Una injerencia demasiado visible - El caso Freeman: el Lobby israelí se tambalea

John J. Mearsheimer
Red Voltaire
27/03/09

Mientras que la coalición que condujo a Barack Obama a la Casa Blanca se debate en sus luchas internas, el lobby israeli (AIPAC) logró sacar al embajador Freeman de la presidencia del Consejo Nacional de Inteligencia. La cuestión es que hace años que Chas Freeman lidera, en el seno del Departamento de estado y de la CIA, una corriente que promueve un reajuste de la política de Washington en el Medio Oriente a favor de los intereses nacionales de Estados Unidos.

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Freeman organizó la publicidad del libro de crítica de los profesores John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt, contribuyó a la firma de los contratos petroleros entre China e Irán, organizó la invitación del presidente Ahmadinejad a la universidad de Columbia y, más recientemente, apoyó al enviado especial de la ONU en los territorios palestinos, Richard Falk. Para sacarlo del camino, el lobby israelí lo acusó de estar al servicio de los intereses sauditas y chinos, lo cual Freeman no podía desmentir sin revelar su papel exacto en los servicios de inteligencia estadounidenses. Pero ante la acción, demasiado visible, del lobby israelí contra un miembro eminente de la comunidad de inteligencia estadounidense, ésta última se ha movilizado contra ese grupo de influencia.

El señor Freeman presentaba una formidable carrera de 30 años al servicio de la diplomacia y del Departamento de Defensa, pero criticó públicamente la política israelí y la especial relación que Estados Unidos mantiene con ese país al decir, por ejemplo, en un discurso que pronunció en 2005, que «mientras Estados Unidos siga proporcionando incondicionalmente [a Israel. NdT.] el financiamiento y la protección política que hacen posible la ocupación israelí y la política violenta y autodestructiva [para Israel. NdT.] que esa ocupación genera, habrá muy pocas razones, o más bien estrictamente ninguna razón, para esperar la resurrección de nada parecido al difunto proceso de paz».

Ese lenguaje raramente se escucha en Washington, y quien lo utilice pueda estar casi seguro de no llegar a ocupar ninguna responsabilidad gubernamental de alto nivel. Pero el almirante Dennos Blair, el nuevo director de la Inteligencia Nacional, siente gran admiración por Freeman, que le parecía ser exactamente el tipo de persona capaz de revitalizar los círculos de inteligencia, extremadamente politizados durante la era Bush.

Extremadamente inquieto, como era de esperar, el lobby israelí desencadenó una campaña de difamación contra Freeman, con la esperanza de que renunciara por sí mismo o de que Obama lo despidiera. El lobby disparó su primera andanada con la publicación, en un blog, de un texto de Steven Rosen, un ex responsable del AIPAC (American Israel Public Affairs Comité), actualmente bajo investigación por haber entregado secretos a Israel.

La opinión de Freeman sobre el Medio Oriente, escribía Rosen, «es la que usted pudiera esperar del ministro saudita de Relaciones Exteriores, con quien está, por además, muy vinculado». Rápidamente se incorporaron a la jauría varios periodistas pro israelíes de renombre, como Jonathan Chait y Martin Peretz, del bimensual The New Republic, y Jeffrey Goldberg de la publicación mensual The Atlantic, y Freeman se vio bajo el bombardeo de las publicaciones que permanentemente defienden a Israel, como The National Review, The Wall Street Journal y el Weekly Standard.

La verdadera llamarada vino, sin embargo, del Congreso, donde el AIPAC (que se presenta a sí mismo como el «lobby pro israelí de América» dispone de un poder aplastante. Todos los miembros republicanos de la Comisión senatorial de Inteligencia atacaron sin piedad a Freeman, al igual que senadores demócratas como Joseph Lieberman y Charles Schumer. «No sé cuántas veces exhorté a la Casa Blanca a que lo sacaran», dijo Schumer, «y me siento feliz de que finalmente acabaran haciendo lo único que había que hacer».

