obama con su decisión de la semana pasada.
El 23 de marzo de 1983, Reagan se dirigió a la nación por televisión. Después de un texto trillado y bastante largo en el que llamó a los “liberales del Congreso” a dejar de oponerse a sus llamados para más gastos de defensa, Reagan insertó al final de su discurso, supuestamente sin la aprobación de sus asesores militares y civiles, el lenguaje que ha dominado la política exterior de EEUU, y gran parte de las relaciones internacionales en los 26 años desde entonces.
Quisiera compartir con ustedes una visión del futuro que ofrece esperanza. Es que nos aventuremos en un programa para contrarrestar la pavorosa amenaza de los misiles soviéticos con medidas que son defensivas. Volvámonos a las fuerzas mismas en la tecnología que llevaron a nuestra gran base industrial y que nos han dado la calidad de vida que tenemos actualmente.
¿Y si la gente libre pudiera vivir segura sabiendo que su seguridad no depende de la amenaza de represalias instantáneas de EEUU para disuadir un ataque soviético; que pudiésemos interceptar y destruir misiles balísticos estratégicos antes de que llegaran a nuestro propio suelo o al de nuestros aliados?
Sé que es una tarea técnica formidable, que podría no ser lograda antes del fin del siglo. Sin embargo, la actual tecnología ha llegado a un nivel de sofisticación con el que es razonable que comencemos este esfuerzo. Durará años, tal vez decenios, de esfuerzo en muchos frentes. Habrá fracasos y reveses así como éxitos e innovaciones. ¿Pero no vale toda la inversión necesaria para liberar al mundo de la amenaza de la guerra nuclear? ¡Sabemos que es así!
Si procedemos audazmente con estas nuevas tecnologías, podremos reducir significativamente cualquier incentivo que la Unión Soviética pueda tener para amenazar con ataques a EEUU o sus aliados… Llamo a la comunidad científica de nuestro país, los que nos dieron las armas nucleares, que vuelquen ahora sus grandes talentos hacia la causa de la humanidad y la paz mundial: que nos den los medios para hacer que esas armas nucleares sean impotentes y obsoletas.
Esta noche, consistente con nuestras obligaciones bajo el Tratado ABM y reconociendo la necesidad de una consulta más estrecha con nuestros aliados, estoy tomando un importante primer paso. Dirijo un esfuerzo exhaustivo e intensivo para definir un programa de investigación y desarrollo a largo plazo para comenzar a lograr nuestro objetivo final de eliminar la amenaza planteada por los misiles nucleares estratégicos. Esto podría allanar el camino para medidas de control de armas a fin de eliminar nuestras propias armas. No buscamos ni la superioridad militar ni la ventaja política. Nuestra única intención – que es compartida por toda la gente – es buscar maneras de reducir el peligro de guerra nuclear.
All día siguiente, visiones batallas espaciales entre estaciones armadas de láser llenaron las cabecitas de la prensa. Bienvenidos al mundo de la “Guerra de las galaxias”.
Los militares de uniforme lo odiaron, porque reducía drásticamente el financiamiento de programas que podrían apoyar y proteger a las tropas en los campos de batalla actuales, no en algún futuro presentado sólo en revistas Popular Mechanics de muchachos adolescentes. La comunidad científica sabía que la tecnología necesaria no existía entonces y que no iba a existir durante mucho tiempo, en el mejor de los casos. Pero para los ideólogos y operadores republicanos y derechistas, la Guerra de las Galaxias era un don del cielo; prometía implícitamente a los electores un retorno al inviolable Edén de esas barbacoas de los años cincuenta. Ya que también se habían abandonado las políticas de desegregación, todo lo que se necesitaba era que los muchachos se cortaran el pelo y las muchachas se pusieran vestidos y se volvía a et in Arcadia ego.
