Los restos de una bancarrota incontrolada - El abandono de Lehman

Dean Baker
The Guardian
Traducción para Sin Permiso por Anna Garriga
25/03/09

“El dinero que gastamos en poner parches al sistema financiero sería suficiente para hacer funcionar con solvencia a la Seguridad Social 75 años.”

Pocos economistas defenderían la decisión de dejar caer a Lehman Brothers el pasado septiembre. Su colapso provocó una oleada mundial de pánico que hundió a los mercados de acciones y fue la causa de la congelación del crédito. En los meses siguientes el declive continuó sin parar, con la pérdida de casi 3 millones de empleos en los Estados Unidos de octubre a febrero.

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Esta serie de sucesos ha llevado a casi todo el mundo a la conclusión de que el trío que dejó caer a Lehman, el Secretario del Tesoro Henry Paulson, el Presidente del Consejo de Administración de la Reserva Federal Ben Bernanke y el entonces Director de la FED en Nueva York, Timothy Geithner, se equivocó completamente en su decisión. Parece un juicio razonable.

Sin embargo, la sabiduría convencional incluye un corolario que es mucho menos obvio: puesto que la bancarrota de Lehman ha sido un desastre, los contribuyentes americanos deben hacer frente a la totalidad de las deudas de todos los bancos. Este corolario podría suponer para los contribuyentes americanos, billones de dólares en deudas que los chicos de Wall Street contrajeron aparentemente para nuestro beneficio. Antes de soltar la pasta quizás nos gustaría considerar si Paulson, Bernanke y Geithner fueron o no tan estúpidos como la sabiduría convencional parece implicar.

Los problemas originados por Lehman no derivan solamente del hecho de que el gobierno no se hiciera cargo de sus deudas. Se trata de una bancarrota incontrolada de un importante banco de inversión en un mundo en que la línea oficial insistía en que todo estaba bajo control. Incluso el Washington Post publicó una columna el día anterior al colapso de Lehman ridiculizando a quienes hacían comentarios negativos sobre el estado de la economía.

En este contexto, una bancarrota incontrolada de un gran banco de inversión fue como un martillazo en la cabeza: una especie de golpe salvaje e inesperado. La consecuencia más inmediata fue que Reserve Primary uno de los mayores fondos mutuos mundiales del mercado monetario, de repente no pudo pagar completamente a sus accionistas, porque tenía decenas de miles de millones invertidos en Lehman. Después de la bancarrota de Lehman, Reserve Primary no sabía en qué medida podría, si es que podía, recobrar su inversión. En el mundo post-Lehman de repente los bancos ya no confiaban los unos en los otros y la tasa de interés interbancario subió por las nubes.

Pero ya llevamos seis meses de ajuste. La FED y el Tesoro garantizan los depósitos en los fondos mutuos del mercado monetario. La FDIC dobló el tamaño de las cuentas bancarias que garantiza y las cuentas de cualquier tamaño que no reportan intereses están garantizadas. Además, la FED está prestando cientos de miles de millones de dólares directamente a corporaciones no financieras, estableciendo un canal de fondos que va más allá del sistema bancario.

Estas y otras medidas han devuelto en cierta medida la estabilidad al sistema financiero. Ahora que tenemos estas medidas establecidas ¿sigue siendo cierto que no podemos someter a Citigroup, Bank of America o Goldman Sachs a una bancarrota controlada (o “nacionalización”) sin que llegue el fin del mundo?

Con una bancarrota controlada, todos los depósitos asegurados quedarían totalmente cubiertos. Sin embargo, el gobierno solamente pagaría una parte de su inversión a los tenedores de bonos, según lo importante que fueran las pérdidas bancarias. Al no compensar totalmente sus pérdidas a los tenedores de bonos, el gobierno podría ahorrar a los contribuyentes cientos de miles de millones, quizás incluso billones, de dólares.

Además, una bancarrota controlada también ayudaría a encarar el problema del riesgo moral creado por los rescates hasta ahora. Los inversores no prestaron demasiada atención a la salud de los bancos y de otras grandes instituciones financieras como AIG, porque asumieron que el gobierno los rescataría si las cosas se pusieran mal. Si el gobierno hace comer parte de sus pérdidas a estos inversores quizás en el futuro presten más atención a sus estrategias de inversión. También podría llevar a los inversores a hacer algunos de los “sacrificios” de los que los conservadores en materia fiscal, entre los que se incluyen algunos grandes inversores, son tan partidarios.

El silencio de los conservadores respecto a las enormes cantidades de dinero que está yendo a los bancos es difícil de entender. Al fin y al cabo ¿cómo puede molestar tanto la perspectiva de gastar 200 millones de dólares en la restauración de una avenida (1) y ser completamente indiferente a los 160.000 millones, casi cien veces más, que van a AIG?

La cantidad de dinero que se destina a rescatar a la industria financiera convierte en significante el asunto de los desechos de cerdo que tanto excita a John McCain y otros halcones del presupuesto, sin embargo se mantienen extrañamente calmados respecto al dinero de los rescates. De hecho, el dinero que gastamos en poner parches al sistema financiero sería suficiente para hacer funcionar con solvencia a la Seguridad Social durante los 75 años de su horizonte de planificación, pero apenas oímos un susurro por parte de la fundación Peter G. Peterson y su alegre banda de cruzados anti-Seguridad Social.

La única respuesta que alguna vez hemos tenido es que no había elección. Pero hace solo seis meses, Henry Paulson, Ben Bernanke, and Timothy Geithner pensaron que podíamos hacer una elección mucho más extrema. Se equivocaron, pero no son estúpidos. Hay que reconsiderar la bancarrota de Lehmans y ver si esta vez podemos hacer bien las cosas.

NOTAS: (1) El National Mall que quedó destruido a raíz de la celebración inaugural. (2) Asunto relativo a la multa inflingida a la firma Cargill Pork Inc. por descargar ilegalmente en un río desechos de cerdo que mataron a miles de peces.

Dean Baker es co-director del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy. También escribe un blog , "Beat the Press," en The American Prospect, donde debate la cobertura de temas económicos por parte de los medios de información.

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