Lo mismo sucedió en la Cámara de Representantes, donde la carga estuvo dirigida por el republicano Mark Kira y el demócrata Steve Israel, quien empujó a Blair a emprender una investigación implacable sobre las finanzas de Freeman. Finalmente, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, declaró que la nominación de Freeman era arbitraria. Freeman habría sobrevivido a la jauría si la Casa Blanca le hubiera dado su apoyo.
Pero la adulación de Barack Obama hacia el lobby israelí durante la campaña electoral y su revelador silencio durante la guerra contra Gaza demuestran que el lobby no es el tipo de adversario al que él esté dispuesto a enfrentarse. Por consiguiente, de forma nada sorprendente, se quedó callado, y Freeman no tuvo más remedio que renunciar.

Desde entonces, el lobby ha hecho ingentes esfuerzos por negar su propia actuación en la renuncia de Freeman. El vocero del AIPAC, Josh Block, ha dicho que su organización «no había adoptado posición alguna sobre esa cuestión y que no había realizado ninguna acción de cabildeo en el Capitolio». El Washington Post, cuya página editorial está bajo la dirección de Fred Hiatt, un hombre totalmente dedicado a la labor de hacer eterna la «relación especial» [entre Estados Unidos e Israel. NdT.], publicó un editorial afirmando que acusar al lobby por la renuncia de Freeman sólo era digno de los propios sueños «del señor Freeman y de los partidarios de la teoría de la conspiración de su misma ralea».

En realidad, hay sobradas pruebas de la profunda implicación del AIPAC y de otros fanáticos partidarios de Israel en la campaña contra Freeman. Block reconoció haber hablado de Freeman a periodistas y blogueros y haberles proporcionado información, siempre después de haberse puesto de acuerdo con ellos para que no le atribuyeran sus comentarios personalmente ni a él ni al AIPAC.

Jonathan Chait, quien, antes de la depuración de Freeman, negó que la controversia partiera de Israel escribió después: «Claro, reconozco que el lobby israelí es poderoso y que fue un factor clave en la campaña contra Freeman, y que ese lobby no siempre constituye una influencia beneficiosa». Daniel Pipes, quien dirige el Middle East Forum, donde actualmente trabaja Steven Rosen, rápidamente envió por correo electrónico una circular en la que elogiaba la actuación de Rosen en la eliminación de Freeman.

El 12 de marzo, o sea el mismo día que el Washington Post publicó su editorial burlándose de todo el que sugería que el lobby israelí había contribuido grandemente a la eliminación de Freeman, ese mismo diario publicaba en primera plana un artículo que describía el papel central que el lobby desempeñó en el asunto. Hubo también un comentario de un experimentado periodista, David Broker, que empezaba de la siguiente manera: «La administración Obama acaba de sufrir una incómoda derrota ante los mismos cabilderos que el presidente juró poner en su lugar.»

Los detractores de Freeman sostienen que la opinión de éste sobre Israel era en realidad la de otras personas. Se afirma que mantenía relaciones especialmente estrechas, e incluso probablemente inapropiadas [para un diplomático. NdT.], con Arabia Saudita, donde fue en el pasado embajador de Estados Unidos. Pero esa acusación no tuvo repercusión, ya que no existe prueba alguna en ese sentido. Los partidarios de Israel también dijeron que había hecho comentarios desprovistos de la menor compasión sobre el destino de los manifestantes chinos de la plaza Tiananmen de Pekin [en 1989, NdT.], pero esa acusación, desmentida por los defensores de Freeman, apareció únicamente porque los detractores pro israelíes de Freeman buscaban cualquier cosa que permitiera manchar su reputación.

¿Por qué se preocupa tanto el lobby por la nominación para un puesto que, aunque importante, no es de suprema envergadura? He aquí una razón, entre tantas: Freeman hubiera pasado a ser el responsable de la publicación de las evaluaciones de los servicios de inteligencia nacionales. Israel y sus partidarios estadounidenses estaban rabiosos porque el Consejo Nacional de Inteligencia llegó, en noviembre de 2007, a la conclusión que Irán no estaba fabricando la bomba atómica, y se esforzaron ardorosamente por sabotear aquel informe, cosa que siguen haciendo hoy en día.