La Guerra de las Galaxias, llamada formalmente la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), fue lanzada en el año fiscal 1984 con una asignación de 4.000 millones de dólares que aumentó fuertemente después. En aquel entonces, las páginas de ciencia de los principales periódicos estaban repletas de filtraciones que describían el siguiente progreso tecnológico del programa; uno de ellos, una propuesta para crear estaciones de batalla basadas en el espacio de rayos x-láser para destruir misiles rusos fracasó totalmente por el hecho de que las explosiones nucleares basadas en el espacio para suministrar energía a la estación eran ilegales bajo tratados internacionales; además, las explosiones que debían suministrar energía a la estación, en muchas simulaciones, realmente destruyeron la propia estación.
El presidente George H W Bush no era un verdadero creyente en la defensa de misiles; igual le hubiera gustado que el presupuesto fuera dedicado a la defensa en el campo de batalla para los despliegues de tropas contra misiles de poco alcance. La Guerra de las Galaxias podría haber muerto ahí mismo, si no hubiera sido por la noche del 18 de enero de 1991, durante la primera Guerra del Golfo. Buffalo Springfield cantó una vez una canción que describía con bastante exactitud lo que pasó esa noche: “Algo está pasando aquí/no está exactamente claro lo que es.”
El 16 de enero, Sadam Husein comenzó a lanzar sus misiles soviéticos SS-1 “Scud” de la era de los años sesenta (que eran en sí copias rudimentarias de los V-2 alemanes de la Segunda Guerra Mundial) hacia objetivos en Arabia Saudí, donde los ejércitos aliados y de la coalición estaban reuniendo sus fuerzas terrestres antes de la invasión. Más adelante, los disparó hacia Israel, esperando romper la coalición contra Iraq al incorporar a Israel a la guerra forzando así a los Estados árabes a abandonarla.
Se temía que Sadam tenía unas existencias de armas químicas biológicas que podrían ser colocadas en los Scud, de modo que los nervios estaban ciertamente tensos por los lanzamientos. El 18 de enero sonaron las alarmas en la Base Aérea Real Saudí Rey Abdul Aziz en Dhahran, Arabia Saudí, cuando se recibieron informes sobre el lanzamiento de un Scud.
Inmediatamente se vio el lanzamiento desde las afueras de la base de un Mim-104 de la Fuerza Aérea de EEUU, un misil antiaéreo conocido como The Patriot, modificado para ser utilizado contra misiles balísticos. Pocos minutos después se vio una explosión en lo alto de la atmósfera, y no se vio la caída de un Scud. ¿Acababa de ocurrir lo que los críticos de la defensa de misiles, propugnadores de la MAD, siempre habían dicho que era imposible? ¿Por primera vez un misil había apuntado, rastreado y destruido un misil balístico? ¿Acababa de dar una bala en otra bala?
El éxito del Patriot esa tarde, así como en otras tardes durante la guerra, inspiró tremendamente a los restos ya deprimidos de los supervivientes de la Guerra de las Galaxias. Aunque un lanzamiento de un Scud el 25 de febrero causó 25 muertes de estadounidenses en Dhahran después que el computador a bordo del Patriot calculó mal su distancia hacia el objetivo, se acababa de hacer lo que decían que era imposible; con seguridad también podía hacerse para el país en su conjunto.
¿Pero qué había pasado exactamente con los Patriot y los Scud?
Tuvo que llegar un viejo crujiente y gruñón, Theodore A Postol, profesor del Massachusetts Institute of Technology nacido en Brooklyn, para descubrir la verdad. Al volver a revisar todos los datos y grabaciones de las interceptaciones, descubrió que el cálculo inicial del cociente de éxito del Patriot, 41 Scuds destruidos con 42 lanzamientos de Patriot, era una inmensa exageración; Postol dijo que el cociente de éxito real había sido de menos de un 10%.
Por ejemplo, ningún Scud había sido realmente destruido el 18 de enero; la advertencia de lanzamiento había sido una falsa alarma. Otras veces, lo que pareció ser un éxito de un Scud había sido en realidad un Scud que se quebraba en pleno vuelo, algo que no era totalmente inesperado considerando la antigüedad de los Scud.
A regañadientes, la fuerza aérea también redujo los cálculos del éxito de los Patriot, y los resultados de Postol suministraron al nuevo gobierno de Bill Clinton la cobertura necesaria para mantener en un mínimo el financiamiento de la Guerra de las Galaxias.
