¡Somos reporteros!: el grito que hoy salva vida de informadores

El Diario
Sandra Rodriguez Nieto
21/12/2008

Son más de las 11 de la noche en Ciudad Juárez. Cuatro periodistas llegan a la zona de El Chamizal y estacionan el vehículo en el carril central de la avenida de las Américas, que conduce a la Aduana. Desde ahí observan a varios policías uniformados escondidos entre los árboles del parque, empuñando armas largas, en posición de guardia y portando pasamontañas.

Los agentes, municipales y federales, resguardan en ese momento el perímetro de la escena de un doble crimen. Desde la calle, el grupo de periodistas –dos reporteros y dos fotógrafos— avanzan formando ligeramente una fila, uno detrás de otro, con el único que trae chaleco antibalas por delante. Desde atrás de los árboles, los policías les apuntan y los iluminan con la luz roja de la mira nocturna de sus armas. A gritos les piden que se identifiquen.

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— ¡Somos reporteros!— les responde uno.
— ¡Levanten las credenciales!— les ordenan. Los reporteros lo hacen.
— ¡Avancen con ellas en alto!


Es domingo 14 de diciembre de 2008. Los elementos de la Policía Municipal están siendo objeto de un ataque simultáneo en cuatro puntos de la ciudad, entre ellos El Chamizal. El fotógrafo que encabeza la fila de reporteros y quien en ese momento debe tomar las imágenes de los policías asesinados en ese punto estuvo ya en el Hospital General y en la Estación Aldama, también agredidos. Los demás periodistas, entre ellos uno extranjero, lo acompañan al Chamizal para que no esté solo.

La gravedad de esta condición de trabajo, cotidiana en varios aspectos para los reporteros de Ciudad Juárez que cubren la información policiaca, presenta varios grados de profundidad. De acuerdo con expertos consultados, se trata, primero, de una situación de tan alto riesgo que, junto con las amenazas y los homicidios, muestran la punta del iceberg que ubica a México como uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo.

Pero se trata también, agregan, de un problema mucho más de fondo. La falta de garantías y de protección a quienes se encargan de informar y, sobre todo, de investigar sobre temas vitales para el país, como es la guerra del crimen organizado, advierten especialistas, afecta directamente la salud de la democracia.

“Esto es el problema central, la autocensura en muchos periodistas y medios, que no están saliendo a investigar y muchas veces ni a informar, porque no tienen garantías”, dijo en entrevista Carlos Lauría, coordinador para América del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, sus siglas en inglés).

“Y es lógico que haya temor, y esto es muy serio, porque hay temas que son muy importantes , que afectan la vida diaria de muchos mexicanos y que no están recibiendo la cobertura apropiada; y el hecho de que no se puedan debatir temas que son de interés público afecta directamente el corazón de la democracia mexicana, y eso es muy grave”, agregó el activista.
La responsabilidad de velar porque los derechos de los periodistas a informar y de la sociedad a estar informada, dijo Lauría, no es ni de los periodistas ni de los propietarios medios.

“Es el gobierno federal el que tiene una responsabilidad de proteger ese derecho constitucional, consagrado por los artículos 6 y 7 de la Constitución, y es algo que el gobierno federal está obligado a hacer respetar y a hacer cumplir, y no está ocurriendo”, dijo el integrante de la organización con sede en Nueva York.

‘¿A quién debemos tener miedo?’— En Ciudad Juárez, si bien han aprendido a acostumbrarse a los riesgos, varios periodistas trabajan tensos. Los que cubren de noche las escenas de las decenas de homicidios son los que dicen sentirse más vulnerables.

Desde principios de año, con el aumento de las ejecuciones del crimen organizado, este grupo de reporteros “policiacos” empezó a ver restringido su trabajo con amenazas de diverso tipo, desde las emitidas en contra de todos a través de la frecuencia de radio para que no se acerquen a las escenas del crimen demasiado rápido, hasta las más graves, como las llamadas a los teléfonos celulares de algunos con advertencias de muerte.

El reportero Armando Rodríguez, de 40 años, conocido como “Choco” y considerado por sus colegas como el periodista policiaco más experimentado en la ciudad más violenta de México, era de éstos últimos. Su homicidio a balazos, el pasado 13 de noviembre, materializó la realidad de todos los riesgos.

