EE.UU. ha frustrado y no ha apoyado la democracia - El resultado no importa en las elecciones afganas
Murray Dobbin
The Tyee/Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
01/09/09
"La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa.”
Karl Marx
La elección presidencial afgana resultará ser simplemente irrelevante. EE.UU., cuya arrogancia imperial lo vuelve ignorante de otras culturas y sociedades, invadió Afganistán con el propósito declarado de eliminar a al-Qaeda (¿los recordáis, los pocos cientos de seguidores armados de Osama bin…? ¿cómo se llamaba?). Al hacerlo, repitieron la misma arrogancia ciega de sus predecesores imperiales, los británicos y los soviéticos.
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Entrar fue fácil. Salir bajo sus propios términos – con un gobierno pro-occidental creíble establecido – es casi imposible.
Irónicamente (y los imperialistas tienden a carecer de un sentido de la ironía), EE.UU. convirtió su derrota en Afganistán en una certeza virtual por haber interferido antes en la creación de los muyahidín como una fuerza de combate antisoviética por encargo. Al hacerlo, EE.UU. elevó a una prioridad política y cultural el tipo de fundamentalismo islámico opresor y violento que hasta entonces no había sido nunca una característica dominante de la vida en Afganistán.
En su celo por librar la región de la influencia soviética, EE.UU. convirtió Afganistán en un país que rebalsaba de armas y cuando son éstas y las balas las que gobiernan las votaciones se convierten en un chiste. EE.UU. ha despertado lentamente ante el grotesco pantano en el que se ha metido, y se suponía que la elección presidencial iba a ser clave para una estrategia de salida que necesita desesperadamente. Pero esto es pura fantasía. No existe una estrategia de salida, a menos que se piense en el último helicóptero de EE.UU., con afganos desesperados clamando por subir a bordo, que despega desde el techo de la embajada de EE.UU. Esa fue la “estrategia” final de salida de EE.UU. en Vietnam. Y podría ser la única disponible en este caso.
Si esa imagen le causa problemas, considere el hecho de que la humillante retirada de Vietnam comenzó con una dramática disminución en el apoyo público para la guerra – exactamente lo que sucede en EE.UU. Dos recientes sondeos revelan que la mayoría de los estadounidenses piensan que la guerra no vale la pena. Casi el doble quiere una disminución de las tropas frente a los que apoyan el compromiso de Obama con un aumento. Por un margen de dos a uno, los estadounidenses no creen que la elección resultará en un “gobierno efectivo.” Casi la misma cantidad de personas cree que EE.UU. está perdiendo la guerra que las que creen que la está ganando, a pesar de la complicidad de los medios en la manipulación de relaciones públicas de la Casa Blanca.
Cuesta encontrar dictadores buenos
La falta de una estrategia viable de salida para EE.UU. está vinculada directamente a la verdadera razón de esta invasión y la constante ocupación: la necesidad de tener un régimen pro-estadounidense en Kabul para respaldar su objetivo de controlar los suministros de petróleo y gas en Oriente Próximo. La salida sin un régimen semejante es considerada inaceptable. Se supuso que Hamid Karzai jugaría ese papel y según Jack Warnock, autor de “Creating a Failed State: The U.S. and Canada in Afghanistan” [Creando un Estado fracasado: EE.UU. y Canadá en Afganistán”, Karzai fue impuesto a la conferencia de Bonn realizada en noviembre de 2001. Incluso los delegados escogidos cuidadosamente por EE.UU. se negaron a dar un solo voto para Karzai como presidente de la Administración Interina. La gran mayoría votó por Abdul Satar Sirat, “quien representaba a los afganos que querían una monarquía constitucional como la tenían bajo la Constitución de 1964,” ha escrito Warnock. Las amenazas de EE.UU. de retirar todo financiamiento para el futuro gobierno llevaron a la conferencia a cambiar a regañadientes y a aceptar la elección de Karzai. Fue el fin de cualquier compromiso genuino de EE.UU. con la democracia.
En lugar de una monarquía constitucional, con un gobierno parlamentario, Afganistán obtuvo una República con casi todo el poder en manos del presidente. Para asegurar que no hubiera un control virtual sobre los poderes del presidente, la constitución prohíbe la participación de partidos políticos en las elecciones generales: sólo individuos pueden competir por escaños y no se permite que muestren sus afiliaciones en las boletas. Además, se prohíbe efectivamente que se presenten candidatos de partidos seculares ya que la nueva constitución (nunca vista por el público afgano antes de ser aprobada por la Administración Interina) hace que sea ilegal toda política que contradiga la “sagrada religión del Islam.”
“Seria y en deterioro”
Al manipular el proceso constitucional y las reglas de elecciones democráticas, EE.UU. y sus aliados de la OTAN apuntaban a asegurar que ningún gobierno nacionalista, secular, llegara un día al poder. ¿Por qué? Porque sería prácticamente seguro que un tal gobierno se opondría a los designios imperiales para Afganistán. Pero el precio que pagó EE.UU. fue la certeza virtual de que todo gobierno que tuviera el poder bajo las reglas de EE.UU. dependería de los señores de la guerra y de la droga que llenan el vacío dejado por la sociedad civil inexistente. También sería, claro está, un gobierno caracterizado por la corrupción incontrolada y la incompetencia total, incapaz de suministrar servicios a la gente e igualmente incapaz de inspirar a los soldados y a la policía en el combate contra los talibanes.
EE.UU., como en Vietnam, tiene dos objetivos mutuamente excluyentes y contradictorios en Afganistán y el conflicto entre ellos seguirá desangrando a EE.UU. financiera y psicológicamente, matará a miles inocentes afganos más y a soldados estadounidenses (y canadienses), y creará precisamente los terroristas que su guerra supuestamente debía eliminar. A fin de mantener un nivel de apoyo público suficiente para justificar su redefinición altamente personal de esta “guerra buena”, Obama tiene que ser capaz de mostrar verdaderos progresos en los frentes de la democracia y del progreso social. Sólo un gobierno genuinamente nacionalista y secular puede hacerlo. Pero los predecesores de Obama han imposibilitado literalmente esta tarea.
La salida democrática ha sido sellada y enterrada en hormigón. Y precisamente este fin de semana pasado el jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., Michael Mullen, dio una serie de entrevistas en la televisión revelando que la situación “es seria y se deteriora.”
Trataba de ablandar al público estadounidense para una solicitud de un aumento mucho mayor de la cantidad de soldados que el que ya ha sido acordado – precisamente mientras los estadounidenses dicen, dos a uno, que piensan que el gobierno debería reducir esas cantidades.
El general Mullen no dijo cuántos soldados necesitaría ‘para la tarea.’ Pero tal vez quisiera volver un año atrás cuando su colega, el general Dan McNeill, ex comandante de las fuerzas de EE.UU. y de la OTAN en Afganistán, declaró que 400.000 soldados serían necesarios para pacificar todo el país.
El ejército de EE.UU. no podría procurar esa cantidad aunque le pidieran que lo haga. La salida de la victoria militar no existe.
Esperen hasta que despegue ese helicóptero…
Murray Dobbin es analista económico, escritor y columnista canadiense, colaborador frecuente de Global Research
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