Pero para los republicanos que ahora estaban en la oposición, la oposición de Clinton a un sistema nacional de defensa de misiles fue como si a un niño le regalaran un sable de luz para Navidad. Podían utilizarlo, y lo hacían, todo el día para eviscerar y lacerar a la oposición.
De la plataforma presidencial republicana para 1996:
Enfrentamos dos situaciones escandalosas. Primero, los estadounidenses no se dan cuenta de que nuestro país no tiene defensa contra un ataque con misiles de largo alcance. Segundo, el actual ocupante del Despacho Oval se niega a hablarles de ese peligro. De modo que lo haremos nosotros…
La Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) de los dos últimos gobiernos republicanos fue desmantelada por Bill Clinton, quien –contrariamente a los intereses de la seguridad nacional de EEUU– se aferraba al obsoleto Tratado ABM de la Guerra Fría. Clinton redujo drásticamente el financiamiento presupuestado por anteriores presidentes para la defensa con misiles, e incluso violó la ley al ralentizar defensas críticas con misiles. Ha continuado negociaciones para expandir realmente el obsoleto Tratado ABM, atando aún más las manos de EEUU, y entrabando nuestra autodefensa… En un mundo pacífico, limitaciones semejantes serían imprudentes. En el mundo actual, son inmorales.
El peligro de un ataque con misiles con armas nucleares, químicas o biológicas es la amenaza más seria para nuestra seguridad nacional. La China comunista se ha burlado de nuestra vulnerabilidad al amenazar con un ataque a Los Angeles si mantenemos nuestro compromiso histórico con la República de China en Taiwán. Somos vulnerables al chantaje –nuclear u otro– de una cantidad de Estados terroristas que ahora tratan de adquirir los instrumentos de la perdición. Ante esos peligros, Bill Clinton ha ignorado sus responsabilidades. En el caso más ilustre, ordenó que un Cálculo Nacional de Inteligencia se concentre sólo en la amenaza con misiles contra EEUU continental, ignorando deliberadamente la amenaza a corto plazo planteada a Alaska y Hawai por misiles de largo alcance que están siendo desarrollado o adquiridos de otra manera por los comunistas que gobiernan Corea del Norte.
… El Partido Republicano está comprometido con la protección de todos los estadounidenses –incluidos nuestros dos millones de ciudadanos en Alaska y Hawái– contra ataques con misiles. Estamos decididos a desplegar defensas con misiles basadas en tierra y en el mar lo más pronto posible, y posteriormente un sistema nacional. No permitiremos que los errores de la diplomacia del pasado, basada en el concepto inmoral de la Destrucción Mutuamente Asegurada, pongan en peligro la seguridad de nuestra nación, nuestras Fuerzas Armadas en el extranjero y nuestros aliados.
En el año 2000, después del gobierno de Clinton de ocho años, la plataforma republicana apretó todavía con más fuerza el botón del pánico:
Los misiles balísticos y las armas de destrucción masiva amenazan el futuro del mundo. EEUU carece actualmente de defensa contra esas amenazas. El hecho de que este gobierno no proteja los secretos nucleares de EEUU permite que China modernice su fuerza de misiles balísticos, aumentando así la amenaza para nuestro país y nuestros aliados. El robo de secretos nucleares vitales por China representa una de las mayores derrotas de la seguridad en la historia de EEUU. El próximo presidente republicano protegerá nuestros secretos nucleares e implementará agresivamente una reorganización radical de nuestro programa de armas nucleares.
Más de dos docenas de países tienen actualmente misiles balísticos. Entre ellos hay una serie, incluyendo a Corea del Norte, que será capaz de atacar a EEUU en unos pocos años, y con poca advertencia. EEUU es incapaz actualmente de contrarrestar la proliferación incontrolada de armas nucleares, biológicas y químicas y sus sistemas de lanzamiento por misiles en todo el mundo.