La pérdida pesa en el ánimo de todos los reporteros. Los chalecos antibalas fueron una medida adoptada por varios a raíz de ese homicidio; Pero lo más grave, dicen periodistas policiacos entrevistados, es que más de un mes después del crimen siguen en la incertidumbre de no saber quién lo hizo.

“Después de lo que pasó (el crimen de Choco) uno se pregunta ¿quién fue? ¿a quién debemos tener miedo?”, dice en entrevista uno de los reporteros policíacos,. “Porque sí que hay temor, y se anda uno con mucha precaución, pero ese es el temor más grande que tiene uno: ¿por dónde puede llegarle a uno algo?”, agregó el entrevistado.

De manera oficial, el gobierno federal le confirmó a CPJ –que el jueves 18 de diciembre presentó su reporte anual de riesgos para periodistas- que en el caso de Armando Rodríguez se carece de pistas y de datos concretos para dar con el móvil del homicidio o con los responsables.
De acuerdo con el CPJ, esta impunidad es un factor que, de manera natural, tiende a agudizar el temor del gremio y, lo que es peor para la sociedad, a silenciarlos.

“Es el factor miedo, que los periodistas, los editores, los dueños, al ver que los crímenes contra los reporteros que cubren esta fuente en este momento tan especial no se resuelven, y que además no tienen garantías mínimas para cumplir su trabajo sin ser temor a ser agredidos, genera miedo temor y autocensura”, dijo Lauría.

En esto coincide Ricardo González, encargado en México del programa de protección de periodistas de la organización internacional Artículo 19, que visitó la ciudad están por presentar un informe sobre riesgos para el oficio en Ciudad Juárez.

“Hay un punto muy importante, que es la impunidad. El hecho que un caso como el de Armando Rodríguez permanezca impune inhibe el ejercicio de la libertad de prensa, y de ahí la importancia de que las autoridades esclarezcan el caso, porque el que se mantenga impune lo único que está generando es abonar a este clima enrarecido para el ejercicio del periodismo”, dijo González.

Nuevos riesgos— Los policías son una nueva modalidad de riesgo para los reporteros. Después del ataque en las estaciones policíacas municipales del pasado domingo, los periodistas se toparon en la semana con elementos de la Fuerzas Federales de Apoyo de la Policía Federal que, armados, encapuchados, con pluma y libreta en mano empezaron a levantar un registro de nombres de los periodistas que se acercan a las diversas escenas del crimen.

El hecho, y más el argumento de los policías —que dijeron querer asegurarse de que entre los periodistas no hubiera integrantes del crimen organizado— molestó a varios reporteros. “Que también me den un pasamontañas, y me identifico”, dijo uno de ellos.

De acuerdo con González, este tipo de enfrentamientos entre los integrantes de las fuerzas armadas y los periodistas es un nuevo frente de riesgo que han empezado a detectar en diversas ciudades en las que los comunicadores deben cubrir los efectos del crimen organizado.

Han notado, dice González, que hace falta un consenso entre ambos para que ni los periodistas afecten la seguridad de los policías ni éstos el derecho de acceso a la información.

La psicosis en Ciudad Juárez, mientras, empieza a hacer presa de varios reporteros. Vigilan las camionetas que se les acercan mientras conducen. Sospechan de los vehículos los siguen de cerca o con luces altas.

La noche del pasado jueves 18, fue una repentina movilización policiaca la que generó el susto. Una decena de periodistas trabajaba alrededor de la escena de un crimen en la colonia Rastro Viejo cuando el motor de una camioneta y una posterior serie de derramamientos a unos metros originaron una violenta reacción de los policías que, armados y encapuchados, estaban resguardando el perímetro entre los reporteros.

Los agentes gritaron “cúbranse”, empuñaron las armas y se pusieron detrás de las camionetas oficiales en posición de guardia. Los periodistas corrieron a esconderse y agacharse detrás de sus vehículos. Al final, la camioneta no representó peligro. Fue falsa alarma y policías y periodistas continuaron con su trabajo. Esa noche, estaban en apenas el segundo de al menos cuatro homicidios.


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