El lobby quiere garantizar que la próxima evaluación de las capacidades nucleares de Irán [por parte de Estados Unidos. NdT.] llegue a la conclusión diametralmente opuesta, cosa que tenían menos posibilidades de lograr con Freeman al mando. Es mejor poder contar con alguien debidamente avalado por el AIPAC, para poder controlar las cosas.

Otra razón todavía más importante para el lobby de querer sacar a Freeman de su puesto es la fragilidad de la argumentación que debiera justificar la actual política de Estados Unidos hacia Israel, [fragilidad] que hace imperativo el silenciar o marginar a todo el que se atreva a criticar la relación especial. Si Freeman no hubiese sido castigado, los demás hubieran visto que se podía criticar abiertamente a Israel y hacer una brillante carrera en Washington. Y también que la relación especial se vería seriamente comprometida a partir del momento en que alguien lograra la apertura de un diálogo abierto y libre sobre Israel.

Uno de los aspectos más notables del caso Freeman fue el hecho que los medios que expresan el consenso le prestaran muy poca atención. Así, por ejemplo, el New York Times no publicó ni el menor artículo sobre Freeman hasta el día siguiente de su renuncia, a pesar de que una feroz batalla alrededor de su nominación se había desatado en los blogs desde el momento mismo de dicha nominación.
Sin embargo, en los blogs sucedió algo que nunca hubiera sucedido en los medios del consenso: el lobby enfrentó una verdadera oposición. De hecho, todo un abanico de blogueros, enérgicos, bien informados y altamente respetados, defendió a Freeman, en todas las peripecias, y probablemente hubiesen ganado si el Congreso no hubiera utilizado contra a ellos toda su influencia. En pocas palabras, Internet permitió un debate serio en Estados Unidos, sobre una cuestión que tenía que ver con Israel. Fue la primera vez.
Al lobby no le costó mucho trabajo que el New York Times y el Washington Post se plegaran a la línea del partido, pero no dispone de muchos medios de acallar las críticas que se expresan en Internet.

En el pasado, cada vez que las fuerzas pro israelíes entraron en conflicto con una personalidad política de importancia, esa personalidad, por lo general, retrocedió. Jimmy Carter, arrastrado por el fango después de la publicación de su libro Palestina: la Paz, no el apartheid, fue el primer estadounidense importante en resistir y replicar. El lobby no pudo hacerlo callar, y no fue porque no tratara de hacerlo.

Freeman sigue las huellas de Carter, pero actúa con más tesón. Después de renunciar, publicó un ácida denuncia [1] contra la «gente sin escrúpulos enteramente dedicada a defender los puntos de vista de una facción política de un país extranjero» que tiene como objetivo «impedir por todos los medios la difusión de opiniones un poco diferentes». «Existe», prosiguió, «una especial ironía en el hecho de verse acusado de [tener una] apreciación inapropiada sobre posiciones de gobiernos y de empresas extranjeras por parte de un clan tan evidentemente dedicado a imponer la adhesión a la política de un gobierno extranjero» [en este caso, el gobierno israelí. NdT.].

La notable declaracion de Freeman llegó al mundo entero, la leyeron innumerables personas. Eso no es bueno para el lobby, que hubiera preferido liquidar la nominación de Freeman sin dejar huellas digitales. Pero Freeman va a seguir expresándose sobre Israel y sobre el lobby pro israelí, y es posible que algunos de sus aliados naturales dentro del Beltway acaben uniéndose a él.

De manera lenta, pero segura, comienza a abrirse, en Estados Unidos, un espacio donde se podrá hablar con seriedad sobre Israel.

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(*)Profesor de ciencias políticas en la universidad de Chicago. Último libro publicado: The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy (versión francesa: Le lobby pro-israélien et la politique étrangère américaine).

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