La reacción del actual gobierno ha sido anacrónica y politizada. Atascado en el modo de pensar y los acuerdos de la Guerra Fría e inmune a ideas frescas, el gobierno no ha desarrollado una estrategia sensata que responda a la amenaza emergente de los misiles. No tenemos un plan adecuado de cómo defenderán a EEUU y sus aliados. Para que EEUU esté listo para el futuro se requiere urgentemente un liderazgo visionario, no el actual retraso y prevaricación. El nuevo presidente republicano desplegará una defensa nacional de misiles por motivos de seguridad nacional; pero también lo hará porque está involucrado un imperativo moral: el pueblo estadounidense merece ser protegido. Es la obligación constitucional del presidente.”
Luego, repentinamente, la Corte Suprema de EEUU se pronunció sobre quién debía ser el próximo presidente y en 2001 la pandilla pro Guerra de las Galaxias volvió al poder. Quedaba sólo un pequeño problema que impedía la reanudación y refinanciamiento inmediatos del programa a los niveles de la era Reagan, ¿quién tenía ahora los misiles contra los cuales el programa supuestamente defendería el programa?
Ciertamente no Rusia. La desintegración de la Unión Soviética en 1991 llevó a que los arsenales nucleares rusos fueran apenas un 10% de lo que habían sido, y ese 10%, en general, estaba en mal estado. En los primeros meses de 2001, neoconservadores como William Kristol trataron de urdir una supuesta amenaza de la China comunista; una disputa primaveral entre las armadas de EEUU y China por un avión de vigilancia naval de EEUU ayudó a concentrar esos pensamientos.
Después de todo, para que la gente se sintiera segura, tenía que haber una amenaza que pudiera ser derrotada por el valeroso caballero, George W Bush. Una tarde, la consejera nacional de seguridad Condoleezza Rice debía hacer un discurso a favor de la defensa con misiles por la amenaza china, pero nunca lo hizo. La tarde en la que debía pronunciar el discurso era la del 11 de septiembre de 2001.
De inmediato quedó claro que la nueva amenaza que había que esgrimir para promover la Guerra de las Galaxias en el Siglo XXI sería la de los denominados “Estados canallas,” canallas porque apoyaban a terroristas como los que atacaban a EEUU. De repente, bastó una “amenaza” compuesta de cuchillos corta-cartón esgrimidos por religiosos fanáticos para justificar miles de millones de dólares de gastos en nuevas defensas de alta tecnología. El pueblo estadounidense aceptó este argumento casi sin hacer preguntas: si es esto lo que “ellos” nos hacen con cuchillos que pueden comprar en una ferretería, imaginad lo que “ellos” harían con misiles balísticos.
Pero había sólo un problema. Irán y Corea del Norte, los dos principales Estados canallas después de liquidar a Iraq de Sadam Husein, no tenían misiles balísticos de largo alcance con armas nucleares.
Bush aumentó los gastos para la IDE a 8.000 millones de dólares para 2004, más que los gastos máximos de Bush de unos 5.000 millones de dólares al año. La plataforma del partido republicano para 2004 prometió despliegues reales del sistema para el futuro inmediato.
¿Pero contra quién?
La idea de “colocarlo todo en la amenaza china” se descartó rápidamente; no había que irritar al banquero que estaba financiando la gran orgía del consumo y la tarjeta de crédito de 2003-2007. A la caza de una imagen que pudieran presentar como tan descabelladamente irracional como para requerir un sistema multimillonario de defensa para poder detenerlo, no tardaron en encontrar a Corea del Norte, con su dictador estalinista, Kim Jong-il.
De los tres, la capacidad de Corea del Norte de producir misiles de corto alcance para el campo de batalla la convirtió en la candidata más probable para producir los misiles de más largo alcance que podrían amenazar a sus vecinos en el este de Asia, o incluso partes de EEUU. Como resultado, en 2001, el gobierno de Bush se retiró del tratado ABM de 1972, que los conservadores de EEUU se morían de ganas de violar durante decenios, para construir una nueva base de rastreo y de misiles en Fort Greeley, Alaska, aproximadamente a lo largo de la ruta transpolar de un misil entre Corea y la costa oeste de EEUU.
La exitosa prueba de un arma nuclear por Corea del Norte en octubre de 2006, junto con su serie ahora regular de ensayos de misiles bastante agresivos (pero fracasados en su mayor parte), parecía validar las alarmas y advertencias de los halcones belicistas.
¿Pero lo hacía realmente? Sólo porque alguien tenga un arma nuclear y un misil, no significa que tenga un misil con un arma nuclear. Hay que reducir el tamaño y el peso de la ojiva a lo que el misil puede transportar; también, hay que probar la ojiva para ver si puede resistir la tremenda dinámica y estrés térmico del lanzamiento, el viaje por el frígido vacío del espacio y el calor del reingreso, y detonar a pesar de todo.
Actualmente, el único misil norcoreano que podría alcanzar partes de EEUU, específicamente el rincón nororiental de las islas hawaianas, es su Taepodung 1, que en su ensayo no demostró el tipo de exactitud necesario para inspirar suficiente confianza como para lanzarlo hacia EEU. No se espera que un misil del que se piensa que sea capaz de alcanzar la costa oeste de EEUU, el Taepodung 2, sea operacional hasta finales de la próxima década.
El gobierno de Bush presionó fuertemente a la CIA para promover una supuesta amenaza de un misil de largo alcance iraní, pero después de la humillación de haber sido el perrito faldero del asesor presidencial Karl Rover con el amaño de la engañosa amenaza iraquí antes de la guerra de 2003, esta vez la CIA y otras agencias de inteligencia jugaron limpio minimizando consistentemente tanto la amenaza iraní de misiles (sobre todo Scud comprados a Corea del Norte) y posiblemente su naciente capacidad de armas nucleares. El problema es que no había modo de convertirlas en alguna amenaza real para el territorio estadounidense en algún momento del futuro.
Israel estaba bajo la amenaza potencial a medo plazo, pero había desarrollado el sistema ABM Arrow –no pedía ayuda a EEUU-. Trazando un círculo alrededor del alcance de 1.500 kilómetros del misil iraní más avanzado, los aficionados al misil antibalístico estadounidense señalaron que la mayor parte de Europa occidental, si no toda, estaba en peligro por esta supuesta amenaza iraní.
A pesar de que la mayor parte de Europa occidental tiene mucho mejores relaciones diplomáticas y comerciales con Irán que EEUU, es la red que se tejió para inventar la historia de una amenaza de misiles iraníes contra Europa occidental. Por lo tanto, nació la propuesta de ubicar la estación de radar de misiles antibalísticos en Brdyl, en la República Checa, y 10 misiles interceptores basados en tierra en la base de la Fuerza Aérea en Redzikovo en Polonia.
El hecho de que esta propuesta, al representar un nuevo fortalecimiento de los vínculos militares de la OTAN en el antiguo imperio europeo oriental y zona parachoques soviética, representara una provocación al líder soviético Vladimir Putin, significó una ventaja adicional para los neoconservadores estadounidenses.
A la larga, la iniciativa ABM europea oriental se convirtió en un importante irritante en las relaciones entre EEUU y Rusia, y por ese motivo Obama decidió que todo el asunto no valía la pena. Después de cancelar el proyecto, los medios noticiosos notan una nueva disposición de Rusia a trabajar con EEUU en temas de interés mutuo, especialmente en sanciones contra Irán.
Los conservadores siguen indignados; Glenn Beck, el flamante nuevo demagogo de Fox News, ha señalado que la cancelación por Obama del escudo de misiles europeo oriental ocurrió exactamente 70 años después de la invasión soviética de Polonia bajo el pacto de no-agresión nazi-soviético.
Obama tiene una idea para la defensa con misiles. Específicamente, tiene la idea de Ted Postol, según el cual, el problema con la mayoría de los sistemas ABM es que están diseñados para alcanzar muy tarde su objetivo, la ojiva entrante, tal vez sólo unos pocos minutos antes del impacto. En ese momento, el objetivo llega muy rápido (a unos 40.000 kilómetros por hora), es muy pequeño, y es básicamente indistinguible de cualquier señuelo que rodee o proteja la ojiva. El problema de los señuelos, en particular, requiere una capacidad de inteligencia artificial que está básicamente más allá de la ciencia actual.
¿Y si se pudiera alcanzar el misil atacante mucho antes, digamos en los primeros segundos de su vuelo? En ese momento el objetivo se movería más lentamente (máximo a unos 5.000 km/h), sería más grande (todo un misil de varias etapas en lugar de una pequeña ojiva) y emitiría, a través del fuego de sus motores al rojo, una señal infrarroja tan brillante que cualquier niño con un par de binoculares Crackerjack podría rastrearla.
En este tipo de sistema, la estación de lanzamiento de ABM tendría que estar cerca, a no más, digamos de 500 km del lanzamiento del misil. Por lo tanto, bajo el plan de Obama, barcos de guerra equipados de radares Aegis multifuncionales y misiles, en patrulla en el Mediterráneo, se aproximarían en tiempos de creciente tensión internacional al Mar Negro o al Mar Egeo para poder cubrir las instalaciones de lanzamiento iraníes.
Pero la oposición conservadora al plan basado en el mar de Obama/Postol sigue siendo intensa. ¿Tratan realmente de colocar a EEUU en una posición de dominación de primer ataque sobre Rusia y el resto del mundo, en la cual EEUU podría lanzar un primer ataque y sobrevivir y derrotar cualquier represalia? ¿O se trata sólo de niños con juguetes o, en este caso, ‘halcones-gallina’ con un juego global realmente vivo de Invasores del Espacio?
¿O es otra cosa?
En los tiempos en los que trabajé como factótum de la seguridad nacional, recuerdo que la parte más importante del año eran las audiencias presupuestarias ante los comités relevantes del Congreso, cuando el Pentágono y los servicios individuales se dividían el rico tesoro que les era presentado por el gobierno de Reagan.
Mi recuerdo más vívido de esos días es lo que los cínicos solíamos llamar “el modelo.” Básicamente, era un despliegue de madera de cerca de medio metro de largo, en el cual se exhibían modelos a escala de las fuerzas de misiles estratégicos de EEUU y la URSS.
Los misiles estadounidenses, básicamente el Minuteman III, el MX, el Trident C-4 y los D-5, eran un placer para la vista –porque eran tan poco impresionantes-. Virtualmente delgados como un lápiz, de un blanco grisáceo y pequeños en comparación con los misiles soviéticos, se veían como secuelas de extraños experimentos criminales realizados por sádicos circuncidadores misandristas.
Pero eso no era nada en comparación con la forma en que “el modelo” presentaba los misiles rusos, básicamente SS-16, 17, 18 y 19. Eran grandes, redondos, gruesos, pesados, realmente masivos en tamaño y circunferencia, siempre negros, con poderosos motores de impulsión en la base, y un poder de penetración tremendamente profundo; siempre era seguro que sus ojivas emitirían un grueso gel caliente cuando llegaba el clímax del vuelo del misil.
El mensaje subyacente en esos días anteriores al Viagra puede haber sido subliminal (apenas), pero era muy, muy claro. A todo nivel y concepción, la amenaza estratégica rusa constituía un peligro para todo lo que te fuera querido.
Y desde que comenzó el desarrollo de misiles balísticos basados en el mar en submarinos sumergidos, con garantía de supervivencia y capaces de tomar represalias por cualquier primer ataque, es lo que ha estado sucediendo con la carrera armamentista nuclear entre EEUU y la URSS/Rusia. Todo tiene que ver con “el mío es más grande que el tuyo,” de EEUU hacia los rusos o viceversa, o de los republicanos a los demócratas, o de los militaristas a los pacifistas.
Nada de esto es real, salvo el dinero, que es muy real e inmenso. El argumento constante es que las armas nucleares y los sistemas ABM sólo protegen a los racionales contra los dementes. Pero lo que realmente podría ser un progreso en la seguridad de las sociedades humanas sería una tecnología que proteja a aquellos que pensamos con nuestras cabezas contra aquellos que usan sus capacidades, menos avanzadas.
Julian Delasantellis es consultor de administración, inversionista privado y educador en negocios internacionales en el Estado de Washington, EEUU Para contactos, escriba a: juliandelasantellis@yahoo.com
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